Hace varios meses que me siento un poco a la deriva. Será que los seres humanos nunca estamos contentos, o quizá no estoy hecha para ser tan veleta. Mi pensamiento es el siguiente: ya comprobé que puedo vivir viajando, ya comprobé que puedo vivir de los libros, ya que comprobé que todo es posible (si uno se lo plantea con seriedad, todo se puede), estoy haciendo lo que me gusta, estoy viajando y escribiendo y viviendo, ¿entonces qué me falta? Me faltan proyectos nuevos. Publiqué mi libro hace más de un año y desde entonces no me dediqué a algo grande como fue el proceso de escritura, edición, maquetación y promoción de Días de viaje. Y hace tiempo que siento ese vacío.

Unas semanas después de publicar el libro me relajé, dejé que siga su curso y me tomé unas vacaciones mentales. Durante el último año (contando del 29 de julio del año pasado a hoy) participé en varios proyectos pero en nada cien por ciento propio, y si bien tuve y tengo varias ideas y borradores de cosas que quiero hacer, me cuesta mucho definirme por uno y poner toda mi energía en eso. Es lo mismo que me está pasando con el viaje en sí: como todos los caminos son posibles, no sé cuál elegir (por algo publiqué lo del lado oscuro de los viajes…). Pero hace unos días me llegó la respuesta de golpe: Hungría. Tu próximo proyecto es Hungría. Era una respuesta que ya estaba ahí, pero me faltaba verla.

Este pueblo de la Bavaria alemana también tiene mucho que ver conmigo.

Este pueblo de la Bavaria alemana también tiene mucho que ver conmigo.

Para explicar qué tiene que ver Hungría conmigo tengo que hablarles un poco de mi mamá, de mi familia materna y de mí. Mi mamá es hija de húngaros y nació en un pueblo de la Bavaria alemana después de la Segunda Guerra Mundial. Su papá era arquitecto, ingeniero y pintor (uno de los más talentosos que conocí), su mamá era actriz y cantante: una familia de artistas. Cuando mi mamá tenía tres años, ella, mi tía y mis abuelos tuvieron que huir de Europa así que se subieron a un barco en el puerto de Marsella, cruzaron el océano y empezaron de cero en una ciudad argentina que los recibió junto a miles de inmigrantes. Mi mamá creció, se naturalizó argentina, estudió arquitectura, hizo una carrera de artista plástica (es pintora naif), volvió una sola vez de visita a Hungría y tuvo una hija a la que le puso de nombre Aniko (igual que ella e igual que su abuela). Esa Aniko soy yo.

Crecí escuchando a mi mamá hablar húngaro con sus hermanas, con su prima y con algunas amigas húngaras, y para mí eso siempre fue normal. El sonido del húngaro (dulce, como un poema inentendible pero reconfortante) fue uno más de los que formó parte de mi casa y de mi realidad durante los 22 años que viví con ella. El húngaro siempre me pareció un idioma imposible y, a la vez, muy maternal. Cada vez que alguien me preguntaba de qué origen era mi nombre (seguido del clásico: es japonés, ¿no?) yo decía, casi en piloto automático: eshúngaromimamáesdeallá. Durante mucho tiempo, mi paradigma mental era: soy argentina y tengo una mamá húngara. Punto. Pero la primera vez que viajé a Europa lo entendí: no es sólo que mi mamá es húngara, es que yo soy mitad argentina y mitad húngara, lo que pasa es que viví toda mi vida en uno de esos países y todavía no conozco el otro y quizá por eso lo tengo medio olvidado. Sin embargo, durante ese primer viaje a Europa no fui a Hungría. ¿Por qué? No sentía que fuera el momento: esa vez, la que me llamó fue España (país que también es parte de mis raíces, ya que la familia de mi papá es asturiana).

Mi mamá en Europa

Mi mamá, de chiquita, en su pueblo

Este año, en cambio, Hungría me empezó a llamar de a poco. Todo empezó en febrero, cuando aterricé en Madrid y recibí un mail de mi tía Eva (hermana de mi mamá) con un enlace a una beca para estudiar húngaro en Budapest durante agosto. Los requisitos: ser hija de húngaros, no haber vivido en Hungría, mandar un CV escrito a mano y explicar por qué quería aprender el idioma y para qué lo usaría. Así que agarré dos hojas A4 blancas y me puse a armar mi hoja de vida. Hacía años que no actualizaba mi currículum (mucho menos a mano) y el invierno español hizo que la letra me saliera con frío, como medio tímida. Dije la verdad: mamá húngara yo viajo tengo blog y libro quiero viajar por Hungría conocer mis raíces ser capaz de hablar con la gente leer poesía en húngaro quizá algún día escribir en el idioma de mi mamá pero ante todo conocer el país. Para sumarle al desafío, mi mamá me dijo: “Si te dan la beca me voy a Hungría a verte y viajamos juntas”. En aquel momento todo el resto pasó a segundo plano: quiero que me la den solo para que mi mamá vuelva a pisar su tierra. Varias semanas después recibí la confirmación por mail: me habían otorgado una de las diez becas para estudiar húngaro en el Balassi Institute de Budapest.

Entre febrero y junio viajé por Europa sabiendo que en agosto estaría en Budapest, pero sin creérmelo demasiado. Era algo que estaba ahí, como anotado en una agenda inexistente: Agosto 2014, cosas para hacer: ir a Hungría. Todavía faltaba. Lo bueno fue que durante todos esos meses, tener esa cita inamovible con Hungría le dio un poco de orden a mi vida: haga lo que haga, sé dónde estaré en agosto, y eso me da cierta tranquilidad mental. Y quizá Hungría se enteró de mis planes, porque en los últimos meses me empezó a buscar.

aniko

Mi mamá

En abril de este año viajé a Londres y conocí a un primo húngaro que vivía ahí (todavía tenemos familia húngara en Europa). Nos contactamos por Facebook y después por Whatsapp y quedamos en vernos en el café donde él estaba trabajando. Por un momento pensé: seremos primos y todo lo que quieras, pero somos desconocidos, ¿y si no tenemos tema? Llegué puntual y cuando lo vi del otro lado del mostrador me sorprendió su altura y su cantidad de tatuajes. Uno no sabe cómo imaginarse a un primo húngaro que nunca vio. Cuestión que charlamos durante horas, no sé cuántas, pero muchas: de la vida, del húngaro (“I’m going to study Hungarian”, “Why?! It’s so difficult!”), de la infancia, de mi/nuestro abuelo, de la vida en Budapest, de la vida en Buenos Aires, de todo y de nada.

Unas semanas después, en París, conocí a una pareja húngara que estaba haciendo Couchsurfing en lo de un amigo. Cuando les dije que mi mamá era húngara me preguntaron Beszelsz magyarul? (¿hablás húngaro?) a lo que sólo pude responder nem (no). Pero ojalá pronto. Unos días después en Barcelona conocí, de casualidad total (o quizá gracias a un lego amarillo), a un italiano de mamá húngara. Era claro: Hungría ya estaba jugando todas sus cartas y me estaba buscando cada vez más. El acercamiento se había convertido en una cacería. Y hace unos días, para coronar, recibí un mail que me hizo darme cuenta de todo esto y me impulsó a escribir este post.

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Unas semanas atrás, uno de los chicos que me llevó en blablacar por Francia me contó acerca de Sziget, un festival de música internacional que se hace en Budapest todos los años y que dura una semana: es uno de los eventos culturales más grandes y concurridos de Europa. Cuando investigué más vi que la fecha coincidía justo con la de mi visita a Budapest: no me lo puedo perder, pensé. Así que completé el formulario para acreditarme como prensa y decidí aplicar con mi blog: no con las revistas para las que suelo escribir, sino con mi blog, que al fin y al cabo es mi medio propio y en el que quiero escribir acerca de música, de cultura y de Hungría. Dije, otra vez, la verdad: viajo y escribo tengo un blog de relatos personales pero ante todo soy hija de húngaros y estaré escribiendo acerca de mi primer viaje a Hungría y quiero hacer crónicas del festival dentro de ese marco. “Debido a la gran demanda de acreditaciones, puede que su medio no quede seleccionado”, me advirtió la página una vez que hice click en enviar solicitud. La verdad: estaba más que preparada para que me digan no gracias, será el año que viene. Dos días después recibí el mail: “¡Felicitaciones! Viajando por ahí ha sido acreditado para el Sziget Festival”. No lo podía creer. En ese momento me di cuenta: Hungría me está dando el proyecto que tanto estuve buscando. Me lo está dando en bandeja. Ella ya sabía que esto iba a ser así, pero me lo fue anunciando de a poco.

Casa

En menos de una semana voy a pisar Budapest por primera vez, voy a conocer a otras Anikos, van a pronunciar mi nombre de otra manera (no a la latina como le digo yo, sino en húngaro, que suena “óniko”), voy a ser estudiante, voy a ser cronista de rock (otro de mis sueños semifrustrados), voy a aprender otro idioma, voy a viajar con mi mamá y con mi papá por Hungría, voy a conocer el pueblo en el que nació mi mamá (y, más importante aún, la voy a acompañar en ese reencuentro), voy a tener un plan y quizá de todo eso salga un conjunto de relatos o un libro. O no. Pero por lo menos sé que durante agosto y septiembre me la voy a pasar escribiendo de cosas que me importan y que tienen mucho que ver con quien soy.