No me di cuenta de lo grande e inabarcable que es China hasta que empecé a viajar en colectivo de un pueblo/ciudad a otro/a. Cada viaje que hice hasta ahora me llevó, como mínimo, ocho horas. Ocho horas en las que, estando sentada en un colectivo, aprendí y descubrí cosas sobre este inmenso país de Asia.

Esta es la ruta que hice hasta ahora:

Aterricé en Chengdu, capital de la provincia de Sichuan, y me fui hacia el sur. Mi plan era ir a algunos lugares que quedan al norte, pero cuando hice la ecuación “cuanto más al norte más frío hace” y me di cuenta de que para llegar a donde quería ir necesitaba unas 20 horas de viaje, pensé no gracias, en este momento no estoy como para ir a lugares que estan tapados de hielo y con temperaturas bajo cero. Así que me fui hacia el sur. Primero, Kangding, ciudad donde me perdí y me encontraron. Después, Xichang, ciudad de la eterna primavera. En tercer lugar, Luguhu o Lago Lugu, pequeño paraíso habitado por una sociedad matriarcal. Y por último, desde donde escribo, Lijiang, ciudad histórica de la provincia de Yunnan.

Lo primero que me deslumbró de todos estos eternos viajes en colectivo fueron los paisajes. Nunca vi imágenes tan perfectas por la ventana, nunca me quedé con la boca abierta frente al paisaje visto al pasar desde un colectivo en medio de la nada (generalmente estoy acostumbrada a ver paisajes imponentes al llegar a destino, pero no tanto en el medio), nunca tuve que luchar por no quedarme dormida solamente para admirar la vista. Cada viaje en colectivo es como sentarse frente a una pantalla de cine donde pasan documentales mudos de la National Geographic. O algo así. Vean estas imágenes sino:

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[singlepic id=2072 w=800] En la ruta de Chengdu a Kangding

[singlepic id=2170 w=800] En la ruta de Lugu a Lijiang

Creo que entiendo por qué hay tanto turismo interno en China y por qué mucha gente jamás sale del país (teniendo la posibilidad de hacerlo): acá tienen todo, por lo menos en cuanto a paisajes, historia, templos. Cada región, cada ciudad, cada pueblo parece ser un país distinto, y supongo que voy a ir viendo esto con más fuerza a medida que avance de una provincia a otra. Y juro que cada vez que paso por al lado de un pueblito perdido me dan ganas de intercambiar papeles con un habitante local y quedarme a vivir un tiempo en medio del verde y amarillo de las plantaciones de arroz.

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[singlepic id=2073 w=800] En las afueras de Xichang

Cada vez que me subo al colectivo me pasa lo mismo: todos me miran. Acá siempre soy minoría, el país es tan grande que los viajeros están muy dispersados y pocas veces tuve otro extranjero en el mismo colectivo que yo. Si la mirada de los asiáticos es penetrante, la de los chinos directamente me atraviesa. Me miran me miran me miran y no bajan la mirada. Pero les sonrío y me sonríen. Y después me miran un rato más. ¿Pensarán que vengo de otra galaxia?

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Los colectivos no tienen baño, así que cada dos horas el conductor hace una parada obligatoria. Mujeres, les aviso: en China, los baños públicos que están al costado de la ruta no tiene puertas (algunos ni tienen paredes). Así es, se trata de varios agujeros en el piso donde cada una debe hacer sus necesidades en público. Pero el lado positivo de esto es que como es algo tan común, nadie se averguenza ni mira con curiosidad. Y si uno está en China, habrá que actuar como los chinos nomás.

La parada obligatoria número dos es para comer, y en cada viaje se hacen dos o tres paradas.

Confieso que durante los primeros viajes en colectivo no quería llegar a destino. Mejor dicho, quería llegar y no. Llegar a un nuevo pueblo o ciudad implica poner todas mis energías en no perderme y pedir indicaciones por medio de señas. Pero después de la experiencia tan positiva en Kangding, pensé: Ya está, que fluya, de ahora en más me dejo llevar. Y me siguieron pasando cosas increíbles.

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Llegué a Xichang sin hostel, sin mapa, sin idea de nada. Fui ahí solamente porque era una parada necesaria para poder seguir avanzando hacia el sur y decidí quedarme dos noches para descansar y explorar un poco la ciudad y sus alrededores. Tenía escrito el nombre de un posible hotel (en Xichang no hay hostels ni guesthouses y todos los hoteles son bastante caros) y el número de colectivo que me llevaba hasta el centro. Así que apenas me bajé en la plaza principal me puse a buscar el hotel. Como no lo encontré, pedí indicaciones (por señas, siempre). Nadie sabía, hasta que apareció un hombre que me indicó que lo siguiera.

Caminamos hacia un edificio de oficinas, tocó el timbre en uno de los departamentos y voilá, se abrió la puerta y vi, en el fondo, iluminado cual aparición de dios, un pelo rubio. Se dio vuelta y sí, era un expatriado estadounidense que está trabajando en Xichang hace dos años, una persona que hablaba inglés en China. “Hoy este hombre estaba trabajando abajo de la ventana de la oficina, me vio asomado, me saludó y se ve que por eso te trajo acá”, me dijo. Me acompañó caminando a buscar un hotel barato y gracias a él lo encontré y encima me hicieron descuento (cada noche, 9 dólares). Mientras caminamos me contó acerca de la ciudad, me dio todas las indicaciones sobre qué ver, cómo llegar, dónde comer y después volvió a la oficina a trabajar. A veces no puedo creer la suerte que tengo en ciertas situaciones.

Xichang, además, me encantó. El clima es primaveral y está repleto de cerezos en flor, la ciudad es abarcable y fácil de caminar, hay una parte histórica que no quiere ser turística, sino que es totalmente auténtica, hay un lago a veinte minutos del centro que puede ser recorrido en su totalidad en transporte público, hay una montaña al lado del lago poblada de templos milenarios. Y Xichang es la capital del territorio autónomo de la minoría Yi. Mucho más de lo que me esperaba.

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De Xichang me fui a Lugu Lake: conjunto de pueblos a orillas de un lago, conformados por la minoría Mosuo. Y antes de bajarme del colectivo volvió a pasarme algo impensado. Tres chicas chinas que estaban viajando como yo me vieron sola y me adoptaron de amiga y de compañera de viaje por dos días. Pequeño detalle: ellas no hablaban inglés y yo no hablo chino, así que nos entendimos mediante señas, mímica, traductor, google translate y la ayuda de mi amigo de Macau, Clancy, y de mi amiga Tippi que les hablaron por teléfono varias veces y me tradujeron lo que me querían decir. Y el resto del tiempo, nos la pasamos recorriendo, comiendo y sacando fotos juntas como amigas del alma.

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La primera noche,  después de cenar, me llevaron a ver un espectáculo de danzas típicas de las mujeres Mosuo. Un show que, por lo que inferí, era “muy exclusivo”: fue en el hotel más lujoso y estaba lleno de seguridad, por lo que supuse que los invitados eran “gente importante”. Jamás entendí cómo llegamos ahí, pero (me parece) que nos colamos y entramos a ver el show, algo que jamás hubiese presenciado si no hubiese conocido a estas chicas.

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Al día siguiente “alquilamos” un combi y dimos toda la vuelta al lago, parando en todos lados para sacar fotos. Mientras dos de las chicas se subieron al teleférico, la tercera chica y yo nos fuimos a caminar por uno de los pueblitos. Llegamos a la entrada de una casa y la mujer Mosuo que estaba trabajando sentada en el piso nos invitó a acompañarla. Estaba sacando los pescados de la red y poniéndolos al sol para secar y poder venderlos. Nos trajo comidas para probar, nos invitó a tomar el alcohol que se produce localmente y hasta me regaló snacks para la tarde.

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Y ayer, por fin, llegué a Lijiang y me reencontré con Tippi, mi amiga china que vive en Malasia y está acá visitando al novio.

Espero ansiosa mi próximo viaje en colectivo. No tengo idea qué me deparará, y eso es lo que está haciendo que en este viaje por China me pasen cosas inesperadas todos los días…