I. La cura para todo mal

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A veces, en la velocidad de nuestras vidas, damos todo por sentado y nos olvidamos de hacernos las preguntas fundamentales para nuestra felicidad. Una de ellas —aprendí— es: “¿En qué paisaje me gustaría vivir? ¿Dónde me siento mejor, más productiva/o? ¿Qué me gustaría ver por la ventana todos los días?”. Cualquier respuesta es válida. Yo creo que mientras mejor nos haga sentir nuestro entorno (y en este caso me refiero al natural y no al humano), más felices seremos y, por ende, más productivos. Sino a mí, por ejemplo, no me pasaría eso de “inspirarme” frente a determinados paisajes.

[singlepic id=4441 w=625 float=center] Así de feliz me pone el mar…

Al llegar a Essaouira (un pueblo pesquero ubicado en la costa atlántica de Marruecos) me di cuenta de que no hay ningún elemento de la naturaleza que me haga más feliz que el mar. El día que me establezca en algún lugar será frente al mar. Quiero poder despertarme todas las mañanas y empezar el día con un chapuzón. Quiero sentarme a escribir en un balconcito escuchando el ruido de las olas y con el viento pegajoso en la cara. Quiero tener la casa y los pies llenos de arena. Quiero sentir el olor de la sal en el aire. Quiero escuchar a las gaviotas rondando por mi techo. Quiero poder nadar, flotar, sumergirme, jugar en la orilla y dibujar en la arena cuando me de la gana, en cualquier momento del día. Quiero vivir frente al mar. Lo siento desde muy chica —yo, que crecí en Buenos Aires y sin mar a la vista— y cada vez siento esa necesidad con más fuerza, cada vez se convierte más y más en una certeza. Quiero mar en mi vida. Quiero escribir libros mirando el mar.

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Llegar a Essaouira, después de tanta lucha, después de tanto regateo, rutas y cabras en el baúl, fue un alivio. Por fin el mar. Por fin esa sensación de libertad, de amplitud, de esperanza que da el océano a cualquier ciudad. Por fin la arena, la sal, el viento, las gaviotas, los pescadores, los barquitos, las olas, los atardeceres, el agua. Por fin, por fin, por fin el mar. En este viaje me di cuenta de que encontré dos lugares que curan el alma: el desierto y el mar.

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Si bien Essaouira es muy turístico (mucho más de lo que imaginé) es uno de los lugares que más les recomiendo de Marruecos. Tiene una medina descascarada por el viento salado (pero que no deja de ser encantadora). Tiene los restos de la antigua mellah o barrio judío (reconocible por el color azul de sus puertas y barandas). Tiene mucha música (cada año se realiza el Gnaoua Festival of World Music, un evento que dura 4 días y congrega a artistas y espectadores de todas partes del mundo). Tiene mucha oferta de comida y pescado fresco. Tiene gaviotas alborotadas. Tiene dromedarios en la playa. Tiene playa para caminar. Tiene atardeceres rosas. Tiene esa paz que transmite el océano. Tiene todo lo necesario para sentirse bien.

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II. Ir o no ir

Cuando ustedes lean este post yo ya estaré de vuelta en España. Pero como todavía les debo el capítulo final de mi odisea marroquí, voy a contarles qué me pasaba por la cabeza seis días antes de tener que irme del país. La pregunta que me rondaba incansablemente era: ¿Voy o no voy a Assilah? ¿Hago nueve horas en bus hacia el norte para después deshacerlas en un día, volver corriendo a Marrakech y tomar el vuelo a Barcelona? ¿O mejor me quedo en Essaouira, a tan solo tres horas de Marrakech, y doy el viaje de Marruecos por terminado? ¿Hago Essaouira – El Jadida – Assilah – Marrakech en seis días o me quedo todos esos días en Essaouira?

[singlepic id=4554 w=625 float=center] Niños jugando al fútbol en la medina de Essaouira

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[singlepic id=4505 w=625 float=center] Los dromedarios

[singlepic id=4545 w=625 float=center] El puerto

Viajar, como verán, implica tomar decisiones constantemente. Y, en aquel entonces, pensaba: Me conozco: sé que si no voy a El Jadida y Assilah —dos pueblitos de la costa atlántica marroquí que me intrigan— después me voy a arrepentir y me voy a torturar con el clásico “estaba tan cerca y no fui, ahora quién sabe cuándo volveré a Marruecos…”. Pero también sabía que estaría resignando mi slow travel por unos días, que estaría yendo de una punta del país a la otra solamente por “un capricho”, que estaría haciendo el recorrido un poco a las apuradas y que después tendría que viajar nueve horas en bus para volver a Marrakech y tomar mi vuelo a Barcelona. Era o hacer un triángulo de ciudades medio a las apuradas para ver dos lugares que me dejaban con ganas o quedarme en Essaouira y después torturarme por no haber ido a los otros dos. Pero son las cosas que me pasan por ser tan veleta, por ir para donde sopla el viento y por no planear de antemano.

[singlepic id=4553 w=625 float=center] El señor está de acuerdo en que soy veleta (y hasta parece estar preocupado)

Para que entiendan cómo fue que llegué a tener que tomar esa decisión, los pongo en contexto rápidamente. A principios de marzo, cuando estaba en Ait Benhaddou haciendo nada me llegó un mail de Eddy Lara Brito invitándome a formar parte de un blogtrip a Laponia Sueca. Un blogqué, se preguntarán mis lectores no bloggers. Un blogtrip es, para explicarlo de la manera más simple posible, un viaje “de prensa” para bloggers. Un viaje en el que, por ejemplo, la Secretaría de Turismo de un país/ciudad/provincia invita a cinco (o seis, o diez o dos) bloggers de viaje para mostrarles una región determinada y para que, a cambio, ellos relaten toda la experiencia en sus blogs. Ya se hicieron bastantes blogtrips con bloggers de viaje españoles, pero casi ninguno con bloggers latinoamericanos, así que para mí fue un honor ser invitada y dije que sí enseguida (no se imaginan mi alegría: ¡¡mi primer blogtrip!! ¡Y a Laponia! ¡Cerca del Círculo Polar Ártico: una región del mundo que jamás pensé que iba a pisar tan joven! ¿Veré la aurora boreal? ¿Hará tanto frío como pienso? ¿Cómo será ir a un blogtrip? Tantas preguntas…).

Sin embargo, decir que sí al blogtrip a Laponia implicaba, obligatoriamente, ponerle una fecha de vencimiento a mi viaje por Marruecos. Los que me leen hace tiempo saben que casi siempre viajo sin pasaje de vuelta y voy decidiendo todo en el momento, según mis ganas, mi presupuesto, mi humor, mis intuiciones. Pero lo de Laponia me convenció, así que en ese mismo momento compré un pasaje para volar de Marrakech a Barcelona el 20 de marzo (o sea hoy) (sí, ya estoy de vuelta en mi Carcelona) (es que el blogtrip sale de Girona y es del 26 al 30 de este mes) (voy a contarles todo en vivo y en directo) (dejo de usar paréntesis).

[singlepic id=4567 w=625 float=center] Chau África, hasta la próxima…

[singlepic id=4564 w=625 float=center] Cambio carretas por trineos

[singlepic id=4563 w=625 float=center] Cambio músicos callejeros por Círculo Polar Ártico

[singlepic id=4478 w=625 float=center] Cambio niños marroquíes por niños suecos (¿serán tan simpáticos?)

[singlepic id=4498 h=625 float=center] Cambio gatos por perros

[singlepic id=4459 w=625 float=center] Cambio el azul de las puertas por el verde de la aurora boreal (¿la veré?)

Entonces, la cuestión que me inquietaba en Essaouira era si ir o no ir a una región de Marruecos que me había quedado pendiente (y que, cuando aún no tenía el blogtrip en vista, tenía planeado visitar), si valía la pena hacer tantos kilómetros hacia el norte (exactamente 560) para después tener que volver a Marrakech (en el sur) y volar a Barcelona (hacia el norte otra vez). Además, ingrediente extra, tendría que hacer ese recorrido sola, ya que Andi se volvería a España directo desde Essaouira unos días antes que yo. Pero como lo de si valía la pena o no era una pregunta que no iba a responderse sola y que nadie podría responder por mí, decidí arriesgarme e ir. Nueve horas de bus nunca le hicieron mal a nadie (al menos a mí no). Además (pensé como para justificarme) cuando estaba viajando por China, nueve horas era lo que duraba un trayecto “normal” de una ciudad a su pueblo vecino. Nueve horas no es nada. Así que no lo pensé más y me subí al bus rumbo a mi primera parada como viajera solitaria en Marruecos: El Jadida.

El final del juego estaba cada vez más cerca.

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[box border=”full”] Datos útiles para visitar Essaouira (Marruecos):

  • Cambio: 1 euro = 11 dirham (marzo 2012) 
  • Bus desde Marrakech: 45 dirham + 5 dirham por el equipaje (no dejen que les cobren de más ya que en la estación de Marrakech son muy vivos y primero nos pidieron como 80 dirham por el trayecto). Son 3 horas y media de viaje.
  • El alojamiento más barato que encontramos en Essaouira se llama Dar el Pacha y cuesta 45 dirham la cama en dormitorio compartido.
  • Hay comida por todos lados. Les recomiendo que se vayan a la zona más local y se coman la harira (sopa) por 3 dirham, acompañada por un crepe con miel y queso (3.50 dirham) y un té de menta (tetera 5 dirham). En el sector turístico les van a cobrar el triple.[/box]