Si, siete años atrás, una vidente me hubiese leído la mano y me hubiese contado cómo iba a ser mi vida hoy, no sé si le hubiese creído.

Visto desde afuera, el viaje a Brasil (del que acabo de volver) fue lo que se conoce como una “vacación”. Reposeras en la playa, milhos y sucos de maracujá a toda hora, sandwiches a la espera en la heladerita, récord de paleta (120 pases sin que se nos caiga), paseos por el centro de Canasvieiras y horas bien gastadas en el mar. Durante casi 15 días ni me moví de la isla de Florianópolis, no saqué más de cien fotos y no hice Couchsurfing, sino que me dediqué a nadar, a comer, a descansar en la hamaca paraguaya, a leer (estuve más lectora que nunca) y a escribir (estuve, también, más escritora que nunca). La escritura (la invisible, esa que ustedes no ven porque existe en mis cuadernos, en el borrador de mi libro, en las notas que escribo para revistas) me fluyó como nunca. Tener el mar tan cerca ayudó muchísimo (algún día viviré frente a él, lo sé).

[singlepic id=6707 w=625 float=center] Escribía con esta vista de fondo de pantalla…

[singlepic id=6685 w=625 float=center] Rodeada de naturaleza

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Y visto desde adentro (desde mi interior), siento que este viaje fue un regreso al pasado, un flashback que me ayudó a comprender y reforzar mi presente.

Durante mi infancia me fui de vacaciones decenas de veces. A veces una semana, a veces 15 días, a veces con suerte un mes. Casi siempre al mar, pocas veces a las montañas, nunca a la nieve. Nos quedábamos en hoteles, cabañas o posadas, a veces teníamos el desayuno incluido, otras veces cocinábamos nosotros. Nunca hicimos un tour y la mayoría de las veces teníamos un vehículo propio que nos permitía movernos con libertad. Éramos mi mamá, mi papá y yo: un equipo viajero perfecto (y ahora que lo pienso, ellos tienen gran parte de la culpa de que a mí me encante viajar). Para mí, ese modo de viajar era el normal: había 15 días al año que estaban reservados para irse a la mierda visitar lugares desconocidos usando el dinero ahorrado durante el año laboral. “Viajar” era sinónimo de “irse de vacaciones” y así lo entendí y lo viví durante los primeros 22 años de mi vida.

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Desde que empecé a viajar (y a trabajar de escritora y de fotógrafa durante mis viajes) en el 2008, nunca más volví a irme de vacaciones. Desde que empecé a vivir viajando, el estilo de vida viajero pasó a ser “el normal” para mí. Fui creando una rutina basada en la “no-rutina”, pero rutina al fin: un viaje atrás de otro, comidas nuevas, viajar en bus de un lado para el otro, conocer gente en la calle, comer en la calle, escribir un blog, escribir artículos, escribir un futuro libro, sacar fotos, vender fotos, exponer fotos, salir a caminar, averiguar precios, mandar solicitudes de couch, conocer personas nuevas todos los días, despedidas y reencuentros constantes. Pero recién ahora, en Brasil, me di cuenta de cuán extra-ordinaria (palabra entendida como “fuera de lo ordinario, de lo considerado normal”) pasó a ser mi vida en estos últimos años.

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Durante estos días en la playa brasilera volví, como en un círculo, al inicio de todo y me reencontré con mi versión pre-2008. Vi a esa chica que soñaba con viajar y vivir de eso pero no se animaba porque no creía que fuera posible. Vi a la realidad que me rodeó durante muchos años y que me hizo creer que una vida así demandaba muchísimo dinero. Vi a toda esa gente que me encontraba 15 días al año, durante cada vacación, en la misma playa. Me vi a mí misma con ganas de extender esos 15 días a 365, con el enorme anhelo de ser escritora y de dar a conocer culturas y lugares a través de las palabras. Me vi a mí misma fingiendo tener un sueño más común, como casarme o tener hijos, cuando en realidad secretamente soñaba con ser viajera y recorrer el mundo entero. Me vi a mí misma incomprendida, rodeada de personas que me trataban de loca, de vaga, de mantenida. Me vi sola, con miedo y a la vez con determinación.

[singlepic id=6694 h=625 float=center] Algunas imágenes de Floria

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Y lo más lindo de esta vacación fue que me di cuenta de que yo ya no pertenezco a esa playa, ni a esos 15 días, ni a ese modo de viajar. Fue como si hubiese vuelto a los 20 y una vidente brasilera me hubiese leído la mano en la playa y me hubiese dicho: “Querida, no sufras, dentro de unos años tu vida va a ser totalmente distinta, te lo aseguro”. (Aunque en portuñol sonaría algo así: “Minina, voce nao tem que sofrir mais, em unos anos sua vida sera totalmenchi distincha, eu te asseuro!” :D) (Portugueses: autorización para corregirme, otorgada).

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Me di cuenta, también, de por qué muchos me trataron de loca cuando empecé: porque hay gente —y lo digo sin juzgar— que no entiende que “viajar” pueda ser distinto a “irse de vacaciones”. No lo entiende porque tal vez nunca se lo preguntó. O no lo entiende porque tal vez un día se lo preguntó y como todos le aseguraron que no era posible, lo creyó imposible. O no lo entiende porque es lo que nos hacen creer desde que nacemos. O no lo entiende porque es feliz así, viajando dos semanas al año, y eso es totalmente respetable. No todos son enfermos de los viajes como nosotros (Viajeros Anónimos, ejem…). Lo que pasa es que “irse de vacaciones” implica separar nuestra vida en dos planos: el del trabajo (8 horas por día, 5 días por semana, 50 semanas al año) y el del ocio (fines de semanas y 15/30 días anuales de vacaciones); y “viajar”, en cambio, es un 2 en 1, y eso puede ser difícil de entender. Desde que empecé a viajar nunca más pude separar los viajes del trabajo. ¿Cómo hago, entonces, para irme de vacaciones, si el trabajo es parte de mí y mi vida diaria ya es lo que otros consideran “vacaciones”?

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Este viaje a Brasil fue un desenchufe raro. Por un lado descansé un montón, no puedo negarlo. El mar me devolvió el alma al cuerpo, necesitaba zambullirme en el agua. Y por otro, escribí más que nunca. Me sentí muy inspirada con el mar tan cerca, con la naturaleza a mi alrededor, con la arena en los pies y el aire alegre de Brasil. Y me di cuenta de que a la vidente brasilera le faltó decirme algo: “Minina, tu existencia va a ser distinta porque nunca más vas a poder separar la escritura de los viajes ni los viajes de la vida. Voce nunca más se irá de vacaciones, voce trabajará constantemente”.

  [singlepic id=6713 w=625 float=center] Una foto que me sacaron mientras descansaba

 [singlepic id=6697 w=625 float=center] Me pescaron durmiendo en un bondi

 [singlepic id=6715 w=625 float=center] Tomando sol en la ventana

 [singlepic id=6698 h=625 float=center] Y haciendo surf.

Y seguramente fue esa misma vidente brasilera la que me empujó a entrar a un kiosco de revistas en Canasvieiras (en busca de la revista de La Nación, donde había salido la primera de mis notas) y revisar la selección de libros en castellano (como si ya no tuviese suficientes cosas que leer) y encontrarme con una contratapa que me hablaba directamente a mí (“Este es un libro dedicado a los viajeros, a quienes entienden el viaje no como huida sino como un modo de conocerse a sí mismos; a quienes creen que a viajar se aprende, como se aprende a leer, a amar, a morir”) y comprar el libro aunque estuviese cerrado con un plástico y algo “oxidado” por la humedad, comprarlo aunque no conociese al autor ni de nombre (Cees Nooteboom, holandés, lo recomiendo mucho) y ponerme a leer en la playa y asentir cada cinco minutos sintiéndome totalmente de acuerdo con cada una de sus palabras y descubrir que en realidad siempre supe lo que quería ser cuando fuera grande y que no era solamente escritora, viajera y todas esas cosas imposibles, sino una profesión aún más interesante. Etnóloga.

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“Los etnólogos existen para dar testimonio de que nuestro modo de vida no es el único posible, de que hay otros modos que han permitido a los seres humanos llevar una vida feliz. Los etnólogos nos invitan a moderar nuestra presunción, a respetar otros modos de vida. Las comunidades investigadas por los etnólogos contienen lecciones que vale la pena escuchar. Son comunidades que han sabido hallar un equilibrio entre el hombre y el medio natural, un equilibrio cuyo sentido y misterio hoy ignoramos” (Lévi-Strauss, citado por Cees Nooteboom en su libro Hotel Nómada)

“Minina, cuando sea grande, voce será etnóloga”, tendría que haberme dicho la vidente. Y ahí yo le hubiese dicho: “¡Déjeme en paz, vidente loca! No sé de qué me está hablando. Yo lo único que quiero es viajar.”

 [singlepic id=6710 w=625 float=center] Estas son las dos primeras notas de mi serie de “Viajes extraordinarios” para la La Nación Revista. ¡Por primera vez una nota mía salió en la tapa! Esta es la revista que buscaba cuando entré al puestito en Canas Vieiras y me encontré con el libro.

 [singlepic id=6716 w=625 float=center] Gracias Brasil por existir. Nos vemos pronto!