Si bien no soy fan de los souvenirs —con excepción de las postales— creo que entrar a las tiendas donde se venden estos productos es muy útil para obtener un pantallazo acerca de “lo típico” que uno podrá encontrarse en una ciudad, región o país. Cuando estuve en el aeropuerto de Londres (a la vuelta de mi viaje por República Checa) hice tiempo en los negocios de souvenirs, no para comprar, sino por la curiosidad de saber cómo se presenta el país ante (y como quiere ser recordado por) los visitantes extranjeros. Encontré lo que imaginan: buses rojos de dos pisos en miniatura, bolsos con fotos de Los Beatles, posavasos con imágenes de la Reina, alcancías con forma de cabinas telefónicas rojas, tazas con la bandera de Inglaterra, pastilleros con el logo del metro de Londres. Los íconos típicos que todos conocemos de Inglaterra (aunque, como yo, nunca hayamos viajado más allá de su aeropuerto). Íconos que son parte de la identidad cultural del país pero que no por eso lo definen.

[singlepic id=6383 w=625 float=center] Mosaicos en Portugal

Cuando llego a un lugar del que no sé ni conozco demasiado entro a las tiendas de souvenirs y no entiendo muy bien el por qué de los productos: sí, ese gallo es muy simpático, pero ¿por qué hay gallos en todos los negocios de souvenirs de Lisboa? ¿Y por qué en Barcelona está lleno de estatuitas de hombres, mujeres y niños cagando? ¿Y quién es ese señor que aparece en todas las postales y pósters de Indonesia? Es cuando uno sale de las tiendas y camina por las calles que descubre la razón de ser de cada uno de esos objetos (y que empieza a armar, a la vez, su propia cajita de cositas y momentos).

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Cuando partimos hacia Aveiro, la primera ciudad que íbamos a visitar en Portugal, yo no tenía mucha idea de qué esperar. Lo poco que sabía de Portugal lo había aprendido a través de mis viajes a sus colonias. El país, sin embargo, siempre me había llamado la atención, tal vez por eso de que es chiquito, está “en la punta” y mucha gente se lo saltea durante su viaje a Europa (en general los que aterrizan en Madrid se van hacia el lado de Francia. En general.). Empezamos el viaje en Aveiro por una razón: porque Sofía, portuguesa lectora de mi blog, vive ahí y nos invitó a visitarla. Antes de viajar, nos anticipó: “Aveiro tiene canales y la llaman la Venecia de Portugal”.

 [singlepic id=6410 w=625 float=center] Y así es…

[singlepic id=6412 h=625 float=center] La conocimos de noche

[singlepic id=6418 h=625 float=center] Con sus farolitos prendidos

[singlepic id=6419 h=625 float=center] Y sus barcitos

El viaje en bus desde Madrid se hizo mucho más largo de lo que esperábamos (tardamos como nueve horas, con una parada de hora y media en Coimbra), pero la vista desde la ventana fue como un trailer o anticipo del país: árboles amarillos por el otoño, montañas bajas, rutas sinuosas, casitas dispersadas por el campo, huertas en los jardines, tranquilidad. Llegamos a Aveiro de noche; Sofía nos llevó a su casa y, tras dejar las cosas, nos acompañó a caminar por el centro de la ciudad. Nunca repetí tanto la palabra “divino” como esa noche. Todo en Aveiro me parecía divino: las callecitas empedradas, los farolitos, los azulejos de los frentes de las casas, los restaurantes y barcitos, los moliceiros (barcos tradicionales de los pescadores, utilizados originalmente para juntar moliço o algas) descansando sobre el agua, los canales que bordean el centro, saber que esa agua es parte de una ría (confluencia del río con el mar), la gente caminando tranquilamente por la ciudad. Y al día siguiente, tras caminar la ciudad con luz, la sensación de que todo era “divino” fue aún mayor.

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[singlepic id=6382 h=625 float=center] Con lluvia y todo…

[singlepic id=6385 h=625 float=center] Es un lugar encantador

[singlepic id=6395 w=625 float=center] Tan tranquilo como se ve

[singlepic id=6402 w=625 float=center] Colorido

[singlepic id=6407 h=625 float=center] Romántico

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[singlepic id=6396 w=625 float=center] Con pequeños detalles

[singlepic id=6413 w=625 float=center] Con sus góndolas

[singlepic id=6384 w=625 float=center] Y sus casas

Durante esos pocos días en Aveiro empecé a aprender acerca de “lo típico” de Portugal. La sopa de entrada. El vino que acompaña todas las comidas. La presencia del pan en la mesa. Las sardinas. El pez como alimento principal. Los azulejos y mosaicos en las paredes. Los gatos en las ventanas. El corcho (Portugal es el mayor exportador de corcho del mundo. Les recomiendo ver este video: “Save Miguel” para entender por qué la producción de corcho es importante para el medio ambiente). El fado (el estilo musical más conocido de Portugal, en el cual pienso indagar en estos días). La influencia árabe en la arquitectura. El modernismo de ciertos edificios. El uso de colores pasteles en paredes y ventanas. Los dibujos en blanco y negro de los empedrados. Las macetas con flores en los balcones. Los pocos niños que se ven en las calles. Los puestos callejeros de castañas. El carácter pacífico de los portugueses.

[singlepic id=6416 w=625 float=center] También probé los ovos moles,

 [singlepic id=6415 w=625 float=center] dulces de huevo típicos de Aveiro

[singlepic id=6420 h=625 float=center] Ventanitas como esta se ven a montones

[singlepic id=6392 w=625 float=center] Y gatos curiosos también

[singlepic id=6389 w=625 float=center] Ropa colgando al aire libre, un clásico (me encanta)

[singlepic id=6405 w=625 float=center] Azulejos por todas partes (muchos con postales típicas del país, otros con imágenes religiosas, otros con fragmentos de Historia)

[singlepic id=6394 h=625 float=center] Y muy pocos chicos

De lo típico de Aveiro me quedo con dos cosas: la arquitectura (esas callecitas, esos empedrados, esas ventanitas, esas casitas) y los dibujos de las góndolas (pueden verlos en las fotos, son muy cómicos).

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[singlepic id=6398 h=625 float=center] Y los simpáticos dibujos de las góndolas

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Y si bien entramos a varias tiendas de souvenirs y miramos los azulejos, las góndolas en miniatura y las latas de sardinas, me di cuenta de que los souvenirs más valiosos son aquellos que uno no se puede llevar a su casa más que en el recuerdo. Mi cajita de souvenirs de Aveiro muchas cositas adentro. Gente sentada en los cafecitos. La ropa colgando de las ventanas (ese piyama a lunares). Las calles estrechas, tan estrechas que cuando pasa un auto hay que pegarse contra la pared para hacer lugar. Ese gato que nos miraba desde la ventana. Su dueño, que al vernos saludando al gato abrió la puerta y lo hizo salir para que nos conociera. Lukas, el perro que esperaba a sus dueños sentado en la puerta de un café donde paramos a almorzar. El cocinero, un italiano que nos explicó lo que era una bifana (sandwich de cerdo) y nos preparó una con salsa de champignones. La camarera venezolana que nos dijo que amaba el acento argentino. La risa que nos provocó ver los dibujos “atrevidos” de los moliceiros (barquitos). Las cenas y las charlas compartidas con Sofía (su biblioteca, los libros que me permitió espiar, los consejos de viaje que nos dio). La adicción que genera comer tremoço (un tipo de legumbre que se pela con los dientes) por primera vez. Las paredes pintadas de amarillo por las luces de los faroles. Los peces saltando del agua. El conductor del moliceiro diciéndonos, a lo lejos, “¡sáquenme una foto para Facebook!” mientras desaparecía con su barquito bajo un puente. La sensación de morder un ovo mole (dulce de huevo, típico de Aveiro) por primera vez. Las gotitas de lluvia sobre los paraguas. El arco iris que apareció sobre el puente cuando dejó de llover. El romanticismo de las calles empedradas. El fado que se escapaba de una tienda de música en una esquina. La felicidad de llegar, por fin, a Portugal, después de tanto tiempo y de tantas ganas. Y la alegría de saber que mi cajita no se consigue en cualquier tienda de regalos, sino que la fui armando yo misma, de a poco, con el solo hecho de haber viajado a Aveiro.

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