Es más difícil, para mí, escribir acerca de un viaje una vez que se terminó. Cuando miro hacia atrás desde mi casa (o desde ese lugar que considero de “no-viaje”) los hechos se me superponen, los nombres se me mezclan, los días se condensan y forman “un gran día de viaje”, como si todo hubiese ocurrido durante las 24 horas más largas de mi vida. Una vez que se terminó, el viaje toma otra consistencia, se convierte en algo acabado, cerrado, en una especie de pelota que puedo mirar de lejos. Mientras estoy viajando, en cambio, todavía estoy dentro de esa pelota y veo todo de cerca: cada hecho me parece algo aislado, cada día me parece único y cada experiencia es nueva. Cuando ya se terminó, soy capaz de mirar “esa pelota de hechos, días y experiencias” desde otra perspectiva y con otros ojos (y eso me recuerda a la famosa frase de Steve Jobs: “You can only connect the dots looking backwards”/“Solamente podés unir los puntos mirando hacia atrás”).

[singlepic id=5941 w=800 h= float=center]

Generalmente escribo acerca de un viaje mientras estoy en ese viaje ya que me gusta tener las ideas frescas y estar metida dentro de lo que estoy escribiendo. Por eso viajo lento: para ir conociendo de a poco y tener tiempo de escribir todas las tardes. Sin embargo, cuando escribo acerca de un viaje mucho tiempo después, logro ver todo desde otra óptica y saco conclusiones que en el momento no se me hubiesen ocurrido. Ver un viaje hacia atrás (y creo que esto se aplica a la vida) me permite entender el por qué de muchas cosas.

En este momento estoy de vuelta en Buenos Aires. Los diez días que pasé en República Checa ya me parecen lejanos, como parte de un sueño que tuve en otra vida. Sufro, como cada vez que vuelvo a esta ciudad, el Síndrome de Viajera Duplicada (eso de sentir que vivo dos existencias paralelas: la Aniko-viajera y la Aniko-quenuncajamássaliódeBuenosAires). Por suerte mis cuadernos (siempre llevo por lo menos uno por viaje) y mis fotos me demuestran que todo fue real.

[singlepic id=5943 w=800 h= float=center]

(Mapita de la primera parte de mi recorrido por República Checa)

 ***

Pequeño diario de viaje por República Checa (escrito después, pero en presente como si estuviera allá, como si cada uno de estos días estuviera ocurriendo hoy)

Al viajar poco importa qué día de la semana es, qué mes, qué número. Lo que queda en nuestro recuerdo, mucho tiempo después de terminado el viaje, no son las fechas exactas, sino los acontecimientos, las experiencias vividas. Y da lo mismo que las cosas hayan ocurrido un lunes, un jueves o un sábado. Por eso en el pequeño diario de viaje que comparto a continuación no hay fechas específicas (aunque a los curiosos les cuento que todo esto me ocurrió en el transcurso de cuatro días).

***

El día que llovió en verano

[singlepic id=5979 w=800 h= float=center]

Llueve. Teóricamente estamos en el verano europeo, pero llegué yo y se largó a llover. Viajé a República Checa emocionada porque por fin, después de más de un año de otoño/invierno continuo, iba a volver al verano. No empaqué casi nada de ropa abrigada, mucho menos un paraguas, muchísimo menos una campera de lluvia. Después de un día (uno, solo uno) caluroso en Praga, volvió la lluvia a mi vida. Y justamente volvió hoy, el día que viajamos a Most, un pueblo que se dedica a la minería de carbón. Digo “viajamos”, así en plural, porque somos varios en el equipo: una canadiense, un inglés, un ruso, un sueco, una italiana y yo. Bloggers de viajes de todas partes del mundo que fuimos invitados por Czech Tourism a recorrer algunos de los principales destinos del país.

[singlepic id=5843 w=800 h= float=center]  ¡Hay equipo!

“The devils are having a wedding” (“Los demonios están festejando un casamiento”), nos dice uno de los checos que nos acompaña en la minivan, como explicación por la lluvia. Sí, todos los demonios se pusieron de acuerdo hoy para que se cayera el cielo. Nuestro Coal Safari (o “Safari del carbón”) por Most queda medio trunco: con lluvia es difícil ver el paisaje. Sin embargo, no puedo evitar pensar: me resulta tan interesante ver cómo el hombre se adapta a las características del medio en el que vive y hace de ellas su sustento y su modo de vida. Most es una ciudad en la que casi todos tienen algo que ver con la minería, así como hay otras ciudades donde casi todos tienen que ver con otros tipos de industrias y actividades.

[singlepic id=5977 w=800 h= float=center]

[singlepic id=5978 w=800 h= float=center]

Pero hoy llueve y todo se ve un poco más gris (mi mente, incluso, está nublada). Más tarde tomo una sopa de ajo y un goulash y me siento mejor. La comida siempre me hace feliz.

[singlepic id=5877 w=800 h= float=center]

[singlepic id=5878 w=800 h= float=center]

[singlepic id=5883 h=800 float=center]

 ***

El día que entendí lo importante que es la cerveza

 [singlepic id=5914 h=800 float=center]

La primera vez que la probé (habrá sido a los 13 o 14) me pareció muy amarga, demasiado. Con el tiempo aprendí a quererla, aunque tengo mis momentos con ella. Puedo no tomarla durante años o puedo tomarla muy seguido, y después de varias “cataciones” descubrí que si es artesanal me gusta mucho más (y descubrí, también, que puedo vivir perfectamente sin ella). Los checos, en cambio, la necesitan como nosotros al pan. Le dicen, incluso, “liquid bread” o “liquid gold” (“pan líquido” y “oro líquido”) y la toman a toda hora y en todo lugar. Por algo son el país con mayor cantidad de consumo de cerveza por habitante (¿lo sabían? ¡Yo no!). Así que acá la cerveza es mucho más que una bebida: es un elemento cultural fundamental en la existencia de cada checo.

[singlepic id=5907 w=800 h= float=center]  

[singlepic id=5905 w=800 h= float=center] La ciudad de Žatec

En Žatec nos toca visitar un lugar que jamás pensé que iba a conocer: “El templo de la cerveza y del lúpulo” (Hop and Beer Temple). Conozco la simpática plantita que le da su aroma característico a la bebida y veo, en vivo y en directo, los ingredientes que luego se unirán para generar la cerveza.

[singlepic id=5909 w=800 h= float=center]

[singlepic id=5908 w=800 h= float=center]  

Más tarde nos trasladamos a Plzeň, ciudad cervecera por excelencia: allí fue creada, en 1842, la primera cerveza pilsen del mundo. Seguro que la probaron: es un tipo de láger pálida (y la marca de una cerveza uruguaya, también!). Tenemos suerte, justo llegamos a Plzeň para el Pilsner Fest, un festival de la cerveza que dura dos días donde hay bandas en vivo, comida y… mucha cerveza. Al día siguiente hacemos algo aún mejor: entramos a la Pilsner Urquell Brewery, la fábrica de cerveza que creó la primera pilsen del mundo y que actualmente produce una de las marcas más consumidas del país. La fábrica es tal como la imaginaba: espacios subterráneos fríos con enormes barriles donde la cerveza reposa hasta estar lista. No puedo parar de pensar en Homero Simpson y Peter Griffin nadando en barriles de cerveza artesanal.

[singlepic id=5869 h=800 float=center]  

[singlepic id=5872 w=800 h= float=center]  

[singlepic id=5874 w=800 h= float=center]  Dentro de la fábrica de cerveza

[singlepic id=5875 w=800 h= float=center]  

[singlepic id=5982 w=800 h= float=center]  La cerveza en estado de reposo

[singlepic id=5981 w=800 h= float=center]  El sueño de cualquiera

[singlepic id=5854 w=800 h= float=center]  De noche, en el Pilsner Fest

[singlepic id=5879 w=800 h= float=center]  Puestos de cerveza tirada

[singlepic id=5884 w=800 h= float=center]  

[singlepic id=5887 w=800 h= float=center]  Y los juegos locos del Festival

No puedo parar de pensar, además, en lo importante que es la cerveza culturalmente en todo el mundo: creo que no existe un país en el que no me hayan invitado a compartir una cerveza (incluso en países musulmanes donde teóricamente no se toma alcohol). La cerveza une culturas, porque por más que no sepamos casi nada del idioma de la persona que nos invitó a tomar cerveza en otra parte del mundo, hay una palabra que aprendemos enseguida: ¡Salud! En República Checa: Na zdravi!

 [singlepic id=5942 h=800 float=center]  

***

El día que me transporté a la Edad Media y entré a un castillo de verdad

 [singlepic id=5980 w=800 h= float=center]  

Estoy frente a un castillo de verdad por primera vez en mi vida. Está situado sobre una roca frente al río y fue construido en el siglo 13. El concepto de castillo no es algo novedoso: si bien nunca vi uno de verdad hasta hoy, puedo imaginármelo perfectamente. Culpa de las películas y los cuentos de hadas (todos, siempre, transcurrían en bosques encantados con castillos y princesas). Por suerte nunca me interesó demasiado vivir en uno, pero me parece más que llamativo poder espiar uno por dentro.

[singlepic id=5852 h=800 float=center]  

[singlepic id=5853 w=800 h= float=center]  

[singlepic id=5851 w=800 h= float=center]

[singlepic id=5848 h=800 float=center]  

[singlepic id=5850 w=800 h= float=center]  

Me resulta muy raro estar caminando por un lugar tan de cuento. Es una especie de paseo anacrónico por una postal. Desde el siglo 18 el castillo Orlik pertenece a la familia Schwarzenberg (para que se den una idea, el miembro más famoso de la familia fue Field Marshal Karl Philipp, Príncipe de Schwarzenberg, quien además de ser príncipe le ganó a Napoleón en la Batalla de Leipzig de 1813). Vamos de habitación en habitación y vemos armaduras, armas, lámparas, regalos de otros príncipes y mandatarios, trofeos de caza, sillas de terciopelo, escudos tallados, muebles antiguos… Trato de imaginar cómo es la vida en un castillo, pero pienso en dragones, en princesas encerradas en torres y en príncipes que llegan al rescate con su caballo y su espada.

[singlepic id=5842 w=800 h= float=center]  

[singlepic id=5845 h=800 float=center]  

Después de caminar por los jardines del castillo nos vamos a Tábor, ciudad fundada en el siglo 15. Nos quedamos en Žižka Square, el pequeño centro histórico. Tenemos tiempo libre así que salgo a explorar. Está todo bastante vacío. Doblo por alguna esquina y aparecen dos perritos, parecen inofensivos pero me empiezan a ladrar y corren hacia mí. Huyo. Busco gatos pero no encuentro ninguno. ¡Quiero acariciar gatos checos! Hay hojitas secas por todas partes. Se viene el otoño. Se hace de noche así que vuelvo al hotel. Esa noche me entretengo mirando el centro histórico, iluminado, desde la ventana de mi cuarto. Esta vez la que está dentro del castillo soy yo.

 [singlepic id=5890 w=800 float=center]  Imágenes de Tábor

 [singlepic id=5891 h=800 float=center]  

 [singlepic id=5892 h=800 float=center]  Los perros asesinos :P

 [singlepic id=5893 w=800 float=center]  Otoño…

 [singlepic id=5900 w=800 float=center]  calles vacías

 [singlepic id=5902 h=800 float=center]  

 [singlepic id=5896 w=800 float=center]  Casitas de campo checas a lo lejos

 [singlepic id=5895 h=800 float=center]  Desde mi ventana.

Hay dos días más en este diario sin fechas: El día que me quedé sola en Praga (y le escribí una carta…) y El día que me fui de road-trip con un checo mexicano, pero ese lo contaré en el próximo post.

[box border=”full”]Viajé a República Checa invitada por Czech Tourism.[/box]