Ser gaviota
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Así como nosotros no elegimos en qué lugar del mundo nacer, las gaviotas (calculo) tampoco. Son pájaros suertudos, no sólo porque habitan todos los continentes (incluyendo la Antártida y sectores del Ártico), sino porque casi siempre nacen al lado del mar (con excepción de una especie que vive en el desierto, bien lejos del agua). Son pájaros globalizados y cosmopolitas: habitan desde los pueblos más remotos hasta las ciudades más modernas. Si bien ya todas las gaviotas, por default, son pájaros con suerte, algunas (en mi opinión) tuvieron mejor destino que otras: las que nacieron, por ejemplo, en la medina frente al mar de Essaouira (Marruecos), en la costa de Barcelona (España) y en las playas vacías de Paracas (Perú) están en mi lista de Gaviotas que envidio. Aunque para ser sincera, lo que más más les envidio es que puedan volar (y que lo hagan con tanta naturalidad y disfrute).
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[singlepic id=7930 w=625 float=center] Las gaviotas que viven en Essaouira deben ser las más felices.
[singlepic id=7936 w=625 float=center] A esta le tocó un pedacito de mundo en las Islas Ballestas, Paracas.
[singlepic id=7916 w=625 float=center] Y a esta en la costa del pueblo.
Las gaviotas viven en colonias, son muy inteligentes y tienen estructuras sociales muy complejas y desarrolladas. Son mi especie de pájaro preferida y cada vez me gusta más encontrarlas por distintas partes del mundo y observarlas. El lugar donde me instale, le dije a mi amiga Mirla mientras íbamos en el bus rumbo a Paracas, tiene que tener gatos y gaviotas por todas partes. Son los dos animales que pido, la doble G. Llegar a un lugar nuevo y que me reciba una gaviota es el mejor augurio que puedo tener: la gaviotaseñal me indica que el mar está cerca, y si el mar está cerca ya soy feliz. Llegar, por ejemplo, a Barcelona y ver una gaviota sobrevolando la Catedral fue una de las mejores imágenes que tuve de la ciudad. Pasar los días en una terraza de Essaouira y tener a una gaviota parada a pocos centímetros de mí, leyendo las cartas que escribía, fue una de las experiencias más raras de mi vida. Sentía que ese ojo que se clavaba en mis hojas entendía perfectamente lo que yo estaba escribiendo.
[singlepic id=7938 h=625 float=center] ¿o no?
Durante los tres días que Mirla y yo pasamos en Paracas, pueblito costero de Perú al sur de Lima, fuimos testigos (¿se podrá decir testigas?) de tantos comportamientos cotidianos de las gaviotas que el material podría alcanzarme para un documental casero medio trucho. Nos quedamos en un hostel en la playa y salimos varias veces a remar en kayak por entre los barquitos que estaban anclados cerca de la costa. Una mañana luchamos contra el viento y remamos hasta un barco fantasma (por lo abandonado) okupado por decenas de gaviotas. Quisimos subir pero la caca que cubría todo como una capa de pintura blanca (la caca de pintura) nos desalentó. Nos alejamos y dejamos que la corriente nos arrastre. Pasamos al lado de un barco de pescadores sin gente y nos encontramos con un montón de gaviotas en plena reunión social. Lamenté no tener la cámara porque estaban para la foto, todas sentadas encima de la lona, charlando en ronda como señoras tomando el té. Las saludamos de lejos y seguimos remando. Vimos otras que flotaban sobre el mar creyéndose patos y dejaban que las olas las lleven de arriba abajo. También estaban las que se paraban sobre palitos de ex muelles (una sobre cada palito, en fila) y las que descansaban en grupo sobre la arena. El catálogo completo de gaviotas en estado natural.
[singlepic id=7909 w=625 float=center] Volando en grupo
[singlepic id=7912 w=625 float=center] Sentadas al final del muelle
[singlepic id=7920 w=625 float=center] En la orilla
[singlepic id=7921 w=625 float=center] Y por si no las vieron en la foto anterior, una en cada palito
Una tarde salimos a caminar por la costa y seguimos la ruta de las aguavivas (según yo) hasta uno de los puntos más ventosos de Paracas (que ya de por sí es muy ventoso). Llegamos a una bahía donde unas quince personas hacían kitesurf con una tabla de wakeboard y una cometa atada a la cintura. De vez en cuando agarraban perfecto el viento y volaban por unos segundos, se elevaban y quedaban ahí flotando. Debe ser lo más parecido a ser gaviota, pensé. En el trayecto de vuelta vimos aguavivas del tamaño de sartenes (de esas grandes, donde se cocina lo que va a comer toda la familia), vimos cangrejos camuflados con algas, vimos cientos de gaviotas volando juntas y llenando el cielo de movimiento.
[singlepic id=7918 w=625 float=center] El camino de las aguavivas (o “malaguas”, como las llaman acá). No se pierdan las huellas de gaviota.
[singlepic id=7917 w=625 float=center] Las más grandes que vi en mi vida.
[singlepic id=7923 w=625 float=center] Como para pisarlas por error.
[singlepic id=7927 w=425 float=center] Cangrejos camuflados.
[singlepic id=7915 w=625 float=center] Parte del camino es de asfalto, parte de arena.
[singlepic id=7926 w=625 float=center] Y al final del trayecto, los kitesurfistas-gaviotas.
[singlepic id=7925 w=625 float=center] Y gente jugando cerca…
Las gaviotas tienen tanto la capacidad de volar como de nadar y caminar, pero lo que más me gusta es verlas cuando agarran una corriente de aire y se dejan llevar por el viento como si estuvieran deslizándose por toboganes de agua. Me gusta cuando sobrevuelan las olas que están a punto de romper, cuando casi tocan el agua pero no, como si le hicieran osooo al mar, y siguen su ruta.
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Lo que más envidia (y felicidad, porque es una mezcla de querer y no poder) me da es ver cómo disfrutan volar. Porque esos vuelos no los hacen con un fin práctico, los hacen porque sí, porque quieren, porque les gusta, porque les encanta dar vueltas en el aire, sobre todo cuando baja el sol, cuando la luz naranja del atardecer las convierte en siluetas contra el cielo, las transforma en postales y les da como otro aura. Las miro desde abajo y me pregunto cómo verán ellas las cosas desde allá arriba, qué pensarán de esos seres humanos complicados que viven en su territorio. Me gustaría ponerle una camarita en el cuello a alguna, como el señor que le puso una a su gato en el collar para ver qué hacía cuando se iba de la casa (una de las conclusiones fue: cuando los gatos salen a la calle se van a encontrar con otros gatos). Quisiera ponerme a la altura de las gaviotas, agarrar una corriente de aire y ver todo desde arriba, de lejos, con otra perspectiva, in a bird’s eye view, como bien dice la expresión.
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Pero no puedo. Por más que quiera volar no puedo, sigo acá abajo, cargando tantas cosas. Una mochila que me pesa. Un duelo que me duele. Paisajes que no me inspiran porque ya me inspiraron antes. Ganas de cerrar todas las redes sociales y dar por terminada esta vida online. Dudas sobre si debería abandonar el blog, dejarlo como una casa vacía, repleta de sus cosas pero ya sin habitantes. Autoexigencias que me traban. Tiempo que me la paso perdiendo. Deseos de escribir y no poder, impotencia literaria. Esa sensación de que tengo que estar en otra parte del mundo. Ese miedo de tampoco sentirme bien allá, donde creo que debería estar. Este desagrado contradictorio que me provoca terminar escribiendo siempre acerca de mí. La muerte de un amigo que aún no puedo procesar, la segunda que me toca en menos de tres meses, una muerte de la que me enteré dos meses después de que pasara, un duelo al que llegué tarde, cuando ya todos se habían ido, una tristeza desfasada, entender recién ahora por qué no me contestaba por whatsapp, una sensación de que cuando vuelva a su ciudad la sentiré medio vacía y recién ahí me daré cuenta de que ya no está. Este pensar continuamente en la muerte, todo el tiempo, todos los días, tenerla sentada al lado, duplicada, en forma de dos personas. Esta necesidad de aprender a procesar y a aceptar la muerte de los otros, de investigar cómo la entienden otras culturas, cómo la celebran o padecen los que se quedan atrás, los que todavía seguimos acá. Este soñar con muertos y con personas que vuelan. Este sentarme en la playa, mirar las olas e intentar comunicarme con el más allá (donde sea que quede eso) y pedirles una señal, rogarles en voz baja que aparezcan, que hagan algo, que revoleen una sombrilla, que me tiren un poco de arena, que me llamen por teléfono, que me muestren que siguen acá, que cambiaron de estado pero están, que flotan en el aire alrededor nuestro aunque no podamos verlos.
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Estar en eso, pensando, dudando, necesitando, rogando y que aparezcan dos gaviotas volando juntas, que se suban al escenario invisible que tengo enfrente y que se pongan a jugar en el aire, que hagan piruetas rápidas y divertidas sólo para mí. Sonreír al verlas y decirles gracias, sé que tuvieron algo que ver con mi ruego, sé que son parte de la señal que acabo de pedir. Saber que para el resto de la gente que está en la playa esas dos gaviotas son dos gaviotas más, igual al resto de las gaviotas, pero que para mí, por unos segundos, fueron únicas. Empezar a sospechar que las gaviotas van a dominar el mundo, que van a desarrollar dotes telepáticos y quién sabe en qué superpoder derivará eso. Sospechar que seguramente se van a aliar con los gatos y juntos reinarán sobre nosotros. Sentir con alegría que las gaviotas son el mejor animal del mundo y que me encanta mirarlas, que podría quedarme horas siguiéndolas con los ojos.
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Dicen que para las gaviotas que viven en las ciudades, los edificios son islas con acantilados, y el asfalto un lugar lleno de comida y libre de depredadores. Así de simples ven las cosas. Para ellas, los edificios —esos que el ser humano se esmera en hacer más altos, más lujosos, más brillantes, más repletos— son elevaciones naturales de la tierra. Es decir que lo que podría ser visto como un obstáculo, para ellas es parte del paisaje total, es algo que está ahí y que no tiene por qué interferir en su vida. Porque para las gaviotas lo principal es volar, comer, reunirse, comunicarse, aparearse, quedarse con la misma pareja toda la vida, tener hijos de a tres, enseñarles a volar y disfrutar los atardeceres. No estar interpretando edificios ni cuestionando el por qué del asfalto. Muchos creen que el mejor animal para reencarnarse es el perro. Yo prefiero, con toda la sana envidia y admiración que les tengo, ser gaviota. O por lo menos aprender a mirar el mundo como ellas.
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[box border=”full”]Información útil para viajar a Paracas (porque si no pongo esto mi blog es cada vez menos de viajes y más de lo que se me canta)
– Cómo llegar: nosotras viajamos desde Punta Negra (que está unos 45 km al sur de Lima), tardamos aprox. tres horas y pagamos 13 soles (regateo de por medio). El bus nos dejó en Pisco y de ahí fuimos caminando al mercado y tomamos un colectivo (acá se le llama colectivo a los taxis compartidos) por 2,50 soles cada una. La vuelta de Pisco a Punta Negra nos costó bastante más cara (20 soles) porque era fin de semana y los precios suben (más durante temporada alta).
– Cómo moverse: Paracas es un pueblito muy chico y se llega a todas partes a pie. Igualmente hay mototaxis dando vueltas siempre. Consejo: arreglar el precio antes de subir.
– Dónde dormir: el lugar es bastante turístico así que está repleto de hostels, posadas y hoteles. Nosotras nos quedamos en un hostel que costaba 33 soles la noche (en temporada baja cuesta 24 soles) y que incluía desayuno, kayaks y wifi.
– Dónde comer: toda la costa del pueblo está repleta de restaurantes turísticos. El menú marino (entrada + segundo + bebida) cuesta entre 15 y 20 soles. El menú criollo es un poco más barato (10 soles) pero no está tan promocionado, así que pregunten. También hay varios puestitos callejeros y restaurantes locales un poco más baratos.
– Caminatas: una de las cosas que más me gustó fue la caminata que hicimos por la costa desde el puerto hasta la bahía donde se hace kitesurf. Si van a un ritmo tranquilo tardarán una hora y pico. Es gratis y no se van a perder.
– Bicis: se pueden alquilar bicis para ir a recorrer la Reserva de Paracas. Nosotras no fuimos, pero averiguamos y costaba unos 30 soles el día alquilar la bici.
– Islas Ballestas: la excursión a las Islas Ballestas es una de las razones para ir a Paracas. Es un viaje en lancha que dura dos horas y que rodea las islas (no se puede bajar). Se ven lobos marinos, pinguinos y muchas especies de pájaros. Es turístico pero lindo. Cuesta unos 30 soles (según dónde se contrate) + 12 soles de entrada que se pagan antes de subir a la lancha.
– Cambio (enero 2014): 1 dólar equivale a 2.77 soles [/box]
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[box border=”full”] Información útil para ser gaviota (ya que estamos)
1. Aprender a volar.
2. Mirar la vida desde otra perspectiva.
3. Disfrutar todos los atardeceres.
PD: Les recomiendo leer el libro “Juan Salvador Gaviota” de Richard Bach. Un clásico como El Principito. [/box]