[box type=”star”] Este post forma parte de la serie Bali: destino bestseller[/box]

Decidí darle otra oportunidad a Bali.

La primera vez que fui, hace un año, no me gustó demasiado. No quiero ser injusta: la isla es un lugar de enorme belleza natural, es excepcional por su historia, su cultura, sus ritos y sus tradiciones. Imaginen una islita de las 17 mil que conforman el archipiélago de Indonesia donde se practica una religión única en el mundo (el Hinduismo balinés), donde las ofrendas de colores inundan las veredas, donde las terrazas de arroz cubren de verde y amarillo las montañas, donde hay playas de arena blanca y mar transparente. Para muchos es la definición del Paraíso…

…pero para mí tiene un gran “problema” (o una gran responsabilidad) : es uno de los destinos turísticos más populares del mundo y eso, quiérase o no, influye en la forma en que los balineses se relacionan con los visitantes.

Como conté en la parte 1 de esta historia, hace un año, en Bali no importa si sos “turista cinco estrellas” o “viajero low cost”, a los ojos de los balineses, por el solo hecho de ser extranjero y haber llegado hasta ahí, sos alguien que tiene mucho dinero y está dispuesto a gastar lo que sea. Por eso ningún restaurante local (no me refiero a los turísticos, sino a los warung de comida local) tiene precios en los menúes, por eso los taxis tienen los precios recontrainflados, por eso incluso los bemos (el transporte local y más barato de la isla) triplican sus tarifas cuando el que se sube es extranjero.

Esta vez, a diferencia de la anterior, viajé a Bali con Aji, mi novio (indonesio, aunque de Java, pero por ende “no turista” o “menos turista” que el resto), pensando que la situación iba a ser distinta. No es lo mismo ser bule (extranjera) y viajar sola que ser bule y viajar con novio local. Nos fuimos en colectivo desde Yogyakarta, un viaje de 22 horas por el que pagamos 200.000 rupias (23 dólares) y que incluía comida, cruce en barco de Java a Bali y miradas curiosas de todos nuestros compañeros de colectivo. Me resulta entre incómodo y gracioso sentir cómo nos miran, mientras se preguntan cuál será nuestra relación (al parecer no es tan común ver a una bule con un indonesio en Java y una vez, incluso, le preguntaron a Aji si era mi guía turístico).Juro que no quiero quejarme, pero hubo varias cosas que opacaron un poco bastante el viaje, especialmente la experiencia en el templo Besakih, el más importante de la isla. Así que esta es mi catársis. Tal vez le sirva a quien esté por viajar para no caer en las mismas trampas que caímos nosotros.

* Sobre los medios de transporte

Llegamos a Ubung, una de las terminales de Denpasar (capital de Bali) y fuimos en busca de algún medio de transporte para ir a Ubud, el pueblo donde vive mi amiga Magda, una polaca que vendió su departamento de Varsovia y se instaló en Indonesia, quien nos iba a alojar. Sí, Ubud, el mismo pueblo de Comer, Rezar, Amar.

Uno de los mayores problemas que sufrimos en Bali, como mochileros que quieren gastar poco y viajar como la gente local, fue la falta de transporte organizado y la dificultad de acceder al transporte local. Para aquellos que estén dispuestos a gastar, hay taxis a toda hora, acosando cual tigres entre la maleza: la frase “Miss, Mister, taxi? Where you go? Taxi!” quedará resonando en sus cabezas como parte de la banda sonora de la isla; pero a mí no me parece justo pagar 100.000 rupias (10 dólares) por un viaje de 20 km que a los balineses les cuesta 5000 (ni un dólar). Viajar desde Denpasar hasta Ubud cuesta 10 dólares en taxi (y no hay manera de que aflojen con el precio), nosotros nos tomamos dos bemos y, tras negociar bastante, terminamos pagando 25.000 rupias cada uno (3 dólares) y tardamos el triple de tiempo. Además de que no hay transporte directo entre un lugar y otro, es muy difícil regatear con los balineses. La separación que hay entre locales y extranjeros se siente y mucho.

El día siguiente decidimos alquilar una moto e ir a recorrer la isla por nuestra cuenta. Una sabia decisión. Aji me pidió que “me escondiera” mientras él preguntaba los precios ya que si lo veían conmigo inmediatamente iban a triplicar la suma (algo que tuvimos que repetir antes de entrar a cada restaurante, mercado o bemo). Pero, curiosamente, a los balineses no les gusta alquilarle motos a indonesios que viajan “solos” por miedo a que se las roben, así que tuve que hacer una aparición triunfal y mostrar mi cara de extranjera para que el dueño de la moto se quedara más tranquilo (algo ridículo, porque en todo caso yo también puedo ser una ladrona de motos en potencia, por más extranjera que sea) (igual no lo soy eh, aclaro). Pagamos 35.000 rupias por día (4 dólares, lo cual me parece un buen precio) y recorrimos la isla con total libertad (usando el GPS de mi celular para no perdernos).

* Pagá por rezar y no te olvides de alquilar un sarong (sobre la mala experiencia en Pura Besakih)

Una tarde decidimos visitar Tanah Lot, un templo donde podés ver el atardecer frente al mar… junto con otros dos mil turistas. Hace tiempo que no veía un lugar tan repleto de gente y la verdad es que me sentí un poco agobiada. Vimos una larguísima fila de gente y pensamos que estaban esperando turno para entrar al templo (después nos enteramos que no se puede entrar a Tanah Lot), pero no: estaban esperando su turno para “rezar” (tras pagar “una donación obligatoria” previamente).

Al día siguiente viajamos una hora y media en la moto para conocer Pura Besakih, el “Templo Madre” de Bali, el más importante y sagrado para los balineses. Pero una experiencia que debería haber sido placentera nos terminó poniendo de muy mal humor (especialmente a mí). Esto fue lo que pasó (y, por lo que leí después en muchísimos blogs, no fuimos los primeros que caímos, aunque por suerte nos salió barato).

Cuando llegamos nos cobraron la entrada oficial: él, 10.000 rp (un dólar, por ser “local”), yo 15.000 rp (un dólar y medio por ser extranjera) y 5000 rp (50 centavos) por el estacionamiento. Hasta ahí bien. Fuimos en busca del estacionamiento y vimos a un grupo de balineses que nos hacía señas para que frenáramos, así que supusimos que teníamos que dejar la moto ahí. Desde ya les digo que NO: si ven a estos hombres haciéndoles señas, parados al lado de tres o cuatro motos (las de otros tres o cuatro salames que cayeron como nosotros), sigan de largo, ya que el verdadero estacionamiento está más arriba.

Lo primero que nos dijeron estos hombres es que no podíamos entrar solos al templo y que teníamos que contratar a uno de ellos de guía por 50.000 rupias (5 dólares). Mi amiga Magda, que vive en Bali hace tiempo, está de novia con un balinés y pasó por la misma experiencia, me aseguró que NO se necesita guía para entrar a Besakih, así que les dijimos que no. Pero siguieron presionando, no de manera amable, y me enojé: “¡No queremos guía! Mi amiga es balinesa y me dijo que NO necesitamos guía”. A lo que uno me respondió, con muy mal tono, que entonces solamente podíamos ir hasta la puerta y teníamos terminantemente prohibido entrar al templo. Enseguida, otro de estos hombres nos ató un pseudo-sarong (pareo para entrar a los templos, aunque este era un pedazo de mantel o cortina más que un sarong de verdad) a cada uno en la cintura (a pesar de que llevábamos pantalones largos, ya que la función de este sarong es tapar las piernas) y nos cobró 10.000 rupias por cabeza por el alquiler (si bien un dólar parece poco, en Indonesia 10.000 rupias para alquilar un sarong es una barbaridad). Después vimos a muchísimas personas que entraron sin sarong sin problemas, así que también caímos en la trampa. Consejo: llévense un sarong propio o digan que tienen uno guardado en la mochila, pero no alquilen nada. Y según leí en otro blog, el alquiler de sarong está incluido en la entrada oficial.

Cuando llegamos a la base del templo, tras una caminata de 15 minutos, aparecieron más balineses que nos quisieron obligar nuevamente a contratar un guía “porque había una ceremonia adentro y no podíamos ir solos”. (Aclaración: estos hombres NO son guías oficiales, los guías oficiales se pueden solicitar en la oficina donde se paga la entrada y el precio que cobran es entre 20.000 y 40.000 rp, y hay otros, incluso, que no cobran nada). Dijimos que no y subimos la escalera principal, cuando llegamos a las rejas, un balinés nos cerró el paso y nos dijo, otra vez, que si no pagábamos no entrábamos. Nos pidió 50.000 rupias por persona (5 dólares cada uno) para hacer de guía. Un abuso total de poder. Yo estaba enojadísima y le respondí, en indonesio (para que viera que no soy “nueva”), que como mucho le íbamos a pagar 10.000 cada uno y ahí medio que se asustó (según Aji, que escuchó la conversación, le dijo al amigo “Uy, esta chica vive acá y sabe”). Le pagamos 10.000 porque no nos quedó otra (el tipo no se movía de la puerta) y en vez de hacer de guía (como hacían todos los demás) nos acompañó diez pasos adentro y se fue, enojado porque no le habíamos dado más plata.

Es una pena que un templo tan lindo y “sagrado” esté tan corrompido por estos hombres. Consejo: si van a Besakih niéguense a pagar un guía ya que NO es necesario ni obligatorio. Leí de gente que llegó a pagar 50 DÓLARES (!) por el guía y 20 dólares por el sarong. Sean firmes y NIÉGUENSE, no sigamos fomentando a esta gente.

* Souvenirs y money-money

Para cerrar mi catársis balinesa, dos cosas más.

Una, apenas nos bajamos del bus en Denpasar, un taxista me vio y me dijo “money money money!”, a lo que yo me reí sarcásticamente con una expresión de “¡Ah no!”. El tipo enseguida me dijo “pagi pagi!” (que significa “mañana” o “buen día” en indonesio) como para demostrar que me había querido decir “morning, morning!”. Ambiguo. Lo dejo ahí.

Muy cerca de este cartel (“she give money” escrito de manera rústica) había una mujer que pedía plata por enseñarte a rezar Bali-style

Y dos, el mercado de Ubud está repleto de remeras, sarongs, vestidos, esculturas, pinturas y souvenirs típicos de Bali. Los precios, nuevamente, fluctuan según la cara y de la manera más extraña: una mujer, después de verme con Aji y charlar un rato, me pidió 125.000 rupias (¡casi 15 dólares!) por un pantalón pescador y, unos puestos después, un hombre me pidió (sin que yo le preguntara) 15.000 rupias (un dólar cincuenta) por el mismo pantalón. Increíble.

Mientras caminaba por el mercado pensé en cómo el turismo generó esa necesidad de comprar el souvenir para poder decir “yo estuve ahí”, especialmente en destinos Best-Seller como Bali. ¿Acaso la experiencia es más creíble si uno tiene un objeto que mostrar? ¿Acaso es imprescindible llevarse a casa una estatua de Buda o una remera de I Love Bali para tener un “mejor” recuerdo del viaje? A mi me alcanza con las fotos, con las personas y con los momentos vividos. Hace tiempo decidí no comprar más souvenirs.

***

En la parte IV y final de mi relato por Bali, hablaré de todos esos pequeños detalles que hacen que una visita a Bali valga la pena, a pesar de todo. Por suerte encontré varios, así que esta serie de posts tendrá final feliz.