Escape al principio del mundo
En el colegio odiaba geografía. Me parecía la materia más aburrida de la historia, no lograba retener las diferencias entre un fiordo, una península, una bahía o un archipiélago. Cuando la maestra me pedía que describiera las características de la cuenca hidrográfica del Congo Belga o las particularidades de los ecosistemas de la cordillera pre andina me ponía roja y la mente me quedaba en blanco. En las pruebas escritas me iba más o menos, la memoria nunca fue mi fuerte. Una vez estábamos dando examen y quedábamos pocos en la clase, eran las doce del mediodía y la maestra se quería ir a almorzar, así que cuando vio que no me salía la capital de Perú, me sopló la respuesta: “Sprite mmmm Limón”. Nunca más me la olvidé. Y supongo que en alguna clase nos preguntó cuál era la ciudad más austral del mundo y todos respondimos a coro, estirando las sílabas en un cantito: U-shua-ia.
Vine a Ushuaia por primera vez hace doce años, con mi familia, y quedé impactada. Era verano pero en todas las fotos aparezco con rompevientos, polar y bufanda. Los días eran largos y a las once de la noche el cielo seguía claro. Nunca había visto algo así. Las casas eran bajas, algunas de colores, las calles subían hacia las montañas y bajaban hacia el puerto. Había cruceros gigantescos anclados y un cartel de arte naif que decía “Ushuaia, fin del mundo”. El aire era frío. Visitamos el presidio, navegamos por el canal de Beagle, vimos lobos marinos, pingüinos, cormoranes, un faro rojo y blanco. Tomamos chocolate caliente. Ushuaia me pareció un lugar simple.
Hace unos meses, cuando empecé a pensar en volver a Argentina, supe que una de las ciudades que quería visitar antes que otras era Ushuaia. De golpe muchas señales apuntaban a ella: mails de lectoras desde esa latitud, conocidos que se instalaron acá, invitaciones que quedaron en el aire, artículos que me tocó escribir acerca de Ushuaia, Islandia que me recordaba a ella. Cuando llegué a Buenos Aires me di cuenta de que necesitaría hacer una escapada pronto. Lo que me asusta de la ciudad no es la cantidad de edificios sino la velocidad con que nos movemos entre ellos. Cuando estoy en Buenos Aires camino más rápido y siempre estoy ocupada, hago veinte cosas a la vez, me quejo de los servicios y siento cómo la ciudad trabaja para volver a expulsarme de a poco. Al mes de estar acá supe que necesitaba irme unos días a un lugar donde el tiempo tuviese otra consistencia, donde los días fuesen más anchos, donde pudiese hacer una cosa a la vez y estar presente en cada tarea.
Como si me hubiesen leído la mente, la invitación formal a Ushuaia me llega por mail unas semanas después de mi regreso: el Hotel Los Cauquenes me invita a festejar su décimo aniversario junto a otros blogueros y periodistas en el fin del mundo. Digo que sí y unos días después me subo al avión que sale de madrugada desde Aeroparque, nuestro aeropuerto de cabotaje. Mi miedo a volar y yo nos estiramos en tres asientos y dormimos durante las cuatro horas de vuelo, menos en el aterrizaje que se mueve bastante por el viento. En el fin del mundo hay turbulencia, me digo, y lo tomo como parte del camino.
Cuando estamos llegando miro las montañas desde arriba y una señora me pide que saque fotos desde mi ventana con su cámara. Aterrizar en un paisaje blanco tiene un efecto terapéutico, aunque uno sepa que la gente que vive ahí también tiene preocupaciones y problemas, como cualquiera, ya de por sí el ritmo de la naturaleza nevada es otro.
Nos vamos al hotel. La ventana de mi cuarto en Los Cauquenes da al Beagle, un canal interoceánico que separa Argentina y Chile. Nos dan la tarde libre pero no duermo: giro el sillón paralelo a la ventana y me quedo leyendo y escribiendo. No hace falta que me lleven a ninguna parte, con esto ya soy feliz.
Al día siguiente empieza octubre y nos vamos al bosque. Miramos los líquenes de los árboles con lupa, una nena hace sapito con una piedra en el lago, veo una cabaña entre los árboles pelados y empiezo a viajar por los recuerdos. La primera vez que estuve frente al cartel de “Acá se termina la ruta 3” no pensaba en Tierra del Fuego como un punto de partida ni de llegada. Era solo una provincia que estaba al borde del mapa. Después conocí gente que viajaba de Alaska a Ushuaia, de Ushuaia a Alaska, de Tierra del Fuego a la Antártida, y pensé que el fin del mundo no tenía tanto de fin.
Ushuaia es la capital de Tierra del Fuego y fue fundada en 1884 por Augusto Lasserre, un marino de la Armada Argentina nacido en Montevideo. Es la única ciudad argentina ubicada en el lado occidental de los Andes. Como no hubo delineación de calles ni manzanas hasta 1894, el pueblo, en un principio de pocos cientos de habitantes, se convirtió en un conjunto de casas de colores. La palabra Ushuaia proviene del idioma yagán —una lengua más rica que el inglés— y significa bahía profunda o bahía al fondo. Los yaganes o yámanas fueron uno de los pueblos aborígenes de estas tierras. Eran nómadas de mar, se desplazaban en canoas y se dedicaban a la caza de mamíferos marinos, recolección de mariscos y pesca. Hoy queda una sola mujer yagán.
“Acá no hay anfibios, reptiles ni insectos —nos dice Flor, una fueguina que nos acompaña durante la excursión por el Parque Nacional Tierra del Fuego—, por eso cuando los nenes van a otras provincias les tienen miedo a los bichos”. Tampoco hay tormentas eléctricas y la descomposición es muy lenta, una hoja tarda dos años en desaparecer. “Tenemos bastantes turbales, que son como esponjas, reservorios de agua. Todo lo que cae ahí adentro se preserva. Los yámanas los usaban como heladeras para guardar carne”.
Frenamos diez minutos y nos sentamos en un banco a tomar un café con muffins frente al lago Acigami.
“El viento patagónico rige los ciclos de la vida”, nos dice Flor un rato después, mientras nos embarcamos para navegar el Beagle. Está un poco picado y cada vez que salgo de la cabina el aire helado me hace volver a entrar. Pasamos por islotes con cormoranes y nidos con forma de bizcochuelo. Frenamos en un muelle a almorzar y vemos las barandas llenas de mejillones. Le saco fotos a un caballo marrón, de lejos, y uno blanco se acerca para entrar en el cuadro. Me acuerdo de los caballos de pelo largo que se nos acercaron en una ruta de Islandia para que los acariciemos. Pienso mucho en Islandia estando acá. Seguimos navegando, vemos lobos de mar, pingüinos no porque todavía no es época, y pasamos por el faro rojo y blanco que muchos llaman, de manera errónea, el faro del fin del mundo. Se llama Les Eclaireurs (Los iluminadores) y es de origen francés, el del fin del mundo de Julio Verne está en la Isla de los Estados. “Que no haya ruta y vos hagas tu ruta es una sensación de libertad”, escucho que dice el capitán, un apasionado por la navegación.
A la tarde vemos la ciudad de frente, a lo lejos, y siento que algo cambió. La arquitectura es distinta, hay una mezcla de estilos, las casas ya no tienen la misma altura. No es la Ushuaia de mis recuerdos. Días después, muchos habitantes de Ushuaia me repetirían que sí, que la ciudad creció mucho y no se respetó su estilo, que muchas cosas cambiaron. Ahora estamos parados a pocos metros de la pista del Aeroclub de Ushuaia y una avioneta nos pasa por encima para aterrizar. “Esos son cauquenes”, dice Franco, un cordobés que vive en la ciudad hace cuatro años, mientras señala dos pájaros. Uno es blanco y otro es marrón, son pareja: los cauquenes son monógamos y si quedan viudos no vuelven a buscar compañero. A lo lejos veo un barco en tierra, pintado, y de fondo las montañas nevadísimas. Respiro. Estoy acá.
Cuando avanzamos por el puerto para ir al Presidio veo un colectivo pintado de rosa, con flores, estacionado cerca del agua. Son viajeros, seguro, y deben haber llegado o estarán por salir. Vuelvo a entrar al Presidio, después de doce años, y me vuelve a dar impresión. La colonización penal de Ushuaia empezó en 1896 cuando las cárceles de Buenos Aires, hacinadas, enviaron hombres y mujeres a cumplir su condena al punto más austral e inhóspito del país. La construcción del presidio —hoy museo— empezó en 1902 por los mismos presos y la cárcel funcionó hasta 1947, cuando fue cerrada por considerarla inhumana. Acá venían delincuentes comunes, presos políticos y criminales peligrosos, como el Petiso Orejudo. Todos se vestían a rayas y estaban obligados a trabajar en carpintería, herrería, imprenta, mecánica, zapatería, tala de árboles, obras públicas. Un tren los llevaba hasta lo que hoy es el Parque Nacional Tierra del Fuego para recolectar madera. En el presidio, que hoy está refaccionado, queda un pabellón original, el número uno, que fue dejado tal cual. Entro y siento un frío que me atraviesa todas las capas de ropa. El aire sigue recargado de energía. El silencio es demasiado fuerte.
Volvemos al hotel, nos recibe el aire calentito. En Ushuaia el clima rige la vida. En invierno nieva y los días son cortos, en verano oscurece casi a medianoche y la temperatura casi nunca supera los 15 grados. Como en Islandia, las condiciones meteorológicas son impredecibles y cambian a lo largo del día: la lluvia, la nieve y el sol pueden convivir en las mismas 24 horas. La gente de Ushuaia habla de “el norte” para referirse al resto del país y cuando se presenta dice hace cuántos años que vive acá: 37, 25, 4. Algunos me dicen que son más de acá que de allá. Son pocos los nativos, muchos vinieron a buscar trabajo, a cambiar de vida, a viajar y quedarse, a ahorrar e irse. Cada cual me cuenta su historia, su versión de la vida: “En el sur hay mucho trabajo”, “Acá lo que falta es arraigo”, “Ushuaia es como un gran country”, “Acá nos conocemos todos pero mucha gente no saluda”, “Aunque el invierno sea duro, no cambio esta ciudad por nada”. Todas las ventanas tienen paisajes que parecen fondos de pantalla. Miro para afuera y el aire tan puro me adormece, es mi karma por ser de la ciudad. A mí la naturaleza me da ganas de siesta.
Dos días después me despido del grupo y me quedo en Ushuaia por mi cuenta. Tengo muchos motivos para estar acá.
Supongo que hace como veinte años en alguna clase de geografía me habrán hablado de todo esto, de los yaganes, de los turbales, de los cauquenes, del canal de Beagle, del penal, de la ciudad más austral del mundo. Tal vez anoté todo en un cuaderno azul forrado con papel araña y unos semanas después me lo olvidé. No me importa. Yo las cosas me las acuerdo cuando las vivo. Me gusta ser capaz de agarrar un mapa y describir el paisaje que vi por la ventana en cada ruta. Me hace más feliz encontrar similitudes entre Islandia y Ushuaia, o entre Tierra del Fuego y Laponia, que saberme sus características de memoria. Cuando volaba para acá pensé que venía al fin del mundo. Ahora me doy cuenta de que no. Acá, si mirás para arriba, empieza todo.
[box border=”full”]Vine a Ushuaia invitada por el Hotel Los Cauquenes para festejar sus diez años, con el apoyo de LAN Argentina. Les agradezco mucho la amabilidad y calidez con la que nos recibieron. Mi ventana con vista al Beagle debe ser una de las más lindas que me tocó.
Y para quienes tengan pensado venir para acá, les dejo algo de info útil:
- Mucha gente me recomendó el libro “El último confín de la tierra”, escrito por Esteban Lucas Bridges y publicado por primera vez en 1948. Lucas Bridges fue hijo de un misionero anglicano y “el tercer nativo blanco de Ushuaia”. Creció entre las tribus indígenas de la isla y fue testigo de su estilo de vida, que dejó por escrito en esta obra. El libro es una mezcla de crónicas de viaje, biografía familiar, historia y relato antropológico. Es uno de los libros más completos acerca de Tierra del Fuego.
- El Parque Nacional Tierra del Fuego está a 10 kilómetros de Ushuaia por la Ruta 3. La entrada general cuesta AR$140 y AR$40 para residentes de Argentina (datos de octubre 2015).
- La ciudad se puede recorrer a pie. Hay transporte público pero no tiene mucha frecuencia. Para grupos, lo mejor es alquilar un auto e ir a recorrer los alrededores. También es común viajar a dedo.
- Ushuaia es un muy buen punto de partida para ir en crucero a la Antártida. [/box]
Hay más fotos de este y otros viajes en mi Instagram.
¡Qué bellos paisajes Aniko! qué ganas de verlos y perderse en ellos. La frase que más me llegó es “No es la Ushuaia de mis recuerdos” porque justo acabo de ir a un lugar en donde viví de niña: Jalpan (acá en México) y eso fue lo primero que pensé “No es la Jalpan que recuerdo”. Los lugares siempre son nuevos aunque se hayan visitado antes. Este año estoy de viaje por México, junto con mis hijos, viendo paisajes conocidos por primera vez :) ¡qué bello es el mundo!
Hola Aniko, sigo tu blog hace un par de años, y el post de hoy realmente me provocó muchísimas cosas, es muy especial para mi, ya que este año estuve viviendo en esa hermosa ciudad mágica, que es Ushuaia. La conocí el año pasado; me intrigaba conocer el fin del mundo, o comienzo de todo, depende como lo queramos ver. Fue como un amor a primera vista, por lo que a principios de este año decidi irme a vivir, o mejor dicho, a probar suerte. Hace un mes estoy nuevamente en Buenos Aires, pero leer o ver fotos de ese bellísimo lugar, me provoca una enorme mezcla de sensaciones, entre ellas a la nostalgia y la alegría de haber formado parte de ese lugar por algunos meses.
Gracias por hacerme sentir allá nuevamente, tus palabras siempre me transportan a esos lugares que describís. Te mando besos y abrazos!!
Hola Aniko!! Hermoso artículo!! No conozco Ushuaia todavía pero tengo muchas ganas de visitar esas costas australes, esos fríos, esos vientos… Este año me llegó a las manos el libro LA TIERRA DEL VIENTO de Silvia Iparraguirre. Te lo recomiendo! Son cuentos ambientados en las costas patagónicas y los personajes, inmigrantes y viajeros… Hay un cuento localizado en Usuhaia, en el año del hundimiento de un barco, ahí en la costa (hecho que ocurrió de verdad) que terminó por decidirme a que “el principio del mundo” es uno de mis próximos destinos.Gracias por el empujón!!
Que buena crónica Aniko! Sentí placer al leerla. Esperó ansioso la segunda parte.
Qué lindo relato. Me encantó leerte de nuevo en Argentina. Ushuaia es mi gran pendiente. Hasta tengo amigos de allá, pero todavía no fuí. Qué lindo clima te tocó. O al menos el que solo se ve en las fotografías. Cada foto es una postal. Supongo que ese lugar lo es. No sabía lo de los reptiles. Insectos seguro debe haber, traídos por los barcos. Todo dicen ya no es lo antes, pero quizás eso también es lindo. Dentro de unos años será otra cosa, y otra excusa para ir.
Saludos y buenos viajes!
¡Qué hermoso post, Aniko! ¡Todavía no conozco Ushuaia! Y ahora tengo más ganas aún de hacerlo. No se que tendrá esa ciudad pero la mayoría de personas que conozco y fueron quieren irse a vivir o se mueren de ganas de volver.
Un pedido/deseo :) ¿No harías algún día algún post relacionado con fotografía? ¡Son hermosas tus fotos! Y si bien se que el 90% de una foto depende del ojo del fotógrafo me muero de ganas de saber que consejos tendrás, que cámara/lente usas, como editar, etc etc.
¡Un beso!
Sol.
Adhiero! Me encantan tus fotos, tienen un nosequé que las hace geniales :)
Hola Sol,
Sí, tengo pendiente hacer un post de fotografía, pero dame un tiempo a que me sienta más preparada!
:)
Adhiero al pedido :)
Amé este post al igual que los de Islandia. Me encanta ver a través de tus ojos :-)
gracias Kariii
Qué bonitas fotos! Gracias!!
Hola aniko! Siempre sigo tus libros! Si quieres pasate y charlamos, estoy en ushuaia momentáneamente. Un viajero como vos! (Aunque algo menos jaja ) saludos!
Hola Daniel, recién veo este mensaje!
Igualmente cuando publiqué el post ya estaba en Buenos Aires, así que será la próxima o en otro lado!
¡¡¡Mi lugar en el mundo, Aniko!!! Hace rato me debo un bis de este viaje. Creo que voy a seguir tus pasos y volver cuanto antes a ese lugar mágico. Amo el invierno, amo la nieve, las montañas y las vistas de fondo de pantalla.
Gracias por hacerme recordar lo bello que es Ushuaia y por revivir mis ganas de visitarla de nuevo :)
Un beso!
me gusta lo que haces, como lo fotografias y como lo describes; enhorabuena
Estuve en Ushuaia en marzo/abril… y este post me transportó nuevamente -por un ratito- hacía allá!
Gracias Aniko!
¡Qué lindos paisajes! Leyendo tu post, sentí el aire frío en mi cara. En Moscú estamos en otoño y hay un viento frío que deja las mejillas rojas. Me imagino que así tiene que haber sido el recorrido en el barco.
¡Sigue disfrutando!
Carolina
me encanta el viento frío de mejillas rojas :)
Que bueno que hayas actualizado, es un gusto leerte.
:)
simplemente fantastico!
Volví ayer de Ushuaia!!! No puedo comentar nada más porque me voy a emocionar.
Aniko.. q lindo nuestro pais!! hermoso tu relato! Gracias infinitas por hacernos conocer el mundo desde tu mirada! Besitos desd Bahia Blanca!
Gaba♥
Bellas imagenes, el artículo me hizo viajar hacia esos sitios tan bellos,y me encanta la nieve, imaginense soy caribeña calor todo el año
“Acá no hay anfibios, reptiles ni insectos —nos dice Flor, una fueguina que nos acompaña durante la excursión por el Parque Nacional Tierra del Fuego—, por eso cuando los nenes van a otras provincias les tienen miedo a los bichos”.
Le sigo teniendo miedo hasta a las moscas cuando voy a visitar a mis abuelos.
Que bien me hace tu blog.
Si alguna viajas por mi país Costa Rica te va a encantar. Los bosques, playas y muchos lugares de Conservación.
Espero encontramos algún dia, un abrazo
contame como es el tema del taller, donde se dicta, cuantas clases son y el costo. Muchas gracias
Muy buen blog y hermosas fotos
me fascina excelente gracias