[box type=”star”]Tercera entrega de la serie “Recuerdos de Centroamérica”: fotorrelatos e historias de mi viaje por América Central en el 2008.[/box]

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Cuando uno hace un viaje que abarca varios países, es inevitable ir cruzándose con viajeros que vienen del lado al que vamos nosotros. Y como las conversaciones iniciales suelen ser más o menos las mismas —¿de dónde sos? ¿de dónde venís? ¿para dónde vas?— uno casi siempre comparte impresiones de lo que acaba de ver y pregunta acerca de lo que va a visitar. Estando en Costa Rica, mi amiga Belén —con quien viajé durante un mes por la región— y yo nos cruzamos con muchos viajeros que venían en sentido opuesto. Cuando les preguntamos por Nicaragua, el país al que estábamos por viajar, nos dijeron cosas como: “Es un país más auténtico”, “es más barato”, “es muy seguro, excepto Managua”, “es tranquilo”, “tiene la historia reciente a flor de piel”. Las dos estábamos con ganas de conocerlo.

Cruzamos por la frontera de Peñas Blancas – Rivas y era un caos de gente. Sellar la salida de Costa Rica nos llevó una hora y, cuando cruzamos al lado nicaragüense, se nos abalanzaron taxistas para ofrecernos transporte directo hasta San Juan del Sur, un pueblo costero a una hora de ahí. Cuando le preguntamos el precio a un conductor, se rió al escuchar nuestro acento: “¡Argentinas! ¡Ustedes sí que no van a pagar un taxi!”. Y nos reímos con él porque tenía razón. De los 35 dólares iniciales que querían cobrarnos por ir en taxi terminamos pagando 7 córdobas (que, al cambio de hoy, son 25 centavos de dólar) para ir en transporte público. Fue nuestro primer encuentro con los buses amarillos típicos de Nicaragua, en los que nos moveríamos durante el resto del viaje.

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Esta fue nuestra ruta:

* Los cangrejos de San Juan del Sur

San Juan del Sur está sobre la costa del Pacífico y es un pueblo de pescadores bastante turístico, pero muy tranquilo. Celebramos nuestra llegada a Nicaragua con una caminata por la playa y unas cervezas al atardecer.

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En estos lugares no suele haber mucho para hacer más que relajarse y disfrutar de la playa, así que eso hicimos.

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A modo anecdótico, la primera noche en San Juan del Sur se cortó la luz. Estábamos en un bar y todo el pueblo quedó a oscuras. Belu y yo teníamos una linterna —que no recuerdo si era de su teléfono o de dónde salió— así que encontramos el camino de vuelta al hostel con eso. Cuando llegamos era medianoche. Apenas abrimos la puerta, Belu pegó un grito de horror que me hizo gritar a mí y despertó a varios. Me encantaría tener el audio y ponerlo acá porque era un grito que me causaba entre miedo y risa.

Belu: “Aaaaa-aaaaaa (toma aire) aaaaaa (toma aire) aaaaaahhhh!”
Yo: “¡Aaaaaah! ¡¿Qué pasa Belu, qué pasa?!

Imagínense la situación: estaba todo el pueblo a oscuras y con la linterna apenas podíamos ver nuestros pies. Yo no tenía idea de qué le estaba pasando a mi amiga.

Belu: “¡Me cayó algo sobre la cabeza! Ahhhh!”

Ahí me empecé a reír, y cuando la linterna nos mostró que lo que se le había caído encima era un cangrejo, empecé a rodar por el piso. Belu le tiene fobia a los cangrejos, así que solo a ella podía pasarle eso. Durante días me imaginé al cangrejo esperándola en la puerta (¿y? ¿ya viene? ¿ya viene?) para hacer un salto sincronizado y caerle encima justo cuando entrara.

* El triatlón a Maderas

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Al día siguiente alquilamos una bici para ir hasta Maderas, una playa a pocos kilómetros de San Juan del Sur. Lo que iba a ser un paseo se convirtió, según nosotras, en un triatlón. Como había llovido mucho, el camino estaba muy embarrado —nos lo habían alertado, pero nos hicimos las valientes—, así que en varios tramos tuvimos que cargarnos las bicis al hombro y seguir a pie por rocas y montes. Eso, sumado al calor y al cansancio, nos hizo sentir como si hubiésemos estado de maratón.

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Uno de los recuerdos más lindos de ese día es que apenas llegamos a la playa anduvimos en bici por la orilla del mar, descalzas. Después las dejamos en la arena y nadamos un rato largo.

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Maderas es mucho más chiquito que San Juan del Sur, y uno de sus atractivos principales son las olas. Hay varios campamentos de surf y se pueden tomar clases. Nosotras comimos algo y emprendimos el triatlón de regreso.

* La isla de Ometepe y los misterios de Chico Largo

De San Juan del Sur nos fuimos a uno de los lugares que más me intrigaba conocer: Ometepe, una isla volcánica ubicada en el Gran Lago de Nicaragua, la más grande del mundo en agua dulce. Vista desde arriba, la isla es un ocho y cada círculo contiene un volcán.

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En este mapa pueden ver cómo es la geografía. Está habitada por 35 000 personas, y sus dos volcanes son el Concepción —de 1610 metros, activo— y el Maderas —de 1394 metros, extinto—.

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Para llegar, tomamos el ferry desde Rivas y después de una hora nos bajamos en Moyogalpa, uno de los puertos y poblados más importantes de la isla.

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Primeras imágenes de la isla.

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Caminamos un rato y esperamos a que saliera el bus a Balgüe, un pueblito al pie del volcán Maderas. Llegamos después de tres horas de viaje lento por la isla. Una de las cosas que más me gustó de Nicaragua fue eso: que el tiempo tenía otra consistencia y viajar en bus nos hacía entrar en un ritmo acorde al país. Despacio, tranquilo, paciente. En Nicaragua no teníamos apuro por llegar, lo lindo era disfrutar el trayecto, mirar por la ventana, avanzar.

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En Nicaragua, los buses típicos, como el que ven en esta foto, son antiguos buses escolares estadounidenses (los amarillos) que fueron reparados y tuneados a gusto. Algunos conservan sus asientos originales —con poco espacio para las piernas—, otros son un poco más amplios. El equipaje suele ir arriba o en el fondo, y en cada parada suben vendedores ambulantes de comida y bebida. La gente suele transportar de todo, desde granos hasta animales. Usarlos como medio de transporte durante el viaje fue una buena manera de conocer a la gente y experimentar el día a día de los nicaragüenses. Y fue la manera más económica de moverse por el país (a excepción del autostop).

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Cuando llegamos a Balgüe ya era de noche. Caminamos un kilómetro hasta una finca que nos habían recomendado y pasamos los días siguientes ahí, con esta vista de la isla.

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Ometepe me encantó. Lo sentía como un lugar mágico, salido de algún libro de Gabriel García Márquez. Un micromundo dentro de un lago, un lugar aparte.

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Hicimos caminatas por las rutas de tierra, entre casitas, fincas y volcanes.

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Nos encontramos con amiguitos.

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(Me encanta cómo sonríe.)

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Y con un paisaje muy verde y frondoso.

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Una mañana, Belu se fue a escalar el volcán Maderas. Yo pasé —ya les dije que lo mío no es la aventura— y me quedé leyendo y caminando por ahí, y me enteré de que en Ometepe hay muchas leyendas.

Hay evidencia de que la isla está habitada desde el 1500 a.C. Los primeros moradores fueron civilizaciones precolombinas de Sudamérica que iban hacia México. Para ellos, los volcanes eran dioses hechos piedra, así que les ofrecían sacrificios y hacían ritos en su honor. Una de las leyendas más antiguas de la isla dice que Ometepe nació tras la historia de amor de la india Ometepetl y el príncipe Nagrando, dos jóvenes que pertenecían a tribus enemigas. Como eran perseguidos por sus padres, decidieron morir juntos y se mataron a pocos metros: de Ometepetl nació la isla de Ometepe y de Nagrando la Isla Zapatera, ambas en el Gran Lago de Nicaragua.

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Una de las leyendas más curiosas la escuchamos el día siguiente. Estábamos almorzando a orillas del río en Santo Domingo, otra zona de la isla, y como se ve en esta foto teníamos vacas y pájaros muy cerca. De repente, el mozo que nos atendía nos dijo: “¿Vieron cuántas vacas que hay? Todas las que viven en esta isla eran hombres que, por no cumplir un trato con Chico Largo, fueron transformados en animales.” ¿Cómo es eso de Chico Largo? Y siguió: “Chico Largo fue un hombre que vivió cerca de la laguna de Charco Verde, en San José del Sur, otra zona de la isla. Dicen que hizo un pacto con el diablo para poder echar a los militares que se habían instalado aquí durante la Revolución; una noche apareció disfrazado de toro y así logró espantarlos y recuperó la paz del lugar.”

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Según él, la antigua finca de Chico Largo está poseída por el diablo y a veces, de noche, se ve una carreta fantasmal tirada por toros. “Dicen también que Chico Largo convirtió a muchos hombres en vacas y en peces: los obligaba a sumergirse en la Laguna Verde y cuando salían ya no eran humanos sino animales”.

Un tiempo después investigué la leyenda. Las historias coincidían, pero algunos detalles eran distintos. Chico Largo se llamó Francisco Rodríguez: para algunos fue un hombre normal, para otros fue un chamán descendiente de brujos indígenas. Muchos creían que tenía poderes sobrenaturales y se acercaban a él para pedirle salud y prosperidad, pero si no cumplían con su parte del pacto, Chico Largo los llevaba a El Encanto, una ciudad subterránea construida debajo de la laguna de Charco Verde, y los convertía para siempre en vacas, toros, cerdos, peces o lagartijas.

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En el interior del volcán Maderas hay una laguna de 300 metros de largo y nueve de profundidad. Muchos ometepinos dicen que una noche vieron salir una esfera de luz blanca del interior del volcán. La luz iluminó la cumbre, se elevó y desapareció entre las nubes. Cuando comprobaron que no se debía a un movimiento sísmico, le adjudicaron el hecho a Chico Largo.

Nosotras no vimos nada raro, pero nuestros aparatos tecnológicos empezaron a desvariar: a Belu se le reseteó el teléfono, a mí se me borró toda la música del mp3 y a otro chico le dejó de funcionar la cámara. Algún campo magnético misterioso, quizá, o esas casualidades que suelen pasar. O Nicaragua nos estaba diciendo que le prestáramos atención al paisaje y dejáramos de mirar pantallas.

* Granada, amarilla y roja

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Granada, fundada en 1524, es la ciudad colonial más antigua de Nicaragua y una de las primeras ciudades europeas en América. Es, además, la más visitada y turística del país. Francisco Hernández de Córdoba, su fundador, la bautizó así en honor a Granada, la ciudad española.

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Granada es encantadora, y es uno de esos lugares en los que lo mejor que se puede hacer es caminar sin rumbo,

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buscar colores,

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mirar las construcciones,

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ver la rutina de la gente,

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encontrar escenas cotidianas,

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perderse,

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subir a algún mirador,

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espiar,

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trepar,

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leer.

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Granada es una perlita repleta de arquitectura, arte, historia, mercados, puestos de comida, museos, malecones, iglesias. Y es la rival histórica de León, ciudad que, en mi opinión, no hay que perderse.

* León, historia y arte

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Tendríamos que haber percibido la rivalidad cuando le dijimos a una granadina que nos íbamos a León y ella nos preguntó para qué.

León y Granada, ubicadas a 140 kilómetros de distancia, comparten algunas similitudes: son las dos ciudades coloniales de Nicaragua, fueron fundadas por Francisco Hernández de Córdoba, ambas fueron nombradas en honor a una ciudad española, fueron de los primeros asentamientos coloniales en América y fueron, en algún momento de su historia, capital del país. Pero ahí se terminan los parecidos y empieza la rivalidad.

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Para entender el por qué del enfrentamiento, hay que conocer la historia.

Granada fue uno de los puertos más importantes de Centroamérica. Durante el siglo XVII, la riqueza y prosperidad generada por las actividades comerciales favorecieron el auge económico de la ciudad. En esa época, Granada se convirtió en el centro más importante del Partido Conservador de Nicaragua. 

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León, mientras tanto, sufría los estragos de un terremoto y la erupción del volcán Momotombo. A principios del siglo XVII fue trasladada unos 30 kilómetros al noroeste, donde está asentada hoy. Se convirtió en la capital de la colonia y fue el lugar donde se firmó el acta de independencia de Nicaragua y de Costa Rica. Pasó a ser un centro cultural, intelectual y eclesiástico, y sede del Partido Liberal.

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La Catedral de León es una de las más grandes de Centroamérica y sobrevivió a temblores, volcanes y guerras.

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La fuerte rivalidad política entre los partidos conservador y liberal y las diferencias económicas e ideológicas llevaron a León y Granada a enfrentarse en una guerra civil a mediados de 1850. Luego, durante varios años, la capital se fue trasladando entre Granada y León hasta que se eligió a Managua, ciudad intermedia, como la capital definitiva.

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Dicen que León es la Ciudad de poetas y locos. Su ambiente no es tanto de ciudad sino más de pueblo: las casas son bajas, hay pulperías en las esquinas y la gente se sienta en las veredas y está dispuesta a conversar. Granada es un museo viviente de la época colonial y León es un museo viviente de la historia de Nicaragua. Los años de la dictadura de Somoza, la Revolución y la guerra quedaron grabadas en las paredes, los murales y la memoria de los habitantes de León.

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El recuerdo de Sandino —el líder de la resistencia nicaragüense contra el ejército de ocupación estadounidense en la primera mitad del siglo XX— está muy presente. Gracias a su lucha, las tropas de Estados Unidos salieron del país; antes de irse, sin embargo, crearon la Guardia Nacional y pusieron a Anastasio Somoza García al frente, quien sería el dictador de Nicaragua durante casi dos décadas. En León hay banderas e iconografía del Frente Sandinista de Liberación Nacional, pintadas en contra de Somoza, murales en homenaje a Sandino y hasta un Museo de la Revolución.

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Basta con caminar por León para ver los resabios de los eventos que marcaron la historia del país. En el Museo de la Revolución hay recortes de diarios de la época (años ’70 y ’80) y fotos de la guerra que muestran a la ciudad convertida en un campo de batalla, así como cascos y granadas que pertenecieron a la Guardia Nacional. En la Casa del Obrero hay una placa que recuerda y conmemora a Rigoberto López Pérez, el poeta y periodista leonés que le disparó a Somoza en 1956 con intención de darle fin a la dictadura y fue asesinado en el acto.

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La Catedral de León fue bombardeada y sirvió de defensa a las fuerzas sandinistas durante 1979. Hoy alberga los restos de Rubén Darío, el poeta leonés. Al aire libre, casi al lado de la Catedral, el Mausoleo de Heroes y Mártires de León, erigido por el FSLN, recuerda a Sandino, a López Pérez y a otros que murieron durante la revolución y la guerra.

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Llegamos a León, sin planearlo, el 14 de agosto, día de la Gritería Chiquita, una fiesta en honor a la Virgen María. En el hostel había un plato con caramelos y una imagen de la Virgen con velas. A partir de las seis de la tarde, vimos que los leoneses iban de puerta en puerta preguntando: “¿Quién causa tanta alegría?”, a lo que los dueños de cada casa respondían: “¡La asunción de María!” y les daban comida, caramelos o ropa.

El ritual, nos explicó el dueño del hostel, se repetiría hasta las 12 de la noche: a esa hora comenzarían los petardos y fuegos artificiales para festejar el día de la Asunción. La Gritería Chiquita se hizo por primera vez en 1947 como agradecimiento a la Virgen por frenar la erupción del volcán Cerro Negro y con el tiempo se convirtió en una tradición.

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León me pareció una de las ciudades más interesantes de Nicaragua y un lugar donde sentí que la historia reciente seguía viva. Si van a Nicaragua, no elijan entre León o Granada: mi consejo es que vayan a las dos.

* Última parada: Las Peñitas

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Terminamos nuestro viaje por Nicaragua en Las Peñitas, un pueblo de pescadores a 20 kilómetros de León.

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Nos quedamos en un hostel sobre la playa e hicimos lo de siempre: caminamos, nadamos, sacamos fotos, miramos el atardecer, nos sincronizamos con el ambiente tranquilo de Nicaragua y nos preparamos para nuestro próximo destino: Honduras.

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[box type=”star”]Esta fue la tercera entrega de la serie “Recuerdos de Centroamérica”: fotorrelatos e historias de mi viaje por América Central en el 2008. Te invito a leer el de Panamá y Costa Rica. En el próximo capítulo: Honduras.[/box]