22 de marzo de 2013
Johannesburgo, Sudáfrica

Querido Blog:

¡Sorpresa! Casi un año después de mi última carta, vuelvo a escribirte desde un lugar impensado, aunque esta vez no me fui tan al norte del mundo ni estoy rodeada de auroras boreales. Te escribo desde el sur de un continente que ya pisé dos veces pero que no puedo decir que conozca. La primera vez fue cuando hice escala en Ciudad del Cabo y vi la ciudad desde el cielo. No conocí más que su aeropuerto, pero el paisaje que entró por mi ventana me pareció sublime. La segunda vez fue cuando viajé por Marruecos, aunque siento que Marruecos pertenece más a Medio Oriente, al mundo árabe, que a África. Por lo menos la imagen mental que tengo de África es otra y no tiene nada que ver con Marruecos. Muchas veces me pasa que la gente me pregunta si conozco África y mi primera reacción es decir que no, aunque dos segundos después, agrego: “Bah, en realidad sí, fui a Marruecos, pero siento que es una África distinta”.

Este es un continente al que no pensé que vendría tan rápido. Si existiese algo así como un videojuego del viajero, África sería el nivel avanzado. Al menos para mí. Si bien quiero conocer todo el mundo, tengo un orden secreto que nunca le dije a nadie: primero me encantaría recorrer toda Asia en colectivo, después navegar por Oceanía y cruzar en barco a América, de ahí bajar de Alaska a Antártida en motorhome, después recorrer Europa en tren y por último atravesar África por tierra. El día que me embarque en una gran vuelta al mundo quiero que ese sea mi recorrido. Y África no está al final porque no me tiente. Al contrario, creo que es un nivel avanzado de viaje. Siento que “hay que saber viajar” para recorrer África (no hablo de la África turística, sino de la África profunda). Siento que es una realidad más… real. Siento que es un continente atravesado por algo muy humano, por un sentimiento comunitario muy fuerte. Acá se vive de otra forma, la organización es otra, las personas se relacionan de otra manera. Nuestras raíces humanas están acá, el primer ser humano apareció en África. Un viaje por África es como un regreso a los orígenes y por eso quiero dejarlo para lo último, porque necesito estar preparada. Siento que este continente es un lugar que nos marca para siempre.

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Bueno, en conclusión, estoy en Sudáfrica. Vine por nueve días a un viaje de prensa junto a tres periodistas argentinos, invitados por la Embajada de Sudáfrica. Estoy en la punta del iceberg (invertido, si mirás el mapa) del continente africano. Esta vez vine para ver el trailer, la próxima (seguramente en unos años) volveré por mi cuenta y exploraré con mucho más tiempo y de otra manera. Salimos de Buenos Aires el miércoles; el vuelo duró nueve horas y nos depositó en Johannesburgo, la ciudad más grande del país. No sé qué me pasa, me parece que me estoy poniendo vieja, pero cada vez me pone más nerviosa subirme a un avión. No la paso bien durante el vuelo, cualquier turbulencia mínima me despierta y me da algo que parecen ser palpitaciones. Esto es algo nuevo y me pasa cuando hago vuelos intercontinentales, no tanto cuando hago vuelos cortos. Lo que me da miedo no es volar sino caer. Me da miedo pensar que si caigo desde ahí arriba no me salvo ni de casualidad. Ya sé que el avión es el medio de transporte más seguro (hay muchísimos menos accidentes y muertes por año que viajando por tierra), pero no puedo evitarlo. Es como la lotería. Lo más probable es que no me la gane, ¿pero y si tengo suerte? Así que la próxima vez que cruce el océano tengo dos opciones: o me tomo alguna pastilla para dormir (nunca en mi vida tomé una, temo no poder despertarme) o me voy en barco. Con lo que me gusta navegar… Soy mucho más feliz en el agua que en el aire.

Volviendo al vuelo, cuando llegamos a Johannesburgo eran las 9 de la mañana, hora local, pero para mi cuerpo seguían siendo las 5 de la mañana, hora argentina. Es decir que, como me pasa cada vez que duermo poco y cambio brúscamente de horario y de escenario, empecé a sentirme como dentro de un sueño. Todo lo que ocurría a mi alrededor parecía suceder en otro plano, como si estuviese en una especie de limbo y alguien estuviese poniendo y sacando escenografías rápidamente. Esto de cambiar de realidad en tan pocas horas es algo muy difícil de asimilar, al menos para mí. Mi cabeza empieza a funcionar raro: por un lado pienso “ah, sí, estoy en África”, pero por otro me cuesta mucho caer. Ayer, por ejemplo, nos fuimos directamente a la Reserva Pilanesberg para hacer un safari esa misma tarde. ¡Un safari! ¿Sabías que la palabra safari viene del Swahili y significa “viaje largo”? Ja… Aunque en el pasado se usaba para denominar a los viajes de caza; hoy, por suerte, en un safari se disparan cámaras y no armas, aunque los cazadores furtivos siguen siendo una gran y triste amenaza.

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Cuando llegamos al hotel, horas antes de hacer al safari, entré a mi cuarto y me encontré cara a cara con un IVNI (Insecto Volador No Identificado) que parecía una avispa pero tenía el tamaño de una llave. No sé por qué se me ocurre comparar un insecto desconocido con un objeto que no vuela, pero la verdad es que era tan alto como una llave de esas largas, de casa antigua. Estaba en el baño y no se quería ir. La chica del hotel que me había acompañado lo vio y pegó un grito, pero finalmente lo sacó. Welcome to Africa, donde todo probablemente es más salvaje que en cualquier otro lugar del mundo. Me fui a dormir una siesta para estar un poco más despierta para el safari y apenas apoyé la cabeza en la almohada empecé a soñar. Soñé que tenía dos arañas del tamaño de un plato caminando por las paredes. Primero veía a una y enseguida pensaba: Cierto que donde hay una araña, hay dos. Se iban. Al rato aparecía en el safari, que era sobre el agua, y mi cámara no funcionaba. No había forma de que enfocara o disparara, así que no podía sacar ninguna foto y nadie quería esperarme. Me desperté sobresaltada.

A las 4 y media de la tarde, por fin, nos fuimos de safari. Compartimos el vehículo con unas 20 personas de Estados Unidos y Europa. Nuestro guía, Henrick, era un guardaparques de la reserva muy apasionado por su trabajo. Nos contó —en inglés, uno de los 11 idiomas oficiales de Sudáfrica— que salíamos a esa hora porque era la hora en que muchos animales se despertaban y se dejaban ver. Nos dijo que teníamos grandes chances de ver a los Big Five de África —el león, el rinoceronte, el búfalo, el leopardo y el elefante— ya que todos convivían en los 572 km2 de la reserva, junto con otros animales como hipopotamos, jirafas, zebras, hienas, cocodrilos, antílopes, jabalíes y 360 especies de aves. Aunque todo dependía, obviamente, de ellos. Yo solamente pensaba: “¡Preparen a los leones que ya llegué!”. Amo a los gatos y si son grandes, más. Me encantan los animales y nunca había tenido la experiencia de verlos tan de cerca en su hábitat natural, así que estaba muy ansiosa y no me creía del todo lo que estaba pasando.

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El paseo por la reserva duró cuatro horas y fue irreal. Me sentí como dentro de un documental de vida salvaje. Vimos a cuatro de los Big Five (nos faltaron los leones). El primero que apareció fue el búfalo, que estaba pastando tranquilamente al costado de la ruta. Se acercó, nos miró un poco y ni se inmutó. Luego veríamos a varios en manada, descansando a lo lejos. En el camino vimos pasar a varios jabalíes, todos corriendo con la cola en alto. El guía nos explicó que “los Pumba” corren así para que el resto de la familia los vea cuando se escapan entre la maleza: la cola funciona de guía. Ellos parecían ser más tímidos, porque nos veían y salían corriendo. Seguimos camino y nos cruzamos antílopes, varias especies de aves y de zorros hasta que por fin las vimos: las cebras. Qué lindas que son las rayas de las cebras. La naturaleza no puede ser más perfecta… Un rato después vimos a uno escondido entre los árboles: ¡rinoceronte! Henrick nos contó que durante la noche se dedica a cuidar a los rinocerontes para protegerlos de los cazadores furtivos, quienes los matan solamente por sus cuernos. El cuerno del rinoceronte se vende en el mercado negro ya que se usa para fabricar adornos y para medicinas alternativas (se cree que tiene propiedades afrodisíacas). Hay comportamientos del ser humano que me indignan demasiado, y este sentimiento de bronca, tristeza e indignación ya me apareció varias veces durante estos pocos días de viaje, y no sólo relacionado a los animales, pero te iré contando de a poco.

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Se hizo de noche temprano, pero lo último de la luz nos permitió ver a dos leopardos caminando a lo lejos. Primero vimos a uno solo, pero al ratito el segundo asomó la cabeza desde atrás de un arbusto. Avanzamos un poco más y, en una curva, la naturaleza nos regaló una imagen inolvidable: búfalos, zebras y rinocerontes se reunieron a tomar agua en el mismo charco. Aparecieron en fila, de la nada, compartieron el agua durante unos diez minutos y se fueron con sus respectivas manadas cada cual por su lado. El guía nos explicó que después de eso iban a refugiarse porque sabían que sus predadores se estaban despertando. Se hizo de noche, pero Henrick decidió extender el safari para que pudiéramos ver a dos de los animales más impactantes y, en mi opinión, bellos: los elefantes y las jirafas. Tuvimos suerte: pasaron por al lado de nuestro vehículo y se quedaron comiendo a pocos metros. Nunca había visto correr a una jirafa y me pareció uno de los animales con más gracia para moverse… Ya no había nada de luz, excepto la linterna de Hendrick, así que no pudimos apreciarlos tanto. Henrick nos pidió que no usáramos flash estando cerca de los elefantes porque podíamos hacerlos enojar, y si un elefante se enoja, no se salva nadie.

[singlepic id=7049 w=625 float=center] Había muy poca luz así que las fotos no me salieron muy bien.

[singlepic id=7050 w=625 float=center] ¿Lo ves asomando la cabecita?

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[singlepic id=7057 w=625 float=center] En estas ocasiones me gustaría tener una cámara mucho mejor…

[singlepic id=7058 h=625 float=center] La jirafa misteriosa. La luz es de la linterna del guía.

Volvimos al hotel a las 9.30 pm. Cuatro horas de safari no fueron suficientes, yo por mí lo haría todos los días durante varios meses más. Es una experiencia que espero poder repetir. La naturaleza es algo que me gusta cada día más. No puedo parar de imaginar, después de haber visto a los animales tan de cerca, a ellos (los animales) haciendo safari para mirarnos a nosotros. Me los imagino con binoculares mirándonos desayunar, trabajar y descansar, así como nosotros los miramos a ellos… ¿Por qué no?

Bueno, me despido por hoy. Tengo mucho que contarte pero no me salen las palabras. Tengo emociones muy mezcladas, así que espero poder ponerlas en orden durante estos días.

Saludos por allá,

A.

[singlepic id=7059 w=625 float=center] Este amiguito me miró de cerca mientras desayunaba en el hotel… Al final ellos también hacen safari, eh…