En algún lugar entre Biarritz y Budapest
Nací un 29 de julio. En Argentina, eso significa que nací en vacaciones de invierno y que durante mi infancia casi nunca pude festejar mi cumple el día real: o no había nadie o yo tampoco estaba en Buenos Aires. Es bien sabido que uno no elige dónde nacer, pero a veces no nos percatamos de que tampoco elegimos la fecha (y ambas nos moldean de maneras profundas e imperceptibles). Nacer en vacaciones de invierno hizo que, ya desde muy chica, pase muchos cumpleaños fuera de mi casa, de viaje en lugares donde hacía calor y donde solo éramos tres para soplar las velitas. Y si bien al principio soñaba con pasarlo con mis compañeritos del colegio, me acostumbré bastante rápido a pasarlo en el mar o en lugares distintos a los que ya conocía. Mis cumpleaños, entonces, quedaron enmarcados por los viajes sin que yo lo eligiera.
Nací un 29 de julio, día de los ñoquis, pero pasé muchos cumpleaños en lugares donde los ñoquis no eran parte de la gastronomía y donde no pude cumplir con el ritual de poner la plata debajo del plato. No recuerdo todos mis cumpleaños del primero al veintidós: sé que pasé varios afuera aunque no sé con exactitud cuál fue dónde. Durante esos años todavía estaba medio dormida, empezando a vivir, y cumplir años significaba que de a poco llegaba a verme en el espejo del baño, o quería decir que había alcanzado los famosos quince, o que ya podía votar y sacar el registro, o que era mayor de edad y podía irme de viaje sin el permiso escrito de mis padres. Cumplir años, además, siempre significaba que estábamos de vacaciones. Ese hechizo se rompió cuando decidí vivir viajando y los nombres de los meses dejaron de tener demasiada importancia en mi calendario.
Nací un 29 de julio y cumplir esa cantidad de años —veintinueve— siempre me pareció algo muy lejano: estaba casi última en la lista, antes de los que habían nacido un 30 o 31 y, como yo, querían jugar a superponer su fecha de nacimiento con su edad. Recuerdo todos mis cumpleaños a partir de los veintitrés: los anteriores se me mezclan. No sé si eso quiere decir que cada vez estoy un poco más despierta o si es que los viajes son el antídoto para mis problemas de memoria. Porque ahora los recuerdo así: el cumple que pasé en Costa Rica, el cumple que pasé en Buenos Aires entre viajes, el cumple que pasé en Indonesia, el cumple que.
Cumplí veintitres en un hostel de Costa Rica. La fecha también coincidía (por un día de diferencia) con el aniversario de mis primeros seis meses de viajera. Estaba viajando con mi amiga Belu y decidimos pasar el 29 en La Fortuna, un pueblo al pie del volcán Arenal, y darnos el gusto de ir a las aguas termales. Esa noche salimos en busca de algún bar o fiesta y encontramos una especie de bailanta muy local donde nos compramos un trago que no me pude terminar, bailamos unos temas de reggaetón y nos fuimos. No había mucha onda. En el hostel estuvimos varias horas peleándonos con un yanqui, aunque ya ni me acuerdo por qué. Creo que Belu me regaló un alfajor (o algún pastelito) con una velita, me cantó el feliz cumpleaños y me dio 23 tirones de oreja.
Cumplí veinticuatro en Buenos Aires e hice doble festejo: pasé la noche del 28 en un bar con mis mejores amigas, entre ellas Olga y Mirla, mis amigas peruanas (a quienes había conocido en mi primer viaje por Perú), y el 29 hice un festejo en la casa de mi mamá con mis amigos del colegio, de la facultad y de la vida y con mi familia. Después de tantos meses afuera, necesitaba reunirme con toda mi gente. Pusimos globos, compré chizitos y me cantaron el feliz cumple en argentino entre todos. Yo tenía el pelo muy largo, por la cintura, porque había prometido que no me lo cortaría hasta no volver de viaje, y después me emocioné y me negué a la tijera durante casi un año más.
Mis veinticinco me encontraron en Asia, con blog recién estrenado y pelo corto. Lo pasé en Indonesia con mi novio de aquel entonces (yo había vuelto a Indonesia para pasarlo con él) y nuestro grupo de amigos. Éramos quince, estábamos en Yogyakarta, la ciudad de Java central que fue mi hogar durante meses, y hacía mucho calor (como de costumbre en Indonesia). Me llevaron a un puesto de comida muy lindo (porque en Asia cualquier excusa es buena para reunirse a comer), nos sentamos en ronda el piso, comimos nasi ayam sambal (pollo con arroz) con las manos, tomamos es te (té frío) y me cantaron el selamat ulang tahun en indonesio y en inglés.
Mi cumple de veintiséis fue raro. Había decidido volver a Argentina después de casi un año y medio de viaje por Asia, y llegué a Buenos Aires uno o dos días antes de mi cumpleaños para pasarlo ahí con mis amigos y familia. Tenía tanto jet-lag, confusión y tristeza que atravesé el 29 de julio como una zombi. Me desperté muy temprano, no porque quisiera sino porque tenía trastornos de sueño. Al mediodía fui a almorzar a lo de mi mamá con ella, mi papá y mis tíos; salí con cara triste en todas las fotos: todavía no entendía por qué había vuelto. A la noche fui a comer empanadas con amigas y me pedí un té para acompañar. Alguien se rió de mí: ¿empanadas con té? En parte lo hice para sentirme un rato más en Asia y en parte porque era la bebida más barata y todo en Buenos Aires me parecía carísimo.
Los veintisiete y los veintiocho también los cumplí en Buenos Aires. Mi cumple de veintisiete cayó domingo, y como yo estaba en una etapa muy porteña de mi vida, decidí festejarlo con un picnic en el Rosedal. Invité amigos y lectores, llevamos comida, pusimos manteles en el pasto, colgamos globos de los árboles, hicimos burbujas gigantes, comimos brownies caseros y charlamos de los viajes y la vida. Era invierno pero había un sol calentito y mucha gente al aire libre. A eso de las siete u ocho oscureció y empezó a hacer frío, así que agarramos las bicis y volvimos. Fuimos por una bicisenda medio oscura, la de Retiro, y dos tipos nos persiguieron, nos golpearon y nos robaron una de las bicis. Feliz cumpleaños a mí. Mis veintiocho, en cambio, marcaron un día muy importante en mi vida: ese mismo 29 de julio llevé el archivo final de mi primer libro a imprenta y lo liberé para que nazca y siga su curso, así que ahora que lo pienso, mi libro y yo cumplimos años el mismo día.
Nací un 29 de julio y conozco por lo menos siete personas (amigos) (y un libro) que nacieron el mismo día que yo. Tendría que averiguar qué evento importante hubo a fines de diciembre del 84 para semejante baby boom, porque se ve que es una fecha popular. Nací un 29 de julio de 1985 y eso me hace leonina con ascendente en libra, búfalo de madera en el horóscopo chino, pop y mano solar azul en el horóscopo maya y muchas otras cosas en los horóscopos de otras culturas. Siempre digo que el día que frene va a ser para estudiar astrología, que es algo que me apasiona, y que si no me va bien con los libros me dedicaré a interpretar cartas natales.
Nací un 29 de julio y, lo que podría haber sido un cumpleaños previsible por el resto de mi vida (en invierno, durante las vacaciones), hoy es una incógnita. Creo que nunca tuve tan poca idea de dónde voy a estar para mi próximo cumpleaños. Estos últimos meses la vida me cambió todos los planes: dije que iba a frenar junio y julio en un solo lugar y si pasé diez días en una misma ciudad es mucho; volví a España para tomar clases de surf y un esguince de muñeca me frustró ese plan (y muchos otros); dije que iba a recorrer todos los países de Europa y sigo atrapada en Francia. Siento, hace un tiempo, que decir la palabra “plan” es una burla hacia mí misma. Todo lo que planeo se desmorona antes de empezar, la vida me está llevando, más que nunca, por otros caminos. Y si lo que me dijo mi amigo español es cierto (“Si quieres hacer reír a Dios, cuéntale tus planes”), entonces en algún lugar, por allá arriba, dioses de todas las religiones ruedan por el piso a carcajadas cada vez que digo, con inocencia, “tengoelplande”. Así que estoy en etapa de aceptación: si no puedo hacer planes, por algo será.
Lo único que sé es que mis 29 me van a tener que buscar en algún punto del mapa entre Biarritz (Francia) y Budapest (Hungría), ya que a principios de agosto empiezo el curso de húngaro y ahí sí que no puedo faltar. Pero cómo será ese día y en qué idioma me cantarán el feliz cumpleaños (si es que me lo cantan): no tengo ni idea.