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Hace unos días salí a caminar con un amigo catalán por la Rambla del Raval. Nos sentamos en un banco a charlar y se nos acercó un chico, catalán también, a pedirnos tabaco. Mi amigo le dio tabaco —acá todos andan con su paquetito de tabaco para armar— y el catalán desconocido me preguntó hacia cuánto estaba viviendo en Barcelona. Cuando le dije que estaba de paso por dos semanas, me dijo: “Si te quedas más de un mes no vas a poder dejarla nunca más, la ciudad se va a convertir en tu Carcelona”. Qué mejor definición que esa. Barcelona es una ciudad que te atrapa y de la cual es muy difícil escapar. Por lo menos a mí me está costando muchísimo irme de acá.

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Cada vez que salgo a caminar por zonas como el Barrio Gótico o El Raval —donde hay gente de todas las nacionalidades haciendo vida callejera— siento que la ciudad vive en un diálogo constante, que se la pasa hablando a través de cada uno de sus habitantes. Cada vez que escucho fragmentos de conversaciones, cada vez que alguien me habla en la calle, cada vez que leo los mensajes pintados en las paredes y colgados en los balcones siento que formo parte de un cadáver exquisito en el cual participa toda la ciudad.

El cadáver exquisito, para aquellos que no lo conocen, es un juego que fue creado por los surrealistas en 1925: consiste en ensamblar colectivamente un conjunto de palabras o imágenes para dar lugar a una obra grupal, anónima, espontánea. En este juego, cada persona escribe por turno en una hoja de papel y la dobla para cubrir parte de la escritura, de manera que el siguiente jugador solamente pueda ver las palabras finales. La primera vez que se jugó, se formó la frase El cadáver exquisito beberá el vino nuevo y de ahí salió su nombre.

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Cada vez que hablo con una persona nueva siento que el diálogo empieza por el medio, como si fuésemos participantes de un juego en el que se mantiene una misma conversación pero se va rotando de interlocutor, como si la charla hubiese empezado hace tiempo pero cada cual va llegando en un momento distinto. Cada persona nueva que conozco en Barcelona no me hace las preguntas típicas, no hablamos de dónde soy, qué hice ayer y qué voy a hacer mañana. Aparece un desconocido y en vez de decirme hola me dice que Barcelona va a ser mi cárcel y nunca más voy a poder huir. Aparece otro y me habla acerca de esa necesidad que tenemos todos de abrirnos y de conectar con las personas. Aparece otro y me habla de lo que sueña para su vida y de cómo quiere alejarse de ciertos estereotipos. Aparece otro y me dice que los argentinos pensamos demasiado. Aparece otro y propone el juego como manera de relacionarse entre seres humanos. Aparece otro y me habla de poesía, de música, de cine, de escritura, de viajes. Y así como compartimos un rato de charla, después cada cual sigue por su lado y encuentra otra persona con la cual seguir esa conversación.

Esta ciudad me atrapa y me inspira a fomentar la creatividad, a hablar con la gente, a escuchar lo que cada uno tiene para decir. Así que voy tomando algo de cada diálogo, palabras sueltas, frases, momentos y las voy escribiendo en mi cuaderno, formando mi propio cadáver exquisito barcelonés.

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En unos días me voy a Marruecos y ahí volveré a mis posts “de siempre” con relatos viajeros, información útil, observaciones y todo eso. Tengo que romper el hechizo antes de que sea demasiado tarde y me quede atrapada acá para siempre…

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ACTUALIZACIÓN: Varios meses después volví a Barcelona y escribí el post “Carcelona Reloaded”, algo así como una segunda parte de este texto…