27 de marzo de 2012Laponia (Suecia)

Querido Blog:

Me quedé dormida en el avión y creo que nunca me desperté, así que lo más probable es que te esté escribiendo desde un sueño. Como verás en el encabezado de esta carta, el sueño en el que estoy inmersa transcurre en un lugar del mundo conocido como Laponia, en Suecia. Sí, Laponia, como los helados que teníamos en Argentina (se ve que, para el marketing argentino, decir “Helados Laponia” es como decir “Blanco Ala”) y como la tierra de Papá Noel (aunque dicen que él vive por encima del Círculo Polar Ártico, en la parte finlandesa de Laponia). ¿Que qué hago en Laponia? Eso me pregunto yo. Cuando te empecé a escribir, hace ya casi dos años, nunca me imaginé que te enviaría noticias desde este destino. Me veía en China, en India, en Marruecos, en España, hasta en Oceanía, pero nunca en Laponia. Vos sabés por qué: es un destino inimaginado para una mochilera con poco presupuesto como yo. Y sin embargo acá estoy, protagonizando un sueño. Así que por estos cinco días serás una especie de cuaderno onírico. Un cuaderno onírico online, porque sos un diario moderno.

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En este momento estoy sentada en la mesa de mi cuarto, dentro de una casita como de cuento, con techo a dos aguas, mucha madera, balconcito blanco y cortinas de tonos pasteles. Estoy al lado de una ventana, y todo lo que veo es la nieve y el bosque. Tres colores: blanco, marrón y verde. Son las 6 de la tarde, el sol está bajando y le está dando una luz dorada a los árboles y a las casas de Piteå, el pueblo en el que estoy ahora. Es mágico. Creo que esta luz —a la que los fotógrafos llaman The Golden Hour— es mi momento preferido del día. ¿Escuchás eso? Son las gotitas de nieve derretida que caen contra el marco de la ventana. Me siento como el de “Diario de un argentino en Toronto”, aunque todavía no vi ningún reno, no me crucé con el de la motoniveladora y a mí la nieve me cae más que bien. Hace poco te conté acerca de mis cinco encuentros con la nieve, ¿te acordás? Bueno, si tuviera que hacer un Top Six (porque este el sexto), Laponia estaría en el primer puesto. Nunca vi tanta nieve como acá. Además es nieve de verdad, de esa que se nota que es blandita, de esa que la pisás y te hundís hasta las rodillas. Ya sé lo que te estarás preguntando: qué ropa traje, si sabés que me fui de Buenos Aires casi sin abrigo. Es que soy una improvisada total y acepté venir a este viaje sin tener la ropa adecuada. Por suerte tus amigos de tienenojos me prestaron todo lo que necesitaba y me salvaron de morir congelada, así que si te los cruzás por alguna de esas redes sociales que frecuentás, agradeceles muchísimo de mi parte.

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Bueno, te cuento: me vine a Laponia Sueca de blogtrip. O sea, Blog, que me invitaron gracias a vos. Si vos no existieras yo no estaría en esta parte del mundo (creo que no estaría ni cerca). Es una lástima que no puedas estar acá conmigo. Lo bueno es que como tengo ganas de contarte todo, me la voy a pasar escribiendo. Además el paisaje ayuda muchísimo: ya estoy pensando en quedarme acá una temporada y convertirte en Libro. Tendría que venir en invierno (entre diciembre y febrero), cuando solamente hay cuatro o cinco horas de luz por día, y aprovechar la oscuridad y la falta de distracciones para recluirme en una cabaña y escribir sin parar. Dicen que en Suecia hay muchos escritores. Debe ser difícil soportar tantos meses de oscuridad, ¿no? Por eso los suecos me cuentan que cuando es verano todos se sienten felices, salen de sus casas, viven al aire libre. Y cuando llega el sol de medianoche (alrededor de junio) se quedan despiertos toda la noche charlando o haciendo cosas tan cotidianas como cortar el pasto o jugar al fútbol. Pierden noción de la hora. Es que imaginate: un día entero de sol. 24 horas seguidas de luz. ¡Como para no perder la noción del tiempo! Ya me gustaría experimentar algo así. ¿Te imaginás? Me la pasaría escribiéndote sin descanso, mientras el sol estuviera brillando, así fuesen cinco días seguidos de tecleo.

Perdón, me estoy yendo por las ramas. Es que pasaron tantas cosas en estas 48 horas que no sé por dónde empezar. Dicen que lo mejor es por el principio. Pero el problema de los sueños es que no son cronológicos, son desordenados, son irreales. Para que te des una idea: mi primer día en Laponia —ayer— incluyó trineos en la nieve, perros siberianos, partidos de hockey sobre hielo, hamburgueserías, salmón, samis, artesanías, hoteles cinco estrellas… Por eso te digo: irreal.

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Ayer, lunes, tomé el vuelo de las 7 am que va de Girona (a una hora y media de Barcelona) a Skellefteå. Es un vuelo nuevo, así que casi que lo inauguramos. Viajé por primera vez con RyanAir (por fin, me estaba intrigando, escuché tantas historias acerca de esta aerolínea). El vuelo iba casi vacío: si éramos veinte era mucho. Así que aproveché, me estiré en tres asientos y dormí las cuatro horas del viaje como una reina. Creo que de tanto viajar en buses destartalados adquirí esa facilidad de poder dormirme donde sea. Cuando me desperté ya estábamos por aterrizar. Me perdí la mítica venta de lotería por 2 euros. Igual no pensaba comprar nada. Ah, me faltó contarte que estoy viajando con tres personas más: Miguel (fotógrafo y autor del blog Kebrantin.com), David (fotógrafo también y autor del blog Derutapor) y Florent (periodista). Los tres son españoles (David y Florent, catalanes, y Miguel de Madrid) y ya tienen varios blogtrips y viajes de prensa encima. La nuevita en esto soy yo (y espero que este viaje de bloggers no sea el último, así que no me falles, Blog).

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En el aeropuerto de Skellefteå (se pronuncia “shelefto”) nos recibió Anna-Karin, de Destination Skellefteå, con jugo de arándanos, queso típico, fruta, agua y chocolate. Nuestro equipaje apareció al instante. Acá todo funciona bárbaro. La temperatura era de unos 6 grados, si mal no recuerdo. Bien, yo pensé que me iba a tener que enfrentar a 20 grados bajo cero. ¿Cómo será sentir tanto frío? Creo que nunca estuve a menos de −4. ¿Qué diferencia se sentirá entre estar a −10 y estar a −20°C? ¿Será que a −10 se te congelan las palabras cuando hablás y a −20°C directamente se te congelan los pensamientos? Salimos del aeropuerto y a que no sabés quiénes nos esperaban… Ocho perros huskies y un trineo. Cuando nos vieron empezaron a saltar y llorar de emoción, estaban alborotadísimos. Uno de ellos tenía un ojo marrón y otro azul. Lindísimos. Miguel —uno de mis compañeros de blogtrip— y yo fuimos los primeros en subirnos. Los perros se pusieron a correr como locos. Fue la bienvenida perfecta al sueño laponiano. El trineo se deslizaba sobre la nieve en silencio, el viento frío me daba en la cara, los árboles formaban un sendero por el cual atravesamos.

Nunca me imaginé que iba a experimentar algo así en mi vida (o por lo menos de tan joven). Y no me refiero solamente a los perros, sino a todo esto: estar en Laponia, haber sido invitada por Suecia. No sé, me parece irreal. Después de paseo nos fuimos al centro de la ciudad, dejamos las cosas en el hotel (cinco estrellas) (¿vos sabés cuando fue la última vez que me quedé en un hotel así? ¡vos ni habías nacido!) y nos fuimos a almorzar comida típica. ¿Sabías que acá comen a las 11 y media de la mañana y cenan a eso de las seis de la tarde? Si estoy en Suecia, actuaré como los suecos. Viene bien cenar temprano, se duerme mejor. Después de comer una sopa con carne de reno —acá se come reno como allá se comen vacas, así que no me pongas esa cara—, y un filete de salmón con verduras (de-li-cio-so) nos fuimos a caminar y a conocer a Jonas, un sami (aborigen originario de estas tierras) que se dedica a hacer artesanías con los cuernos de los renos. Un artista con una casa de ensueño y una vida tranquila y envidiable. Me encanta cómo en cualquier lugar del mundo la gente se adapta al clima y a la geografía que los rodea. Acá mucho de la cultura tiene que ver con la nieve y el frío, como el partido de hockey sobre hielo que fuimos a ver más tarde.

[singlepic id=4702 h=800 float=center] Jonas

[singlepic id=4696 w=800 float=center] Su trabajo

[singlepic id=4700 w=800 float=center] Su casa

Hicimos “la previa” del partido en el All Star Bar con cerveza, jugo y una picada que incluía quesadillas, hamburguesas, costillitas de cerdo, nachos y salsas (comida mexicana, claramente). Acá, cuando juega el equipo local, nadie se pierde el partido. A las 7 de la tarde —todavía era de día, acá el invierno ya está en las últimas— nos fuimos a la arena para ver las semifinales del torneo: Skellefteå Aik vs Aik. Lo curioso es que son equipos muy rivales y ambos tienen el mismo color de camiseta (y de bandera) y casi el mismo nombre. Estábamos en primera fila. Fue emocionante. Creo que ver cualquier deporte en vivo es emocionante. Debería hacerlo más seguido.

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El hockey sobre hielo se juega con seis jugadores de cada equipo en la pista y en tres tiempos de 20 minutos cada uno. Si el partido termina empatado, se agrega otro tiempo de 20 minutos para desempatar. Y si vuelven a empatar, se agrega otro y otro y otro ad infinitum. Osea que nunca se sabe a qué hora va a terminar. ¿Habrá habido algún partido donde se quedaran días enteros? Me imagino, por ejemplo, que en algún pueblito de Suecia se está jugando un partido eterno desde 1976, y como los jugadores envejecen, van siendo sucedidos con sus hijos. Ya deben ir por el tiempo 350.973, pero siempre empatan. Ya sé que tengo una imaginación un poco desmedida, pero me gusta darle un toque de realismo mágico a las cosas. Volviendo a lo de antes, el hockey sobre hielo es un deporte de una velocidad rapidísima, hay que estar muy atento, porque un segundo están de un lado de la pista y medio segundo después ya están del otro. Además los jugadores se dan unos golpes que madre mía (¡joder! ¡de tanto hablar con españoles se me pegan sus expresiones!). La hinchada de nuestro equipo (obvio que alentábamos a Skellefteå Aik) no paró de agitar las banderitas negras y amarillas, de cantar y de silbar cada vez que el árbitro cobraba “mal” (según ellos). Lo bueno es que metimos un gol. Lo malo es que ellos metieron cuatro y nos ganaron en el tercer tiempo. Todos se fueron con cara de bak (así se dice culo en sueco).

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Para cerrar el día nos fuimos a un lugar típico de por acá: una hamburguesería local (es que a esa hora ya no había ningún restaurante abierto, porque la gente cena temprano). ¿Sabías que acá McDonald’s intentó establecerse y no tuvo éxito? Lo local tiene más fuerza. Me parece genial, debería ser así en todas partes. Tuvimos una sobremesa súper agradable, charlando con Tova y Bob (una pareja sueca que será nuestra anfitriona mañana) acerca de cómo viajar te ayuda a conocer los distintos modos de vida que existen en el mundo y a darte cuenta de que el tuyo no es “el único” ni “el correcto”. Lo que te digo siempre: todas las formas de vida son válidas. Es lindo conocer a más personas que piensen así. Un detalle: acá la mayoría de la gente es rubia de ojos celestes. Paso medianamente camuflada, ya me hablaron en sueco y todo, aunque los ojos marrones me delatan. “Esta chica no es de acá”.

Y hoy… si te cuento todo lo que hice y lo que vi hoy no me lo vas a creer… Mejor lo dejo para mañana, que ya son más de las 3 de la mañana y tengo que madrugar. Me voy a dormir. Ah, ¿pero cómo? ¿Estaba despierta? Me parece que no, que todo esto es un sueño. No sé cómo despedirme de un blog así que te mando un saludo cordial (?) y espero que todo ande bien por la estratósfera virtual. Cuidate y descansá,

Aniko

PD: Te quiero.

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[box border=”full”] Viajé a Laponia Sueca invitada por VisitSweden. [/box]