[box type=”star”]Este post pertenece a “Escribir un libro”, una serie que surgió por necesidad personal: así como alguna vez me fui de viaje por primera vez, sin tener idea de cómo hacerlo, una vez empecé a escribir mi primer libro sin tener mucha idea tampoco. Esta serie intenta mostrar los pasos que di para autopublicarme y los estados por los que pasé. Es un viaje literario por mis mundos de papel.[/box]

Volví.

Bah, en realidad nunca me fui de la computadora (qué triste), pero hace 24 días que no escribo acá. Creo que en estos tres años nunca dejé pasar tanto tiempo sin subir un post. Es que estoy en un estado medio zombi (zombi sedentario, encima): hace 24 días que casi no duermo. Nunca tuve tanto insomnio, dudas, preguntas y mareo: siento jet-lag sin haber viajado. Falso jet-lag (de los peorcitos que existen, porque ni siquiera tuvieron viaje que los provocara). Y hablando de viajes, hace mucho que no me voy por ahí. (Tengo miedo de haberme olvidado de cómo se viaja). Todo perdió un poco de sentido.

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(Aviso: las fotos de este post son instagrameras porque ahora, como si fuera poco,
también estoy en Instagram. Así que capaz que no tienen mucho que ver con el texto pero son lindas para poner de fondo.)

Estos 24 días se pasaron tan rápido que no pensé que fueran tantos: recién los conté en el calendario y dije FAH. No puede ser. Durante este silencio de blog estuve acá, en el teclado y frente a la pantalla, pero haciendo otras cosas. Cosas no virtuales, porque a veces lo virtual medio que me cansa. Vamos a lo práctico: les cuento un poco qué hice con respecto al libro en esta recta final (por si alguno está haciendo lo mismo y necesita una pequeña guía o, por lo menos, compañía para no sentirse tan solo):

* Busqué imprenta (les aseguro que entrar a una imprenta que te gusta es una sensación muy linda, casi de enamoramiento).

* Elegí el papel para el interior y la terminación de la tapa (va a ser muy suave. Soy muy táctil, así que mi libro tiene que ser muy suave).

* Saqué el ISBN (algo así como el documento de identidad del libro) (por si lo necesitan, en Argentina se gestiona acá www.camaradellibro.com.ar y es un trámite fácil y rápido).

[singlepic id=7343 w=450 float=center] Respiré: ooohmmm…

* Busqué lugar donde presentarlo en agosto (estoy en eso, ya daré novedades y haré la invitación formal) (espero que sea donde yo creo que va a ser) (ah, y convenceré al lugar donde sea que vaya a ser de que me deje hacer una expo de fotos en conjunto).

* Me reuní con mi editora e ilustradora (genias ambas, qué haría sin ellas).

* Me armé una tiendita online para gestionar la venta del libro desde ahí (horas leyendo tutoriales y mirando videos).

* Me di una vueltita por la FLIA (Feria del Libro Independiente) para ver qué onda (y encontré muchas cosas lindas y más ganas de ver a mi librito en persona).

[singlepic id=7349 w=550 float=center] Y me encontré, por ejemplo, con el arma de instrucción masiva que ronda por Buenos Aires

* Intenté vivir sin pensar en el libro (no pude).

* Releí y me autoedité como nunca en mi vida. Y ahí fue cuando dejé de vivir y de salir de mi casa y todo empezó a perder un poco de sentido. Llega un momento en que hay que largar, dejar que el libro siga su curso, y a mí ya me llegó la hora. El otro día volví a releer las 350 páginas (sí, es larguito) en tres días y cuando terminé no sabía dónde estaba ni cómo me llamaba. Salí de casa y casi me pisa un auto. Sentí que necesitaba vacaciones de mí misma.

[singlepic id=7336 w=450 float=center] Y trabajé en compañía de este gatito (a falta de uno real)

Pero en estos 24 días (y antes también), me pasaron otras cosas, más allá del libro en sí. Leí por ahí, por ejemplo, que Borges se autopublicó su primer libro y, para hacerlo conocido, se fue a la reunión de no me acuerdo qué club o revista literaria y le pidió al dueño que discretamente deslizara un ejemplar en cada sobretodo del guardarropas. Así se aseguraba de que alguien lo leería. Esa historia me recordó que todos empezaron de cero: ningún escritor nació con su libro terminado bajo del brazo. Y es bueno tener eso en mente (sobre todo los que recién empezamos).

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Estos días descubrí, también, que tengo una legión de trolls viviendo en mi interior. Van en tren por mi cabeza gritando cosas que sólo yo escucho. No paran de hablar nunca, ni siquiera cuando duermo, y como se van moviendo de un lado a otro es difícil atraparlos (mucho menos callarlos). Juntan las dos manos, forman un megáfono y, con los pelos al viento, disparan: “Tu libro es una cacaaaaa”, “a nadie le van a interesar tus cosaaaas”, “eso ya lo leyeron en el blooooog”, “taradaaaaa”, “qué te hacés la escritora vooooooos”. Y me sacan la lengua. Eso es lo peor: me sacan la lengua y se burlan. Tengo un troll para cada día. Troll Story. Y cuando pienso en este ejército de trolls que vive en mi cabeza (espero no ser la única que los tiene) me doy cuenta de que a veces no hay nadie peor que nosotros mismos a la hora de criticarnos, de meternos miedos, de hacernos dudar. Los temores más difíciles de superar son los autoinfundados. Yo estoy aprendiendo a convivir con mis trolls (eso sí: trato de darles cada vez menos de comer). Sino pasa esto:

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Ya sé:

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Los últimos tres meses me quedé quieta en Buenos Aires, además de por el libro, por otra razón: cursé, durante 12 viernes, un taller literario. Y no cualquier taller: uno de los “masters” de Orsai (revista/editorial/bar/blog/detodounpoco a la que hago odas y alabanzas cada vez que puedo), a cargo de Pedro Mairal (si no lo leyeron, les recomiendo El gran surubí: una novela en sonetos, una historia enorme condensada en las palabras necesarias). Encontré, todos los viernes, un huequito de Buenos Aires en el que me sentí cómoda y que me ayudó a no pensar tanto en viajar. El taller se terminó hace unos días (snif) y, casi a la vez, también se terminó mi libro: va a imprenta la semana que viene. Ya nace.

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Eso quiere decir que se cierra un ciclo y se vienen cosas nuevas, nuevos viajes, nuevas historias. Ya siento necesidad de partir hacia otros rumbos (no me importa cuáles, mientras no sea esta silla y esta ventana que ya me conozco de memoria). Y siento necesidad de hacer cosas nuevas. El otro día le dije a Damián: “Me parece que cuando mande el libro a imprenta no voy a saber qué hacer con tanto tiempo libre”, y enseguida me respondí (porque ni siquiera lo dejo responder, estoy en un estado en el que me respondo a mí misma): “Ya sé, voy a empezar otro libro”.

Tengo muchas ganas de seguir con los libros, es el formato de escritura que me gusta.

Y tengo muchas ganas de seguir con los viajes, es el formato de vida que amo.

[singlepic id=7353 w=450 float=center] Los atardeceres desde mi ventana son espectaculares (por suerte), pero ya está: necesito ver el sol desde otro ángulo, desde otra parte del mundo.

Así que, como siempre, gracias por la paciencia. Soy una persona a modo de prueba y hacer cada cosa me lleva su tiempo. Cuando el libro esté en mis manos lo presentaré como corresponde, no antes (una nunca sabe, vio). Lo bueno de estos 24 días en silencio es que ya estoy 24 días más cerca de volver a viajar. Espero, como dije al principio, no haberme olvidado de cómo se hace.

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En la FLIA me encontré con esta lindísima ilustración de Gabi Rubí y sentí que esto es lo que necesito: un boleto para viajar a donde sea que tenga que estar. El lugar me llamará solo…

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[box border=”full”]Este post forma parte de la serie (bastante desordenada por cierto) “Escribir un libro”

Escribir un libro (1): mundo de papel

Escribir un libro (2): etapas y miedos

Escribir un libro (3): qué leo mientras escribo

Escribir un libro (4): el insomnio, el falso jet lag y oh los trolls

Escribir un libro (5): dejarlo ir[/box]