Los viajes tienen una gran carga onírica. Llegar a un país nuevo se parece mucho a estar soñando —especialmente si el traslado entre un punto y otro se hace en avión—: de repente estás en un escenario desconocido, todo a tu alrededor está funcionando normalmente (“normalmente” para ese lugar) pero vos no conocés las reglas y sabés que puede pasar cualquier cosa en cualquier momento. En un viaje, al igual que en un sueño, todo es impredecible. Yo llegué a República Checa hace poco más de 24 horas y todavía no entiendo muy bien dónde estoy ni qué está pasando.

[singlepic id=5822 w=625 float=center] Saludos desde Praga…

Les cuento rápidamente cómo es que caí en Praga sin aviso alguno. Hace unas dos semanas me llegó un mail de Czech Tourism, la oficina de turismo de República Checa, preguntándome si estaría interesada en realizar un blogtrip (viaje de prensa para bloggers) a su país. Me puse a saltar en una pata y cuando se me fue un poco la excitación les respondí muy profesionalmente que sí, que estaba interesada en conocer su país (iba a quedar muy desesperada si les decía que conocer Europa del Este es uno de mis mayores deseos en este mundo y que estuve a punto de viajar para allá en el 2010 pero finalmente desistí porque no me daba el presupuesto y cambié el destino por Asia pero siempre me quedé con ganas de Europa del Este porque mi mamá nació allá y mis raíces están ahí y que además me encanta Milan Kundera y Kafka también aunque no leí tanto de Kafka pero de Kundera sí y quiero conocer esa ciudad-escenario que tanto menciona en sus obras… Hubiese sido mucho).

Así que armé la mochila y me fui a Ezeiza para tomarme un avión que me depositaría en Praga en la módica suma de 20 horas de viaje (incluyendo una escala en Madrid).

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Los que me conocen bien saben que tengo todo un tema con los sueños (y en este post cuando hablo de “sueños” me refiero a esas imágenes que aparecen en nuestra cabeza cuando estamos dormidos). Siempre tuve cierto fanatismo por el mundo onírico: recuerdo mis sueños de manera muy vívida (algo que no a todos les pasa, y a los que sí apuesto a que son fans de los sueños como yo…), los escribo en un cuaderno hace más de tres años, de tanto en tanto tengo sueños que considero premonitorios o “reveladores” (me anuncian o explican ciertas cosas de mi vida) y hace poco tuve mi primer sueño lúcido (en el que pude controlar todas mis acciones). Además (no sé si esto es “bueno” o “malo”) a veces confundo sueños con realidad: es decir que no sé si algo realmente ocurrió o si solamente lo soñé. Jejeje seguramente se desilusionaron y están pensando que este blog no es más que el delirio de una loca que confunde la realidad con la fantasía. Pero no. Tampoco para tanto. Generalmente lo que no sé si ocurrió o no son pequeños detalles o diálogos.

Y acá me permito poner imágenes de Yellow Submarine, film de alto contenido onírico!

Durante el primer vuelo (Buenos Aires – Madrid) casi no dormí. Como viajé durante todo el día (desde las 12 del mediodía hasta las 12 de la noche) no tuve sueño así que me la pasé leyendo (¿hay algún otro fan de la revista Orsai por acá? Me leí los últimos dos números en el vuelo). El tema es que cuando llegué a España eran las 5 de la mañana (hora local) y mi vuelo a Praga salía a las 10 y 20, así que no sólo se me había acortado la noche, sino que aunque durmiera no iba a poder completar mis ocho horas necesarias de sueño. Iba a tener que dormir en el aeropuerto sí o sí.

No sé si vieron los asientos de la sala de espera de Barajas: están en fila pero tienen apoyabrazos que los separan y que no permiten que uno se acueste y se estire como la gente. Así que decidí hacerme contorsionista: okupé una fila de cinco asientos, puse la mochila de almohada y apoyé la cabeza en el primer asiento, doblé el torso como para esquivar el primer apoyabrazos, apoyé las rodillas en el tercer asiento, pasé una pierna por encima del siguiente apoyabrazos y la otra por debajo, puse la alarma del teléfono para las 9.30, me lo puse abajo de la oreja y me dormí. A partir de ese momento ya no puedo distinguir qué fue real y qué no.

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Mientras dormía se me sentaron cinco deportistas argentinos al lado, venían de jugar al tenis. ¿Por qué se sientan justo acá? ¿No ven que solamente quedan dos asientos y ustedes son como cinco? ¿No ven todo el espacio libre que hay en el resto del aeropuerto? Me miraron. “¡Esta sí que sabe contorsionarse! Mirá, está toda enroscada en el asiento”, decían a los gritos. Yo me moví como para darles a entender que escuchaba todo. De repente desaparecieron y yo me levanté. Quise mirar la hora en el teléfono pero no podía abrir los ojos, así que empecé a caminar dormida en busca de la puerta J (desde donde salía mi vuelo), pero era demasiado tarde, había perdido el vuelo. Al rato me desperté. Nueve y media, todavía estaba a tiempo. Por las dudas me apuré y me fui a embarcar.

En el pasillo de la manga, mientras subía con el resto de los pasajeros al avión, escuché la conversación de tres españoles (perdón pero no puedo evitar escuchar conversaciones ajenas y tomar nota mental de las partes interesantes o graciosas). Uno de ellos decía algo así: “(…) esta es la quinta vez que voy a Praga. Tú sabes que nosotros comemos como bestias, bueno pues una vez fui a comprar jamón y la chica me preguntó cuántas lonjas quería y yo le dije cariño, no quiero lonjas, dámelo todo. (…) No sé decir mucho en checo excepto cariño, cerveza y buen día. (…) Ah, hola, yo ya viajé contigo en otro vuelo (—le dice a la azafata—) aunque no recuerdo en cuál porque en lo que va del año ya me tomé 68 aviones”. ¡68! ¡La mier..!

El mundo de los sueños puede ser tan real como el mundo de la vigilia…

Llegué a mi asiento (ventana) en estado zombi y me quedé dormida antes de despegar. El vuelo entre Madrid y Praga duró tres horas que para mí fueron diez minutos. Me desperté con la voz del comandante: “Les habla su comandante, nos estamos acercando al aeropuerto de Praga. Afuera hace 28 grados, es un día espectacular. No hay lluvias como anunciaron. Les deseo buen viaje y que sean muy felices”. ¿De verdad dijo “día espectacular”? ¿De verdad nos deseó que seamos muy felices? Ahí es cuando mi mente no puede distinguir. Yo creo que sí pasó.

Vi las primeras imágenes de República Checa desde la ventana: casitas de techos rojos en medio del campo. Mientras descendíamos la mujer de adelante empezó a emitir un ruido que no sé si era llanto o risa, decía algo así como “aaaaayyy mitíaaa, ayyy mitíaaa” seguido de una carcajada que fácilmente podría haber sido llanto (o viceversa). A mí me dio cierta emoción pensar en lo cerca que estoy de Hungría, de la historia de mi familia, de mis raíces. Le debo un viaje largo a Europa del Este (está entre mis prioridades, aunque no será esta vez). Y cuando bajé del avión sentí que realmente estaba dentro de un sueño, como si alguien me hubiese depositado en un escenario que solamente existe en la imaginación de un cuentista…

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Mientras iba al hotel miraba por la ventana intentando absorber todo y mi cabeza no paraba: ah mirá, tienen tranvía, qué lindo, qué romántica es una ciudad con tranvía, esas casitas qué simpáticas, hay empedrado, me gusta eso, ah esos chicos están caminando con los jeans arremangados, qué lindo volver al verano por fin, después de tantos meses, siento nostalgia del presente como en ese poema de Borges, nostalgia del momento que estoy viviendo exactamente ahora, esa sensación de que ni llegué pero ya sé que quiero volver, eso de nunca estuve acá pero ya extraño, como si hubiera caminado por estas calles en otra vida…

  [singlepic id=5827 w=625 float=center] Hasta tienen un muro dedicado a John Lennon…

En el hotel me recibió Pavel, uno de los checos de Czech Tourism que nos está acompañando en este viaje, y nos fuimos a encontrar con el resto de los bloggers para hacer un tour por Praga en segway (si no saben lo que es el segway miren la foto que está a continuación). O sea que si hasta ese momento no entendía nada, cuando me subí al segway dije ya está, tengo que aceptar que todo esto es un sueño y listo, que sea lo que tenga que ser, porque yo ya no controlo nada de lo que está pasando acá. ¡En todos los blogtrips me pasa lo mismo, che! Me quedo dormida en el avión y empiezo a imaginar cosas, como cuando me fui a Laponia…

 [singlepic id=5826 h=625 float=center]  El famoso segway, un vehículo que se mueve con el equilibrio y el impulso de nuestro propio cuerpo

 [singlepic id=5828 w=625 float=center] Con poco más de tres horas de sueño encima, ver esculturas como estas en el medio de Praga hace que mi estado de ensoñación y de confusión de la realidad con lo onírico sea aún mayor…

 [singlepic id=5824 w=625 float=center] Sí, es exactamente lo que están viendo.

Anduvimos tres horas en segway por Praga (detalles de eso en el próximo post) y yo me sentía no sólo dentro de un sueño, sino también dentro de un film donde todo el escenario era tan perfecto que parecía irreal. Y en una esquina, mientras esperábamos que pasara el tranvía, me acordé: hace más o menos un mes soñé que andaba en segway por una ciudad que parece una maqueta. Se los juro. Y yo nunca había andado en segway en mi vida.

[box border=”full”]Viajé a República Checa invitada por Czech Tourism.[/box]