[box type=”star”]Este post es la segunda entrega de “Recuerdos de Centroamérica”, una serie de relatos fotográficos de mi viaje por Centroamérica en el 2008. [/box]

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Mi primer encuentro con Costa Rica fue cómico.

Llegué a San José, la capital, en bus desde Panamá y busqué un teléfono público para llamar a Diego, un argentino amigo de mi prima que estaba viviendo ahí y había ofrecido alojarme. En vez de darme la dirección de su casa de antemano, me había pedido que apenas llegara lo llamara. Me pareció raro, pero seguí sus órdenes. La charla fue algo así:

—Hola Diego, soy Aniko, ya llegué a San José.

—Buenísimo, ¿estás en la Coca-Cola?

—¿En qué?

—En la estación de buses, acá le decimos la Coca-Cola porque antes era una fábrica.

—Ah, no sé, supongo que sí. ¿Me pasás la dirección de tu casa?

—No sé si sabías pero acá las calles no tienen nombre ni número.

—¿Eh?

—Sí, no hay direcciones, así que te voy a indicar cómo llegar. Estás cerca así que podés venir caminando.

—Bueno…

—Salí de la estación, caminá 600 metros al norte, ahí te vas a topar con un árbol grande, girá a la izquierda y caminá 300 metros hasta un Rostipollo, de ahí vas hacia el sur y tomás la segunda calle, después doblás y vas a ver una fila de casas todas iguales, la mía es la que tiene la puerta verde y un poste enfrente. (Nota: esto me lo estoy inventando, no me acuerdo de las indicaciones exactas, digo por si algún tico me está leyendo.)

—Ajá…

No sé cómo hice pero llegué. Al día siguiente fui al aeropuerto a buscar a mi amiga Belu, con quien viajaría durante un mes y medio por Costa Rica, Nicaragua y Honduras. A la vuelta nos perdimos, como era obvio, y estuvimos dando vueltas durante una hora por una zona donde todas las casas eran iguales. Costa Rica nos estaba dando la bienvenida.

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* Primera parada: Quepos y el Parque Nacional Manuel Antonio

Pasamos dos días en San José y, por sugerencia de Diego, fuimos a conocer Quepos y el Parque Nacional Manuel Antonio, en la costa del Pacífico. No teníamos mucho plan de viaje.

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Manuel Antonio está a 130 kilómetros de San José y es el parque nacional más pequeño del país —tiene menos de 7 kilómetros cuadrados—, pero reconocido como uno de los más lindos del mundo. Costa Rica es el país con mayor porcentaje de territorio cubierto por parques nacionales: el 24 por ciento son áreas protegidas. Es, también, un país donde se practica mucho el ecoturismo.

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El paisaje de Manuel Antonio es una mezcla de playas de arena blanca, montañas y selvas tropicales. Es, también, una de las zonas con mayor biodiversidad del país: tiene 109 especies de mamíferos y 184 especies de pájaros. En mi memoria, Costa Rica queda definida por una palabra: naturaleza.

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Apenas llegamos al parque nos recibieron los monos,

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los perezosos,

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los mapaches (este le abrió la mochila a alguien en busca de comida),

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y todo de tipo de lagartos.

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Pasamos el día en el mar y caminando por los senderos del parque.

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Quepos, el pueblo que está al lado del Parque Nacional, es uno de los más turísticos. Costa Rica, en general, recibe mucho turismo y es un destino que muchos eligen para retirarse. Algunos le dicen “la Suiza de Centroamérica”: tiene una de las 22 democracias más antiguas del mundo, abolió su ejército en los años cuarenta, tuvo un presidente premio Nobel de la Paz y es uno de los países más estables y con mejor calidad de vida de la región.

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Me encantan los países tropicales, y una de las cosas que más me gustan es la fruta que crece en esa región: bien dulce y a disposición en cualquier vereda o supermercado.

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Esos primeros días fueron días de playa. Belu y yo nos habíamos reencontrado después de seis meses sin vernos así que nos pusimos al día con las charlas y disfrutamos de la onda relajada de Costa Rica y de la buena onda de los ticos —mote cariñoso que se le da a los costarricenses—.

* Segunda parada: La Fortuna y el volcán Arenal

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No tengo suficientes fotos de Costa Rica. Me hubiese gustado sacar más, estas no alcanzan a mostrar la riqueza natural del país, pero espero que al menos les permitan hacerse una idea de la variedad de paisajes que hay.

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Nuestro paso por Costa Rica coincidió con mi cumpleaños, así que Belu me dijo que eligiera dónde quería pasarlo. Le dije que tenía ganas de ver un volcán activo de cerca y de ir a las aguas termales, así que nos fuimos a La Fortuna, el pueblo más cercano al volcán Arenal.

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Elegí un hostel “caro” —creo que costaba unos cinco dólares más, pero tenía pileta y quería darme el gusto por mi cumple—. La mañana de mi cumple, Belu infló globos de colores y me dio veintitrés tirones de orejas —costumbre argentina—, después pasamos el resto del día en las piletas de agua termal y a la noche fuimos a ver el volcán Arenal de cerca: al estar oscuro, se podía ver el hilo de lava —de lejos, al menos, parecía un hilo— que salía del cráter y bajaba despacio por la pendiente. El Arenal está activo y entró varias veces en erupción.

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A pesar de que en los alrededores de la Fortuna se puede hacer todo tipo de actividades (canyoning, rafting, trekking, canopy), yo me dediqué a sacarle fotos a los carteles. No me pregunten por qué y no pregunten cuál es la oferta de los 500 usd porque no sé, pero me imagino algunas cosas.

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* Tercera parada: Montezuma y Santa Teresa

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Viajar por tierra en Costa Rica lleva tiempo. Viajes de pocos kilómetros pueden llevar varias horas y las rutas no están bien señalizadas, así que hay que ir mentalizado a que todo lleve más horas. Alguien me dijo que los caminos en Costa Rica no están bien comunicados debido a que no hay ejército y no se necesitan movilizaciones rápidas. Si alguien sabe, cuente.

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Nuestra tercera parada fue la península de Nicoya, también del lado del Pacífico. Para que se den una idea, el viaje de La Fortuna a Montezuma nos llevó casi 14 horas, aunque según escribí en mi diario de viajes —porque tanto no me acuerdo— ese día nos despertamos tarde, perdimos el primer transporte y eso hizo que viajáramos desincronizadas y tuviéramos varias horas de espera entre un pueblo y otro. Fue un día larguísimo, de eso sí me acuerdo.

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En todos los lugares que visitábamos de Costa Rica había una constante: vida salvaje por todas partes.

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Belu y yo somos chicas de ciudad, así que todo nos sorprendía —y aunque no lo fuéramos, también—.

¡Mirá esa ardilla!

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¡Lagartija!

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¡Otra!

Y así.

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Montezuma empezó como una aldea de pescadores y se hizo popular entre los viajeros en los años ochenta. Entre sus habitantes hay gente local, mochileros y ecoturistas, así como gente que va por el yoga y artes curativas y otros que van por el festival de cine que se hace ahí cada año.

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Montezuma, además, es conocida por sus cascadas. Lean bien el cartel, así entienden la situación que pasó después.

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Una tarde, Belu y yo decidimos ir a conocerlas. Apelo otra vez a mi diario y les transcribo lo que escribí al respecto. Fue una de las situaciones más graciosas —en retrospectiva— del viaje:

“Las cascadas de Montezuma son tres. Para llegar a la primera hay que cruzar por el medio del río, y para ver la segunda y la tercera hay que escalar, atravesar un bosque y bajar por una soga. Estuvimos un rato en la primera y decidimos ir a conocer las otras, así que nos internamos en la selva. Estábamos caminando cuando escuchamos algo que parecía un rugido y nos asustamos bastante porque venía de un arbusto muy cercano. Decretamos que era un jabalí y que estaba enojado, así que empezamos a acelerar el paso. Le dije a Belu: “Me parece que está muy cerca”, y la maldita salió corriendo antes de que pudiera terminar la frase y me dejó sola llorando de risa en medio del bosque. Pensé que iba a volver o que iba a esperarme más adelante, pero no. La perdí por completo. Me empecé a poner nerviosa porque el rugido era cada vez más fuerte y alrededor no había nadie. Dije, con voz fuerte: “¿Belu?”. Nada. Dije su nombre un poco más fuerte y al no tener respuesta terminado gritando ¡Beléeeeen! ¡Beléeeeen! como una desesperada. El ruido del río tapaba cualquier sonido. Me preocupé. ¿Dónde estaba Belu? ¿Y si se hacía de noche y no aparecía? ¿Y si le había pasado algo? Tendría que salir a buscar ayuda para encontrarla. ¡Beléeeeeen! Nada. Tal vez se había patinado y se había caído. ¿Y si la había alcanzado el jabalí? ¡Beléeeeeen! No aparecía. Diez minutos después la encontré con dos pibes (?) abajo, en la otra cascada. Había corrido, había bajado por una soga y había terminado ahí. Los chicos nos acompañaron hasta la salida del bosque y desaparecieron.” 

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Desde aquel día, siempre le digo a Belu que aquella vez en Costa Rica me dejó sola con el jabalí, y lloramos de risa. “Te fuiste y ni me esperaste! Fue un sálvese quien pueda.” A todo esto, nunca supimos qué animal era. Algunos nos dijeron que era un mono, para nosotras siempre habrá sido un jabalí enojado.

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Y así pasamos las dos semanas en Costa Rica, entre naturaleza, animales salvajes, parques nacionales, playas, calles sin nombre, amigos y buena onda.

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Espero volver pronto. Me quedó pendiente la costa del Caribe y además tengo a uno de mis mejores amigos de Argentina viviendo allá.

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Si van a Costa Rica, una de las expresiones que más escucharán en boca de los ticos es ¡pura vida! Si alguno de ustedes está leyendo, sabrá explicar esto mejor que yo, pero pura vida se usa en muchos momentos de la conversación: como saludo, como agradecimiento, como calificativo, para demostrar admiración. Quiere decir que está todo bien, súper, feliz.

Victor Manuel Sánchez Corrales, un investigador de la Universidad de Costa Rica, lo resume así: “La expresión se encuentra hoy tan intrínsecamente ligada con el lenguaje y la cultura costarricenses, que constituye una marca grupal-comunitaria que trasciende las fronteras y muestra nuestra forma particular de ver el mundo”. Pura vida.

[box type=”star”]Este post es la segunda entrega de “Recuerdos de Centroamérica”, una serie de relatos fotográficos de mi viaje por Centroamérica en el 2008. En el próximo capítulo: Nicaragua. [/box]