[box type=”star”]Este post pertenece a “Escribir un libro”, una serie que surgió por necesidad personal: así como alguna vez me fui de viaje por primera vez, sin tener idea de cómo hacerlo, una vez empecé a escribir mi primer libro sin tener mucha idea tampoco. Esta serie intenta mostrar los pasos que di para autopublicarme y los estados por los que pasé. Es un viaje literario por mis mundos de papel.[/box]

Debo ser una de las personas más miedosas que conozco, aunque no lo crean.

Unos días antes de salir de viaje por primera vez (allá por enero de 2008) me tiré sobre la cama, me largué a llorar cual nena chiquita y le dije a mi mamá que no me quería ir. Tenía miedo. Estaba muy asustada: ¿y si todo lo que me había dicho la gente era verdad? ¿Si me pasaban cosas horribles durante el viaje? ¿Si el mundo era malo como muchos me lo habían pintado? ¿Si me moría en algún país desconocido? De repente, la idea de irme sola por ahí me generaba horror. Y eso de tener que escribir mis experiencias en un blog de viajes (no este, el anterior) que iba a ser leído por cientos (tal vez miles) de extraños me generaba más horror aún. ¿Y si no estaba a la altura de mis propias expectativas? ¿Y si a nadie le gustaba lo que escribía? Unos días después, me enfrenté a ese miedo y me fui. Por suerte.

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Ahora estoy igual que aquella vez, pero con mi libro. Tengo miedo. Estoy aterrada. Me voy a dormir pensando en que voy a enterrar el borrador para que nunca salga a la luz, voy a cambiarme el nombre, voy a cambiar el nombre de mi blog y volveré a empezar de cero en otro planeta. ¿Qué se yo acerca de escribir un libro? Nada. ¿Por qué se me ocurrió hacer algo así? No sé. ¿Todavía estoy a tiempo de cancelar todo? Sí.

Cumplir sueños puede dar (mucho) miedo. Siempre es más fácil quedarse donde uno está, con todas las certezas y la supuesta seguridad. Empezar algo nuevo implica ir por un camino no señalizado que puede llevarnos a cualquier lugar. Yo tuve miedo de empezar a viajar y ahora tengo miedo de publicar mi primer libro: es decir, sentí miedo de hacer las dos cosas que más soñé en mi vida. Por suerte me animé a viajar (y no se crean que porque soy valiente, porque no lo soy, sino porque había algo más fuerte que yo que me impulsaba a irme). Ahora estoy tan cerca de darle vida a algo que tanto esperé que no puedo evitar sentir miedo y ansiedad. Debe ser algo de primeriza, espero.

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Y para hacer algo de catarsis y ordenar un poco lo que viví en estos últimos seis meses, comparto con ustedes las etapas por las que pasé mientras escribía mi libro.

0. Anotaciones sueltas en aeropuertos: “Esto tal vez me sirva para algún libro”

No me pregunten por qué, pero empecé a escribir los primeros fragmentos de mi libro en aeropuertos. En realidad no escribía esos textos pensando en este libro, sino en algún libro que alguna vez haría en el futuro. Por lo general, en los aeropuertos tenía varias horas de espera y no tenía internet, así que aprovechaba esos momentos para escribir. En el aeropuerto de Londres, por ejemplo, a mi vuelta de República Checa, llené varias páginas. Hice eso durante todo el 2012, pero el resultado no eran más que palabras sueltas, posts en blogs y anotaciones en cuadernos. No sabía cómo uniría todo eso ni cuándo.

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1. La revelación en el metro: “¡Ya sé!”

Ocurrió en un metro de Barcelona y fue lo más parecido a un grito de Eureka! Hacía tiempo que quería escribir un libro de viajes pero no le encontraba la vuelta, no sabía alrededor de qué ejes ordenar todo el material que tenía y eso no me permitía empezar. Pero una tarde en Barcelona me iluminé, saqué el cuaderno de turno y anoté todas esas ideas que iban apareciendo en mi cabeza. De repente sabía qué quería decir y cómo. Elegí las historias que contaría, anoté los temas que quería tratar. Era diciembre de 2012. Esa tarde me encontré con un amigo, nos sentamos a tomar un té y le dije: “Empecé mi libro”.

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2. Miedo a la página en blanco: “Mañana empiezo”

Empezar a escribirlo fue lo más difícil. Tardé semanas. No tenía el miedo a la página en blanco sino el miedo a las trescientas páginas en blanco. No sabía por dónde empezar, tenía mucho material, mucho para decir y no sabía ni cómo empezar a decirlo. Lo peor era que cada vez que me sentaba frente a la computadora terminaba navegando en internet y me perdía en el Triángulo Virtual de las Bermudas. La distracción siempre estaba a una pestaña de distancia. Cuando volvía a tierra firme me daba cuenta de que tenía otras cosas que hacer y, al final, lo urgente siempre le ganaba a lo importante y mi libro quedaba para mañana.

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3. Escribir sin pensar y que fluya: “Me encanta esto”

Empecé a escribir de verdad en el lugar donde menos planeaba empezar: en Brasil, durante mis vacaciones en Florianópolis. Me llevé la compu pensando que no la iba a prender, pero terminé escribiendo cada tarde en una terraza frente al mar. En esa etapa escribía lo que me saliera: ideas, textos enteros, borradores, fragmentos, listas. Dejaba que la escritura fluyera, no pensaba demasiado, no corregía nada, solamente comenzaba a darle forma a una idea. Nunca fui muy ordenada así que empezaba capítulos por el medio, copiaba y pegaba textos de mi blog, copiaba textos de mis cuadernos, los reescribía, los acortaba, los estiraba. Lo más difícil era ordenar todo el contenido, dividirlo en capítulos, decidir qué poner y qué no, pero en ese momento no me preocupaba tanto por eso, solamente escribía acerca de los temas que más me gustaban. Y lo disfrutaba.

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4. Escribir un poco más en serio: “Es imposible”

Brasil debió haber tenido un efecto mágico, porque cuando volví a Buenos Aires inmediatamente me bloqueé. Me costó mucho retomar, escribir tantas páginas me parecía algo imposible y me resultaba muy pero muy fácil distraerme. Me llevó unas semanas generarme la rutina de la escritura y cuando me metí no salí más. Empecé a pasar entre ocho y doce horas seguidas frente a la computadora: me despertaba, desayunaba y hasta que no me iba a dormir no me levantaba del asiento. Fue la etapa en la que empecé a recordar mis viajes con más detalle y a sentir que estaba volviendo a recorrer todos esos caminos sin salir de mi casa. Creo que fue la parte más linda y más difícil.

Quiénes me ayudaron en esta etapa (que duró unos meses): Freedom (una aplicación que les recomiendo mucho y que permite cortar la conexión de nuestra computadora a internet por las horas que querramos) y Scrivener (el software de escritura que uso y que le recomiendo a cualquiera que escriba).

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5. Primera relectura: “Esto es una mierda”

Escribí el primer borrador sin releerme demasiado. Fui cambiando los capítulos de lugar, dividí el libro en tres grandes partes y trabajé en cada parte por separado. Cuando consideré que había terminado el primer borrador (un esqueleto básico y medio enclenque), releí todo lo que había escrito. Si bien hubo cosas que me gustaron, lo primero que pensé fue: “Esto es una mierda” y me deprimí. Estuve a punto de borrar todo y olvidarme del asunto.

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6. Auto edición: “Bueno, no estaba tan mal, pero ahora está un poco mejor”

Después de releerme y de amigarme con lo que había escrito, empecé a autoeditarme. Durante esta etapa me di cuenta de que además de escribir, me gusta mucho editar. Me encanta podar el texto, recortarlo, sacarle todo lo que sobra. Lo más lindo fue reencontrarme con fragmentos que ni me acordaba de haber escrito y, después de sorprenderme (porque algunos me gustaron bastante), ser capaz de mejorarlos, de pulirlos. Creo que una de las mejores maneras de editar un texto es dejarlo descansar por unos días o semanas (o meses incluso) y después volver a él como si fuese un desconocido.

En esta etapa estoy todavía, en la autoedición número mil, y todavía me faltan un par de relecturas para sentir que está listo (aunque probablemente nunca esté listo del todo). Después de mí pasará a otra editora (o, mejor dicho, a una de verdad) y a diez amigos que ofrecieron leerlo y darme su opinión.

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7. Publicación inminente: “Ya quiero tenerlo en mis manos” vs “No quiero que esto salga nunca a la luz”

Los sentimientos son contradictorios: por un lado quiero tener mi libro ya, por otro no quiero terminar de escribirlo nunca. Quiero verlo listo y a la vez quiero enterrarlo y no publicarlo. Pero supongo que, una vez que esté terminado, va a ser lindo desprenderme de él ya que va a tomar vida propia y va a empezar a viajar por ahí, de mano en mano, de ojos en ojos… Y una vez que lo termine podré pensar en futuros libros y en futuros viajes.

Cada vez falta menos pero todavía me queda mucho por resolver. Estoy en busca de imprenta, así que cualquier dato que puedan darme (de imprentas en Buenos Aires) les agradezco mucho. Espero poder empezar la preventa en junio y sacarlo en julio, antes de mi cumple (el 29). Si quieren ir reservando el suyo, pueden hacerlo a través del formulario de contacto.

Escribir este post, créase o no, me bajó un poco el nivel de miedo y ansiedad.

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PD: Se me suspendió el viaje a Esteros del Iberá, así que por ahora, ninguna travesía en mente.

[box border=”full”]Todas las ilustraciones de este post son de Vero Gatti y pertenecen a su libro Regalitos Semanales. Estoy muy feliz porque la tapa de mi libro va a estar ilustrada por ella. Les dejo su Facebook para que la sigan y le digan lo genia que es: http://www.facebook.com/holaverogatti [/box]

[box border=”full”]Este post forma parte de la serie “Escribir un libro”

Escribir un libro (1): mundo de papel

Escribir un libro (2): etapas y miedos

Escribir un libro (3): qué leo mientras escribo

Escribir un libro (4): el insomnio, el falso jet lag y oh los trolls

Escribir un libro (5): dejarlo ir[/box]