Tardé dos semanas (y seis años) en parir este post. Después de varios años viajando y de casi 29 en este mundo necesitaba poner esta reflexión por escrito. ¿Es lindo viajar? Claro, pero no todo es color de rosa. Esta es mi catarsis.

Hace unas semanas iba a viajar a dedo sola por primera vez y no me animé. No sé, era viernes 13 y me dio cosa. Excusas (aunque estoy cada vez más cerca de hacerlo, lo juro). Así que entré en la web del carpooling francés (acá se llama covoiturage) y busqué a alguien que viaje de Vienne (donde estaba) a Antibes (un pueblito en la Provenza francesa al que fui a encontrarme con una prima). Seamos sinceros, hacer dedo o hacer carpooling (compartir coche y gastos con gente que hace el mismo trayecto y que uno contacta por internet) es casi lo mismo: te estás subiendo al auto de un desconocido. Lo que pasa es que ver el nombre de la persona en internet genera una ilusión de cercanía y que haya dinero de por medio te da una (falsa) sensación de seguridad. Nos refugiamos en el “si pago no me va a pasar nada” y no es así, pero el miedo nos hace creer que todo en la vida tiene que costar algo para ser legítimo.

Cuestión que busqué personas que hicieran el mismo trayecto que yo y elegí al conductor un poco al azar. O quizá fue intuición. Unas horas después, cuando me subí al auto, me di cuenta de que había elegido muy bien, y ahí me dije: por algo no me fui a dedo hoy. El chico en cuestión era francés-vietnamita, embajador de Couchsurfing —esta red social tiene representantes en distintas ciudades o países y se les dice embajadores—, había hecho viajes largos —de mochilero, a dedo— y tenía muchas historias que contar. Nos pusimos a hablar de nuestras experiencias de Couchsurfing y me contó una de las historias más raras que le tocó vivir con una huésped. 

No sé si tan rara como esto. (Para este post elegí fotos de Asia. Hace tiempo que no subo ninguna y es un continente que extraño mucho)

No sé si tan rara como esto. (Para este post elegí fotos de Asia. Hace tiempo que no subo ninguna y es un continente que extraño mucho)

Unos años atrás había recibido a una japonesa en su ex departamento en París. Ella había volado desde Tokyo y estaba cansada, así que la primera noche se fue a dormir temprano. Unas horas después, él se despertó de golpe: la chica estaba parada en la puerta de su habitación, mirándolo. Él se asustó pensando que iba a hacerle algo, pero no: la japonesa estaba muy deprimida y le dijo que quería suicidarse esa misma noche. Él intentó tranquilizarla, la abrazó, le pidió que no haga nada. Ella se volvió a su cuarto y lloró sola toda la noche. Él no pegó un ojo. A la mañana siguiente, cuando se despertó, la japonesa ya no estaba. Su perfil de Couchsurfing también había desaparecido. Durante dos años no supo nada, hasta que un día recibió un mail: la japonesa le escribió para decirle que estaba bien, le agradeció por salvarle la vida y le contó que después de esa noche en París había decidido cancelar su viaje por Europa y se había vuelto a Tokyo. Los médicos le dijeron que había sufrido el Síndrome de París.

Cosas que pasan cuando ves las Torre Eiffel de cerca...

Cosas que pasan cuando ves las Torre Eiffel de cerca…

—¿El quéee?

—Yo tampoco lo conocía. Es algo que le pasa a muchos japoneses y asiáticos cuando viajan por primera vez a París. Tienen una imagen tan idealizada, romántica y perfecta de la ciudad, que cuando llegan y ven que es muy distinta a lo que se imaginaban les agarra una depresión y una tristeza muy fuertes. Muchos entran en crisis nerviosa y los tienen que tratar, pasa tanto que incluso hay médicos especializados en eso.

—No lo puedo creer. Aunque ahora que me lo decís, a mí me pasó algo parecido… En París me dio por llorar y no supe por qué. Creo que la primera vez que la visité también me desilusioné un poco, además me sentí muy sola y perdida. La ciudad me pareció grande y triste, pero me daba culpa hasta pensarlo: “Estoy en París, no puedo estar así”, me decía. Tal vez tuve el síndrome de París sin saberlo… Te digo que por un lado me deja más tranquila. Ahora cada vez que vuelvo me gusta un poco más, pero la primera vez no fue como esperaba.

Y esa es la cuestión: que muchas veces uno imagina algo, sueña con eso, idealiza todo y cuando finalmente lo alcanza, dice: “Esto no es como esperaba. ¿Será que soy yo?”, y hasta se siente culpable de esa desilusión.

La torre eiffel vietnamita

La torre eiffel vietnamita

La charla con el francés me hizo pensar en el síndrome de París aplicado a los viajes —y a la vida, ya que estamos— en general. Hay una imagen muy idealizada del viaje como estilo de vida —y del viajero también— y entiendo que visto de afuera pueda parecer “la vida perfecta”: muchas veces me dijeron eso, y yo también pensaba así antes de salir, pero les aseguro que no lo es. La vida perfecta no existe, dediques a lo que te dediques. Este es un estilo de vida muy enriquecedor y puede hacer muy feliz a quienes de verdad desean pasar los días así, pero no deja de ser una vida como la de cualquier otra persona, sólo que todo pasa en movimiento, en distintos escenarios y más rápido. Es muy fácil mirar de lejos al otro y sacar conclusiones acerca de lo que hace o deja de hacer —“esta chica que vive viajando no debe tener ni una preocupación en la vida, la envidio”—, y es muy fácil, también, caer en idealizaciones erróneas —“si yo viviera así sería feliz”, “seguro que si me voy de viaje se me soluciona todo”—, porque claro: “The grass is always greener on the other side” (el pasto siempre es más verde en el jardín del vecino).

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O adentro de la casa.

Hace tiempo que tenía necesidad de escribir este post, de ordenar todos estos pensamientos y sensaciones que me genera la vida nómada. Si hay algo que aprendí en estos seis años de viajera es que todo tiene su lado oscuro —no “malo”, sino menos conocido de antemano o poco visto de lejos—, y los viajes no son la excepción. No todo es color de rosa y esto también hay que decirlo. Vivimos en una época en la que se muestra casi exclusivamente lo lindo: todos somos fantásticos en nuestras redes sociales, todos tenemos esto y lo otro y somos recontramigos y miren qué enamorados que estamos y qué felices que se nos ve. Pero la vida tiene muchas subidas y bajadas y yo, viajando, las vivo igual que si estuviera en Buenos Aires. Por eso me parece bueno compartir este desahogo: para desidealizar un poco, para dar una visión más completa y realista y para hacernos compañía a la distancia —si es que a alguien más le pasa—.

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En el lado oscuro de los viajes entran muchas cosas: es como un cajón de sastre —cajón desastre— donde se guarda de todo, aunque el contenido y la cantidad de cada cosa dependen del dueño. Por eso, puede que todo esto me pase solo a mí. Aún así, comparto. Quizá alguien se sienta identificado.

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– Si te vas de viaje no se te resuelven todos los problemas. Para nada. Quizá se resuelven problemas relativos a la rutina de un lugar, pero aparecen problemas nuevos. Lo bueno del viaje es que la distancia le da otra perspectiva a las cosas, y eso puede ayudarte a enfrentarte a los conflictos de otra manera.

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– Si te vas de viaje no te vas a escapar de nada. Uno carga con sus mochilas donde sea que esté. Hay que aceptar eso y ver el viaje como una búsqueda, no como una escapatoria. Muchas personas me escriben diciéndome que si vivieran viajando, su vida sería perfecta: recuerden que no es una vacación constante, sino un estilo de vida.

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– Si te vas de viaje solo nunca vas a estar solo —si no querés—, pero también te va a pasar que vas a estar rodeado de gente y te vas a sentir existencialmente solo. El mundo es un lugar superpoblado, pero no siempre vamos a encontrar la compañía que nos haga sentir bien.

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– No todos los lugares que visites durante un viaje te van a gustar. Somos seres tan complejos y estamos atravesados por tantos factores que es muy difícil que un mismo lugar afecte de la misma manera a dos personas. Podés estar en la playa más linda del mundo y sentirte mal. O podés intentar replicar el camino que hizo otro y no verle el encanto.

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– No todas las personas que conozcas te van a caer bien. Eso no quiere decir que la gente sea mala, sino que con muchos no habrá feeling de ningún tipo —y te puede pasar con alguien que te está alojando en su casa, y es una situación bastante incómoda—.

O vas a conocer gente que te va a caer increíblemente bien y no vas a querer irte nunca más...

O vas a conocer gente que te va a caer increíblemente bien y no vas a querer irte nunca más…

– Ser huésped durante meses es cansador: muchas veces no tenés un espacio propio donde trabajar, tenés que respetar las reglas de quien te recibe, tenés que intentar estar de buen humor y no poner mala cara, a veces tenés que dejar la casa cuando tu anfitrión se va a trabajar, puede que no haya mucha onda con la persona que te aloja, puede que no tengas ganas de repetir las mismas historias cada vez que llegás a una casa nueva o puede que quieras pasar una semana sin ver ni hablar con nadie. En ese caso lo mejor es hacer una pausa en Couchsurfing y buscar opciones para estadías de largo plazo como Housesitting o un alquiler temporario.

Uno de mis tantos espacios de trabajo por el mundo

Uno de mis tantos espacios de trabajo por el mundo

– Viajar barato es cansador. El dinero hace todo más fácil —no digo que eso sea bueno, pero sí que simplifica—, tener que estar cuidando el presupuesto hace que uno tenga que esforzarse mucho y hacer un montón de sacrificios. Aunque, por otro lado, estoy convencida de que las mejores experiencias surgen cuando no hay papelitos ni monedas de por medio. Creo que la plata, en mi caso, me sirve para pagarme un espacio de trabajo cuando lo necesito y silencio cuando no tengo ganas de hablar.

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– Vivir viajando genera ciertos patrones obligados que hay que repetir sí o sí: como estás en movimiento constante, cada pocos días tenés que decidir a dónde vas después —esto no siempre es fácil—, tenés que buscar dónde quedarte —y hacer Couchsurfing, Housesitting, WWOOFing, HelpX o cualquier alojamiento a cambio de trabajo lleva su tiempo de investigación y emails previos—, tenés que ver cómo ir de un lugar a otro, tenés que estirar el presupuesto, tenés que encontrar la manera de comer barato pero no mal, tenés que dedicarle tiempo a tu trabajo —o encontrar uno nuevo en cada lugar—. Y a veces no tenés ganas de ir a ningún lado ni de decidir nada y lo único que querés es teletransportarte a tu casa por un rato. Viajar en sí también cansa y es normal que después de unos meses uno pierda el asombro por los lugares.

A veces querés tomarte un descanso de todo.

A veces querés tomarte un descanso de todo.

– Ser viajero/a hace que la gente te idealice. ¿Quién no sueña con viajar por el mundo? Todos los que tienen miedo de hacerlo depositan sus supuestas carencias en el que lo hace: “Seguro que él/ella es así o asá, seguro que a él/ella no le pasa tal cosa, seguro que tiene mucho/a (inserte-lo-que-usted-cree-que-necesita-para-irse-de-viaje-aquí) y a mí me falta eso”. Y los que viajamos somos gente común, no superhéroes, también tenemos nuestros miedos y carencias y fallas y debilidades, y ver eso también desilusiona a muchos. Quizá porque mientras veamos al que viaja como alguien que “es más así o asá” o que “tiene esto y lo otro” es más fácil decir “yo no puedo porque a mí me falta todo eso”, pero cuando vemos que la persona es alguien normal y que la única diferencia es que se animó, nos damos cuenta de que se nos terminaron las excusas y eso genera miedo.

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La visión de la madre es fantástica

– Trabajar de manera independiente es menos glamoroso de lo que se cree. Yo no lo cambio por nada, pero a veces me cuesta quedarme adentro mientras el resto de la gente se va a la playa; o me pone de mal humor estar resolviendo problemas técnicos del blog cuando podría estar sacando fotos; o siento que necesito frenar por unas semanas o meses para escribir otro libro y no sé dónde hacerlo; o busco un espacio de trabajo y no lo encuentro; o busco inspiración y no aparece durante semanas.

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– Vivir viajando hace que vayas de despedida en despedida. También hace que caigas en paracaídas en la vida de las personas durante un rato y que todos te vean y te traten como alguien que está de paso, con todo lo bueno y lo malo que eso implica. Después te vas y la vida de esa gente sigue como siempre, y quizá vos te quedás un poquito más triste. Vas a tener muchos amigos, pero van a estar desparramados por el mundo y puede que no vuelvas a verlos durante años. Hay que ser fuerte para aceptar esto.

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– Si viajás puede pasar que te enamores de alguien estático —que no viaja ni quiere viajar— y que te quedes con él/ella y que después te des cuenta de que tu necesidad de movimiento es más fuerte que cualquier persona. O puede pasar que te enamores de alguien y que esa persona nunca se anime a pedirte que te quedes, por verte tan viajero/a, tan feliz, tan en tu hábitat. O puede pasar que se enamoren de tu estilo de vida, que te idealicen por eso, que te sigan y que descubran que no son compatibles para viajar juntos.

Con amigos en Macau.

Con amigos en Macau.

– Si decidís pasar el resto de tu vida viajando, en algún momento vas a sentir que necesitás hacer algo más, que viajar por viajar es lindo pero que hay que tener algún objetivo, aportarle algo al mundo, tener algún proyecto, ir en busca de algo, seguir algún tipo de ruta, tener un hilo conductor. Y eso no siempre es fácil de encontrar. Muchas veces podés sentirte a la deriva, en un limbo donde todos los caminos son posibles. Tener demasiadas opciones tampoco es fácil.

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– Vivir viajando hace que apagues el piloto automático y que tomes el control total de tu vida, y me parece que esta es una de las cosas más difíciles que nos toca: descubrir cómo queremos vivir, qué sentido queremos darle a nuestra existencia, cómo queremos relatarnos nuestra propia vida. Porque una vez que te das cuenta de que podés hacer lo que quieras y de que no tenés obligación de seguir ningún estilo de vida prefabricado, entendés que el único que decide sos vos y que ya no podés culpar a nadie por lo que sale mal ni estar esperando a que las cosas te pasen. Todo lo generás vos mismo, y eso es una responsabilidad enorme.

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– Si pasás mucho tiempo sin volver a tu lugar de origen, también puede que de golpe tengas mucha nostalgia de tu familia, de tus amigos, de tu ciudad y quieras volver por un rato. Y puede que vuelvas y te des cuenta de que, más allá de los abrazos y reencuentros, ya no tenés mucho para hacer ahí.

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– También puede pasar que se te muera alguien muy cercano y estés lejos. O que nazca un bebé y estés lejos. O que se case un amigo y estés lejos. O que a alguien que querés le pase algo bueno —o malo— y estés lejos. Puede pasar que nunca estés para ninguna de estas cosas y que tengas que acostumbrarte a eso y decirte que es una de las desventajas más tristes del estilo de vida que elegiste: que vas a estar lejos.

Pasé tantos cumpleaños lejos...

Pasé tantos cumpleaños lejos…

El viaje es un aquí y ahora constante y eso implica muchas cosas: tomar decisiones minuto a minuto, dejar que el azar haga lo suyo, confiar en el camino, olvidarte de tus planes, aceptar que si bien tenés el control de tu vida no tenés el control de lo que te espera, no preocuparte por lo que todavía no pasó ni estresarte por lo que podría llegar a pasar. Hoy un amigo me regaló una frase muy sabia que le dijeron cuando viajó por Israel: “Si quieres hacer reír a Dios, cuéntale tus planes”.

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Pero por más lados oscuros que haya y por más días tristes o difíciles que tenga, todo esto vale la pena. Yo, por lo menos, no me veo viviendo de otra manera. Una vez un amigo me dijo: la vida es una rueda, a veces estás arriba y a veces estás abajo. Y con los viajes es lo mismo: es imposible estar arriba todo el tiempo por el solo hecho de que somos personas y no robots programados para ser felices las veinticuatro horas del día. Puede pasar que te vayas de viaje y pienses: “Esto no es lo que esperaba”. No: es la vida misma. Uno no deja de vivir por estar viajando.

Ilustración: Vero Gatti

Ilustración: Vero Gatti

Y sé, que al igual que muchos, no voy a poder frenar nunca. Porque viajar me hace sentirme viva. Porque la montaña rusa de emociones que me generan los viajes me hace sentir más viva aún. Porque necesito el movimiento para ser feliz —y para ser—. Porque necesito el cambio constante para definirme. Porque necesito, por sobre todo, sentirme libre. Y eso no se cura con nada.

[box type=”star”]ACTUALIZACIÓN abril de 2016: al final, de este post (y de dos años de viaje) salió un libro. Les presento “El síndrome de París”, mi segundo libro de narrativa de viajes. Lo consiguen en mi Tienda y hacemos envíos a todo el mundo.[/box]

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