Los viajeros nos estamos volviendo techies (dícese de las personas que muestran gran interés —a veces casi obsesivo— por la tecnología). O mejor dicho, los bloggers y/o escritores de viajes nos estamos volviendo híper-tecnologizados (un término que ni siquiera sé si existe). En estos últimos años, los cuadernos y anotadores de viaje se transformaron en computadoras, y nuestra caligrafía, en alguna tipografía que tal vez poco tenga que ver con nuestra letra real. Los libros pasaron a ser pantallas táctiles, las brújulas se convirtieron en celulares y nuestra mirada, en cámaras de fotos. Hoy en día, el servicio principal que debe tener un hostel para rankear primero es el wi-fi más veloz y una buena cantidad de enchufes para cargar nuestros celulares, laptops y baterías. Nuestras web favoritas son las de reservas de hoteles, buscadores de vuelos, mapas y plataformas de blogs. Hoy no solamente decimos que estamos en un lugar, sino que hacemos el check-in en Facebook o lo twitteamos para que todos nuestros contactos virtuales se enteren.

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En el siglo XXI, donde más que la información lo que importa es la rapidez con que se la transmite, los bloggers de viaje nos convertimos en flashpackers (o “mochileros tecnológicos”).Yo también caí en esta vorágine y la verdad es que no me queda otra: sin estas herramientas no podría estar escribiéndoles acerca de mis experiencias viajeras casi en tiempo real ni tampoco podría estar realizando una reflexión como esta frente a un público de lectores. Sin la tecnología perdería el contacto con las personas que dejo atrás, con mi familia y mis amigos de Argentina, y todo se volvería más lento. Pero tantas veces pienso que, tal vez, sin tecnología estaría mucho más en contacto conmigo misma…

Les confieso algo: en el fondo soy una nostálgica a la que le hubiese gustado nacer en la década del 40 (para vivir mis 20 en los años 60) y poder viajar sin ningún tipo de atadura tecnológica, solamente con un cuaderno y una lapicera (y una cámara de fotos también, de eso no reniego), a mi ritmo, sin estar pensando en que tengo que subir todo a mi blog (¿a mi qué?) o twittear mis pensamientos (¿tui-qué?). Por eso, aún hoy, soy fan de los libros reales (no puedo evitar cargarlos en mi mochila) y de los cuadernos de viaje.

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Debo ser La Mujer de los Cuadernos por la cantidad que tengo (los de la foto son solamente algunos, aunque no todos son de viaje). Debería unirme a Cuaderneros Anónimos y decir: hola, me llamo Aniko y soy adicta a los cuadernos. Veo uno que me gusta, me enamoro y no puedo pensar en otra cosa que comprármelo, aunque eso signifique vivir a base de galletitas durante varios días y cargar con el peso de las hojas en blanco en mi mochila. El impulso de llevarme cuadernos por el mundo es más fuerte que yo. Y, sinceramente, espero que nunca aparezca la cura para esta enfermedad.

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Los cuadernos son aquello que me mantienen en contacto con ese viajar más despojado de elementos tecnológicos, con el viajar “de antes”, con el viajar como algo más personal y no tan público. Un cuaderno recibe todo tipo de frases, desde la más íntima hasta la más ridícula; un cuaderno se escribe a mano y permite deducir el estado de ánimo de la persona en el momento de escritura; no es necesario prender un cuaderno, basta con abrirlo y elegir una página, tampoco es necesario Guardar Como, ya que las palabras no se borran aunque el cuaderno se cierre. En un cuaderno puedo dibujar, tachar, pegar papeles, poner colores, hacer borrones, ser prolija y desprolija. Si bien sé que para seguir cumpliendo mi rol de blogger de viajes tendré que ser, aunque sea, “semi-techie”, sé que tengo un elemento que me permite huir de toda esa vorágine de información, de tanta velocidad y tanta tecnología: mi cuaderno viajero.

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 Tuve mis cuadernos durante mi viaje por América latina, también tuve mis cuadernos en Asia, pero hoy quiero presentarles a uno en particular, al que me acompañó tras mi regreso a Argentina: el cuaderno post-viajero. Él no se fue conmigo, sino que me esperó acá en Buenos Aires. Cuando lo dejé, todavía no tenía una función muy definida; pero apenas llegué supe que era el indicado para hacer un álbum a mano, con fotos impresas y epígrafes escritos por mí. Hace unos días, además, lo llevé a mi exposición de fotos y lo presenté ahí, y al parecer fue un hit. Acá les dejo algunas páginas para que sigamos viajando “a la antigua”.

Me hace feliz saber que a pesar de tanta velocidad, siempre tendré la lentitud de mis cuadernos viajeros.

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(hagan click en las fotos para agrandarlas)

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Flower Power del Siglo XXI