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El sentido común me decía que Toledo se iba a llenar durante el feriado. Es que es un clásico: no hay que trabajar, entonces las familias se van de paseo y hay gente por todos lados. Por cuestión de planes y de tiempo “no me quedaba otra” que ir el martes (feriado en España por el Día de la Constitución) a visitar Toledo en el día, así que me desperté a eso de las 7.30 am y salí cuando todavía era de noche, rogando que los subtes y buses no estuvieran demasiado atestados.

Llegué a la estación de subte y nada: todo vacío. Iba tan dormida que casi me tomo otra linea (el sistema de Metro de Madrid es organizadísimo, pero hay tantas lineas que me siento un poco perdida). Hice intercambio y tomé la línea circular hasta la Plaza Elíptica, desde donde salen los buses a Toledo. Tuve suerte y llegué un minuto antes de que saliera el colectivo de las 9 am, así que me subí y 45 minutos después estaba en la Ciudad Imperial. Mientras iba en el bus esperaba encontrarme con un atasco en la autopista, pero no, casi no había autos. También me sentía un poco culpable por haber llegado “tan tarde”, ya que sentía que no iba a poder aprovechar el día. El bus público n.5 me llevó de la terminal hasta Zocodover, uno de los puntos centrales del sector histórico de la ciudad. Me bajé y sorpresa: casi no había gente.

Yo, feliz: tenía Toledo sólo para mí.

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Durante varias horas me dediqué a caminar por la ciudad. Lo primero que sentí debe ser lo mismo que siente que cualquiera que visita Toledo: que estaba en otro siglo, en otra época, en otro mundo. La historia de Toledo se remonta al siglo 2 a.C., cuando fue un centro comercial y administrativo del Imperio Romano; siglos después fue la capital de España hasta la conquista de los Moros en el siglo 8. Formó parte del Califato de Córdoba, fue escenario de varias revueltas y pasó por un período conocido como La Convivencia, en el que hubo coexistencia entre cristianos, judíos e islámicos. En 1085 fue conquistada por Alfonso VI de Castilla y quedó en manos cristianas, pasó ser un importante centro cultural y un lugar, también, de tortura. De a poco fue perdiendo su importancia estratégica y quedó como la capital de la provincia de Toledo y de la comunidad autónoma Castilla – La Mancha. En 1986 fue nombrada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco y hoy es uno de los puntos turísticos más visitados de la región.

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Cuando voy a lugares con mucha historia y que hoy están “vacíos” siento una atmósfera muy cargada. Me pasó, por ejemplo, en la cárcel de Ushuaia: el silencio de las celdas vacías, para mí, gritaba historias horribles de encierro, muertes, tragedias. Me pasó también en las Killing Fields de Camboya, donde me parecía que las calaveras y las fotos de las víctimas seguían lamentando sin hablar. Me pasó hace poco, cuando entré a un antiquísimo salón de estilo ¿victoriano? en La Boca y “vi” (no con la mirada) en los espejos el reflejo de las personas que alguna vez se sentaron a esas mesas redondas con sillas de terciopelo. En Toledo, sin embargo, no sentí algo tan trágico, sino que intenté ver o imaginar cómo viviría la gente “en aquella época”.

Es difícil imaginar al ser humano en el pasado. Los libros de historia ya están escritos y como afirman que tal o cual personaje histórico fue “así”, que los hechos fueron “estos” y que las ideas eran “asá”, lo más fácil para nosotros, seres humanos actuales, es aceptar esas verdades y entender el pasado desde esa óptica. Lo malo es que muchas veces terminamos cayendo en visiones (no sé si decir “reduccionistas”, “generalizadas” o “acartonadas”) de los períodos históricos y creemos que todos los que vivieron en determinada época usaban tal peinado, se vestían de tal forma, pensaban tales cosas y tenían cierta rutina. Pero no creo que eso de que “cada persona es un mundo” (es decir, la pluralidad) sea algo propio de nuestra época, sino que existe desde que existe el hombre… Así que mientras caminaba por Toledo e imaginaba hombres andando a caballo con sus armaduras y mujeres caminando por los mercados con sus vestidos (ven, es difícil huir de esas imágenes), también me preguntaba, frente a cada casita, ¿quién habrá vivido acá? ¿cuáles habrán sido sus ideales? ¿qué habrá soñado para su vida? ¿habrá sido feliz? ¿cuál habrá sido SU historia? Porque no me digan que no: las personas siempre tuvimos sueños e ideales, pero que no hayan llegado a los registros de los libros de historia es otra cuestión.

Si pudiera viajar en el tiempo créanme que lo haría…

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Durante toda la mañana tuve Toledo (la actual y la histórica, la real y la imaginaria) para mí. Frené en una panadería a comprarme un croissant y le pregunté al panadero: “¿Qué pasa que está todo tan vacío? ¿No vive nadie acá?”. Y me respondió riéndose: “Es por el festivo… ¡A nadie le gusta madrugar! Ya vas a ver cómo se llena después del mediodía…”. Y así fue, después del mediodía (que acá empieza como a las 2 de la tarde) empezó a llegar gente y más gente. Toledo se llenó y yo, que ya estaba satisfecha (y bastante cansada de tanto caminar), me volví a Madrid.

Ya me lo dijo Paco Nadal: “Tienes que ir aprendiendo que en España… ¡todo se hace tarde!”.

[singlepic id=3167 h=625 float=center] Y se llenó…

[singlepic id=3147 h=625 float=center] Personaje preferido 1

[singlepic id=3152 h=625 float=center] Personaje preferido 2

[singlepic id=3141 w=625 float=center] Esta es la foto que me trajo del pasado al presente…

Info útil de Toledo:

– bus Madrid – Toledo: 4.96 euros de ida
– bus público de la terminal a Zocodover: 0.96 euros
– bocadillo: 2.50 euros
– croissant: 1 euro
– menúes: desde 10 euros