Soy una mujer de viajes largos, funciono mejor cuando paso más tiempo en un lugar que cuando lo visito de manera fugaz. Por eso los blogtrips (viajes “de prensa” para bloggers que duran, generalmente, de tres a siete días) son el trailer perfecto —me muestran fragmentos de la película y me dejan con muchas ganas de verla completa— y son, a la vez, armas de doble filo: sacian mi wanderlust (esas descomunales ganas de viajar) por un ratito, pero me dejan pidiendo más. Este viaje a San Juan fue algo así: durante los días que pasé en esa provincia argentina me sentí satisfecha, pero volví deseando haberme quedado más.

Me doy cuenta, también, de que me cuesta mucho más escribir acerca de un viaje corto que acerca de un viaje largo. En un viaje largo voy llenando cada lugar de significado de a poco, en un viaje corto me vuelvo a casa con pequeños fragmentos, con cartas sueltas de la baraja. Y no puedo evitar escribir así, fragmentado.

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Agua

Cuando la aridez es parte de la vida los problemas mundanos toman otro plano, se tornan insignificantes. En San Juan casi no llueve, todo es seco: los ríos (de algunos solamente quedan las cuencas), la vegetación, el paisaje, las casas (muchas están hechas de adobe). “El agua es un elemento muy importante acá”, nos dice un sanjuanino mientras la combi cruza un puente sobre lo que antes era un río. “Acá no llueve”, nos asegura más tarde. El clima es seco, sequísimo, y se siente en la piel. Cuando algo falta, todo tiene que ver con eso: acá hay poca agua y yo no puedo parar de pensar en las fuentes de los shoppings, en las lluvias torrenciales de Buenos Aires, en los mares furiosos, en el chorro que sale cada vez que abro la canilla de mi casa. Cada vez que veo verde me alegro, la situación no llega al extremo, la naturaleza sobrevive a todo, en San Juan todavía hay agua, aunque menos, mucha menos que en otras partes del mundo. Y no puedo evitar pensar en lo importante que es el agua en nuestro planeta y acordarme de ese libro de Kapuściński en el que cuenta cómo la vida de ciertas tribus africanas está marcada por el “ritual” de salir a buscar agua todas las mañanas. Agua como único elemento para sobrevivir. No tarjetas de crédito, ni autos caros, ni casas, ni seguros, ni nada. Agua. Dos tercios de lo que estamos hechos.

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“Ustedes son influenciadores”

¿Qué es ser un blogger? ¿En qué consiste esta nueva profesión? ¿Es realmente una profesión? ¿No es, en realidad, una plataforma nueva para mostrar algo que ya existe? Son las preguntas existenciales que nos hacemos los bloggers cuando nos reunimos a charlar de los temas que nos competen. Y estamos de acuerdo en algo: no somos solamente “bloggers” (porque para ser blogger abrís un blog y ya está), somos viajeros o escritores o fotógrafos o periodistas o cineastas (o lo que sea) que utilizan el blog como medio para mostrar su trabajo. Cualquiera puede tener un blog y eso no lo hace blogger. Pasa lo mismo con las cámaras de fotos: ¿cuántas cámaras de fotos hay en el mundo? ¿y cuántos fotógrafos?

Bueno, resulta que estábamos comiendo un asado en el Camping Los Cauquenes después de haber visitado Jáchal, un pueblito de 22.000 habitantes, sus molinos y sus casas de adobe. Estábamos en lo que se conoce como sobremesa (uno de los mejores momentos de la comida). Ya habíamos probado las empanadas, las ensaladas y la carne, ya habíamos escuchado una cueca, ya nos habíamos percatado de la admirable pasión que sienten los jachalleros por su tierra, ya nos habíamos sentido inmensamente bien recibidos en ese pueblito sanjuanino. De repente uno de los jachalleros que nos estaba acompañando por el día se sentó al lado nuestro y nos preguntó, con un interés muy sincero, acerca de nuestro trabajo y de nuestros blogs. Estaba maravillado y casi que sabía más términos bloggers que nosotros. Y cuando nos dijo, con entusiasmo, “Claro, ¡ustedes son influenciadores!” (y no nos dijo “ustedes de qué viven”, “qué es un blog”, “de qué trabajan” o algo parecido) casi le damos un abrazo bloguero grupal. Quién hubiese dicho que alguien nos iba a sorprender con ese término en San Juan, en medio de un asado, tan lejos de las computadoras, del wordpress y de los plugins.

No puedo decir mucho más acerca de Jáchal, ya que no lo recorrí lo suficiente. Lo que sí me queda en la memoria y aparece cada vez que escucho su nombre son las paredes de adobe resquebrajadas, el monumento a la Cacerola, los caballos con flequillo, la suavidad de la harina producida en los molinos, los ronroneos de un gato negro, la música de la guitarra y, por sobre todo, la calidez y la hospitalidad de su gente.

[singlepic id=6056 h=625 float=center] La ensalada del asado

[singlepic id=6053 h=625 float=center] musicalización 

[singlepic id=6004 w=625 float=center] mi amigo el gato

[singlepic id=6066 w=625 float=center] adobe

[singlepic id=6067 w=625 float=center] harina suave

[singlepic id=6072 h=625 float=center] caballo flequilludo

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Gracias Difunta Correa

“Gracias Difunta Correa por cumplir mi sueño”, “Gracias Difunta Correa por el favor recibido”, “Gracias Difunta Correa por mi casa”, “Gracias Difunta Correa por ayudarme a aprobar las materias”, “Gracias Difunta Correa por mandarme al amor de mi vida”, “Gracias Difunta Correa por mis siete hijos”. Las placas de agradecimiento son incontables y empapelan las paredes del santuario dedicado a Deolinda Correa, una de las figuras míticas del folclore argentino y chileno. Según dice la leyenda, Deolinda partió en busca de su marido con su bebé recién nacido en brazos; atravesó el desierto de San Juan y murió de sed, hambre y agotamiento bajo un algarrobo. Al día siguiente, cuando fue encontrada por un grupo de arrieros riojanos, su bebé seguía vivo: estaba apoyado sobre ella, amamantando de sus pechos, de lo que aún salía leche. El milagro se hizo conocido en la región y muchos paisanos de la zona comenzaron a peregrinar a su tumba, que con el tiempo se convirtió en un santuario. Aunque hoy, más que un santuario, parece un pequeño pueblito. Hay casitas, rosarios, vestidos de novia, camiones de juguete, fotos, cartas, patentes, flores, ruedas, cascos, cruces, cintitas, estatuas y agua, muchas botellas de agua para saciar su sed. La gente le pide cosas y luego vuelve para agradecerle. Gracias Difunta Correa por este viaje a tus tierras.

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Lugar sin vida

“El dinero mejor invertido es el que se usa en conocer la naturaleza”, nos asegura el guía mientras nos muestra un submarino natural formado por rocas. Es el día dos del viaje a San Juan y estamos entremedio de un grupo de turistas en el Parque provincial de Ischigualasto (también conocido como Valle de la luna). Los guías sanjuaninos me sorprenden para bien: todos los que conocimos hasta ahora tienen una faceta de la personalidad muy marcada (los hay comediantes, los hay energéticos, los hay apasionados por su trabajo). Este, por ejemplo, es el místico-filosófico (se le adjudican, también, frases como “Cuando uno supera el miedo se conoce a sí mismo”). “Ischigualasto”, nos explica, significa “lugar sin vida”. Pero que hoy no tenga vida no quiere decir que nunca la haya tenido: hace 200 millones de años, en este mismo territorio seco, árido y desolado había ríos, lagos, bosques y… dinosaurios. El Valle de la luna es un lugar muy importante a nivel científico y geológico por la gran cantidad de fósiles de dinosaurios que se hallaron en sus tierras. Y apenas escucho la palabra dinosaurios me acuerdo de mí misma cuando era chiquita y leía libros que hablaban de dinosaurios y soñaba, también, con ser paleontóloga (entre otras profesiones que quise ser, como astronauta, baterista y surfer).

El Valle de la luna da para ponerse místico y filosófico, no queda otra. Estar en un lugar así, tan de “inicio de los tiempos”, me hace pensar en cómo los seres humanos nos pasamos la vida estudiándonos, preguntándonos cómo funciona este planeta en el que aparecimos. ¿De dónde salimos? ¿Qué hacemos acá? ¿Cómo vamos a vivir esta vida que nos toco? Y lo que más chiquita me hace sentir es pensar que los dinosaurios habitaron la Tierra durante ciento cincuenta millones de años… y nosotros, al lado de ellos, nada. O sea que el mundo es más de ellos que de nosotros. ¿En el futuro aparecerá un nuevo ser no-humano que investigará los restos fósiles humanos? ¿Qué conclusiones sacarán de nosotros?

Ah, un dato para agregar al misticismo del lugar: las noches de luna llena se hacen recorridos en bici por Ischigualasto, y el guía nos aseguró que no se necesita ningún tipo de luz artificial. Otra que la Masa Crítica Nocturna.

[singlepic id=6069 w=625 float=center] El submarino

[singlepic id=6070 w=625 float=center] Anverso y reverso

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Bis: Burbujas sanjuaninas

Yo le dije: ¿Hacemos burbujas?

Y ella me dijo, emocionada, que sí.

Saqué mi pequeño burbujerito (no llevé el grande) esperando que se sorprendiera, y al final la que me sorprendió con su ingenio fue ella. Sopló por su bombilla y me regaló un racimo de burbujas sanjuaninas.

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[box border=”full”]Este viaje fue posible gracias a Viajá por tu país (Ministerio de Turismo de Argentina). Cada viajero va creando su propia historia y va dotando a cada lugar de significados distintos y personales. Por eso siempre digo que cada cual lo relata de manera distinta (y, más importante aún, cada cual vive un viaje y un destino de manera completamente diferente). Por eso los invito a leer los relatos de los bloggers con los que viajé. Tal vez entre todos completemos el mosaico de San Juan. [/box]