[box type=”star”]Este post pertenece a la serie “La mirada asiática”. Porque mi viaje por Asia tuvo mucho que ver con la mirada: ojos que me inspeccionaban con curiosidad, etiquetas que me adjudicaban por ser argentina, lugares que miré dos veces, y esa mirada fija que recibí tantas veces mientras viajaba en los transportes locales.[/box]

Estoy en la isla de Penang (Malasia) por segunda vez en este viaje. Como tuve que esperar 12 días para la respuesta de la visa de la India, preferí quedarme acá, en la casa de mi amiga Tippi, antes que en Kuala Lumpur. No tengo nada en contra de KL, al contrario, me encanta pero me genera un desenfreno consumista alimenticio que no sé si mi bolsillo y mi cuerpo pueden soportar. Además necesitaba trabajar con mis artículos y Penang tiene toda la tranquilidad que busco.

O al menos eso creía. ERROR. El problema de Penang es que siempre hay algo nuevo para hacer: probar una comida nueva, asistir a algún festejo por el año nuevo chino, salir a pasear por la playa o por el casco histórico, irse a la otra punta de la isla…

Penang es uno de mis lugares preferidos del Sudeste Asiático. Entre la vez anterior y esta, debo haber pasado 25 días en esta isla.

Cada vez que vuelvo por segunda vez a una ciudad o país me pasan varias cosas. Una es que siento que “técnicamente” no estoy viajando, sino que estoy repitiendo algo que ya vi, entonces me cuesta volver a escribir acerca de ese lugar “viejo” o “ya visto”. Cuando llego a un lugar desconocido, en cambio, todo es nuevo, absorbo paisajes, palabras y personas como una esponja. Pero ¿cómo mirar un lugar donde ya estuve antes?

Y a la vez me pasa que descubro muchas cosas nuevas, distintas, que la otra vez se me habían escapado. Volver a un lugar por segunda vez me sirve para profundizar. Y estos días, caminando por la isla, me encontré con todas estas cosas que no había visto la vez anterior:

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La ciudad vista desde acá, con barquitos y cuervos.

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La mezquita flotante

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Las tres culturas de Malasia (chinos, indios y malayos) charlando en la vereda.

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Los preparativos para la celebración del año nuevo lunar chino.

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Una figura en una puerta.

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Este pequeño altar chino.

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Las aldeas de pescadores chinos en el sur de la isla.

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Una malaya musulmana probándose la cabeza del león (utilizada en el Lion Dance tradicional chino), en un templo chino.

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Este hombre con barba.

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Este templo chino, patrimonio de la humanidad de la UNESCO, escondido en medio del barrio histórico de Georgetown.

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El templo por dentro.

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Los clan jetties, las casas donde se asentaron los primeros inmigrantes chinos hace unos siglos.
Y este hombre pintando el piso de su casa de arco iris.

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Mujeres de regreso de las cascadas.

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El parque de las mariposas.

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El museo del juguete más importante del mundo (el dueño tiene 100.800 juguetes en su colección).

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Un pescador.

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Dos pescadores.

Penang es un mundo.

Estoy viviendo en el departamento de Tippi, una chica china (amiga de mi gran amiga china Journey), que ya me alojó en abril del año pasado, sin conocerme, solamente porque yo también era amiga de Journey. Buscando gente de Couchsurfing que pudiera alojarme para esta visita, “nos reencontramos”: ella se unió hace poco a esta comunidad y, cuando le escribí para saludarla, me invitó a quedarme con ella otra vez.

Esta vez nos hicimos amigas y probablemente viajemos juntas en algún trayecto en China, cuando ella tenga sus vacaciones en marzo. Tippi aloja a tres o cuatro personas por día, así que siempre hay algún europeo, algún asiático, algún “americano” (cómo odio este término) algún freak (los hay, siempre los hay) y yo. Lo bueno es que las charlas de té (no de café, sino alrededor de la mesa de té) siempre son memorables.

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Hace unos días, Tippi y yo hablamos acerca de las relaciones humanas y de las famosas “diferencias culturales” que la gente se esmera en remarcar cuando dos personas de nacionalidades distintas tienen una relación. Y me dijo algo que me dejó pensando. Ella y su novio son de China, pero vienen de dos ciudades con costumbres y tradiciones tan distintas, que, citando sus palabras, “podrían ser dos países distintos”. En un país tan grande y diverso como China, donde cada región tiene su idioma y sus costumbres, es posible que dos personas sufran ese abismo cultural que muchos creen exclusivo de aquellos que pertenecen a países o continentes distintos. Interesante.

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Tippi

(Estoy en la cuenta regresiva para el post número 100… voy por el 95. ¿Hago un mix al estilo capítulo número 100 de los Simpsons?)