[box type=”star”]Este post forma parte de la serie “Asia de la A a la Z”, un abecedario personal de mis experiencias en Asia. [/box]

S de Silencio

Descubrí el valor del silencio cuando llegué a Laos.

Después de haber pasado un mes en Vietnam, uno de los países más caóticos y acelerados que pisé, Laos me pareció el paraíso de la paz y la tranquilidad.

Para empezar, es una cuestión de números: Vietnam tiene casi 90 millones de habitantes, mientras que Laos no llega a los 7 millones. Y la diferencia se siente.

También, dicen, es una cuestión de religión: Laos es un país Budista y todos los laosianos son practicantes; en Vietnam se practica el Budismo, el Taoismo y el Confucionismo, pero la mayoría de los vietnamitas se considera “no religioso”.

Tal vez haya sido una cuestión de tránsito: Vietnam es el país de las motos (y Saigón es la capital de las motos, sin dudas), ahí tenía que esquivarlas y rezar por mi vida cada vez que cruzaba la calle. En Laos, en cambio, podía dormirme una siesta tranquila en medio de una avenida; o podía sentarme al borde de la vereda y mirar a los chicos jugar al fútbol en la calle o a las nenas jugar al supermercado en la entrada de sus casas.

O puede que haya sido una cuestión de apariencia: en Vietnam, apenas me veían (“extranjera = dinero”) me ofrecían de todo y me acosaban de tal manera que muchas veces me peleé con mototaxistas y vendedores. En Laos, en cambio, la gente grande no me daba mucha bola (“sos extranjera = ah qué bueno, sigo haciendo lo mío”), pero los nenes me saludaban de lejos “Sabaidee, sabaidee!” (hola, hola!). En Vietnam conseguí mototaxi en el acto, en Laos jamás apareció un tuk-tuk cuando lo necesitaba.

Pero creo que, en realidad, fue una cuestión de gustos: en Vietnam tuve sentimientos encontrados, me encantó y lo odié a la vez, y en Laos me sentí muy bien desde el momento que llegué y volvería varias veces más.

Mucha gente que me crucé antes de ir a Vietnam me dijo: “Te vas a querer quedar a vivir”. Mucha gente que me crucé antes de ir a Laos me dijo: “Ni vayas, no hay nada para hacer”.

El silencio, entonces, es algo meramente subjetivo.

La foto la saqué en Savannakhet, mi ciudad preferida de Laos y uno de los lugares más relajados que conocí en Asia.