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1.

– Tiene la consistencia como de un kiwi pero sin el jugo y una manzana un poco arenosa. El gusto es dulce, aunque no tan dulce como una cereza y más dulce que una sandía, pero es más bien una dulzura apagada, suave. Y tiene miles de semillitas negras que se comen pero seguro que alguna te queda trabada entre los dientes.

Intento explicarle por chat a Vero de qué se trata la Dragon Fruit, típica de estos pagos y cuasi desconocida en Argentina.

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2.

– La mejor fruta que probé se llama (en inglés, porque en castellano ni idea) mangosteem.

– ¿Qué sabor tiene? Mmmm… qué pregunta.

– Es una fruta muy fresca, tenés calor, te comés un mangosteem y te refresca, pero no es como la menta. Está a mitad de camino entre un durazno y un cítrico. Es muy dulce, pero tan dulce que casi llega a ser ácida. De afuera es violeta y muy dura, si la tirás al piso no le pasa nada, no se abolla. Para abrirla tenés que agarrarla entre las palmas de las manos como si fuese una pelota y apretar hacia adentro. La cáscara (que parece un caparazón más que una cáscara) se rompe y larga un jugo violeta que no se toma pero sirve como medicina natural y mancha mucho así que ojo con la ropa. Adentro te vas a encontrar con gajos, como una mandarina, pero blancos, sin los hilos y con una sola semilla grande. En Malasia le dicen La Reina de las Frutas y en Indonesia dicen que esta fruta (llamada manggis) nunca miente: si te fijas en la base, antes de sacarle la cáscara, vas a ver algo así como una estrella que indica con sus puntas con cuántos gajos te vas a encontrar adentro, y nunca, NUNCA, se equivoca.

Qué difícil describir una fruta desconocida.

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3.

– Sí, es como cuando fuimos en bici hasta Maderas, en Nicaragua, pero la ruta es de asfalto y no de tierra y no tiene tantas subidas y bajadas como el triatlón que tuvimos que sufrir aquella vez. Y en vez de llegar al mar, después de pedalear 20 kilómetros llegás al desierto. Además es re seguro, acá en Mui Ne no pasa nada, a lo sumo te acosarán un par de vietnamitas para “indicarte” que “estaciones” la bicicleta en el árbol que tienen delante de la puerta (obvio que te van a querer cobrar), así que ignoralos, hacete la que no entendés y dejá la bici un poco más allá, donde nadie vigila. No pasa nada, en Camboya por ejemplo la gente deja la bicicleta sin cadena en la calle y te juro que volvés a la semana y sigue ahí. Acá igualmente por las dudas la até a un árbol. Cuando volví a buscarla tenía cinco nenes alrededor, que quizás te dan un toque de desconfianza, pero nada que ver, me preguntaron de dónde era, me ayudaron a sacar la bici y creo que por poco me dan un empujón desde la rueda de atrás para salir andando más rápido.

A veces la mejor manera de describirle una experiencia a alguien que está lejos, es compararla con algún momento compartido en algún lugar del mundo, como para que resulte más familiar.

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4.

– Según dicen, es El París de Vietnam. Nunca fui a París así que no sabría decirte, lo que sí veo acá son muchas casitas al estilo villa francesa, divinas, con el techo a dos aguas, colores pasteles, mucho blanco, balconcitos, bien de montaña, de centro de esquí. Hasta tienen una Torre Eiffel (” “) y obvio que lo promocionan como un lugar idílico: Da Lat, el pueblo más romántico del país, The Honeymoon Town, el lugar preferido del emperador, el lugar de descanso de los colonialistas franceses y cosas así. No sé cuánto de romántico tiene, pero es lindo. La temperatura es bastante más fresca, yo ando con jean, buzo y a veces bufanda. No hay mucho para hacer más que caminar, visitar los mercados, tomarte una sopa o un café calentito, contratar algún guía motorizado para que te lleve a recorrer (que, a todo esto, se hacen llamar los Easy Riders… sí, como la película… son vietnamitas que tienen unas motos buenísimas y te ofrecen tours de cinco días en moto, me hubiese gustado pero es medio caro para mí, alrededor de 60-70 USD por día).

Cuántas veces habré leído eso de “es la Suiza de tal lugar”, “el París de tal otro”, “la Roma de bla bla bla”. Debe ser un buen recurso para atraer curiosos. Aunque yo diría: es un lugar que quiere parecerse a (inserte-ciudad-aquí) pero tiene personalidad propia.

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5.

– Esto sí que no me lo esperé jamás, menos en Vietnam. Primero, una montaña rusa metida en medio de los árboles. Un asiento por persona, pero separado, osea vos manejás tu propia velocidad y frenás cuando querés, no vas “atado” a un carro, sino que sos tu propia montaña rusa. Literalmente, vas dando vueltas por diez minutos entre medio de árboles y macetas con flores (algunas reales, otras de plástico), con una música afónica de parque temático de fondo. Lo mejor (o más decadente): el vietnamita que se asoma por encima de un arbusto justo en una curva, sosteniendo una cámara gigantesca, y te saca la foto para vendértela más tarde. Terminás el recorrido y llegás a una cascada, ahí te espera otro vietnamita vestido de cowboy, junto a su caballo blanco, para que te saques la foto con él.

Bizarrísimo.

Yo no sé qué están enseñan en las escuelas de turismo acá…

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6.

– Y si eso te pareció raro, esperá a llegar al Valley of Love. El nombre ya lo dice todo: kitsch a más no poder. Una especie de intento de Disneyland muy noventoso que quedó abandonado pero todavía funciona porque no deben saber qué hacer qué hacer con la calesita y los flamencos de plástico. Rarísimo. En la entrada hay una escultura de dos manos que quiere ser de Dalí, después si caminás te cruzás con jirafas, osos, Mickey Mouse, todo de plástico.

Podría ser el set perfecto de una película de terror (mala).

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7.

– Acá los locales la llaman Crazy House. Es como si la hubiese construido Gaudí y la habitara Alicia en el País de las Maravillas junto con Winnie Pooh y su pandilla. Escaleras que llevan hacia la nada, escalones que imitan troncos de árboles, huecos en las paredes con un banquito adentro, ventanas en los lugares más insólitos, cuartos temáticos (es un hotel también).

La arquitecta es hija de uno de los ex presidentes de Vietnam; al parecer estudió en Rusia y quedó impactada con los trabajos de Gaudí en España.

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8.

– Cuando las vi ahí apiladas te juro que me emocioné: ¡¡medialunas!! Long time no see! Cómo las extraño, las recuerdo a toda hora: me faltan durante el desayuno, con un café, en la casa de Belu, en lo de mi mamá… Así que fui y me compré una sin pensarlo. Me costó 4000 dong (25 centavos de dólar). Pero ¿viste cuando tomás un vaso de agua pensando que es Sprite? Te esperás algo dulce y burbujeante y la insipidez del agua te devuelve a la realidad. Bueno, yo la mordí pensando que iba a ser como las de Buenos Aires, bien dulce, suave, de esas que se te deshacen. Nada que ver. No era ni dulce ni salada (si vas a hacer medialunas, ¡decidite!), tampoco se me deshizo en la boca ni estaba calentita.

Pero no me quejo: medialunas en Asia… ¡un lujo!

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9.

– A esto lo llamo La Pose Vietnamita. Siempre están así, en todos lados, en cuclillas, charlando, esperando, vendiendo, fumando, tomando algo… Es como si estuviesen “yendo al baño”, pero no…

A veces, para describir una fruta, un lugar, una sensación, una persona, no hay nada mejor (o peor) que usar una comparación… ¿Qué haríamos sin las similitudes? Son las que nos permiten comprender lo desconocido desde nuestra realidad conocida.