Antes de empezar este post tengo que sincerarme y aceptar, frente a todos ustedes, que en este viaje a Córdoba tuve abstinencia. Tuve abstinencia de Ella, la necesité. Necesité contarle cosas, sentir su compañía, tenerla de confidente y de diario íntimo. Computadora querida, te prometo que no voy a volver a dejarte en casa. No me importa que me agregues dos kilos de peso en la espalda, no me importa que tenga que cuidarte como oro, no me importa que seas frágil, quiero que sigas viajando por ahí conmigo a todas partes. No necesito tu Internet (para eso es fácil encontrar sustitutas), necesito tu presencia, tu teclado, saber que estás ahí para escribirte cuando me surja la inspiración… Cuaderno, no te pongas celoso, a vos también te necesito y te voy a llevar siempre en mi mochila. Además, en este viaje fuiste la estrella, así que no te podés quejar.

[singlepic id=6096 w=625 h= float=center] Mi cuaderno nuevo, comprado en República Checa, con una tapa provocativa (?) y un mensaje acertado (perdónenlo, está celoso).

Haber viajado sin compu me permitió desenchufarme (ven, todo tiene su lado positivo) y ver el viaje de manera más global. ¿Cómo es esto? Claro, cuando viajo con la computadora me gusta escribir y postear los hechos en caliente, inmediatamente después de que ocurren. Esta vez, como no tenía dónde tipear, me la pasé tomando notas en mi cuadernito. Y ahora, sentada frente a mi compu en Buenos Aires, puedo ver todos estos días que pasaron como algo cerrado, acabado, con otro sentido. Y la palabra que se me cruza por la cabeza es que en este pequeño viaje (de 12 días), en vez de hacer el tradicional Couchsurfing hicimos una suerte de “BlogSurfing” o “ViajandoSurfing”. A cada lugar al que llegamos nos recibió un lector (o familia lectora) de mi blog. No pasamos ni una noche en la carpa, siempre fuimos recibidos por alguien y la verdad que para mí ese fue el sentido de este viaje. No fuimos en busca de paisajes sino de personas. Hicimos vida de pueblo en El Fortín, nos divertimos con las ocurrencias de la familia CheToba en Villa María, fuimos a la radio y burbujeamos con varios lectores en Córdoba capital y pasamos unos lindísimos (y “terapéuticos”) días en El Huaico, cerca de Nono. Pero empecemos por el principio.

 [singlepic id=6098 w=625 h= float=center] Primero lo primero: El Fortín

Después de pasar la primera noche en San Nicolás de los Arroyos (tras una jornada intensiva y bautismal de autostop) salimos rumbo a El Fortín, un pueblo de 1500 habitantes ubicado en el oeste de Córdoba. ¿Por qué El Fortín? Por lo mismo que elegimos todos los destinos en este viaje: porque alguien nos esperaba ahí. En este caso, Los Ponso, una familia viajera. Ya que estamos en tren de confesiones, aprovecho para confesar que hicimos un poco de trampa y recorrimos algunos trayectos del viaje en colectivo y no a dedo (pero por favor no le digan nada a Juan Villarino, si hablan con él, le dicen que somos dos genios haciendo dedo y que jamás cambiaríamos la espera de la ruta bajo la lluvia por el refugio y la velocidad de un bondi). Tomamos un colectivo de San Nicolás a Rosario, otro de ahí a Cañada Rosquín (Santa Fé) y, como la lluvia había aflojado, nos volvimos a enfrentar al azar del autostop.

  [singlepic id=6151 w=625 h= float=center] Camino a la ruta nos encontramos con esto…

Algo que me hace mucha gracia (en todas partes del mundo) es el tema de la definición de las distancias. Hay países en los que la gente no está acostumbrada a caminar y todo le parece “lejísimos”: me acuerdo que en Costa Rica, por ejemplo, un policía casi me obliga a tomarme un taxi porque tenía que ir a un lugar que estaba “como a 600 metros”. En otros países todo queda “ahícito nomás, a unos 10 kilómetros”, lo que demuestra que la sensación de lejanía y cercanía es algo totalmente relativo. En Santa Fé (porque todavía estábamos en Santa Fé) nos dijeron que íbamos a llegar a Cañada Rosquín a la 1 del mediodía: el colectivo llegó a las 2 y media de la tarde. Cuando preguntamos dónde quedaba la ruta para ir a hacer dedo nos dijeron “ahí nomás, caminan derecho 6 cuadras”. Si caminamos 12 cuadras fue poco. Por suerte cuando uno viaja disfrutando el camino, nada de eso importa.

  [singlepic id=6149 w=625 h= float=center] Fotocharcos en El Fortín

 [singlepic id=6118 w=625 h= float=center] Primeras imágenes de nuestra llegada al pueblo

 [singlepic id=6120 w=625 h= float=center] Caminando por 9 de Julio

Llegamos a la ruta y nos levantaron en menos de 10 minutos. Fuimos hasta Carlos Pellegrini (a 20 km, en la provincia de Santa Fé) con una pareja en una Kangoo, hablando acerca de la vida en el campo (“nosotros dejamos todo afuera”) vs la vida en la ciudad (“mi hija vive en la capital y le entraron a robar”). Ahí nos pusimos a hacer dedo a El Fortín (a 40 km) y tuvimos la primera competencia de autostop: tres personas que llegaron después de nosotros se colaron y se nos pusieron unos metros más adelante a hacer dedo también. ¿Cómo son las reglas en esto? ¿Es como con los taxis: se respeta la fila? ¿O cada cual se pone donde quiere sin importar el orden de llegada? Nos batimos a duelo de pulgar durante 20 minutos y ganamos: nos levantó el trabajador de un tambo. En el camino nos contó que su hija prefiere el estudio antes que las motos y que todavía no le presentó al novio, que al día siguiente era el cumpleaños de su mujer y que había aprendido a hacer ali-ole. Mientras tanto yo pensaba que a la gente le gusta tener con quien hablar…

 [singlepic id=6097 w=625 h= float=center] Casitas de El Fortín

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Llegamos al Fortín sin la dirección de la familia que nos iba a recibir y sin poder comunicarnos por celular (la tormenta los había dejado sin señal), así que apelamos a la magia de los pueblos chicos (donde todos se conocen) y le pedimos indicaciones al primero que se nos cruzó: “¿cómo vamos a lo de Los Ponso?”. “Los conozco, son los de la farmacia, viven por allá”, nos dijo un señor que estaba sentado en una silla cerca de la entrada del pueblo. Mientras íbamos caminando con las mochilas entre charcos, bicis sin atar y nenes que jugaban al fútbol en medio de la calle, alguien nos gritó (o, “nos informó”) desde una ventana: “¡El Fortín, Córdoba, Argentina!”, como para que nos ubicáramos sin problemas en el mapa del mundo. Y unos minutos después un auto frenó al lado nuestro y desde adentro nos preguntaron: “¿Están buscando a los Ponso?”. Eran ellos. Ah, el encanto de los pueblitos…

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 [singlepic id=6103 w=625 h= float=center] Una mañana nos fuimos todos (cuatro adultos, como seis chicos y unos diez perros) en sulky (en un solo sulky, el de la foto) a “correr la liebre”. 

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Pasamos dos noches con Vanesa, Damián, Pedrito y Tomás entre asados, sulkies, perros, siestas, caminatas, películas, charcos, ¡mosquitos malditos y descontrolados!, burbujas y charlas de viajes. Vanesa (la madre de la familia y la más lectora de mi blog) me ayudó a “materializar” a mis lectores y a darme cuenta de que lo que escribo no se va “al vacío cibernético”, sino que le llega a alguien del otro lado. Y si bien ese alguien es, desde mi perspectiva, un alguien virtual (ya que no les veo la cara), es también una persona con su vida, sus intereses, sus aspiraciones, sus sueños… Vanesa, por ejemplo, lee varios blogs de viajes todas las noches y así nos conoce un poquito más y nos acompaña a la distancia mientras viajamos por Europa, por Asia, por América latina, por África, por Oceanía o por Antártida. Me sorprendió varias veces cuando se puso a relatar historias que yo había escrito en mi blog (¡las contó mejor que yo!) o cuando recordó pequeños detalles que escribí en alguno de mis posts. Ella y su familia también viajan y en el fondo de pantalla de su computadora tiene un collage de fotos de ellos con gente de otros países y una de las frases viajeras más sabias: “Travel is the only thing you buy that makes you richer”.

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 [singlepic id=6139 w=625 h= float=center] También fuimos a una escuelita a hacer burbujas (y Demian hizo la más grande de su vida!)

El último día de nuestra visita al Fortín, Damián (“el Ponso padre”) nos llevó hasta Las Varillas para que hiciéramos dedo de ahí a Villa María, nuestro próximo destino. Le pedimos que pasara por la terminal para preguntar el precio del colectivo y gracias a esa “trampita” las encontré: no una sino dos cartas tiradas sobre la tierra, casi juntas, frente a la terminal de colectivos. Un as de espadas y un tres de bastos. Las rutas del mundo me están tirando las cartas cual Tarot desperdigado por ahí. Y justo me vengo a encontrar dos cartas juntas. Así que lo tomé como una señal… y nos fuimos en colectivo a Villa María.

Continuará…