(Iba a escribir un post de viajes y me salió esto)

sevilla-parte-dos-espana-aniko-villalba-21

Los libros no llegan a nuestra vida de casualidad. O, por lo menos en mi caso, un libro nunca llegó a mi vida de casualidad.

Soy amante de la literatura y de los libros. Desde que aprendí a leer no pasé un día sin estar viajando entre los renglones de algún libro. Soy de las que aprovechan cualquier “tiempo muerto” (viajes en bondi, salas de espera, filas para llegar a algún mostrador) para ponerme a leer. Soy de las que leen dos, tres, cuatro libros a la vez (no puedo esperar a terminar uno para empezar otro). Soy de las que tiene decenas de libros haciendo pacientemente la fila de espera en la mesa de luz. Y soy, por sobre todo, una romántica de los libros de papel. Sí, ya sé. Ya sé que hoy en día los libros se pueden descargar en formato digital, ya sé que así no pesan ni ocupan espacio, ya sé que tener una biblioteca virtual completa es cuestión de minutos (depende de la velocidad de nuestra conexión a internet), ya sé que son una opción mucho más ecofriendly, ya sé que viajar con un e-reader es mucho más cómodo y más liviano que cargar con varios libros. Ya sé ya sé. Pero no puedo: no puedo despedirme de los libros de papel. No puedo no volver de cada viaje con la mochila repleta de libros (preguntándome cómo es posible que mi mochila haya engordado tantos kilos…).

[singlepic id=6543 w=625 float=center] Soy capaz de viajar hasta con diez libros en la mochila! (va totalmente en contra de mi codiciado minimalismo viajero, pero no puedo evitarlo)

Si bien suelo leer algunas revistas y guías de viaje en su versión de pantalla, siento que la experiencia no es la misma. Y no hablo solamente de lo lindo que es tener un libro entre las manos, sentir la textura del papel, oler la tinta, escribirle anotaciones en los márgenes, subrayar frases, marcar la página con un doblez o con un señalador… Creo que, además de todo eso, una de las cosas que más me gusta de los libros de papel (por no decir “libros de verdad”) es ese momento en el que uno aparece, como de casualidad, en mi vida. Me encanta sentir que un libro me encontró, como si me hubiese estado esperando (o buscando) durante toda su vida… Y me encanta ilar los hechos hacia atrás y ver qué cosas tuvieron que suceder, una tras otra, para desembocar en ese libro.

Mi biblioteca está repleta de libros. Cada uno de ellos apareció en mi camino (como compra, como regalo, al azar) en un momento determinado, pero durante mucho tiempo creí que la que encontraba al libro era yo: era tan simple como ir a una librería, mirar títulos y comprar el que me llamara la atención. Yo iba hacia el libro. Cuando empecé a viajar y mi rutina se convirtió en una cadena infinita de casualidades y causalidades, me di cuenta de que en realidad ocurría al revés: era el libro el que me encontraba a mí, sin importar en qué parte del mundo estuviera. Y terminé de darme cuenta de esto el día que llegué a la casa de Cristina en Sevilla.

[singlepic id=6556 w=625 float=center] Si bien en este post no voy a hablar de Sevilla en sí, la ciudad fue fundamental como escenario de esta reflexión… 

[singlepic id=6547 h=625 float=center] Y creo que cuando uno repite lugares va encontrando nuevos significados y nuevos por qués en cada visita

[singlepic id=6549 w=625 float=center] Descubre nuevos rincones de la ciudad y de uno mismo

[singlepic id=6552 w=625 float=center]

Era mi segunda vez en Sevilla. La primera había sido en febrero de este año, cuando visité la ciudad con la excusa de ir a una de las tantas fiestas organizada por estudiantes de Erasmus, pocos días antes de cruzar a Marruecos. Esta vez, llegué después de haber visitado Lisboa, y mi visita a la ciudad tuve un carácter más diurno (menos fiesta, más caminatas). La vez anterior me había quedado pendiente encontrarme con Cristina, una española que también viaja y escribe, y como esta vez nuestros tiempos coincidieron, me invitó a quedarme en su casa en la Alameda de Hércules, zona de bares. Apenas entré a su casa hice lo mismo que hago (a veces discreta y a veces descaradamente) cada vez que entro por primera vez a una casa ajena: me puse a revisar la biblioteca. Según el nivel de confianza que tenga con la persona, ese escrutinio bibliotecario puede ir desde un vistazo silencioso y semidisimulado de los títulos hasta un manoteo desvergonzado de cuanto libro llame mi atención. Y si bien Cristina y yo recién nos conocíamos, sentí que tenía la suficiente buena onda como para dejarme leer algunas páginas de sus libros. Además había uno que no pude evitar agarrar: “El mundo amarillo”, de Albert Espinosa.

[singlepic id=6567 w=625 float=center] Fiel al estilo Viajando por ahí, entremedio de este texto encontrarán fotos de relleno (todas de Sevilla, eso sí) :)

[singlepic id=6546 w=625 float=center] Amé al pajarito

Lo primero que me llamó la atención fue la tipografía del lomo, pero unos microsegundos después, apenas leí las primeras palabras, até cabos y recordé que hacía varios meses un amigo catalán me había mandado el primer capítulo de ese mismo libro por mail. En aquel entonces leí el capítulo en pocos minutos y me quedé con ganas de leer mucho más, pero como el libro no estaba disponible en internet ni en las librerías argentinas (o al menos eso supuse), lo dejé ahí y me olvidé. Y en ese momento, mientras releía el primer capítulo del libro, se me hizo evidente: tuve que hacer todo este camino (volver a Buenos Aires, recibir el mail de mi amigo, volver a viajar a España, volver a visitar Sevilla, coincidir con Cristina) para reencontrarme con ese libro.

“No hay nada que me atraiga más que la gente que crea mundos”, dice Albert al comienzo de su libro, y lo mismo opino. En su libro, Albert (escritor, director, actor y guionista) habla acerca de los descubrimientos personales que hizo durante los diez años que tuvo cáncer, descubrimientos que le permitieron tomarse de forma positiva todas las circunstancias que le tocó vivir. Pero más allá de esas enseñanzas, lo que más me gustó del libro fue su concepto de “los amarillos”, ya que con esa palabra definió “algo” que está presente en mi vida desde que empecé a viajar y a lo cual nunca supe qué nombre ponerle.

[singlepic id=6553 w=625 float=center]

[singlepic id=6560 w=625 float=center] “Mi alma” versión andaluza 

Hace casi cinco años mi vida está atravesada por los viajes y, quiera o no, tener “el viajar” de rutina hace que mi manera de relacionarme con las personas sea distinta. Siento, además, que hay ciertas cosas que me ocurren con frecuencia y que no sé qué tanto me sucederían si no estuviese viajando. Una de ellas es que viajando conocí a personas que me cambiaron la vida. Con esto no me refiero a amores ni a amigos ni a familiares; tampoco fueron personas que me hayan dado una ayuda monetaria o que me hayan facilitado algún contacto. Son personas con las que tal vez compartí un café, un trayecto del viaje, una charla, un abrazo, una confesión, un llanto, una alegría y que nunca más volví a ver. Personas que en esos minutos, horas o días me ayudaron a ponerme en contacto con una parte muy mía, a ver ciertos problemas desde otra óptica, a entender ciertas cosas y a crecer. Albert Espinosa denomina a este tipo de personas, “amarillos”:

[quote] “En el hospital encontré muchos amarillos, aunque en aquella época no sabía que lo eran. Pensaba que eran amigos, almas gemelas, personas que me ayudaban, ángeles de la guarda. No acaba de comprender por qué un desconocido que hasta hacía dos minutos no formaba parte de tu mundo, después se convertía en parte tuya, te entendía más que cualquier persona de este mundo y notabas que te ayudaba de una manera tan profunda que te sentías comprendido e identificado.”

“Amarillo es la palabra que define a esa gente que cambia tu vida (mucho o poco) y que quizá vuelvas o no vuelvas a ver”.

“Yo creo que los amarillos están en este mundo para que tú consigas saber cuáles son tus carencias, para abrirte y para que la gente se abra.”

“Esas personas dan sentido a tu vida. Armonizan tu lucha interna, te dan paz”. [/quote]

[singlepic id=6566 h=625 float=center]

Según Albert, el encuentro con un amarillo no es algo casual, sino algo que debía suceder. Al igual que con los libros. Cada persona y cada libro que apareció en mi vida lo hizo por algo. Y, ampliando un poco la reflexión, podría decir que cada ciudad y cada pueblo que apareció en mi camino también tuvo su razón de ser. Y cuando pienso en mis viajes como combinaciones de libros con ciudades con personas, todo toma otro sentido. “Las ciudades invisibles” (de Ítalo Calvino) apareció en mi vida en el momento justo en Montevideo, gracias a un escritor que re-apareció en mi vida también en el momento en el que yo necesitaba conversar con un escritor que tuviera años de experiencia. “Ébano” (de Ryszard Kapuściński) y la doctora Sonia también me acompañaron en un momento clave, cuando estaba sola en Guatemala con dengue y no podía parar de llorar tras darme cuenta de lo frágil de la vida. Los libros de Paul Theroux también llegaron cuando los necesitaba, ya no recuerdo en manos de quién, mientras viajaba por Asia (y Paul Theroux, quien es a la vez el escritor y una versión ficcionalizada de sí mismo, me acompañó desde sus vagones de tren y sus viajes en kayak y me hizo darme cuenta de que no estaba tan loca por querer viajar y por querer vivir de mi escritura).

[singlepic id=6544 w=625 float=center]

[singlepic id=6557 w=625 float=center]

Si los libros de papel no existiesen, ¿cómo haría para seguir teniendo estos encuentros? ¿Cómo harían ellos para aparecer (de manera física y real) en mi vida? Cada libro que me llevo a casa es más que una colección de hojas escritas: es un objeto que me recuerda un lugar, un momento de mi vida, una persona, una experiencia. Por eso en mi biblioteca no guardo solamente libros, sino recuerdos de personas, dedicatorias, flores secas, señaladores, postales y momentos. Y si todavía me faltaba convencerme de que son ellos, los libros, los que me encuentran y no yo a ellos, hubo un acontecimiento que me dejó sin palabras.

[singlepic id=6561 w=625 float=center] Me dejó sin palabras como “La Seta”, ese edificio-escultura que rompe con la arquitectura tradicional de Sevilla

[singlepic id=6551 h=625 float=center] Me hizo sentir chiquita 

[singlepic id=6554 w=625 float=center] Como hombre frente a árbol de navidad

Apenas llegué de España a Buenos Aires (hace menos de una semana) sentí un enorme impulso de revisar mi biblioteca. Era algo que ya venía pensando en el avión: tengo que revisar mi biblioteca, tengo que revisar mi biblioteca. No me pregunten por qué. Llegué a casa, entré a mi cuarto, miré los títulos uno por uno y apenas lo vi lo agarré, sorprendida: pero ¿cómo? ¿cuándo me compré este libro? Sé que alguien me lo había recomendado y se ve que por eso lo compré, pero no recuerdo haberlo leído (y mucho menos comprado)… Fue él quien me había estado diciendo, quién sabe cómo, “Ani, revisá tu biblioteca”. Así que lo saqué y empecé a leerlo ahí mismo. No sé cuántos años estuvo ahí escondido, esperándome, pero era claro que había llegado el momento de leerlo. Mucha mayor fue mi sorpresa cuando me encontré con el siguiente párrafo (el libro no es de viajes):

[quote]“Un paseo por las calles de una ciudad en el extranjero, guiado por las indicaciones de la intuición, resulta mucho más gratificante que una excursión planeada según lo ya probado y experimentado. Ese paseo es algo totalmente distinto de un vagabundeo al azar. Dejando los ojos y los oídos bien abiertos, uno permite que sus gustos y sus rechazos, sus deseos e irritaciones inconscientes, sus pálpitos irracionales lo guíen cuando hay que optar entre doblar a la derecha o a la izquierda. Uno se abre camino en una ciudad que es sólo suya, que le depara sorpresas destinadas sólo a uno. Y descubre conversaciones y amistades, encuentros con personas notables. Cuando uno viaja de esta manera es libre; no “debe” ni “tiene que” hacer nada. Tal vez la única estructuración es el horario del avión al partir. A medida que se despliega el dibujo de la gente y los lugares, el viaje, como una improvisada pieza musical, revela su propia estructura y ritmos internos. Así se prepara el escenario para los encuentros que brinda el azar.”[/quote]

Como si lo hubiese escrito yo. Intuición, pálpitos, escenario, azar. Palabras que definen este momento de mi vida.

El libro se llama “Free Play: la improvisación en el arte y en la vida” y es de Stephen Nachmanovitch. Y con su súbita e inexplicable reaparición me demostró que a veces es necesario irse al otro lado del mundo solamente para regresar y darnos cuenta de que el libro que buscábamos nos estaba esperando en nuestra propia biblioteca.

[singlepic id=6563 h=625 float=center]

[singlepic id=6564 h=625 float=center]

[singlepic id=6568 w=625 float=center]