Hanoi y yo no tenemos onda.

No nos llevamos bien, no nos entendemos.

No hay feeling ni química.

Es como una cita a ciegas que no funcionó.

Porque al fin y al cabo, viajar a una ciudad desconocida es como asistir a una cita a ciegas: por más fotos que vea y comentarios que escuche antes, el momento de la verdad ocurre cuando nos encontramos cara a cara.

Y en este caso, Hanoi y yo, cara a cara, no funcionó.

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Llegué a las 7 de la mañana, después de viajar 12 horas en colectivo desde Hue, después de sobrevivir a la lluvia y a las inundaciones durante varios días.

Hue es otra de las “paradas obligadas” en Vietnam: la antigua capital del país, ciudad imperial.

Lástima que la recorrí con lluvia y no pude ver tanto. Aunque tuve momentos memorables, como cuando caminé con mis dos mochilas por la calle rumbo a la parada del colectivo con el agua que me llegaba por abajo de las rodillas, visibilidad del piso cero, rogando Aniko no te patines, no te patines por el amor de Dios que se te arruina la cámara.

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A primera vista, Hanoi no me deslumbró como Saigón, no sentí la misma conexión que con la ciudad del sur.

El colectivo me dejó en la entrada del Old Quarter o barrio histórico de la ciudad, así que decidí caminar en busca de un hostel barato. No hay demasiados, al menos yo no los encontré.

Terminé en el Backpacker’s Hostel por 8 dólares la noche en un cuarto compartido.

Caro.

En comparación con los 5 dólares que vengo pagando hasta ahora por cuarto privado con baño, es caro.

Creo que me quedé por la oferta de Free Continental Breakfast, hasta que me di cuenta de que constaba de un pan con mermelada y un café.

Salí a caminar.

Algo complicado en Vietnam ya que las veredas no están hechas para caminar sino para estacionar motos, poner mesitas y sillas, desayunar, almorzar, cenar, vender frutas y verduras, poner los platos lavados a secar, practicar algún oficio (lustrabotas, costurero, tallador, peluquero), sentarse a mandar mensajes de texto, sentarse a comer semillas de girasol, vender diarios y revistas, cocinar.

Por algo la llaman Pavement Culture (la cultura del asfalto).

Al pobre peatón (otro concepto raro acá, ya que todos andan sobre ruedas) no le queda espacio para caminar y lo más fácil es avanzar por el borde de la vereda, cual cornisa, o directamente por la calle.

A esto sumarle las motos que no respetan carriles ni semáforos y vienen de cinco direcciones distintas, los mototaxistas que son capaces de perseguirte cuadras y cuadras por más que les digas que no necesitás que te lleven a ningún lado, las vendedoras ambulantes que te acorralan con sus frutas y los pocos peatones que te empujan.

Caminar en Hanoi no es cosa fácil.

Pero yo salí igual.

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El Old Quarter es otro de esos sectores con un objetivo muy claro: venderle al turista.

Y nunca vi una mentalidad tan desesperada de te-vendo-lo-que-sea como en Hanoi.

Productos populares: mochilas North Face (imitación), zapatos de todo tipo (truchos también), memorabilia de Ho Chi Minh.

Mi poca onda con Hanoi empezó cuando me paré en la vereda, frente a la entrada de un negocio, y saqué mi mapa para orientarme. A los cinco minutos sentí que alguien me tiraba de la mochila y me empujaba para que me moviera: la dueña del local:

— No! No! Not stay here! Go! Listo, me echó de la vereda.

La miré y le dije:

 Sos una maleducada.

Seguí caminando y frené en un negocio de mochilas y me puse a mirar bolsitos. No dije palabra, no pregunté precios, nada.

El dueño me dijo con muy mala onda:

— No discount, no discount, y me señaló un cartel que decía lo mismo.

¿Pero quién pidió un discount acá? ¡Si ni abrí la boca! Obviamente me fui.

Unas cuatro horas más tarde volví a entrar a ese negocio porque me pareció que tenía buenas cosas. Esta vez fue una mujer la que me echó:

— Look outside, not inside! Outside same same, same same! ¡¿Qué?! ¿No puedo mirar adentro?

NO.

Rotundo.

Así fue mi primer día. Me echaron de los negocios, de las veredas, me acosaron los taxistas, me sentí muy perdida en esta ciudad ruidosa y sucia.

El segundo día decidí darle otra chance.

Me desperté temprano y fui a ver el mausoleo de Ho Chi Minh (al tipo lo tienen embalsamado y entre vidrios). Entrar al complejo ya es todo un trámite burocrático: primero hay que caminar unas cuatro cuadras para llegar a la entrada, después pasar por todo tipo de revisiones, dejar la comida y las cámaras de fotos, hacer filas para todo (aunque acá el concepto de formar una fila no existe), entrar al mausoleo y mirar a Ho durante unos 30 segundos, sin parar de caminar, y listo.

Vale la pena igualmente, ¿cuándo más vas a ver a Ho Chi Minh en vivo?

Después volví caminando y di vueltas por el centro histórico.

Todo iba relativamente “bien”, no puedo decir “bárbaro”, pero “normal”, aceptable.

Me peleé con un par de mototaxistas: a ver, ¿NO THANK YOU significará SI POR FAVOR LLEVAME EN TOUR POR LA CIUDAD en vietnamita? Porque esta gente no para. Pero igualmente, como decía, iba bien.

Hasta que…

Estoy caminando por el Old Quarter y se me acerca un vendedor ambulante.

Miro los encendedores Zippo que tiene a la venta sin abrir la boca y él ya me informa que el precio es 160.000 dong (USD 8).

Le pregunto si tiene con otros dibujos y me muestra, pero no me gustan, así que le digo no gracias y sigo caminando.

Me sigue.

— Ok madame, 140.000 dong.

No, thank you.

Intento ser educada. Me pongo a mirar el menú de un restaurante. Se me para al lado:

— Ok, how much? How much you want? Le explico que no quiero comprar. Me agarra el brazo.

— How much? How much?? No, no me gustan los modelos.

— How much you pay? No es un tema de precios, es que no es lo que estoy buscando. Me mira y me dice:

— FUCK OFF. Me quedo mirándolo sin hablar. Otra vez, por si no lo escuché:

— FUCK OFF. Ah no. Y ahí le dediqué una sarta de insultos en castellano.

Así terminó nuestra relación. Hanoi y yo, no fue.

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No se dejen guiar por nada de lo que cuento, todos sabemos que la cita a ciegas (o el encuentro viajero-ciudad) es algo totalmente personal.

Yo tuve mala suerte y me crucé con gente poco amable, lo cual también me predispuso mal. Lo único que me deja pensando es el por qué de esta mala actitud de la gente local: jamás, en ninguna ciudad de los países que visité hasta ahora, alguien me dijo “fuck off”, por más que no les comprara lo que me vendían, nunca me insultaron. Acá siento cierta agresividad hacia el extranjero, del tipo: si estás acá es porque tenés plata así que comprá. Y eso es lo que no me gusta.

Pero Hanoi tiene sus cosas buenas: lagos en medio de la ciudad, pagodas, construcciones coloniales, Ho Chi Minh embalsamado, todo tipo de comida, museos, galerías de arte.

Y a que adivino cuál es una de las actividades principales de quienes vienen a Hanoi: hacer trekking de agencia de viajes en agencia de viajes.

Hay cientos, todas te venden lo mismo: el tour a Halong Bay y el tour a Sapa (pueblo en las montañas), pero lo que cambia es el precio y la calidad. La misma excursión puede costarte de USD 40 hasta USD 250, la misma excursión puede ser buenísima o malísima, según con qué agencia la contrates.

Pero el resultado es un misterio.

Si sacás un tour caro, hay más probabilidades de que todo salga bien, si sacás uno intermedio, nunca se sabe, y si sacás el barato… les cuento en un par de días.

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[wc_fa icon=”asterisk” margin_left=”” margin_right=”” class=””][/wc_fa] Colectivo Hue-Hanoi: USD 11 (12 horas), con Sinh Café.

[wc_fa icon=”asterisk” margin_left=”” margin_right=”” class=””][/wc_fa] Comida: más cara que en el resto de las ciudades, es muy difícil encontrar un plato por menos de 30.000 dong (USD 1.50), generalmente todo cuesta de USD 2 para arriba.

[wc_fa icon=”asterisk” margin_left=”” margin_right=”” class=””][/wc_fa] Transporte público: 3000 dong.

[wc_fa icon=”asterisk” margin_left=”” margin_right=”” class=””][/wc_fa] Mototaxis: depende de la distancia, siempre hay que arreglar el precio antes, no pagar más de 20.000 por moverse dentro del Old Quarter o para ir desde ahí hasta el Mausoleo de HCM (probablemente primero les pidan 50.000 y después bajen el precio).

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