[box type=”star”]En este fotorrelato, comparto 33 fotos alternativas de nuestro viaje por Serbia y Croacia. Lugares, detalles y momentos que quedaron afuera de los posts de Desafíos y que tenía ganas de mostrarles. [/box]

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1. En caso de rabia, rompa aquí

¿Qué hacer con todos esos objetos y recuerdos que nos quedan de nuestras ex parejas? ¿Tirarlos por la ventana, revolearlos contra la pared, enterrarlos en el placard? En Zagreb, la capital de Croacia, decidieron ponerlos en un museo: el Museo de las Relaciones Rotas. Toda historia de amor, aunque haya terminado mal, sirve de bálsamo para otros, para darnos cuenta de que no somos los únicos que vivimos y sufrimos estas cosas. Y estos lápices para la bronca me parecieron un gran souvenir.

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2. Mensajes en botellas

Vi estas botellas después de ir al Museo de las Relaciones Rotas y me pareció que seguían el mismo hilo conductor. “I release and forgive”: “Dejo ir y perdono”. Cuesta pero hay que hacerlo.

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3. Así vale la pena

Me gusta mucho visitar cementerios en otras partes del mundo ya que me interesa ver cómo cada cultura trata a sus muertos. En China encontré cementerios con lápidas rojas, en Buenos Aires tenemos uno que parece una ciudad en miniatura, me dijeron que en Guatemala y México son muy coloridos. Los cementerios grises me parecen muy tristes, ¿por qué se le da ese color a la muerte? ¿por qué no ponerle colores al fenómeno más universal que tenemos?¿Por qué recordar a las personas en un solo tono? Si al final todos vamos a terminar ahí, deberíamos hacer ese fin lo más agradable posible. En Zagreb fuimos a visitar el cementerio Mirogoj y, entre tantas tumbas negras, esta me llamó la atención. La bauticé la tumba Van Gogh.

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4. De fábricas y conejos

Habíamos ido a ver los monumentos socialistas ubicados a lo largo de la orilla del río, en Zagreb, en una zona alejada del centro, y volvimos caminando por una parte bastante residencial de la ciudad. Nos encontramos con este edificio y enseguida pensé en la fábrica de artistas de Islandia, con todas las paredes repletas de arte. Me gusta mucho conocer los lugares que no salen en los mapas turísticos.

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5. Llegamos a Belgrado

Nos subimos al tren nocturno en Zagreb, nos metimos en un compartimento de seis asientos y nos dormimos. A eso de las tres de la mañana, mientras llovía a baldazos, entró el policía de frontera de Croacia a pedirnos los pasaportes. Todo bien. A los diez minutos entró el de Serbia para hacer el mismo trámite. Nunca me voy a olvidar de cómo miró el pasaporte de Lau, leyó su nombre y lo dijo en voz alta: a mí me sonó a “La – Ra”, con una erre muy suave. Puso los sellos correspondientes, nos dijo que esperemos y se llevó nuestros pasaportes a otra parte. Nos pusimos un poco nerviosas. ¿Será porque tengo el sello de Kosovo?, me dijo Lau. ¿Será porque soy húngara?, pregunté yo. ¿Nos harán bajar del tren con esta lluvia? Al rato volvió como si nada, nos sonrió y nos devolvió los pasaportes. Nunca sabremos para qué se los llevó, nosotras decimos que se los fue a mostrar a los amigos. Cuando nos despertamos, a las seis de la mañana, ya estábamos en Belgrado. Habíamos llegado a otro mundo.
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6. La calle de los paraguas

Cada ciudad tiene sus calles memorables. Hay calles con lámparas, calles con gatos, calles con plantas, calles de bombonerías, calles de tiendas de segunda mano. En Belgrado está la calle de los paraguas. Creo que cuando la vimos no nos dimos cuenta de que era una señal de todo lo que iba a llover.

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7. Bombonería

Estábamos en pleno mini desafío, buscando nuestra lista de cosas para fotografiar, cuando vi el frente de este negocio. No leo cirílico, pero mi mente interpretó esas letras como “Bombonería – desde 1936”. Me acerqué para mirar la vidriera, que efectivamente tenía cosas dulces, y esta señora también se puso a espiar y a conversar con la gente de adentro.

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8. Tiene un nuevo mensaje

Estábamos en una de nuestras caminatas por Belgrado cuando vimos la puerta de un edificio abierta. No era una puerta que diera a un hall cerrado, sino que se notaba que llevaba a un espacio común compartido, como un jardín central. Entramos. En una de las paredes vimos estos buzones. Me encantaron. Algunos, al parecer, siguen en funcionamiento. Yo los usaría para guardar sorpresas.

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8. El del brócoli

Fue difícil encontrar este mural. No me acuerdo quién me dijo o dónde leí que en Savamala, uno de los barrios de Belgrado, había un mural “de un hombre gigante comiendo un brócoli”. Lo buscamos durante un rato mientras caminábamos, hasta que nos cansamos y entramos en un bar a preguntar. Como no sabíamos exactamente qué buscábamos, expliqué que era algo así como un señor muy grande comiendo un árbol. Nadie sabía de qué hablábamos. Seguimos caminando, nos olvidamos del brócoli y de golpe nos dimos vuelta en una esquina para mirar algo y ahí estaba: el hombre-ciudad comiéndose la naturaleza. Era más poderoso de lo que esperaba.

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9. Dale, que siga lloviendo, total es gratis

Cuando armé la mochila en Biarritz estuve a punto de llevar el paraguas. Al final lo dejé. No creo que allá llueva como en Francia, ya estamos casi en verano. Error. Nos llovió durante toda la primera semana y tuvimos que andar pidiendo paraguas prestados. Me gusta la lluvia pero no cuando estoy de viaje con tiempo limitado. Lo bueno es que después se forman fotocharcos.

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10. Ranking de vidrieras raras

Entiendo que en este negocio venden cosas que cortan, pero no sé cuál será su especialidad, porque hay desde tijeritas para las uñas hasta tijeras-machetes, y esa rosa que no sé bien para qué es. Esta vidriera es en Belgrado, pero tanto las de Serbia como las de Croacia están en mi ránking de vidrieras más retro, raras y originales.

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11. ¿Esos son cisnes?

Una mañana nos fuimos a pasear a Zemun, una ciudad histórica que ahora forma parte de Belgrado pero que fue parte del Imperio Austro-Húngaro. Después de comer fuimos a caminar por el Danubio y a lo lejos vimos algo que parecía ser un cisne. Nos acercamos y vimos que no había uno sino decenas, todos en grupo yendo de un lado a otro. Después apareció esta familia, que les dio de comer, así que estuvieron un largo rato muy cerca de la costa.

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12. Un Plazma Shake con Jelena

Cuando Jelena me escribió un mail diciéndome que quería invitarme a tomar un café en Belgrado me puse re contenta: nunca me imaginé que tenía una lectora serbia —y que hablaba muy bien español, además—. Le dije que sí y nos encontramos allá, debajo de la estatua del caballo en la Plaza de la República. Yo propuse café, pero ella quiso que probara algo nuevo, así que nos tomamos dos Plazma Shake como el de la foto: un licuado de galletitas con leche, chocolate, crema batida y caramelo. Mientras charlábamos con vista al río, me preguntó: “¿Qué palabra se te viene a la mente cuando piensas en Serbia?”. En aquel momento, no muchas: Kusturica, Balcanes, guerra. Ahora tampoco es que haya formado un diccionario de términos, pero al menos pude ponerle cuerpo al país y recordarlo por otras cosas: el rakija (la bebida alcohólica predilecta), Momo Kapor (uno de sus escritores), Belgrado (que ya no es una ciudad abstracta), Mokra Gora y plazma shake.

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13. Dos genios

Hace poco un chico me escribió para contarme que estaba por poner un alojamiento chiquito y para preguntarme qué era lo que para mí hacía la diferencia en un lugar así. Le dije que la limpieza me parece fundamental. Está bien que seamos jóvenes pero eso no quiere decir que todo tenga que estar sucio. El espacio común también me parece importante, tiene que haber aunque sea un living o un lugar cómodo donde poder relajarse y charlar con otros viajeros. Pero creo que la mayor diferencia la hace la buena onda de quienes trabajan ahí. Cuando el staff es simpático, amable y bien predispuesto, el lugar se transforma. Lo sé porque lo experimenté muchas veces, para bien y para mal. Me quedé en hostels muy lindos pero con gente tan antipática que no volvería, y me quedé en lugares muy rústicos donde la calidez de las personas me hizo sentirme como en casa. De este viaje —y creo que Lau estará de acuerdo— me quedo con el mejor recuerdo de los chicos del Hedonist Hostel: fue como tener un hogar en Belgrado.

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14. Nos bajamos todos para la foto

El día que nos subimos al tren a vapor repleto de griegos no sabíamos en lo que nos estábamos metiendo. Resulta que formaban parte del club de amigos del ferrocarril de Atenas y habían viajado a Serbia y a Rumania solo para tomar trenes a vapor, así que los conocimos en su punto álgido de excitación. Todos sabemos que cuando un grupo de gente con la misma pasión se junta para irse de viaje, la emoción del evento compartido hace que todo sea un quilombo. Los griegos estaban como locos: iban, venían, hablaban, gritaban, se reían, se sacaban fotos, cambiaban de lugar, sacaban los brazos por la ventana. Ya nos habían avisado desde el principio que el tren haría varias paradas para sacar fotos y que nosotras no podíamos salir en las tomas —lo entendimos, éramos intrusas—, así que cada vez que se bajaban en masa para hacer una foto, nosotras teníamos que ir detrás y asegurarnos de no estar siendo apuntadas por ninguna cámara. Para esta foto, el tren nos dejó en el bosque, hizo marcha atrás y volvió a entrar por el túnel mientras todos disparábamos como locos.

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15. La manzana de regalo

Me gustó la imagen del señor con sus verduras en la calle y la balanza colgando del baúl. Me acerqué para preguntarle cuánto costaban las manzanas pero no me entendió —o yo no lo entendí a él, que es lo más probable—, así que agarré una y le señas de how much. Me hizo un gesto de nada, es un regalo, y le sonreí. Después le pregunté si podía sacar una foto, y así quedó. Esta es una de mis preferidas.

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16. Yo también quiero andar en unicornio

Después del viajecito en tren por Mokra Gora tuvimos que hacer tiempo hasta la noche, que salía el otro tren. No queríamos alejarnos mucho pero teníamos ganas de conocer los pueblos cercanos, así que nos pusimos a hacer dedo con el lema vamos a donde nos lleven —mientras no sea muy lejos—. Le dije a Lau que había una ciudad que se llamaba Zlatibor y que al parecer era linda. El primer auto que frenó venía con tres amigos serbios, y lo primero que nos dijo el conductor fue: “Solo vamos a Zlatibor, no podemos llevarlas a otra parte”. Perfecto. Zlatibor resultó ser… rara, digamos. Es un lugar de esquí, así que durante el verano no hay mucha actividad. Lo que hay son unicornios, como los que estas nenas estaban montando en una de las plazas.

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17. Recepción con música balcánica

El tren volvió a dejarnos en Belgrado, ¿cuántas veces habremos bajado en esa estación?, y nos encontramos con esta banda de mariachis serbios a las seis de la mañana. Cómo me gustan los instrumentos de viento y la percusión, me ponen de buen humor en cualquier momento del día, incluso cuando solo dormí cuatro horas la noche anterior.

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18. Mirá ese señor

Fue en el último tren serbio que nos tomamos. Lau y yo estábamos sentadas en nuestros asientos cuando vi pasar a este señor. Me llamó la atención su ropa. “Mirá ese señor, Lau. Vos querías gente para fotografiar…”. Al rato, Lau se acercó a su vagón y charló con una señora que estaba sentada cerca para ver si podía pedirle permiso para fotografiarlo. El señor aceptó encantado. Cuando escuché la música me acerqué. Había sacado un instrumento de su funda y estaba recitando un poema. Todo el tren lo escuchaba en silencio. Recitaba en serbio, así que no entendimos, pero la señora nos dijo que hablaba acerca de la unión entre yugoslavos. Cuando terminó, mucha gente lo aplaudió. Él nos sonrió y nos hizo un high five a cada una.

19. Subase nomás

Eran menos de las seis de la mañana en Zagreb y estábamos esperando el tranvía para ir a tomar el tren hacia la costa de Croacia. Tengo la teoría de que los personajes que esconden las ciudades salen a esa hora, muchos recién se están yendo a dormir, otros quieren dar una vuelta antes de que la gente empiece con sus rutinas cotidianas. Este señor salió así, vestido de policía y con una guirnalda de globos —con dos colores de la bandera de Croacia—, entró al tranvía y se sentó como si nada. Tal vez le habían encargado que lleve los globos de un evento a la fiesta infantil de su hijo. O quizá iba a soltar globos en medio de una plaza. Quién sabe.

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20. ¿Y si hacemos dedo?

Al principio no lo pusimos como opción. El viaje por Serbia y Croacia iba a ser en tren. Pero una tarde en la que descubrimos que teníamos que esperar tres horas para tomar el próximo bus o siete horas para el próximo tren a Belgrado, tiré la idea al aire. “Lau, ¿y si hacemos dedo?”. Y claro. Nos paramos al costado de la ruta, ya era casi de noche y no sabíamos si el autostop funcionaría en Serbia. A los pocos minutos estábamos en un auto a Belgrado sin escalas. Siempre es cuestión de probar antes de decir que no se puede.

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21. Linda la pileta

Esta foto la sacó Lau en el Haludovo Hotel, uno de los lugares abandonados que exploramos en la costa de Croacia. No sé si es que la silla quedó ahí desde que el hotel cerró, o si algún otro explorador urbano la trasladó hasta el borde de la pileta para, como yo, sentarse e imaginar cómo habrá sido ese resort cuando todavía había huéspedes y la pileta se llenaba con champagne —eso dicen—.

22. Luka el fotógrafo

En una de nuestras casas de Couchsurfing lo conocimos a Luka, el menor de la familia que nos recibió. Al principio no se animaba a hablarnos mucho, pero siempre nos seguía de cerca y nos preguntaba Hungry?Thirsty? y se apuraba a traernos algo aunque le dijéramos que no se preocupara, que estábamos bien. Con las horas se fue soltando y empezó a sacarnos fotos. Primero de lejos, con el zoom, retratos cándidos, momentos espontáneos. Después entró en confianza y nos hizo posar, nos acomodó para la foto, se sacó autofotos con nosotras. Al final, además de hablarnos en croata, nos habló un poquito en inglés. Luka, el niño fotógrafo, nuestro amiguito croata.

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23. Cielo circular

Por fin llegamos a la costa croata. Nos quedamos dos días en Split, la segunda ciudad más grande de Croacia, y caminamos por el Palacio de Diocleciano, construido entre los siglos III y IV d.C. por encargo del emperador romano Diocleciano como lugar para su retiro. Hoy el palacio forma parte del centro de la ciudad de Split y es Patrimonio de la Humanidad. Está muy bien conservado y, al recorrerlo, uno se puede imaginar las cosas que sucedían en cada espacio. Cuando entramos a uno de sus anfiteatros nos encontramos con un grupo cantando a capella. Miré hacia arriba y me encontré con el cielo así, recortado con forma de círculo.

24. Arrancó el verano en Split

Yo sabía que la costa croata estaba de moda, pero no me imaginé que veríamos tanta gente. El verano empezó con todo. Zona por la que caminábamos, zona por la que nos cruzábamos con grupos turísticos sacando fotos, posando con los guardias, comiendo, tomando café en las escaleras, comprando pasajes, saliendo de los hoteles. Estos lugares con turismo tan masivo y concentrado me generan una sensación rara y al final me agobian un poco.

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25. ¿Vamos a la playa?

En los lugares con playa suele pasar lo mismo: en algunas los turistas son mayoría, y otras son más populares entre la gente local. A veces las turísticas son las más lindas y cristalinas, y las locales son menos de folleto; a veces es al revés: los locales conocen las playas más secretas y van ahí sin que se corra la voz. En el caso de Split, decidimos ir a una de las playas locales, ubicada muy cerca del centro de la ciudad. El agua nos llegaba por las rodillas, había nenes jugando a la pelota, la arena era un poco barrosa, estaba lleno de familias haciendo picnic y casi no había espacio en el agua. Pero con el calor que hacía, nosotras estábamos felices.

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26. Cuidado con los erizos

Una de las frases más repetidas de este viaje fue: “No quiero pisar los erizos”. En mi caso: “Lau, ¿hay erizos ahí? No veo sin anteojos…”. Las playas croatas con piedras están repletas de erizos, así que hay que tener cuidado porque debe ser bastante doloroso que te atraviesen un pie. Lau me contó que en las playas de Italia casi no hay porque se los comen. En Croacia siguen intactos, así que antes de entrar al agua miren bien.

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27. Hicimos couchsurfing en un barco sobre tierra

Las dos teníamos ganas de navegar por Croacia, de ir de isla en isla en velero, de nadar en esas playas turquesas de las fotos. Una tarde, Lau me dijo: “Conseguí couch en un velero”. Enseguida nos pusimos a saltar de alegría. Yo ya me veía como cuando crucé de Colombia a Panamá, feliz con el vaivén del agua, con esas gotitas de mar que me salpicaban en cada ola. “Ah, pero dice que su velero está en reparación, así que está sobre tierra”, me dijo Lau cuando terminó de leer el mensaje. Igual estuvo buenísimo. Compartimos el espacio del velero con tres francesas, y compartimos el espacio de la Marina con unos treinta barcos llenos de estudiantes de fiesta, así que tuvimos música, gritos y wooo-hooo hasta que salió el sol. Lau tenía tapones de oído. Yo no.

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28. Yo a Dubrovnik voy en barco

Dubrovnik fue la última parada de nuestro viaje. Desde ahí salía el avión que nos llevaría de vuelta a Barcelona (luego tomaríamos un tren hasta Francia). Si pudiera elegir un medio de transporte, iría por la vida en barco. Cuando vimos que podíamos llegar a Dubrovnik por tierra o por mar, ambas elegimos ir por agua. Así que nos subimos a un catamarán en Brac, isla cercana a Split, y unas cuatro horas después vimos las primeras imágenes de la costa de Dubrovnik. Hacía mucho calor y era domingo, así que el bus que iba del puerto al centro tardó bastante en pasar. Dejamos las cosas, salimos a caminar por el centro histórico y descubrí algo que me encanta: a pocos pasos del centro, pegada a la muralla, había una playa de piedras casi en medio de la ciudad. El mar era transparente y había gente saltando, así que hice lo mismo que ellos y me bañé con vista a Dubrovnik.

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29. Si la ropa está colgada, la ciudad está viva

“Me gusta ver la ropa colgada, ya que eso quiere decir que mi ciudad está viva”, nos dijo Marina, quien fue nuestra guía durante una mañana en Dubrovnik. Pienso lo mismo, me encantan las ciudades con la ropa tendida hacia afuera.

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30. El que madruga ve el mercado

Lau me dijo que quería levantarse bien temprano para ver el casco antiguo de Dubrovnik antes de que saliera demasiado el sol y se llenara de turistas. Si Split es una ciudad concurrida, Dubrovnik le gana con ventaja. Hace mucho que no caminaba por un lugar tan repleto de gente. Puse el reloj a las 6 y me levanté, Lau siguió durmiendo y como yo estaba medio desvelada, salí a dar una vuelta. Si van a Dubrovnik en verano, les recomiendo que salgan a dar una vuelta a esa hora. Van a ver otra ciudad: sin ruido, con muy poca gente, con un sol suave. Así pude ver cómo preparaban el mercado de frutas y flores y cómo preparaban a la ciudad, en general, para el resto del día.

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31. Me encontré este libro en la calle

Ese mismo día, mientras caminaba por Dubrovnik a las seis de la mañana, vi algo tirado contra una pared. Entró en mi radar enseguida: era un libro, y uno muy grande. Lo levanté y miré a mi alrededor, quizá a alguien se le había caído. Pero no, estaba rodeado de cajas de cartón, revistas y otras cosas que habrán considerado basura. ¿Cómo alguien puede tirar un libro a la basura? ¿Cómo pueden dejar un libro así? Me fijé a ver si había más pero no encontré nada. En la foto parece un libro finito, pero pesa más de un kilo. Me lo llevé, obvio.

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32. Cómo posan las chinas

Me percaté de que a los asiáticos les gusta mucho la fotografía cuando estuve en Asia. Posan, se sacan fotos en grupo, le sacan fotos a los turistas y suelen tener muy buenas cámaras. Cuando viajan son un show. Una vez viajé con tres chinas por China y se disfrazaron de mujeres de una etnia tradicional y hicieron una sesión de fotos frente a un lago. Lo juro. En Dubrovnik vimos bastantes turistas chinos y japoneses, y nuestra guía nos explicó que los chinos eran bastante difíciles de controlar. En este monasterio vimos por qué. Mientras las mujeres posaban, por turnos, los hombres oficiaban de fotógrafos de moda, les gritaban las indicaciones y les sacaban veinte fotos a la vez.

33. Las escaleras de Dubrovnik

Dubrovnik es una ciudad de escaleras: el centro está abajo y todas las calles suben desde ahí. Lo bueno es que cuanto más arriba vas, menos gente hay y más escenas como estas se ven. El señor sentado en la puerta de su casa, al sol, fumando un cigarrillo. La nena barriendo cada escalón de su cuadra.

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+1 en Francia

Esta foto es en Saint Jean de Luz, uno de los pueblos del país vasco francés, muy cerca de Biarritz, donde viví por nueve meses. Después del viaje por Serbia y Croacia, le dije a Lau que se viniera unos días a conocer mi casa y la región. El viaje de vuelta desde Dubrovnik fue una odisea: tomamos el avión a las 10 de la mañana, llegamos al mediodía a Barcelona y nos subimos al tren que iba hasta Irún, en la frontera entre el País Vasco español y francés. Llegamos a Irún a las 10 de la noche, y como era verano todavía había luz. El problema era que teníamos que ir de ahí a Biarritz, a 32 kilómetros, y a esa hora ya no pasaban buses ni trenes. No quedaba otra que hacer autostop. Era muy jugado: quedaban pocos minutos de luz y había empezado a lloviznar, además no había un buen lugar donde pararse en la ruta.

Nos pusimos en una salida, muy pero muy mal posicionadas, y a los cinco minutos frenó un señor que ofreció llevarnos a un lugar mejor. Nos dejó en otra ruta y nos quedamos ahí, casi a oscuras y sin gente. Se largó a llover. A los cinco minutos frenó una pareja francesa de unos 60 años. Nos dijeron que iban a Saint Jean de Luz, a 15 kilómetros de ahí. Nos subimos. Estábamos en una situación bastante límite así que cualquier trayecto, por más corto que fuera, nos venía bien. El señor hablaba algo de español y yo me defendí como pude con el francés. A mitad del viaje nos dijeron: “Chicas, las vamos a llevar hasta Biarritz, no podemos dejarlas en el medio de la nada, de noche y con lluvia”, y nos dejaron en la puerta de mi casa. Fue un gesto que me emocionó. A veces no sé cómo agradecer estas cosas, porque ellos no tenían obligación de llevarnos, pero confío en que la vida les devolverá la buena acción. Y sepan que estos gestos son mucho más reales y frecuentes que todas esas noticias horribles que nos muestran los diarios para generarnos miedo de vivir. Cambio y fuera.

[box type=”star”]Este post forma parte de la serie Desafío Serbia Croacia, un viaje en conjunto con Lau de Los Viajes de Nena. [/box]