[box type=”star”]Este post forma parte de la serie “Asia de la A a la Z”, un abecedario personal de mis experiencias en Asia. [/box]

T de Tuk-Tuk

Icónico e infame. Pintoresco y despiadado. Amado y odiado.

Te lo firmo: si venís al Sudeste Asiático no vas a escapar de las garras del tuk-tuk.

Desde sufrir el clásico llamado —acosador e insistente— del conductor: “Miss! Mister! Tuk-tuk! Where you go? I take you! Tuk-tuk! Tuk-tuk!!”, hasta darte cuenta de que si no te subías a la vereda en esa milésima de segundo, alguno de estos te pasaba por encima.

En cada país tiene su nombre: en India se llama auto rickshaw, en Indonesia bajaj, en Filipinas triciclo, en Tailandia, Camboya y Laos tuk-tuk, aunque eso no quiere decir que sean iguales.

¿Qué tienen en común? Todos los tuk-tuk son abiertos, (casi todos) tienen tres ruedas (ya que provienen de una moto) y no tienen volante sino manubrio.

Pero en cada país tienen su diseño particular: en Tailandia son “enteros” (como el de la foto), en Siem Reap (Camboya) son motos con una carroza atada atrás (o sea que en ese caso rompen la regla y tienen cuatro ruedas en vez de tres), en Laos hay versiones “jumbo” que llevan hasta 12 pasajeros, en Filipinas el carrito de pasajeros va agarrado del costado de la moto…

Cuando aterricé en Bangkok (primera parada de mi viaje) los evité como la misma peste. Es que me habían contado tantas historias que preferí ni hacer contacto visual. Me habían dicho que los tuk-tuks tailandeses pasean a los turistas, que te llevan a donde no querés ir, que te dicen que el lugar que querés ver está cerrado y te dejan en la tienda de souvenirs del primo.

Pero más adelante los empecé a usar.

Cuando llegué a Siem Reap (Camboya), el tuk-tuk del hostel me fue a buscar al aeropuerto (y no es que me fui a un hotel cinco estrellas, pagué dos dólares la noche por una habitación compartida y aunque no lo crean el precio incluía tuk-tuk privado) y el mismo conductor me llevó alrededor de las ruinas de Angkor en su “carroza” (por unos dólares más, eso sí). Y cuando llegué a Phnom Penh (la capital) sufrí el acoso de los tuk-tuks como nunca en mi vida.

En Laos me sorprendí: cada vez que llegué a alguna ciudad nueva… no se me acercó ni un conductor de tuk-tuk (estaban todos descansando a la sombra esperando que los clientes fueran hacia ellos).

A mí, personalmente, me gusta andar en tuk-tuk. Es abierto y ventilado, es más barato que un taxi (hay que regatear a muerte) y permite ver el paisaje  y compartir algún tramo con una persona local. Y, además, es uno de los transportes más simbólicos de Asia.

Si vienen, salgan a dar una vuelta en tuk-tuk.

Saqué la foto durante mi segunda visita a Bangkok (Tailandia), una mañana mientras hacía tiempo hasta que saliera mi tren a Malasia.