Verde

Como las terrazas de arroz de Banaue.
Como el licuado de palta que preparan en Indonesia.
Como las rodajas de pepino que le meten al arroz en todas las comidas.
Como la pared donde pinté mi primer submarino.
Como el botón de automático de mi cámara.
Como la remera que le uso a mi novio.
Como una remera que dejé en Buenos Aires que me gusta bastante pero que no podría usar acá porque es medio gruesa y me hace transpirar.
Como la sangre de un alien (no sé, digo).
Como las lagartijas que se meten en mi cuarto donde sea que esté.
Como Nepal después de la época de lluvia (eso leí, ya lo comprobaré).
Como el dólar (que a mi nunca me pareció verde pero se lo asocia con ese color).
Como la L de Google (fijate).
Como los ojos del gato de mi vecino de Buenos Aires.
Como las Heineken que ahora solamente puedo compartir con Belu vía skype.
Como el anillo que cambia de color según el estado de ánimo.
Como los ojos de la Niña Afgana.
Como el 59.
Como la lechuga que siempre le saco al sandwich porque mi mamá dice que puede estar mal lavada.
Como la cáscara del mango maduro en Yogyakarta (yo siempre juré que el mango maduro tenía cáscara amarilla).
Como el té que me sirvieron con todas las comidas en Hong Kong.
Como esa verdura extraña que le agregan a los noodles y jamás sabré qué es.
Como una laguna que una vez vi en Bolivia.
Como el relleno de un pan que me compré en Malasia sin saber lo que me esperaba.
Como el pasto después del rocío.
Como el color de la plantita que Wall-E le regala a Eve.
Como el ají que no pica tanto.
Como el mar en Karimunjawa.
Como un “snack” a base de arroz que probé en Penang.
Como los dibujitos-vueltitas de Vero.
Como la cabeza de un gusano rarísimo que encontré investigando mi mochila en un parque nacional de Malasia.
Como la selva que no visité por miedo a las sanguijuelas.
Como el durién por fuera.
Como la hoja de banana sobre la que sirven la comida en los restaurantes indios.
Como el color que no me puse para ir a la fiesta del semáforo en Kuala Lumpur.
Como el color que sí se puso un 90 por ciento de los hombres que fue a esa fiesta.
Como un pantalón que me compré en Malasia porque estaba muy barato y yo no tenía demasiada ropa.
Como las incontables hojas de las incontables frutillas que vi en Cameron Highlands.
Como una remera que vi en algún lado que decía que los hombres son como las cuentas bancarias y que sin mucha plata no generan demasiado interés (y no me gustó pero le saqué una foto igual).
Como Singapur.
Como el wasabi que jamás en mi vida probé ni pienso probar.
Como un tanque de guerra que quedó abandonado en una playa de Filipinas.
Como la toalla que usa sobre el cuello un japonés que conozco cuando hace calor.
Como la misma toalla que usa el mismo japonés sobre la cabeza cuando llueve.
Como el uniforme de colegio de un grupo de nenes que me crucé en Jakarta.
Como un amigo indonesio que se viste en composé al estilo rana cada vez que hace snorkel.
Como las hojitas-canastitas donde los balineses ponen las ofrendas de flores y comida todas las mañanas.
Como el vidrio de un mototaxi al que me subí en Filipinas.
Como la bandera de Macau.
Como el cubrecamas de mi casa en Buenos Aires.
Como la lucecita que me indica que tengo internet.
Como todas estas verduras que encontré en un mercado de Singapur.