[box type=”star”]Este post pertenece a “Escribir un libro”, una serie que surgió por necesidad personal: así como alguna vez me fui de viaje por primera vez, sin tener idea de cómo hacerlo, una vez empecé a escribir mi primer libro sin tener mucha idea tampoco. Esta serie intenta mostrar los pasos que di para autopublicarme y los estados por los que pasé. Es un viaje literario por mis mundos de papel.[/box]

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Creo que estos últimos cuatro días viajé más en ascensor que durante mis 28 años de vida de edificio. Siempre viví en un piso 18, así que los ascensores forman parte de mi rutina desde que nací: para mí son uno de los medios de transporte más necesarios para salir al mundo real. Supongamos que paso, como mínimo, dos minutos por día en el ascensor, eso multiplicado por 365 días da 730 minutos, por 28 años da 20 440 minutos, lo que equivale a 340 horas o 14 días: es decir que pasé (por lo menos) dos semanas de mi vida solamente viajando en ascensor. Debe ser por eso que los ascensores forman parte de mis sueños (y pesadillas) recurrentes. Intento imaginar dos semanas en las que lo único que hago es subir bajar subir bajar subir bajar subir bajar subir bajar y siento que la vida pierde un poco de sentido. A estos 14 días de viaje en ascensor tengo que sumarle estos últimos cuatro, casi completos, porque toda esta semana lo único que hice fue bajar subir bajar subir bajar.

El ciclo ascensoril empezó el viernes pasado, cuando la imprenta me mandó los libros terminados a casa y tuve que bajar a buscarlos. Hacía tiempo que no estaba tan ansiosa. Unas noches antes, por ejemplo, había soñado que la imprenta me entregaba los libros el mismo día de la presentación: varias mujeres los traían en sobres marrones y se los iban dando a los invitados en bandejas, yo agarraba uno, rompía el sobre y veía una tapa que no era la de mi libro (era una foto fallada, como si le faltara la mitad del archivo). Me desesperaba: “¡Pero este no es mi libro! ¡Gente! ¡No es mi libro!”. Pero a nadie le importaba.
[singlepic id=7380 h=600 float=center] Esta es la última prueba de tapa que hizo la imprenta (y que yo en persona firmé y aprobé, así que no había chances de que saliera mal)

El encuentro cara a cara con la versión final de mi libro fue algo que, durante varios días, me generó pavor. ¿Y si estaba mal impreso? ¿Si encontraba un error descomunal de ortografía en la contratapa? ¿Si el papel que usaban no era el mismo? ¿Si se olvidaban de que la encuadernación era cosida? Cualquier cosa podía salir mal. La noche anterior me costó mucho quedarme dormida: no quería que las horas se me fueran tan rápido, no quería que se acercara el momento tan de golpe.

Al día siguiente, a eso de las 11 am, tocaron el timbre. Los 18 pisos en bajada se me hicieron eternos. En la planta baja me esperaba un hombre con varias cajas marrones cerradas. Me pidió que firmara un remito, las cargó en dos de los ascensores y se fue. Me metí en uno y subí, sola, con cuatro cajas. Como mi ascensor es lento y el tramo es largo, no aguanté: agarré la llave de casa y, cual asesina serial, clave la punta en la caja de más arriba y rompí la cinta scotch que la cerraba. La abrí con desesperación y ahí lo (los) vi: mi libro estaba tal cual lo había imaginado, incluso más lindo. Lo primero que hice fue sacar uno (el mismo que más tarde me autodediqué y puse en mi biblioteca), acariciarle la tapa (es muy suave) (tengo problemas de tactilidad extrema) y olerlo: tenía olor a libro (¿existe un olor mejor para un escritor? Deberían hacer perfumes de eso). Entré a casa cual madre primeriza que llega con su bebé recién nacido, guardé varias cajas en el cuartito donde trabajo y me quedé ahí sentada, rodeada de cientos de libros silenciosos que me miraban como diciendo: “Mejor que nos saques rápido de acá”. Me parecía (y me sigue pareciendo) algo muy raro saber que esos mil libros salieron de mí.

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Los días siguientes me dediqué a firmarlos. Más raro aún: ¿cómo se dedica un libro? ¿Existirá un taller de dedicatorias literarias para principiantes? Fui improvisando según lo que me generara el nombre y el país o ciudad de origen de quien me lo había comprado. Y, después del fin de semana largo, empezaron las primeras entregas de los libros comprados durante la preventa. Le dije a mis lectores de Buenos Aires que podían pasar de 9 a 21 durante los siguientes cuatro días para darles los libros personalmente, sabiendo que no podría moverme de mi casa (ni ir al baño, porque es sabido que el timbre suena cuando uno va al baño) durante esa franja horaria. Fue un concierto de timbrazos: sin exagerar, debo haber subido y bajado treinta veces por día. Lo bueno es que aproveché esos supuestos tiempos muertos de los viajes en ascensor mejor que nunca.

[singlepic id=7356 w=350 float=center]  Como se imaginarán, no tengo muchas fotos de estos últimos días. Este es el original de la ilustración que me hizo Vero Gatti para la solapa con mi pequeña biografía.

Cada vez que bajaba con un libro en la mano y el nombre de su futuro lector, me preguntaba con qué palabras o reacciones me encontraría abajo. Muchos se sorprendieron de verme (una de las lindas cosas de hacer un libro sin intermediarios es poder conocer a los lectores), algunos me abrazaron, otros me regalaron chocolate y libros, muchos me agradecieron por haberles respondido algún mail en el pasado, hubo hasta quien me preguntó qué almorcé y quién cocinó. Pero la pregunta más frecuente fue una: “¿Y cuál es tu próximo viaje?”. Y mi respuesta: “No sé, sólo sé que me voy pronto”. Qué lindo haber llegado a un punto en el que tengo que viajar para poder generar material nuevo.

Cada vez que bajaba con un libro, además, aprovechaba esos segundos en los que estábamos a solas (el libro de turno y yo) para mirarle detalles de la ilustración de la tapa (genia, Vero) o para leer algún párrafo al azar. Lo malo de haber escrito un libro es que me lo sé de memoria y dejó de sorprenderme hace tiempo. Siento, además, que no le va a sorprender a nadie y enseguida me dan ganas de escribir otro para tapar este. Sé que en unos años este libro ya no me va a gustar, pero como me dijo un amigo, es bueno que así sea, porque quiere decir que estaré evolucionando. Voy a dejar pasar bastantes años antes de releerlo porque no puedo mirarlo sin ojo crítico, no puedo abrirlo y no intentar encontrar un error (en uno de los tantos viajes en ascensor releí la contratapa y pensé: “Ay no, me equivoqué, veintidós no va con tilde en la o, soy una tarada, cómo no lo chequeé”, y entré corriendo a la página de la RAE para comprobar que ya me estaba volviendo loca). Mi antídoto contra esto es pensar en futuros libros (ya los estoy escribiendo en mi cabeza): “…quiero que tenga el mismo tamaño que este, para que sean como una colección, quiero que tenga más ilustraciones o fotos y que se llame de tal manera”.

[singlepic id=7377 w=625 float=center] Una lectora me regaló estas banderitas :) (¡gracias!)

En una de estas tantas subidas y bajadas, un vecino me dijo:

—¡Qué bien te va con Mercado Libre! Hoy ya te vi un montón de veces.

—Jaja, no, es que estoy vendiendo un libro.

—¿Y qué portal usás?

—Ninguno, tengo un blog y los vendo por ahí.

—Ah, ¿y el libro de quién vendés?

—El mío.

—¿Tuyo? ¡Felicitaciones! ¿Y de qué es?

—De viajes…

—Ahh, yo quiero viajar a China, así que te lo voy a pedir.

—Bueno, pero mirá que no es una guía… Son historias que me pasaron a mí.

—Uyy qué bueno, ¿y tenés página de internet? ¿Dónde te puedo buscar?

—Sí, viajandoporahipuntocom.

—¡Ahora te leo!

Y salió del ascensor. Y en ese momento me di cuenta de que las tres lucecitas que indicaban el peso que había en el ascensor se apagaron. O sea que yo, para el ascensor, o era una pluma o estaba casi flotando, porque su medidor indicaba que adentro no había nadie.

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La última en pasar a buscar su libro el viernes a la noche fue Vale, una lectora que conocí hace tiempo y a la que no veía hacía varios meses. La invité a subir un rato para charlar y desenchufarme (juro que estos días estuve trabajando por cuatro personas, necesito delegar). Hablamos de todo un poco, fuimos dejando que la charla tomara sus caminos, y en algún momento señalé mi libro y le dije: “Yo esto lo hice por mí, necesitaba cerrar un ciclo, darle un sentido a estos últimos cinco años”. Y ella me dijo: “Es como cuando a los nenes del jardín le dan una carpetita a fin de año con todos sus dibujos”. Claro (y ahí me di cuenta): acabo de pasar a primer grado. Terminé el jardín de infantes de los viajes. Ahora empieza la primaria, se vienen temas nuevos, más complejos, distintos. Seguramente en dos años (quiero escribir un libro cada dos años, o más seguido) mi mirada será otra y veré este primer libro con ternura, como el producto de una nena de jardín.

[singlepic id=7375 w=625 float=center] Estoy casi de bricolage en casa, armando fotopostales como loca.

Antes de irse, Vale vio un papelito que yo había escrito en algún momento de la tarde. Decía: “INGRÁVIDA” (lo hice después de que el ascensor no reconociera mi peso). Y me preguntó qué significaba. “Algo ingrávido no tiene gravedad, como que flota…”, le expliqué. Y ella tapó el “IN” y me dijo: “Grávida en portugués significa embarazada: pensé que era algo así como desembarazada.

Y sí, después de casi nueve meses de trabajo, me desembaracé.

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[box border=”full”]El próximo viernes 30 de agosto presento mi libro en el Mu (Hipólito Yrigoyen 1440, CABA) a partir de las 20 hs. Hablaré un poquito, expondré algunas fotos, habrá sorteos, venta y firma de libros, amigos viajeros y buena onda. La idea es quedarnos ahí charlando hasta que querramos. ¡Los espero![/box]