[box type=”star”]Este post pertenece a la serie Historias minimalistas de Malasia: un intento de viajar liviana, solo con mochila de mano, y de fijarme en los detalles, en las historias chiquitas. Después de cinco visitas a ese país, me pareció bueno cambiar de perspectiva.[/box]

Después de pasar 12 días en Malasia, me despido del país con un roti canai (quien haya estado acá sabe que estos “panqueques con curry” son adictivos) y me subo al skybus, el colectivo que me llevará al aeropuerto de Kuala Lumpur por 10 ringgit (3.5 dólares) para tomar el vuelo de vuelta a Indonesia.

Está repleto. Me siento contra la ventana e inmediatamente una mujer china-malaya se sienta al lado mío. Tendrá unos 65 años. Me mira, me sonríe y me pregunta a qué país me voy. Le respondo que voy a Indonesia y nos ponemos a charlar, le cuento que me vine a Malasia porque se me había vencido la visa, que soy de Argentina, que escribo, que me gusta viajar.

Inevitablemente, hablamos de comida. Pareciera que en Malasia todos hablan de comida. Le digo que nunca vi semejante variedad de comida como en Malasia: acá tenés comida malay, comida china, comida india, comida india-malay, comida china-malay, comida “occidental”, comida de Medio Oriente, carne de Australia y Nueva Zelanda, pescado de Japón, postres italianos, panaderías francesas. En fin. Para todos los gustos.

Me dice que de Argentina todo lo que sabe es fútbol, No llores por mí Argentina, vino y asado. Me pregunta qué clima hay en Argentina y le cuento acerca de las cuatro estaciones. Hablo acerca de la primavera y el otoño, mis dos estaciones preferidas, que tanta falta me hacen en este clima tropical inmutable. Le pregunto si ellos sienten la necesidad del frío o si están completamente acostumbrados al calor constante.

—En realidad acá en KL no estamos tan acostumbrados: si te fijás, hay aire acondicionado en todos lados, en las casas, en las oficinas, en los transportes públicos, en los shopping. Tratamos de no salir mucho. Y cuando necesitamos invierno, nos vamos a Cameron Highlands.

Cameron Highlands es una zona montañosa y “fría” de Malasia, un lugar que conocí en mi primer paso por el país y que llamé “el Disney de las frutillas”. Igual, frío frío no hacía, pero estaba lindo para escapar un poco del calor agobiante.

Mientras ella (su nombre es Jo Ann, perdón por no haberla presentado antes) me habla acerca de la comida que cocina cada vez que va con su familia a Cameron Highlands, yo pienso en esto de las cuatro estaciones vs. una estación. Yo estoy acostumbrada al cambio de estaciones, a que el año esté dividido en cuatro, al ciclo “calor → menos calor → frío → menos frío → calor otra vez”, y es algo que me gusta muchísimo, tal vez por su sentido metafórico: eso de que todo en esta vida son ciclos, como la misma naturaleza. Me da cierta esperanza saber que todo lo malo va a desaparecer una vez que empiece la primavera, que después del frío siempre nacen flores y sale el sol. Y me pregunto qué sentirá la gente que nació en zonas del mundo donde las estaciones jamás cambian, donde hay un clima constante a lo largo del año y de la vida. ¿Necesitarán un cambio? ¿o esa “inmovilidad climática” los hará creer, a la vez, que nada en la vida puede cambiar, que la realidad es única e inmutable y que el estado de las cosas siempre será el mismo?

Mientras me cuestiono estas diferencias, Jo Ann afirma:

—… porque no es lo mismo hervir un huevo en Cameron Highlands que hervir un huevo en Kuala Lumpur.

—¿Qué? ¿Cómo es eso?

—Claro, en Kuala Lumpur si querés cocinar un huevo “semi-duro” lo ponés seis minutos en agua hirviendo y, gracias al calor que hace, queda perfecto; pero en Cameron Highlands, el frío hace que el huevo se cocine de otra manera. A mis hijos no les gusta, dicen que queda raro. Probalo, tratá de hervir un huevo en verano y otro en invierno y vas a ver.

Juro que lo voy a hacer. Tal vez esa sea la respuesta a todos mis planteos filosóficos.

La foto es de un huevo que “balancee” en la mitad del mundo (Ecuador), donde me aseguraron que por el choque de fuerzas contrarias y la falta de gravedad (o algo así) era posible parar un huevo sobre la cabeza de un clavo. El huevo no deja de sorprenderme por su participación en planteos metafóricos, metafísicos y existencialistas.

Otoño en el Delta argentino (foto sacada en el 2008 o 2009, ya ni me acuerdo)

Soy una melancólica del otoño, es una de las cosas que más extraño cuando estoy de viaje