Hay lugares del mundo que uno puede imaginar o intuir cómo son. Quizá no conozcamos la India pero nos damos un idea de qué nos puede esperar allá. Puede que nunca hayamos estado en Costa Rica pero tenemos alguna que otra imagen mental que seguramente se asemeje a lo que es el país. Australia puede parecernos lejano, pero es un destino del que sabemos, aunque sea, algo. Hay otros lugares que son muy difíciles de predecir: sabemos que existen y ahí terminan las certezas. Cómo vive la gente, qué se siente estar ahí, cómo es la geografía son interrogantes para los que no tenemos más respuestas que las que ofrece una enciclopedia. Pero son lugares que, quizá por parecer tan misteriosos y alejados de nuestra realidad, generan intriga y fascinación. Es, para mí, el caso de Islandia. 

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Primeras imágenes de Reykjavík

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Islandia es un país que siempre quise conocer. Si alguien me pregunta por qué, le diría que no sé. Porque está ahí. O quizá por su ubicación en el mapa: ¿cómo será vivir en un país tan al norte del mundo? O tal vez por su nombre: en inglés, Iceland significa tierra de hielo. O quizá porque sé tan poco de esa isla tan alejada de mi realidad. Porque, sinceramente, ¿qué sé de Islandia? Casi nada. Que es la patria de Björk (lo cual es tan generalizador como decir que Argentina es la tierra de Maradona), que tiene mucha naturaleza, que tiene muchos meses de oscuridad y muchos de luz, que está muy lejos de todo (por lo menos desde mi perspectiva).

Hace unos meses descubrí que no era la única que sentía esa atracción por Islandia: hablando con Lau coincidimos en que alguna vez queríamos pisar ese país. Y hace unas semanas, el deseo pasó a ser una realidad.

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—Quiero ir a Islandia.

—Yo también.

—Y bueno, aprovechemos que vamos a coincidir en Europa y veamos si conseguimos algún pasaje barato.

La búsqueda por internet fue ardua, hasta que una noche, vía Skype, encontramos un vuelo a muy buen precio desde París.

—¿Vamos?

—Y dale.

Lo compramos y dejamos el futuro viaje en stand by. Cada cual estaba bastante ocupada con sus cosas (viajes, libros) y todavía faltaban como dos meses para subirnos al avión. A medida que se acercaba la fecha, empezamos a hablar con gente que ya había estado. La primera opinión que recibí fue de un inglés: “Sí, estuve. Es horrible, es una isla volcánica y no hay para ver”. Sus palabras me chocaron. ¿Cómo que horrible? Para vos será horrible. Pero como sobre gustos no hay acuerdos, decidí no debatir. Las opiniones siguientes parecían coincidir en lo mismo: “Islandia es increíble”, “Islandia es naturaleza en estado puro”, “Islandia es carísimo”. El vuelo se nos venía encima y nosotras no teníamos nada planeado ni mucho tiempo para hacerlo (las semanas anteriores fueron una vorágine de eventos), y nos preocupaba, sobre todo, el tema de los precios.

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Monedas islandesas

Una noche, hablando de nuestro pronto viaje y de nuestra planeación cero, nos dimos cuenta de que no teníamos ni idea con qué íbamos a encontrarnos y eso nos generaba una preocupación (mínima) y bastante adrenalina. Estábamos en Asturias (España), y Lau lanzó una casi apuesta al aire: “El desafío de este viaje va a ser no pagar ni una noche de alojamiento”. Y empezamos a delirarla: “Podemos pedir refugio en las iglesias y cuarteles de bomberos”, me dijo ella. “¡Ya sé! Tenemos que ir presas, cometer un delito leve y que nos detengan una noche. Seguro que las cárceles son muy limpias y ordenadas”, le retruqué. Saqué el cuaderno y la lapicera y empecé a tomar nota. Se venía algo bueno. Empezamos a disparar ideas y ya no sé quién dijo qué, pero las dos pensamos lo mismo: el viaje a Islandia tenía que ser un juego, una colección de misiones disparatadas, una lista de objetivos ridículos para cumplir. La isla tenía que ser el tablero de un juego de mesa a gran escala. Así surgieron desafíos como “salir en la tele islandesa”, “dar la vuelta a la isla a dedo disfrazadas del Papa Francisco o con una careta de Messi”, “navegar con pescadores”, “abrazar a cinco islandeses” y “juntar monedas tocando el ukelele”.

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El del mural, para mí, parece Maradona.

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¿Hay gatos en Islandia?

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Hace dos días que estamos en Reykjavík y ya nos pasó de todo. Islandia es el país donde todo es posible, pero de eso hablaremos más adelante. Ahora damos por inaugurado el Desafío Islandia y los invitamos a proponernos misiones para cumplir durante estas dos semanas. Lau y yo nos iremos turnando para relatar los resultados en nuestros blogs (ella escribirá acerca del desafío 1 en su blog, yo acerca del 2 en el mío, ella del 3 en el suyo y así sucesivamente). Pueden hacer sus propuestas a través del hashtag #desafioislandia o en nuestras páginas de Facebook (no prometemos cumplir con todo, veremos qué nos permite Islandia). ¡Que empiece el juego!

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Casitas islandesas y luz a la 1 am

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[box type=”star”]Este post pertenece a la serie “Desafío Islandia”, un viaje/juego en conjunto con el blog Los viajes de Nena. Pueden seguirnos por Twitter con el hashtag #desafioislandia, a través de Instagram y Facebook. Ella publicará los desafíos impares y yo los pares. [/box]