Praga:

No te digo “Querida” —si bien está más que claro que sos una mujer con todas las letras— porque todavía no te conozco tanto como para llamarte así (aunque no creo que sea difícil quererte, viendo que emanás amor por todos los rincones). Podría llamarte “Estimada”, pero me parece demasiado formal para la pequeña relación que ya entablamos en estos poquitos días que pasamos juntas. No te digo “Adorada” porque me parece cursi, “Distinguida” es demasiado aristocrático, “Horonable” es muy gubernamental. Podría decirte “Bella” o “Encantadora”, pero por el momento te digo, simplemente, Praga. Creo que a las mujeres con nombres lindos hay que llamarlas sin apodos ni adornos, y vos, Praga, tenés uno de los nombres más lindos que escuché.

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Me hablaron muy bien de vos. Cuando conté que te venía a conocer, todos me dijeron que me ibas a encantar. Hubo consenso absoluto. ¿Cómo hacés? ¿Qué generarás en la gente para que te amen tanto? Todos los que te conocen sueñan con volver a verte…

Yo te conocí mientras soñaba despierta, después de un largo viaje en avión desde el sur del mundo. Cuando te vi por primera vez, te voy a ser sincera, me sentí un poco abrumada: demasiada belleza, demasiada gente, demasiado movimiento, demasiados estímulos para digerir a la vez. Para empezar a descubrirte te recorrí en segway, ese monopatín posmoderno que avanza, frena y retrocede obedeciendo los movimientos de nuestro cuerpo. ¿Qué sentirás cuando esas dos ruedas avanzan por tus empedrados? ¿Te hará cosquillas? ¿Te molestará? ¿Lo notarás? ¿O seguirás regia e imperturbable como siempre?

[singlepic id=5831 w=800 float=center] Lo primero que recuerdo de vos

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En tres horas te atravesé y pude ver tus esculturas raras, tu arte callejero, tu sobredosis de puentes, tus paredes pintadas, tus mensajes de amor y paz, tus castillos medievales, tus construcciones llenas de grandeza, tus fachadas góticas, barrocas y renacentistas, tus relojes, tus santos, tus cúpulas, tu río. Fue demasiada información en una sola mirada, pero pude, de a poco, empezar a asimilarte y desmenuzarte. Pude hacerte menos complicada y más cercana. Cuando, casi al final del recorrido en segway, frené en una esquina y miré una maceta con flores que colgaba de un farol me acordé que ya me había encontrado con vos en un sueño, tiempo antes de que nos viéramos en persona por primera vez. Será que estábamos destinadas a conocernos…

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Al día siguiente te vi desde lo alto, desde esa torre que te enorgullecés en proclamar “La segunda construcción más fea del mundo”. Te miré desde el piso 66 de la Torre de Televisión, acompañada por los bebés gigantes de David Černý, uno de tus tantos artistas (y amantes, seguramente). Te observé boquiabierta, hipnotizada, mientras me soplabas tu aire tibio en la cara de manera indiferente.

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Más tarde te volví a mirar de arriba, desde otro ángulo, y me cautivaste aún más. Me hiciste preguntarme si tanta belleza era posible o si eras solamente un espejismo, un escenario de algún cuento. No me lo olvido, fue en el parque Letná. Era domingo, estabas sin maquillaje y me demostraste que las mujeres más bellas son aquellas que no necesitan pintarse, como vos, porque ya brillan con luz propia.

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Si por la mañana te conocí por fuera, esa tarde viajé por tu corazón: el río Vltava. Te navegué en un barquito, pasé por debajo de uno de tus 18 puentes —el más imponente, ya sabés cuál—, entré a tus canales y saludé a los patos que hicieron de tus orillas su hogar. Ahí, en ese barco, vi fotos tuyas de joven, cuando todavía estabas en blanco y negro, y me enteré que a lo largo de tu historia sufriste: sin ir más lejos, hace diez años te inundaste… ¿Habrás tenido alguna pena que te desbordó el corazón? ¿Qué te pasó, Praga? ¿Por qué llorabas? Me hace feliz saber que sos una mujer fuerte y que una vez más sobreviviste a las adversidades de la vida.

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Y por fin, el tercer día pude hacer lo que más deseaba desde que te conocí: te caminé todo lo que me dieron los pies, recorrí un poco de tu alma. Salí con mapa porque no quería perderme nada, pero después de un rato lo guardé y dejé que vos me fueras llevando, que tus curvas me invitaran a doblar y tus arcos me invitaran a cruzarte. Y así fui explorando cada parte del rompecabezas de tu ser: empecé en Nové město, la zona de vos que llaman “Ciudad nueva”, si bien fue establecida en el siglo 14. Miré tus vidrieras en la Plaza de Wenceslao y cuando me di cuenta ya estaba en tu centro histórico, en pleno Staré město, tu zona más antigua, más admirada y probablemente más concurrida. Caminé, me perdí entre las construcciones y las callecitas empedradas. Me di cuenta, con algo de alegría, que cada vez que me salía de los recorridos sugeridos por el mapa casi no encontraba turistas, te tenía para mí sola por un ratito, éramos solamente vos y yo. Y así, caminando sin rumbo, aparecí en Josefov, el antiguo barrio judío. Crucé Karlův most, tu puente-monumento más famoso, ese por el que caminan todos los que te visitan, y llegué a Malá strana. Caminé hacia arriba para ver tu costado más vanidoso: tu castillo. Después bajé y algún momento me tomé el tranvía, no podía conocerte y no trasladarme sobre vos en tu vehículo más romántico. No sé dónde aparecí, pero por un rato estuve perdida en una zona más auténtica de vos, de esas donde los turistas ni se asoman.

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Praga, te conocí poco y, como estabas distraída, te robé muchas fotos. Aunque sé que estás muy acostumbrada a ser fotografiada… ¿No te cansás? ¿No deseás, en algún momento, que esté prohibido retratarte, aunque sea por un día?

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Y en estos pocos días saqué conclusiones, probablemente apresuradas, lo sé, porque no soy quién para definirte ni para decir quién sos, eso lo sabrás solamente vos. Pero mientras te miraba no pude evitar pensar en varias cosas.

Sos una ciudad del amor, Praga, definitivamente. Inspirás a las parejas a abrazarse y a besarse en cualquier parque y contra cualquier pared. Muchos llegan a vos solamente para sellar su amor, por eso estás llena de candados en las barandas y repleta de llaves en tu río. ¿Qué promesa le harás a los amantes, para que muchos viajen exclusivamente para casarse en tus iglesias? Sos romántica y tal vez por eso te buscan tanto, porque sos una mujer que seduce y que se deja seducir. Tu sensualidad se deja ver de noche en tus bares subterráneos, en tus conciertos de jazz, en tus vasos de absenta, en tu zona roja. Cada año, cuatro millones de extraños de todas partes del mundo duermen con vos, ¿a cuántos dejarás enamorados? Pero más importante: ¿vos de quién estarás enamorada?

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Sos arte, Praga, exudás arte por todos tus poros. Usás a tus artistas para expresar tu música, tu poesía, tus bailes, tus obras, tu literatura. ¿Te das cuenta de que en algún momento de tu vida tuviste a Kafka escribiendo en algún café? ¿Te das cuenta de que Kundera escribió historias donde sos tan protagonista como el resto de sus personajes? Fuiste, sos y serás la madre de grandes artistas, “Madre Praga”, ¿alguna vez lo habías pensado?

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Sos historia, Praga, historia viva. Tenés más de mil años y se nota. Parecés joven pero tu alma es muy antigua. Viviste muchas cosas, fuiste capital de un imperio, tuviste reyes —y por más que sus mujeres se pongan celosas, la Reina siempre fuiste vos—, fuiste testigo de guerras, fuiste el escenario de grandes hechos de la historia moderna, tuviste Primaveras y Revoluciones, te sometieron y te liberaron. Pero sobreviviste a todo, nadie logró destruirte.

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Parecés sacada de una película, Praga, ¿sos real? Yo te miro y me dejo llevar, hago de cuenta que existís y que estás enfrente mío, pero por momentos me pregunto si no serás más que un set de cine o el escenario de una obra de teatro que se está presentando hace diez siglos. Te vi desde arriba, desde abajo, desde los costados, pero sé que no te vi toda, que en el fondo sos una mujer que muestra mucho pero revela poco y que es muy difícil conocerte del todo.

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Me das insomnio. Cada noche, cuando me quiero ir a dormir, no puedo: estás en mi cabeza, me inspirás, me hacés pensar, me impulsás a prender la luz, agarrar mi cuaderno y anotar frases e ideas que se me vienen a la mente. Dejo siempre la ventana abierta, para seguir mirándote en sueños.

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Ahora sí, me despido, y esta vez sí te digo Querida Praga, ojalá que nos volvamos a encontrar cuando ambas seamos un poco más viejas. Confío en que vos me llamarás cuando sea el momento.

Aniko

[box border=”full”]Viajé a Praga gracias a la organización e invitación de CzechTourism.[/box]