28 de marzo de 2012, Laponia (Suecia)

 Querido Blog:

Tapones de oído. Eso es lo que nos dieron como souvenir cuando entramos a la oficina de turismo de Piteå (la A con circulito se pronuncia como una O), el pueblito al que viajamos ayer desde Skellefteå. “If you ever miss the sound of the Swedish Lapland, just use this” (“Si algún día extrañan el sonido de Laponia Sueca, usen esto”) nos dijeron con picardía mientras nos daban la bolsita. El sonido del silencio. Buen marketing. Además es totalmente verídico: acá el silencio se escucha. Y creo que la nieve ayuda mucho. El blanco, descubrí, es un color muy silencioso.

[singlepic id=4738 w=800 float=center] En Piteå

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Por la mañana caminamos un rato por el centro de Piteå, por una zona donde se conservan las construcciones típicas del siglo 19. Son casitas de ensueño. Cuando yo era chica y dibujaba casitas de colores con techitos, chimeneas y arbolitos —intentando imitar las pinturas de mi mamá—, lo que estaba dibujando eran casitas suecas, solo que en ese momento no lo sabía. Es que acá todo es de ensueño: las calles nevadas, los árboles pelados, las ramas que forman dibujos contra el cielo, las casitas bajas de colores, los atardeceres. ¿Dónde estoy? Todavía no lo entiendo. Is this real life?, es la frase célebre de un niño dopado en youtube. Eso me pregunto yo: ¿esto es la vida real? Sí, la de todos los que viven acá y la mía en este momento. Estoy en un lugar donde, por decirte algo, las bicicletas no se atan. Las dejan ahí y cuando vuelven siguen ahí. Si yo la dejara suelta en Buenos Aires, cuando vuelvo ya está desarmada, empaquetada y vendida. Estoy en un lugar que está ubicado muy al norte del mundo, pero que también tiene verano, playa y —pocos días al año— 24 horas seguidas de sol. Un sol desenfrenado. Yo voy a hacer de cuenta que estoy despierta, pero como te dije ayer, sé que sigo soñando y que en cualquier momento me voy a despertar en las oficinas de Ryan Air, en el sector “Objetos perdidos” clasificada como “Pasajero/a No Reclamado/a”.

[singlepic id=4769 w=800 float=center] Acá pasamos la noche

[singlepic id=4766 w=800 float=center] y con esta vista desde la ventana.

Bueno, sigamos. Exactamente a las 12 del mediodía (¿o fue más tarde? es que no uso reloj y ni me molesté en prender el celular), Miguel —el otro blogger que viaja conmigo—, Mikael —un chico sueco de Piteå que nos mostró su ciudad— y yo nos fuimos en auto a Stormybergets Lantgård, una pequeña granja en las afueras de la ciudad, donde nos alojamos por una noche (desde ahí fue que te escribí ayer, sentada al lado de la ventana mirando el bosque). Nos recibieron Caroline y Gunnar, la pareja sueca dueña del B&B, su hija María, su perro Mile y su gato. Siento envidia, Blog. Siento envidia ante esta gente que vive tan en contacto con la naturaleza, que es capaz de autoabastecerse y que tiene tan pocas necesidades. ¿Lograré vivir así algún día? Sueño con tener mis propios cultivos, una bicicleta, un paisaje en mi ventana, una mesa donde sentarme a escribir y una conexión a internet (fundamental, sin ella no podría comunicarme más con vos y eso me haría sentir muy sola). Esto de viajar tanto tiene sus cosas buenas y sus cosas malas: por un lado, a medida que voy conociendo distintos modos de vida, me voy dando cuenta en qué tipo de lugares me siento mejor y en qué países me quiero quedar a vivir. El problema es que mis ganas de seguir viajando son más fuertes que cualquier paisaje, entonces no logro establecerme en ningún lugar. Por ahora. Pero cada vez tengo una idea más clara de cuál es “Mi lugar en el mundo” (que, creo yo, es un estado de ánimo geográfico, por así decirlo, que puede existir en varios puntos del mundo y no solamente en una ciudad específica).

[singlepic id=4742 h=800 float=center] Caroline

[singlepic id=4751 h=800 float=center] Gunnar

[singlepic id=4744 w=800 float=center] El bosque donde almorzamos

[singlepic id=4746 w=800 float=center] La comida

[singlepic id=4745 w=800 float=center] Hora del té

[singlepic id=4765 w=800 float=center] El gato

[singlepic id=4755 w=800 float=center] El perro

[singlepic id=4756 w=800 float=center] Las ovejas

[singlepic id=4759 h=800 float=center] Los caballos

Escuchate esta: hoy anduve en moto de nieve. La manejé yo solita. ¡Una adrenalina que te cagas! (ya te dije que estoy pasando mucho tiempo con españoles y se me pegan sus expresiones, tío). La sensación es casi como andar en moto de agua. La nieve estaba muy blanda y la moto se hundía bastante, entonces había que ir “rápido” sí o sí (igual no fui a más de 40 porque seguro me estrolaba contra algún árbol y te dejaba huérfano y la verdad que sos muy joven para que te adopten, quiero verte crecer unos años más). No sabés cómo se movía para los costados. Me quedaron los brazos temblando.

[singlepic id=4743 w=800 float=center] La famosa moto, muy popular por estos pagos.

A la noche, a eso de las 9, salimos a andar a caballo por el bosque con María, la hija de Caroline y Gunnar. Estábamos dando una vuelta cuando miramos al cielo y lo vimos (o por lo menos quisimos verlo): el principio (casi imperceptible) de una aurora boreal. Una nube gris, muy larga, que se extendía en diagonal por el cielo estrellado. María nos dijo que no estaba segura de que fuera una aurora, ya que la época terminó hace unas semanas y hace ya un tiempo que no veían ninguna. Pero yo no perdía las esperanzas. Cuando volvimos a la casa, Gunnar nos dijo, emocionadísimo: “¡Se viene una aurora! Vayan ya mismo a un lugar despejado para verla”. Así que nos abrigamos bien, agarramos cámaras y trípodes y nos fuimos cuesta arriba por la nieve en busca de un claro.

[singlepic id=4761 w=800 float=center] Por acá anduvimos a caballo pero de noche

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Nunca te lo conté, pero uno de los grandes sueños de mi vida, una de esas 10 cosas que tengo que hacer antes de morir, es ver una aurora boreal. La única que vi fue en la cocina de Skinner, en aquel capítulo de Los Simpsons que —estoy casi segura— cualquier argentino de mi edad recuerda: “¡Skinnerrrr! ¿Qué es ese humo que sale de su cocina?”, “Es el vapor de las hamburguesas que estoy cocinando”, “¿Hamburguesas? Creí que había dicho almejas”, “No, no, dije hamburguejas, hamburguejas al vapor”, ¡Skinnerrr! ¿Qué es ese resplandor?”, “Aurora boreal”, ¿Aurora boreal? ¿En esta época del año, a esta hora del día, en esta parte del mundo y ubicada específicamente en su cocina?”, “Ehhh, sí”, “¿Puedo verla?”, “No”. Era algo así, te lo escribo de memoria para que te des una idea de aquel célebre diálogo. Pero la verdad que nunca jamás te expresé mi deseo de ver la aurora porque pensé que era algo totalmente inalcanzable, algo que (con mucha suerte) iba a ver a los después de cumplir 60, cuando me ganara la lotería, viajara a algún país nórdico y me instalara en un silla día y noche a mirar el cielo.

[singlepic id=4774 w=800 float=center] Saqué varias fotos de la aurora, todas con una exposición de entre 15 y 25 segundos, algunas salieron bien y otras no tanto. 

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Subimos la montaña con Mile, el perro de la familia, un collie muy simpático, durante unos treinta minutos. Miguel se la pasó enterrándose en la nieve, yo no tanto, pero a veces pisaba partes blandas y quedaba atascada hasta la rodilla. Por suerte no hacía tanto frío (¿cero grados tal vez?). Le conté a Miguel que en los países nórdicos existe la leyenda del perro que se convierte en lobo cuando aparece la aurora boreal. Nah. Mentira, pero estaría bueno que existieran historias así, como la del lobizón o el chupacabras escandinavo. Caminamos por la oscuridad del bosque con dos linternitas atadas en la cabeza, cual documental de la Bruja de Blair. Llegamos a un claro y cuando miramos para arriba casi nos caemos de espaldas (por no decir de bak). Una luz verde cruzaba el cielo formando un arco inmenso. Esa luz avanzaba rápidamente, tomaba tintes violetas y a los pocos minutos se desintegraba. Enseguida aparecía otra, formando otro dibujo y hacía un recorrido distinto. Hice algunas fotos, pero la mejor imagen que me llevo es la que me quedó grabada para siempre en la cabeza. Ver la aurora boreal y ver el cielo estrellado en el desierto son las dos experiencias que me hicieron sentir realmente ínfima en el Universo. Era como si el cielo fuese un lienzo negro y alguien (el dios que más te guste) hubiese sacado un pincel y se hubiese puesto a hacer trazos verdes y violetas.

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Alguien me dijo que la aurora boreal emite un ruido y que hay personas que lo pueden oír. Yo no escuché nada, pero el perro no paró de ladrarle al cielo durante la hora u hora y media que estuvimos parados ahí. Yo estoy convencida de escuchaba el ruido o sentía algo distinto y por eso ladraba. Los animales son mucho más sabios que nosotros cuando se trata de comprender y escuchar a la Naturaleza. Miguel estaba medio harto del perro así que puso música. Aurora boreal musicalizada por Manu Chao. “No podría pedir más nada”, como dice la última de las calcos de Proyecto Calco (que, by the way, mi amigo Mamo no me mandó todavía, sino la sacaba frente a la aurora boreal y era la foto del siglo). Mientras hacía las fotos me senté en la nieve, me olvidé del frío y me quedé con la boca abierta. Nunca vi algo así en mi vida. Nunca. Nada se compara a la sensación de estar sentada en medio de un bosque nevado mirando un cielo lleno de estrellas que de repente se llena de trazos verdes y violetas. Podrían haber aparecido diez renos bailando salsa, cinco osos vestidos de mujer y cuatro zorros cantando canciones de Los Beatles que igualmente no les hubiese hecho caso. La aurora le gana a todo.

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Cuando volvimos a la casa nos dijeron que fue una de las auroras más grandes y lindas que habían visto en mucho tiempo. La palabra clave de Miguel para definir la aurora fue “brutal”. La mía, no sé. Creo que en aquel momento mi cabeza dejó de funcionar. Todavía no puedo creer lo inmensamente afortunada que soy. Estuve en el momento justo en el lugar perfecto, contra todas las probabilidades. Cuando pregunté retóricamente en Facebook si vería la aurora boreal en mi viaje a Laponia Sueca, hubo personas que me llegaron a decir algo como “No es época, Aniko, seguí participando”. Ves que si uno sueña las cosas con fuerza, los deseos se cumplen. Pero decime la verdad, Blog, ¿a quién le pagaste? ¿qué contactos moviste para que apareciera una aurora? ¿Quién te pasó la localización del botón secreto que enciende y apaga la aurora boreal? Porque dicen que está muy bien escondido… Fuiste vos, ¿no? Porque sino no me lo creo. Todavía no creo nada de todo esto. Es un sueño, ¿no? A ver, pellizcame.

Sí, estoy soñando.

Me voy a dormir (¿o tendría que decir “a seguir durmiendo”?). Mañana te escribo más.

Que duermas bien (¿los blogs duermen?),

Aniko

PD: No te mueras nunca.

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[box border=”full”] Viajé a Laponia Sueca invitada por VisitSweden. [/box]