Laos me gusta.

Voy de pueblo en pueblo, de ciudad y ciudad, y aunque no esté acá hace mucho, cada día me gusta un poquito más.

Será porque es un país de pocos habitantes y la tranquilidad se respira.

Será porque el acoso hacia el turista no se siente tanto (digamos que casi nada).

Será por sus pueblitos silenciosos, por las calles vacías, por las construcciones coloniales venidas abajo, por la ausencia de las bocinas, por las pocas motos.

Será por la importancia del río Mekong, por los monjes caminando en grupo por la calle o andando en bicicleta, por las mujeres que me saludan sonriendo y no intentan venderme nada, por los chicos y su alegría cuando ven a un falang caminando por un lugar poco turístico.

Será.

Laos, a pesar de ser uno de los países más “olvidados” por los viajeros que visitan esta región del mundo (muchas veces queda fuera de los itinerarios por ser subestimado como destino) es también un país con un creciente circuito turístico.

Luang Prabang (la ciudad colonial), Vang Vieng (donde se realiza el famoso tubing), Vientiane (la capital) y Si Pha Don (o “4000 islas”, en el sur sobre el Mekong) son las principales paradas dentro de este circuito.

Y como en todo circuito, hay un sistema de precios “turísticos” que, en este caso, a todos los que viajamos intentando gastar lo menos posible nos llama bastante la atención.

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Laos es uno de los países más pobres de la región y sin embargo es caro. Lo de caro entre comillas, claro. Caro para los turistas, no para los locales.

Los precios ya vienen prefijados (e inflados) y no hay mucha posibilidad de regatear como en Vietnam o Indonesia donde bajar los precios se convierte en un deporte.

Acá, si no querés pagarle tres dólares al tuk-tuk para que te lleve a la estación que queda a diez cuadras, andate caminando.

Olvidate de que te hagan descuento, ni que se molesten en perseguirte. El precio es éste y si no te gusta lo lamento.

Después de pasar tres noches en Vientiane, que, al margen, es la capital más tranquila que pisé en mi vida, decidí avanzar hacia el sur del país y elegí un pueblo de 70.000 habitantes llamado Tha Khaek como mi próximo destino.

A seis horas, con muy pocos turistas, con muy poco para hacer.

Perfecto.

Vientiane me gustó con sus cafecitos franceses, su mercado nocturno, sus puestitos de comida y sus veredas anchas y sumamente transitables. Pero me dieron ganas de ir a lugares menos concurridos.

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Cuando averigüé en los guesthouses y agencias de viaje cuánto costaba el pasaje en bus a Tha Khaek, me quedé helada: 130.000 kip (16 dólares). Es decir, más de 2.50 dólares la hora de viaje.

En todos los países del Sudeste Asiático (y de América latina) parece haber un acuerdo silencioso de cobrar un dólar por hora de viaje en bus. Es lo esperable, lo lógico, es el parámetro en el cual me baso para saber si me están cobrando lo que realmente vale.

Cuando me dijeron 16 dólares, pensé: Estoy segura que una persona local jamás pagaría 16 dólares por un viaje de seis horas.

El problema es que a veces la pereza me gana y si me ofrecen un bus con “servicio de pickup” hasta la estación por dos dólares más, lo compro.

Pero pagar 10 dólares de más solamente por ser turista, no.

Así que volví a hacer lo que hice durante todo mi viaje por Latinoamérica (gracias a esa gran puerta que se abre al hablar el mismo idioma): viajé como una persona local.

Fui una laosiana más.

O casi.

Me negué a pagarle tres dólares al tuk-tuk por un viaje que en cualquier otro país de acá costaría medio dólar y caminé unas 12 cuadras hasta la estación de transporte público. Me tomé el colectivo que iba a la terminal sur por 2000 kip (25 centavos de dólar contra los 50.000 kip o 6 dólares que te cobra un tuk tuk) y llegué justo a tiempo para tomarme el colectivo que iba hacia el sur y frenaba en Tha Khaek. El precio: 50.000 kip (6 dólares por un viaje que contratado desde mi guesthouse me hubiese costado 16).

Además, un lujo, un Flechabus cualquiera, con dos pisos, aire acondicionado y mucho espacio para las piernas (muchísimo mejor que los buses “VIP” que ofrecen a los turistas).

***

Siento cierta adrenalina cuando viajo en un transporte donde nadie habla inglés, cuando no sé dónde tengo que bajarme ni a qué hora llegaré. Me hace estar mucho más atenta y despierta. Y hasta ahora, miles de colectivos después, jamás me pasé de estación.

Será que tengo un radar que me dice es acá, bajate ya.

Durante el viaje se me acercó un laosiano de unos 70 años y me dijo varias veces “Fren? Fren?”. Pensé que quería ser mi amigo y me reí, pero al parecer me estaba preguntando si era “French”. Le dije “No, Argentinian” y me respondió “Biutiful, biutiful”.

Y cada vez que me miraba me lo repetía. Ja.

Seis horas después, salí caminando de la estación de buses de Tha Khaek sin que ningún conductor de tuk-tuk (ese transporte tan típico del Sudeste Asiático) me persiguiera, sin que ninguno siquiera se dignara a mirarme (y, hola, no es fácil pasar desapercibida cargando dos mochilas y el pelo rubio).

Algo que en Vietnam o Camboya jamás hubiese pasado.

***

Tenía el nombre del guesthouse al que quería ir, pero ningún mapa ni dirección.

Entré a un restaurante vacío, donde una mujer miraba televisión acostada en un sillón y tras un sabaidee (hola) le pregunté por el dichoso guesthouse.

Me respondió con señas: vas por esa calle y doblas a la derecha, pero el movimiento de sus brazos fue amplio, lo que me dio a entender que era una distancia demasiado larga como para ir caminando.

Sacó su celular e hizo una llamada “bla bla bla falang falang bla bla bla nombre del guesthouse” y me indicó que me sentara a esperar. Me regaló una botella de agua (no aceptó dinero a cambio) y me habló en Lao (a lo que yo no hice más que sonreír y asentir).

Al rato llegó su amiga (supongo que a la que había llamado por teléfono) con un holandés que resultaba hablar español y se ofreció a llevarme al famoso guesthouse (también sin dinero de por medio) en su moto.

La mujer incluso me invitó al cumpleaños de su hijo.

Cosas que jamás me hubiesen pasado si elegía, otra vez, la supuesta “comodidad” y me tomaba un transporte puerta a puerta.

Fotos de Tha Khaek:

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Más fotos de Vientiane:

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[box]Datos útiles para visitar Vientiane y Tha Khaek:

  • Transporte: de Vang Vieng a Vientiane entre 35.000 y 60.000 kip (de USD 4 a 8). Aproximadamente seis horas. De Vientiane a Tha Khaek en bus “VIP” 135.000 kip, en bus local 50.000 kip (USD 16 contra 6). Tuk tuk en Vientiane: desde 10.000 kip (poco más de un dólar, aunque sube según la distancia). Alquiler de bicicleta en Vientiane: desde 15.000 por día (USD 2). Alquiler de moto en Tha Khaek: 85.000 kip por día (10 dólares)
  • Alojamiento: habitación doble en Vientiane desde 60.000 kip (8 dólares), dormitorios compartidos por 25.000 kip o 50.000 kip en “Mixay Guesthouse”. Habitación simple en Tha Khaek desde 50.000 kip (7 dólares), dormitorio compartido por 25.000 kip (USD 3) en “Travel Lodge”
  • Comida: en Vientiane, desayunos desde 20.000 kip (USD 2.50), almuerzos desde 20.000 kip (USD 2.50), licuados de fruta por 7000 kip (casi un dólar). En Tha Khaek, 15.000 kip (USD 2) por un plato de Pad Thai (noodles con carne), 20.000 kip por pollo con papas
  • Cosas para hacer: en Vientiane, visitar el Buddha Park (a una hora de la ciudad), el mercado nocturno, el arco del triunfo, tomar un café o un jugo, caminar por la costanera al borde del Mekong. En Tha Khaek, salir a caminar y recibir saludos de todos los chicos y mujeres, almorzar frente al río y mirar cómo baja el sol sobre Tailandia (en la orilla de enfrente). Muchos usan Tha Khaek como punto de partida para hacer “The Loop”: un viaje en moto de cuatro días/tres noches por pueblos cercanos.

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