Breve introducción: Este es el post número 100 de Viajando por ahí. Tenía pensado hacer “algo especial” para celebrar (?), como escribir un capítulo remixado, un “post aniversario”, un backstage, algo distinto. Pero estos días me sentí tan perdida en China que no tenía mucho ánimo para hacer nada. Hasta que esta tarde, de la nada, pasó lo que pasó: una de las mejores experiencias de mi viaje, caída del cielo para compartir con ustedes en este post número cien.

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Primera parte: Perdida entre caracteres

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Mis primeros días en China no fueron (ni son) nada fáciles. Cada vez que salgo a la calle o llego a un lugar desconocido me siento, a la misma vez, frustrada, emocionada, feliz, triste, enojada, impotente y completamente perdida. Me resulta imposible leer, por ejemplo, los horarios de los colectivos en la estación, ya que todos los nombres de las ciudades están en caracteres chinos. No puedo preguntar “qué me tomo para ir a tal lado”, porque nadie me entiende (o mejor dicho porque yo no entiendo a nadie). No puedo pedir indicaciones en la calle más que por señas o mostrando el mapa. Pierdo horas (literalmente) buscando el hostel que dice estar a 15 minutos de la estación o buscando ese templo o callecita que debería estar ahí.

Muchas veces durante este viaje me preguntaron si había tenido alguna dificultad para comunicarme con la gente local y mi respuesta siempre había sido “casi nunca”. Tuve pequeñas excepciones, sí, pero las resolví dirigiéndome a otra persona que hablara algo de inglés, apelando al dígalo con mímica o leyendo algunas frases o palabras en el idioma local. En el Sudeste Asiático se habla bastante inglés: en Malasia y Singapur es uno de los idiomas oficiales, Tailandia y Vietnam son tan turísticos que es muy fácil comunicarse o leer los carteles, en Indonesia no se habla tanto pero el indonesio es un idioma simple y entendible (y los indonesios se desviven por hablar aunque sea un poquito de inglés). Pero China es otra cosa. O por lo menos lo poco que conocí hasta ahora.

Por primera vez me siento completamente impotente frente a la barrera idiomática. Por un lado me encanta: tanto que buscaba “lo auténtico”, acá lo tengo. Estoy en un lugar del mundo que aún se mantiene “intacto” en ciertas regiones. Pero por otro lado, se me hace muy difícil viajar sola y siempre dependo de la ayuda de alguien (o por lo menos del diccionario inglés-chino que descubrí que tengo en mi celular). Sé que soy yo la que debería hablar el idioma y creanme que si pudiese hacer un curso aceleradísimo de mandarín lo haría ya mismo. Por el momento me manejo con el traductor, con papelitos escritos en chino y con mi instinto. Y estoy aprendiendo —o intentando al menos— algunas palabras y expresiones básicas.

Segunda parte: Las cartas no se equivocan

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Ayer domingo llegué (después de un viaje en colectivo de 7 horas por las montañas) a Kangding, la ciudad más grande de lo que se conoce como la Ruta Tibetana (Tibetan Highway) en la provincia de Sichuan. Mi plan era quedarme una noche ahí y viajar el día siguiente hacia Dao Cheng, un lugar con paisajes imponentes según dicen. Llegué a la estación, pedí un pasaje para Dao Cheng y lo único que me respondió la mujer del mostrador fue “no bus no bus!!” y me fletó. La llamé a Susie, la chica que me había alojado en Chengdu, para pedirle que hablara con esta mujer: al parecer estaba todo agotado hasta dentro de una semana. Así que decidí dejar lo del pasaje para más tarde e ir en busca del hostel.

Me perdí. Kanding es una ciudad que se puede recorrer de punta a punta a pie, pero yo me perdí. Obvio que iba enojadísima conmigo misma, hablando en voz alta, quién me manda a venir a este lugar, cómo puede ser que no sea capaz de leer un mapa y todo eso. Hasta que las vi. Llevaba mucho tiempo sin encontrarlas: cartas (naipes) tiradas en el piso. Un doce de trébol, un seis de diamantes, un siete de corazones, tirados en la vereda, al lado del puente. Empecé a juntar cartas abandonadas hace un tiempo, en Laos, y juro que en cada ciudad o pueblo donde encontré una tuve experiencias demasiado buenas. Las llamo las cartas del buen agüero: si aparece una es porque algo bueno me va a pasar.

Seguí caminando, igual de perdida, sin poder pedirle indicaciones a nadie. Decidí llamar al número de teléfono que había sacado de la página de internet del hostel, pero estaba fuera de servicio así que llamé a un celular que también figuraba ahí y me atendió una chica china que hablaba inglés. Le pedí indicaciones para llegar, pensando que ella trabajaba ahí, y seguí caminando por donde me dijo. A los cinco minutos, esta chica apareció enfrente mío: “you just called me” (“vos me acabás de llamar”) (no debo ser difícil de localizar: soy la única extranjera del pueblo, lo juro). Me indicó el camino otra vez, en persona, y desapareció. Y cuando le pregunté si ella trabajaba en ese hostel, me dijo que no… Qué cosa rara.

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[singlepic id=2018 w=800] Este es el “cuadrado” central de la ciudad donde, cada noche, la gente local se reúne a bailar…

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Seguí caminando, me perdí otra vez y me senté a descansar. Se me acercó una mujer muy vieja que caminaba con bastón y me empezó a hablar. Al no entender las palabras, lo que intento hacer es leer el lenguaje corporal de las personas e inferir qué me están diciendo (o por lo menos en qué tono). Esta mujer me sonrió cálidamente, me habló un poco más, me sonrió de nuevo y se fue, así que supuse que fue algo bueno. Como media hora más tarde (yo seguía buscando el hostel) me la volví a cruzar en otra parte de la ciudad. Me reconoció, se acercó y vio mi cara de estoy perdida y voy a llorar. Yo estaba sentada sobre una escalera, ella acercó su mano a mi rodilla y me hizo un gesto de “no te preocupes que todo va a estar bien”, al menos yo lo sentí así. Después me hizo señas de que durmiera y se fue.  Enseguida apareció un hombre que sabía dónde quedaba mi hostel y me indicó perfectamente. Estas personas me iluminan el día.

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Tercera parte: Encontrada por Eva y su familia

Anoche, con ayuda de un chico que hablaba inglés y el dueño del hostel, me armé una nueva ruta para llegar a donde quiero ir. El chico me escribió todas las indicaciones y detalles en chino y en inglés, así que esta mañana fui con ese papelito en mano a la estación, medio resignada a no conseguir nada. Mientras estaba haciendo la fila, apareció una chica china atrás mío que me miró y me preguntó, en inglés, a dónde quería ir. Le dije y me ayudó a sacar el pasaje. Salí sola de la estación y escuché una voz que me dijo, a lo lejos, “hello hello!”, era esta chica, Eva, que venía corriendo atrás mío junto con su mamá. Caminamos juntas toda la mañana, la mamá me cuestionó en chino y ella tradujo: de dónde sos, cuántos años tenés, estás casada, viajás sola, tenés que viajar con alguien, tené cuidado. Después Eva y yo nos fuimos a desayunar y me enseñó los nombres de algunos platos para poder pedirlos en el futuro (sí, otro detalle, todos los menúes en chino y sin fotos). Más tarde nos separamos y quedamos en encontrarnos a las 6.

A eso de las 3 de la tarde salí a caminar y sacar fotos. A las cuatro cuadras una mujer me hizo señas, emocionadísima: ni hao, ni hao! Era la mamá de Eva que estaba sentada en la plaza principal charlando con su mejor amiga. Me senté con ellas y tuvimos una no-conversación. La madre me hizo señas de que Eva se había ido a cortar el pelo y después entre ella y la amiga me hablaron como locas en chino, me hicieron preguntas, se rieron, me hablaron un poco más y yo, impotente, solamente podía repetirles wǒ bù míngbai (no entiendo). La llamé a Eva para contarle que estaba con su mamá en la plaza y apareció enseguida: estaba a pocos metros de distancia. Me dijo que la amiga de su mamá quería invitarme a su casa  a comer, así que nos fuimos las cuatro al departamento.

[singlepic id=2008 w=800] En la casa de la amiga

[singlepic id=2004 w=800] Dulces y té para empezar

[singlepic id=2019 w=800] Arroz con verduras y cerdo de plato principal

En la casa estaba la abuela de Eva, una mujer de 80 años que pertenece a la minoría Yi o Yizu. Los Yi viven en las areas rurales del sur de China, Vietnam y Tailandia. Hablan su propio dialecto, un idioma tibetano-birmano, y son, en su mayoría, pastores o cazadores nómades. Tiene su propia religión animista y muchos historiadores creen que son ancestros de los tibetanos, de los naxi y de los qiang. Y no sólo la abuela es de la minoría Yi, Eva y su mamá también lo son.

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Prepararon comida para mí y me siguieron charlando alegremente en chino, la abuela incluida. Me sirvieron una taza de té tras otras y me “obligaron” a comer mucho. La madre me repitió ochenta veces que viajara con alguien y no sola, me preguntó acerca de mi familia, de mi novio, de mi país. Creo que hace mucho no me sentía tan emocionada y feliz. Por más que no entendiera palabra, me hicieron sentir muy cómoda. Le pedí permiso a Eva para sacar fotos, con miedo de que me dijera que no (uno nunca sabe, en ciertas culturas las fotos “roban parte del alma”) y se armó la sesión de fotos. La abuela, cuando vio mi cámara, se fue disparando para el otro cuarto. Yo pensé que tal vez se había ofendido y no iba a salir más de ahí. Pero no, fue a ponerse linda. Buscó su saco, se arregló el gorro y posó para mí con su vestimenta tradicional. Y durante un rato, todas nos sacamos fotos con todas.

[singlepic id=2009 w=800] Eva y su mamá

[singlepic id=2005 w=800] La mamá y su amiga

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[singlepic id=2011 h=800] La abuela

Cuando me fui me saludaron emocionadísimas: que volviera cuando quisiera, que siempre era bienvenida, que las visitara en su pueblo (Eva y su mamá estaban de visita en Kangding), que me cuidara, que no viajara sola. Madre, amiga y abuela me saludaron desde la puerta y Eva y yo nos fuimos a caminar un rato más.

Ahora entiendo por qué fui a Kangding.

***

China es, para mí, un desafío. El desafío de buscar un lenguaje común, universal, para entenderme con personas que hablan otro idioma. Y lo mejor de todo es que cuesta, pero se puede. Estas cuatro mujeres que conocí hoy me demostraron que, a veces, las palabras no son necesarias.