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Foto al costado de una ruta islandesa

Encontrar un pasaje barato (no baratísimo, sino razonable) de Europa a Islandia no fue fácil. Lau y yo pasamos horas por Skype mirando vuelos que salieran de España, de Francia y de Inglaterra y nos dimos cuenta de que si bien lo más barato era volar desde Londres, llegar a la capital inglesa desde Barcelona en poco tiempo no iba a ser de lo más fácil ni económico (hay que cruzar por agua sí o sí y eso iba a encarecernos el recorrido previo). Cuando por fin encontramos un pasaje a buen precio desde París nos dimos cuenta de que, al ser una aerolínea de bajo costo, lo que nos ahorrábamos por un lado tendríamos que pagarlo por otro. En las condiciones del vuelo decía que podíamos llevar una mochila de mano (bastante chiquita) cada una y que despachar (facturar) equipaje nos costaría sesenta euros más (€ 30 de ida y € 30 de vuelta por persona). Nos pareció mucho, pero no queríamos perdernos ese vuelo, así que lo compramos, no pagamos el extra del equipaje y dejamos ese problema para más adelante. Obviamos la advertencia (“si lo pagás online ahora te va a salir más barato que pagarlo en el aeropuerto al hacer el check-in”) y nos olvidamos del asunto.

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Llegamos a París a dedo y nos fuimos a pasear…

Unos días antes de volar nos dimos cuenta de que si no queríamos pagar una fortuna por despachar las mochilas tendríamos que achicar y guardar todo (las cosas de Lau y mis cosas) en una sola mochila. Así, por lo menos, gastaríamos treinta euros cada una en vez de sesenta. ¿Lograríamos meter una carpa (bastante grande), dos bolsas de dormir, un aislante, la ropa de abrigo, zapatillas, shampú y algún que otro extra en una mochila de 50 litros? Estaba difícil. Islandia ya nos desafiaba a lo lejos.

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En esta mochila debía ir todo.

Llegamos a París un martes a la noche y nuestro avión salió el miércoles a las 10.05 de la noche. Si tuviese un diario íntimo, hubiese escrito una cronología más o menos así.

Miércoles 21 de mayo: hoy nos vamos a Islandia (corazón corazón corazón)

9.00 am: Me despierta un ruido fuertísimo. ¿Qué está pasando, de dónde viene eso? Anoche me acosté a las cuatro de la mañana porque me quedé resolviendo problemas técnicos del blog, necesito descansar. Estamos en la casa de Bruno, un amigo brasilero que nos ofreció alojamiento mientras él está en Brasil. Salto de la cama, muy dormida, abro la cortina y veo que del lado de afuera me mira un señor con bigote y un taladro. No sé qué decirle. Cierro la cortina, vuelvo a dormir.

11.30 am: Nos despertamos. Estamos agotadas por los dos días de viaje a dedo. Me pongo a limpiar y ordenar la casa. Lavo los platos, despejo la mesa para pasarle un trapo y tengo la brillante idea de poner los dos individuales (los mantelitos, de plástico) parados contra la pared, cerca de las hornallas. Los dejo ahí porque no encuentro otro hueco. Ya los saco, pienso. Me olvido.

11.45 am: Golpean la ventana. Es el señor del taladro, necesita pasar a la casa para hacer un arreglo. Le explicamos (en una mezcla de español, portugués, italiano y un escasísimo francés) que no somos las dueñas y que no podemos dejarlo pasar. Nos dice que no hay problema, que vuelve en unos días, y repite la palabra burako burako mientras señala el hueco en el que estuvo trabajando esta mañana.

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Mientras tanto, París nos espera…

12.00 pm: Lau se pone a preparar el desayuno. Mete pan en la tostadora y salta la térmica, así que prende una hornalla y lo calienta en la sartén.

12.04 pm: Escucho un grito de ¡ay no! Voy a la cocina a ver qué pasó. Se derritieron los individuales (los que puse contra la pared, que encima eran de plástico). Entre las dos no hacemos una. (Perdón Bruno, ¡perdón!)

12.30 pm: Objetivo: armar la mochila (nótese: “la” y no “las”) y salir a pasear un rato por París. Bien, empieza el desafío. Qué llevar, qué dejar. Mi mochila no es muy espaciosa y ya con las dos bolsas de dormir está casi llena. Empezamos a dejar cosas: ropa de verano chau, libros chau, zapatillas chau. Metemos todo. Entra, pero nos queda la carpa afuera (es bastante grandecita) y mi mochila no tiene correas para atarla. Ya veremos cómo hacemos.

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El paquete negro es la carpa. Las dos bolsas de supermercado tienen comida.

1.55 pm: Nos fijamos en internet cuánto se tarda en llegar al aeropuerto para calcular a qué hora tenemos que salir. La aplicación del metro dice que llegamos en 25 minutos, en un foro dice que por lo menos 45 minutos. “Bueno, será media hora, con salir de acá a las seis y media de la tarde estamos bien.”

2 a 5.30 pm: Caminamos por París. Tomamos el metro hasta la Torre Eiffel y volvemos bordeando el Sena. Pasamos por Notre Dame, por el puente de los candados, por el barrio latino. Me siguen encantando las construcciones, algunas me recuerdan mucho a Buenos Aires, me gustan mucho las chimeneas parisinas. Quiero comer macarrons, son mi nueva adicción junto con el mazapán. Necesito que Lau los pruebe para que me diga si son tan ricos como pienso (a ella no le gusta el mazapán. No entiende nada). Busco el lugar que vende unos muy frescos y baratos, ni me acuerdo dónde queda, pero mi instinto de gorda me lleva hasta esa esquina. Compramos una bolsita y cuando estamos por emprender el regreso a la casa se larga a llover. No hubo aviso: alguien le dio play a la lluvia y empezaron a caer proyectiles de agua del cielo. Nos refugiamos en el techito de afuera de una patisserie tunecina, nos sentamos en la vereda y comemos macarrons mirando la lluvia. Es linda París con lluvia, pienso. Creo que me gusta más que la otra vez que vine. O, mirándolo en retrospectiva, no la pasé taaan mal, es que estaba en un mal momento y eso afecta mucho la experiencia. Ahora me doy cuenta de que hice y vi un montón de cosas, pero me sentía sola y perdida y eso no me permitió disfrutar del todo. Esta vez es distinto. O quizá cuando sabés que sólo tenés diez minutos para estar en París lo ves todo más lindo.

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Macarrons, París y lluvia

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Tengo miedo que el puente se caiga con tantos candados.

5.35 pm: Hablando de diez minutos, tenemos que volver ya a la casa y con esta lluvia imposible caminar. Me empieza a dar un poco de ansiedad pensar en todo lo que tenemos que hacer antes de ir al aeropuerto. Armamos una lista mental de tareas: ordenar la casa, sacar la basura, cerrar la mochila y engancharle la carpa en alguna parte, preparar sandwiches para el camino, decidir qué hacemos con los fideos que sobraron de anoche, guardar la ropa que dejamos secando. Pero primero lo primero: tenemos que comprar dos individuales para reponerle a Bruno. Nos confiamos: seguro que en el supermercado que está a una cuadra de la casa hay.

6 a 6.30 pm: Buscando individuales por París. Es la ley de Murphy: cuando buscás algo no lo encontrás (y después aparecen por todas partes). No puede ser que en este súper no haya algo tan básico como mantelitos individuales. Damos una vuelta por el barrio y nada. Ya estamos en cuenta regresiva, tenemos que ir al aeropuerto urgente, si llega a haber algún percance más perdemos el avión.

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6.30 a 7.15 pm: Volvemos a la casa y hacemos todo lo que quedó pendiente a toda velocidad. Le dejo una nota a Bruno explicándole la situación (te los reponemos a la vuelta, te lo prometo). Cerramos mochila sacamos basura pasamos escoba calentamos fideos juntamos todo salimos cerramos puerta nos vamos.

7.30 pm: Viajamos al aeropuerto. Tenemos que combinar metro con RER (tren). Nos damos cuenta de que vamos a tardar más de lo que pensamos. Ya está, no podemos hacer nada. Cuando estás en medio de una historia sabés que puede tener varios desenlaces y que todos son igual de posibles: o perdemos el avión o esta noche estamos en Islandia. Sacamos los fideos (siguen calentitos) y cenamos en el tren con un tenedor de plástico. Nos bajamos en la parada de la Terminal 1 y vamos corriendo hacia la Terminal 3. El reloj sigue en su cuenta regresiva, el check-in cierra en un rato.

8.45 pm: Llegamos al check-in. Lo primero que nos pregunta la del mostrador es si tenemos visa para Islandia. Por un segundo dejamos de respirar. ¿Visa? Pero no necesitamos… ¿A qué van? Turismo. Ah, está bien. Llega el momento de despachar la mochila, nos da miedo pensar cuánto nos van a cobrar, pero ya está (hoy con el apuro nos olvidamos de hacer el trámite del equipaje vía web, así que estamos a merced de lo que nos quiera cobrar la aerolínea, que seguro va a ser más de treinta euros). Ponemos la mochila en la balanza, nos pregunta si sólo queremos facturar una, le decimos que sí, le pone la cintita y la manda para adentro. No nos cobra nada. ¿Qué onda? ¿Habremos leído mal las condiciones del vuelo? ¿Nos cobrarán al retirarlo? ¿Nos retendrán el equipaje por morosas?

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9.50 pm: Nos subimos al avión y caemos en la cuenta de lo que estamos por hacer: Nos vamos a Islandia. ¡Islandia! Cerca de Groenlandia, a mitad de camino del continente americano, ¡a Islandia! ¿Qué nos esperará allá? Silencio, poca gente, paisajes inmensos… ¿Habrá gatos en Islandia?

10.05 pm: Despegamos. Recién ahora me acuerdo de lo poco que me gusta volar y del miedo que me da estar tan arriba. El despegue no es bueno, afuera hay tormenta, el avión está haciendo ruidos raros y se mueve mucho. De repente agarra un pozo de aire (o lo que sea) y baja de golpe. Hay mucha turbulencia. Me pongo mal, me quiero bajar, no quiero estar acá, nos vamos a morir todos. Lau me agarra la mano y me habla durante todo el viaje para que me distraiga.

10.10 pm a 1.05 am: Volamos durante tres horas. El avión se estabiliza y se me pasa el miedo. Miro por la ventana: salimos de noche pero a medida que avanzamos se va haciendo de día. Pienso: la geografía de Islandia no puede no afectar a sus habitantes. La geografía de cualquier lugar no puede no afectarnos. ¿Cómo será vivir tan lejos, tener períodos tan largos de oscuridad, tener un sol que brilla 24 horas seguidas, ser una isla cerca del Ártico?

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Esta iglesia es el punto más alto de Reyjkavík

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Primeras casitas islandesas

1.05 pm: Aterrizamos en Reykjavík a las 11.05 pm hora local. El cielo sigue claro. Por ir en busca del bus más barato (que a esa hora ya no sale) perdemos el último transporte al centro de la ciudad. El taxi cuesta €100. Terminamos haciendo dedo y viajamos en una combi con el piloto y las azafatas del vuelo que acaba de llegar de Boston. Llegamos a la casa de nuestra couch como a las dos de la mañana y afuera sigue siendo de día. Islandia nos recibió mejor de lo que esperábamos.

[box type=”star”]Este post pertenece a la serie “Desafío Islandia”, un viaje/juego en conjunto con el blog Los viajes de Nena. Pueden seguirnos por Twitter con el hashtag #desafioislandia, a través de Instagram y Facebook. El Desafío Islandia 1: llegar a París a dedo en dos días ya está en el blog de Lau. Ella publicará los desafíos impares y yo los pares. [/box]