[box type=”star”]Este post forma parte de la serie “Asia de la A a la Z”, un abecedario personal de mis experiencias en Asia. [/box]

L de Lluvia

En el Sudeste Asiático, al igual que en cualquier región tropical del mundo, la lluvia es parte de la rutina cotidiana. Para empezar, el año no se divide en cuatro estaciones sino en dos épocas: la de lluvias y la de “menos lluvias” (o “sequía”).

Como viajera, la lluvia es mi peor enemiga. Quienes hayan viajado y les llovió todos los días sabrán a qué me refiero. No hay nada peor que estar en un lugar con los días contados y no poder disfrutar por culpa de la lluvia.

Y acá, cuando empieza, no para.

Mis peores encuentros cara a cara con la lluvia fueron dos: en Vietnam y en China. En un viaje tan largo, era imposible que la lluvia no me sorprendiera en algún país. Y en cada lugar me generó una emoción distinta.

En Vietnam, el mal humor. Nunca estuve tan pasada por agua como en Vietnam. Me acuerdo cuando llegué a Hue, la antigua capital imperial del país, y no pude ver casi nada porque no paró de llover JAMÁS. Y cuando no había lluvia, estaba todo tan inundado que me era imposible caminar con la mochila sin el riesgo de patinarme y bucear en alguna vereda. Lo mismo en Hoi An, en Sapa, en Hanoi: lluvia, lluvia y más lluvia a toda hora.

En China, la melancolía y la resignación. Juro que la lluvia me persiguió de una provincia a otra, y eso que China es grande eh. En Kunming, la “Ciudad de la Eterna Primavera”, no sólo llovió sino que NEVÓ. Insólito. Cuando llegué a Guilin y Yangshuo, dos de mis últimas paradas en el país, dije ya fue, un poco de agua no le hace mal a nadie, y salí a caminar igual. Pero no contaba con el frío, que combinado con la lluvia no es nada agradable.

Sin embargo hay algo de la lluvia en Asia que me gusta, y es ver cómo se las ingenia la gente local para seguir con su rutina como si nada a pesar del agua:

  • Todos los que andan en moto pelan un poncho multicolor tan grande que alcanza para cubrirlos a ellos y a la moto (y al acompañante)
  • Los vendedores ambulantes improvisan paraguas con plásticos sobre la cabeza.
  • Los puestos callejeros se protegen debajo de carpas fabricadas con bolsas o lonas y las frutas o verduras se tapan con un plástico (pero la venta sigue).
  • Los bici-taxis hacen techitos con bolsas de plástico o pilotos para proteger al pasajero.
  • Los vendedores de paraguas y ponchos hacen negocio con los turistas (si habré comprado ponchos por 50 centavos que no sirven para más de una lluvia).
  • Los peatones sacan el paraguas o el piloto (que tenían previamente preparado) de la cartera y siguen caminando como si nada.
  • Y otros, como el amigo vietnamita de la foto, se sientan a tomar una cerveza en plena inundación. Esa es la actitud.