Durante mi infancia tuve amigos por carta. La mayoría eran desconocidos de mi edad con quienes me había contactado por medio de alguna revista infantil (Billiken, Genios, Mickey Total, ya ni me acuerdo) y me carteaba por diversión. Nos escribíamos cosas simples e inocentes como “Me gusta jugar a la mancha, comer manzanas y tocar la guitarra”. Hablábamos de las cosas importantes, de esas que hoy olvidamos. También me escribía con personas de otros países que había conocido en algún viaje y con quienes seguía en contacto y decía cosas así: “En Buenos Aires hay muchos edificios, te mando una foto mía con mi perro. El fin de semana pasado hizo calor. ¿Qué tal Ohio?”. Además me escribía cartas con mis amigas del colegio (aunque generalmente se las daba en la mano o las dejaba personalmente en la puerta de su casa) y con familiares que vivían afuera (“How is Canada?”). Mis cajones estaban repletos de sobres de colores y papel de carta con dibujitos de Disney, bolígrafos de todos los colores y fotos impresas en papel. Cada mañana abría la puerta y miraba el felpudo deseando que hubiese un sobre de algún lugar del mundo esperándome. Tenía una caja azul donde guardaba todas las cartas que recibía y otra cajita donde juntaba las estampillas.

Un tiempo después crecí, apareció internet, el email se popularizó y todo comenzó a acelerarse. Yo, como tantos otros, me adapté a las nuevas formas de comunicación, pero no perdí la costumbre de cartearme por correo, aunque lo hacía cada vez con menos personas. Ya casi nadie respondía.

[singlepic id=4126 h=625 float=center] Postal que le mandé a una amiga desde Sevilla

El último año de la carrera de Comunicación me tocó hacer un trabajo práctico grupal para aprobar la materia de Publicidad. La consigna era lograr que la gente adquiriera (y en algunos casos, readquiriera) la costumbre de mandar cartas por correo. Tuvimos que crear una campaña publicitaria (radial, gráfica y televisiva) para convencer a nuestra audiencia de que volviera a realizar algo que hoy, a causa del email, es visto como un servicio innecesario, obsoleto y demasiado lento. No era cuestión de incentivar a la gente a seguir mandando la factura del gas o las publicidades con las ofertas semanales del supermercado (que, en mi opinión, son servicios que deberían digitalizarse por completo cuanto antes, ya que no hacen más que malgastar papel), sino que el objetivo era mucho más grande: teníamos que lograr que nuestra audiencia volviera a sentir la necesidad de escribir cartas de puño y letra y, ante todo, que fuera capaz de tomarse el tiempo —ese bien que hoy nos parece tan escaso— para elegir el papel, pensar las palabras, sentarse a escribir, preparar el sobre y llevar la carta a la oficina de correo más cercana.

[singlepic id=4134 w=625 float=center]  Y esta se la mandé a otra amiga desde Barcelona

Hicimos el trabajo con la experiencia generacional de haber nacido en una época en la que el correo aún se usaba. No es que estábamos vendiendo algo que nunca habíamos probado, sino que contábamos con un historial de varias cartas enviadas (por lo menos yo) y sabíamos de qué se trataba ese ritual. Enfocamos nuestra campaña en mostrar todo eso que se puede meter en un sobre pero que no se puede meter en un email: la caligrafía, los dibujos, los tachones, los olores, las cositas sueltas, los papelitos, la textura del papel, las fotos impresas, los collages. Entregamos el trabajo y ahí quedó.

Unas semanas después de terminar la carrera empecé a viajar por América latina. Durante esos nueve meses mandé algunas cartas —muy pocas— a Argentina. Mi relación con la correspondencia, sin embargo, renació en China hace un año. Viajé por ese país gigante durante un mes en el cual no pude entender ni una palabra de lo que me decía la gente. Además de viajar sola, me sentí muy sola. Era invierno y no paraba de llover. Una de esas tardes lluviosas me encontré frente a una colección de postales ilustradas a la venta. Las miré. Las ilustraciones me recordaron a seis amigas con las que había compartido parte de mis viajes. Cada dibujo encajaba con cada una de ellas, así que las compré, me senté a escribirlas y me fui caminando hasta el correo del pueblo. En el correo tampoco hablaban inglés, pero no hizo falta. Entregué las postales, pagué y me fui.

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Al salir de la oficina sentí que esa soledad que tanto me había pesado ya no era tan grande. Una parte mía, aunque fuera mínima, estaba viajando hasta Argentina para reencontrarse con mis amigas. Las postales tardaron varias semanas en llegar ya que iban de la misma manera en que me gusta viajar a mí: por tierra y mar. La lentitud de las postales fue, en realidad, la mejor parte, ya que no hizo más que prolongar esa felicidad que sentí al enviarlas y al imaginarme a mis amigas recibiendo esa sorpresita desde China. Cada día pensaba “¿habrán llegado las postales?” y me sonreía a mí misma. Mientras las postales estuvieran viajando, yo seguiría feliz, sabiendo que cada vez faltaría menos para que llegaran a destino.

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Hoy pienso que si la vida se viviese en orden inverso, hacer esa campaña publicitaria para la universidad me hubiese resultado más fácil.

Este año, desde que llegué a Marruecos me propuse mandarle postales a mis amigas. Estuve buscando imágenes que encajaran con cada una de ellas pero no encontré ninguna que me convenciera. Y eso de mandar una postal porque sí, sin elegirla cuidadosamente, no era mi plan así que me dije si no hay postales que me gusten, será cuestión de crearlas. Y así fue como se me ocurrió mirar entre mi archivo de fotos de viaje, seleccionar “la foto perfecta” para cada amiga, imprimirla en tamaño postal, escribirle algo en el dorso y mandársela por correo. Estuve varios días pensando en eso y me di cuenta de algo más: quiero volver a tener amigos por carta, quiero mandar algo y que me respondan. Si en algún momento de mi vida me cartee con desconocidos que conocí a través de revistas, por qué no hacerlo con desconocidos que conozco a través de mi blog. Así que les propongo lo siguiente: juguemos a uno de los juegos más lentos, mandémonos postales desde distintas partes del mundo.

[singlepic id=4119 w=625 float=center] Desde Indonesia, por ejemplo.

[singlepic id=4125 w=625 float=center] Desde Marruecos, tal vez.

[singlepic id=4124 w=625 float=center] O desde España…

Yo propongo estas reglas:

1. En vez de postales, voy a mandarles una foto, una carta o un papelito escrito. 

2. Como tengo un archivo de miles de fotos y me es difícil elegir una al azar, les pido que me den algunas claves. Con que me digan “quiero una foto azul” o “quiero una foto feliz” o “quiero una foto de un lago” ya está, yo elegiré una, la imprimiré y les llegará en unas semanas o meses.

3. Les pido, a cambio, que me respondan con una postal, foto, papelito, hojita de árbol o lo que se les ocurra meter en un sobre. En la carta les mandaré la dirección a la cual responder.

4. Como no sé cuánta gente se sumará a esta iniciativa de cartearse, para empezar, prometo mandarle una carta a los primeros diez que me lo pidan. Será por orden de mail/comentario/mensaje recibido. Si no quieren dejar su dirección en los comentarios, pueden enviarme un mensaje a través del formulario de contacto que pongo al final del post, pero dejen aunque sea su nombre en los comentarios así queda visible.

[singlepic id=4122 w=625 float=center] Una foto de colores

[singlepic id=4123 w=625 float=center] Una foto de la luna

[singlepic id=4133 w=625 float=center] Una foto de una hojita

¿Por qué hago esto?

Porque me hace bien al alma.
Porque quiero seguir con el ritual de a escribir a mano.
Porque quiero sentir esa felicidad anticipada que implica dejar una carta en el correo.
Porque quiero encontrarme con correspondencia cada vez que vuelva a mi casa.
Porque quiero que alguien, en algún lugar del mundo, reciba una imagen y sonría.
Porque quiero luchar contra esa velocidad que pretende marcar nuestra vidas, nuestras relaciones, nuestras acciones.
Porque quiero volver a ponerme en contacto con la lentitud de las postales, y para eso necesito destinatarios: un mensaje que viaja sin nadie que lo espere del otro lado no tiene demasiado sentido.

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Les regalo un fragmento de una de las películas más lindas que vi y que habla de la amistad que establecen dos desconocidos por carta: Max and Mary

[box type=”info”]ACTUALIZACIÓN 2/3/2012: ya me pidieron y ya mandé las 10 cartas.
Aprovechen el impulso y mándenle una carta o postal a una persona que quieran. Se va a poner muy feliz.[/box]

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[box type=”star”]ACTUALIZACIÓN 10/11/2014: estoy viviendo en un lugar fijo por un tiempo, tengo buzón y quiero recibir cartas. Así que esta vez hago la propuesta a la inversa: ¿me mandás algo? Una carta, foto, postal, papelito, hoja de árbol, cualquier cosa que entre en un sobre. Prometo pegar en mi pared todo lo que reciba, para tener compañía mientras escribo mi segundo libro. Si tenés ganas, pedime la dirección por acá.[/box]

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[box type=”star”]ACTUALIZACIÓN 25/08/2015: muchísimas gracias por todas las cosas lindas que hicieron llegar a mi buzón, me encantaría poder responderles a todos pero en este momento no me dan los tiempos. Si quieren mandarme algo, pueden hacer (me piden la dirección actual por acá), pero sepan entender si no puedo responder a todo.[/box]