[box type=”star”]Este post forma parte de la serie Amigate con Buenos Aires, un intento de reconciliarme con mi ciudad después de dieciséis meses sin verla. Podés leer la serie completa acá.[/box]

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Todo empezó cuando salí del edificio de mi mamá en la bici y, adelante mío, apareció una chica de nacionalidad indudablemente indonesia. Estaba vestida con una camisa de tela batik —típica de allá—, también estaba subida a una bici y tenía toda pero toda la cara de ser indonesia. La miré, me puse al lado en la bici, quise hacer contacto visual para preguntarle si efectivamente era de allá, pero durante el microsegundo que me miró me petrifiqué y no le pregunté nada. Después se fue y no me animé a emprender una persecución por las bicisendas de Buenos Aires.

[singlepic id=2753 w=625 float=center] Mujeres confeccionando batik en la isla de Java (Indonesia)

Me quedé pensando en lo que podría haberle dicho: “Aku cinta Indonesia” (“Amo Indonesia”) o “Kamu bisa bicara bahasa spanyol?” (¿Hablás español?). La hubiese descolocado un poco, ¿no? No creo que sea muy común que alguien la frene en pleno Buenos Aires y le hable en su idioma. Pero no me animé. Me agarró pánico escénico, estaba en shock (en realidad la que estaba descolocada era yo, que jamás imaginé encontrarme a una persona de Indonesia en el mismo edificio).

Más tarde comprobé que, efectivamente, en el edificio de mi mamá vive una familia de Indonesia, así que la próxima vez que vaya me quedaré haciendo guardia en la puerta o les tocaré el timbre haciendo de cuenta que me equivoqué de piso. ¡Me muero por conocerlos! Quiero escuchar cómo hablan español, si es que lo hablan, y con qué acento les sale; quiero saber qué piensan de la vida en Argentina, de qué parte de Indonesia son, hace cuánto que viven acá, si extrañan el sambal (la salsa picante que le ponen a todo) y el nasi padang (comida típica de una región de Sumatra). La próxima vez juro que me voy a animar.

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Esa misma tarde salí a caminar por la zona de Retiro. En realidad no lo tenía planeado, pero justo andaba por ahí y tenía tiempo, así que di una vueltita por Plaza San Martín y alrededores. Y oh sorpresa, adivinen qué pasó. Me crucé con una familia de Indonesia: sí, madre (con velo y todo), padre (con el gorrito típico) e hijo. Miré para atrás para comprobar que no hubiese cámaras siguiéndome y todo aquello no fuese un reality show, pero no, eran reales y pasaron caminando al lado mío. Probablemente siempre estuvieron en la ciudad, pero tuve que ir hasta Asia y volver para reconocerlos.

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El sábado salí a pasear por la ciudad con mi familia. No teníamos ningún plan y se me ocurrió, de la nada, ir un ratito al Jardín Japonés. Llegamos a eso de las cinco de la tarde y había bastante gente; al principio pensé que era “porque era sábado”, pero cuando vi que la mayoría de las personas estaban disfrazadas empecé a sospechar, y cuando me di cuenta de que eran disfraces de personajes de animé japonés… no lo pude creer. Habíamos caído en una jornada de manga y animé que se hace cada tres meses en el Jardín Japonés (y durante el resto del tiempo en otros lugares). Así que fue un momento ideal para sacar fotos.

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A las seis, cuando el Jardín cerró, pensé en voz alta: “Hace mucho que no voy al Barrio Chino”, y mi mamá, emocionada, me respondió que fuéramos para allá porque ella también quería verlo. Así que un rato más tarde estábamos pasando bajo el arco que marca la entrada al Chinatown porteño. Caminamos entre mercaditos, vimos lámparas rojas y vendedores de snacks chinos argentinizados, y por un rato sentí que estaba de vuelta en Asia.

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Y mis días asiáticos terminaron hoy, hace unas horas, cuando visité la mezquita de Palermo, una de las más grandes e importantes de Sudamérica. Todavía no entré, lo tengo pendiente junto con el stalking a la familia indonesia del edificio.

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Todos estos encuentros fortuitos con la cultura asiática en Buenos Aires me hacen pensar en que siempre hubo pedacitos de aquel continente en esta ciudad, pedacitos que van más allá de “los supermercados chinos”, “las tintorerías japonesas” o “el sushi”, pero que recién pude descubrirlos después de haber viajado por Asia y de haber adquirido algo así como el radar o la mirada asiática.