Comodín
(Valparaíso y yo, amor a segunda vista)
“Valparaíso qué disparate eres
qué loco puerto loco
qué cabeza con cerros desgreñada
no acabas de peinarte nunca
tuviste tiempo de vestirte
siempre te sorprendió la vida
te despertó la muerte en camisa
en largos calzoncillos…”
Pablo Neruda
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Lo mío con Valparaíso no fue amor a primera vista (léase claramente: “no fue”). Aunque parezca raro (considerando que soy excesivamente enamoradiza de los lugares), no sentí mariposas instantáneas como con, por ejemplo, ustedes-ya-saben-quién. Me habían hablado tanto de Valpo que esperaba entrar en estado de shock amoroso apenas lo viera. Las frases que me dijeron antes de viajar —“está lleno de gatos y de murales”, “es ideal para caminar”, “está frente al océano Pacífico”, “tiene casas de colores”, “vas a querer quedarte a vivir”— parecían querer convencerme de que yo ya estaba enamorada de Valparaíso pero nunca me había enterado. Entonces llegué con la idea de que tenía (teniai) que estar enamorada y no me sentí tan así. Y me dio culpa. ¿Cómo puede ser? Si esta ciudad es perfecta…
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A veces escuchamos tanto acerca de un lugar que inconscientemente (o conscientemente) nos convencemos de que tenemos que sentirnos de tal manera al verlo por primera vez. Es como cuando nos dicen: “Tengo a alguien ideal para presentarte: no sabés, es alto/bajo, rubio/morocho, músico/ingeniero, le encantan losperros/losgatos, es fan de lacumbia/losbeatles. Te va a encantar, son tal para cual, no entiendo cómo no se cruzaron todavía”. Y una va a la cita toda arreglada pensando que se va a encontrar con el futuro amor de su vida, y en el camino se imagina cuántos hijos van a tener y qué nombres les van a poner y dónde van a vivir y cómo va a ser la casa y qué van a plantar en la huertita y resulta que cuando se ven todo muy lindo pero no hay feeling. ¿Esto era? La famosa cita a ciegas: a veces funciona y la mayoría de las veces no. Y la desilusión es más grande, porque una iba casi con el vestido de novia puesto.
[singlepic id=7749 w=625 float=center] El anti fan de Neruda
Igual no sé por qué estoy exagerando tanto (creo que por diversión nomás, quiero que mi nuevo estilo de escritura sea la exageración, para variar un poco), si lo cierto es que me enamoré de Valparaíso, pero tardé dos días más de lo normal. Debo estar madurando, ahora que me acerco a los 30 (?). Lo que pasó, en realidad, es que la ciudad me fue seduciendo de a poco, sutilmente. No se me tiró encima como Barcelona: “Hola, soy Barcelona, soy divina, miráme, vos sabés que te gusto, mirá mirá este mural, hola soy un gato de Barcelona, hola soy la Rambla, hola soy el Raval, ya sé que me amás”. Valpo fue más lento, pero no por eso menos exitoso en su intento.
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Me gusta sentir la femineidad o masculinidad de las ciudades, y tengo teorías al respecto (con muy pocos fundamentos científicos): para mí hay ciudades que son mujeres y ciudades que son hombres. En realidad todos los lugares son un yin yang, pero algunos tienen un lado más marcado. Barcelona, para mí, es mujer. Y Valparaíso, después de varias caminatas, me pareció hombre. Un bohemio silencioso y soñador, con la mirada perdida hacia el mar. Y me atrevo a decir, incluso, que ambos lugares son novios y mantienen una relación a distancia: Barna y Valpo un solo corazón. (Ella lo dejó, por si acaso, y se fue a probar suerte a Europa. Él la espera, siempre.). Y yo me metí en un trío amoroso: Aniko Valparaíso Barcelona.
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El enamoramiento fue creciendo sin que me diera cuenta. Pasamos las primeras noches en Viña del mar (nota: el área metropolitana de Gran Valparaíso incluye Valpo, Viña, Concón y Reñaca, entre otros poblados), en la casa de una lectora amiga, y nuestro contacto con Valparaíso (la ciudad, el centro histórico de la región de Gran Valparaíso) fue más distante: íbamos durante la tarde y volvíamos a Viña antes de que se hiciera de noche. Era como conocerlo de lejos, una cita con horarios delimitados: “Hoy se pueden ver pero hasta las siete. Después te quiero de vuelta en casa. Nada de estar saliendo con muchachos de noche”. Así que pasamos varios días en Viña, tan cercana (a unos 20 minutos en micro) y tan distinta a Valpo (y tan distintas ambas a Reñaca, ese rincón veraniego tan “exclusivo”). Desde la ventana de Reñaca (donde pasamos, de casualidad, nuestra primera noche en Chile) vimos Valparaíso por primera vez, a lo lejos, tapado por un cartel redondo de Burger King (auspicia este momento). En Valpo no vimos, a simple vista, ni un McDonald’s, ni un Burger, ni un Starbucks ni ninguno de esos lugares que son los mismos en todas partes del mundo. Fue una buena señal. La plata está en Viña, dice la gente. El arte en Valpo.
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Tres días después decidimos ir a Valparaíso e instalarnos unos días ahí: es necesario conocer una ciudad en todos sus horarios para ver cómo va cambiando, es necesario dormir en ella para conocerla. Le tocó a Damián buscar un anfitrión de Couchsurfing y no pudo haber tenido mejor intuición: caímos en una de esas casas con alma. Apenas entramos miré por la ventana y pensé: “Algún día quiero vivir en una casa como esta. Antigua, de techos altos, con la madera que cruje, con el mar de fondo, con plantas por todos lados y así de luminosa”. Al hacer couchsurfing uno va coleccionando casas, y al igual que pasa con los lugares, hay algunas que cambian nuestra experiencia de viaje por el solo hecho de estar ahí, de existir, y dejarnos pasar unos días en su interior con quienes la habitan.
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Hablando de casas con alma, también pasamos por la Sebastiana, la casa de Pablo Neruda en la cima de Valparaíso. Otra casa como las que me gustaría habitar: a puro mar. Océano Pacífico en todas sus ventanas, una biblioteca y un sillón para escribir mirando hacia la ciudad. Neruda eligió bien sus viviendas: formó un triángulo entre Santiago (su casa ahí: la Chascona, llamada así en honor a Matilde Urrutia, su amante y luego mujer, por sus rulos despeinados), Valparaíso e Isla Negra (donde está su tercera casa). El Triángulo de Neruda. Y el mar, su gran amor era el mar. Yo volví a meter los pies en el Pacífico (después de ¿cuántos años sin verlo?) y me recargué de energía. Y decidí que quiero ser catadora de mares. *Mete un dedo en el agua, lo prueba: hmmm, este mar tiene una textura suave, un nivel de sal exquisito, olas en movimiento constante, sonido musical. Le pongo un… 10. Ideal para maridar (digo, en general, para casarse con él).*
[singlepic id=7668 w=625 float=center] Vista desde una de las ventanas de La Sebastiana
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De los seis días que pasamos en Valpo no hubo uno en el que no saliéramos a caminar. Gran actividad que les recomiendo: caminar, perderse. La ciudad está hecha para eso. Vean lo típico pero salgan de la ruta preestablecida. Una tarde me senté en un banco en uno de los cerros y me quedé mirando el puerto desde arriba. Cada 15 o 20 minutos pasaba un grupo en tour: llegaban, miraban, click y se iban. Nadie se sentó en un banco a mirar el vuelo de las gaviotas. Había que seguir el itinerario. Me sentí una extra puesta ahí para ellos: “Y aquí tenemos a la que se cree catadora de mares”. Click. “Y más allá, una gaviota”. Click.
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Valparaíso es un anfiteatro formado por más de 40 cerros, cada cual con su nombre y sus características. Por eso todo está en subida y en bajada: la ciudad está en un plano inclinado. Eso hace, además, que haya miradores, escaleras y ascensores por todos lados. En esta ciudad está la sede del Congreso, la Armada de Chile, el Servicio Nacional de Aduanas, el puerto. La gente tiene su rutina y va a trabajar todos los días como en muchos lugares del mundo, pero tener tanto mar de fondo debe generar cierto sentido de relajo. A mí me pareció una ciudad tranquila: no sé si habremos ido en temporada baja o en un momento raro (había paro de municipales y era época de elecciones), pero las calles (especialmente las de arriba) estaban silenciosas, tranquilas, somnolientas, como si se estuviesen desperezando y pidiendo cinco minutitos más. Eso, para mí, es una virtud.
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Los murales están por todas partes. Y cuando digo por todas partes quiero decir por todas partes. No debe haber una cuadra sin un poco de color. Hasta las escaleras están pintadas. La ciudad como lienzo, como hoja en blanco para ser intervenida. Pero los colores no están solo en los dibujos, también están en las paredes, en las casas. A eso hay que sumarle ese descascarado típico que genera el aire de mar, y a eso las gaviotas que revolotean, y a eso, por sobre todo, los gatos. Gatos en cada ventana, en cada escalón, en cada puerta, en cada esquina. Gatos por todas partes. Gran combinación: gatos y gaviotas, una muestra de que conviven dos mundos: el mar y la ciudad. Una teoría (otra) sin fundamento científico: el día que los gatos dominen el mundo (porque ese día va a llegar pronto, visto y considerando que en internet hay más videos de gatos que pornografía), Valparaíso va a ser su sede de gobierno. Acá los dueños ya son ellos, así que me los imagino, en un futuro gatuno no muy lejano, mirando la ciudad desde los cerros, controlando su reino en silencio desde el marco de alguna ventana.
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Una tarde, mientras caminábamos por ahí, lo vi: un naipe. Fui corriendo a levantarlo y me encontré con algo que solamente había visto en Savannakhet (Laos): un mazo entero, abandonado. Ese es un regalo que me dan muy pocos lugares. Decidí elegir uno y agarré el comodín. Si no lo agarro acá, no lo voy a tener nunca. La carta más fácil de usar y más difícil de encontrar. El comodín vale por todo, en cualquier juego, en cualquier mazo, en cualquier país: el comodín vale por todo. Y supongo que hay ciudades que también valen por todo: valen por lo que cada uno haya ido a buscar. Yo siempre busco el mar, el arte callejero, los gatos, y creo que nunca encontré las tres cosas tan condensadas y bien combinadas en un solo lugar. Excepto en Valparaíso. Así que quizá empiece a formar un mazo de ciudades, en vez de números y de palos, y cuando quiera ganar el juego de los viajes tiraré sobre la mesa el lugar que para mí representa el comodín, que puede ser cualquiera, pero que en mi caso resultó ser Valparaíso. Y eso que no fue amor a primera vista. Y eso que me avisaron que iba a pasar.
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[singlepic id=7704 w=625 float=center] Este cáctus florece una vez al año. Su flor dura uno o dos días y luego muere. Tuvimos la suerte de verlo florecido en Valparaíso.
[box border=”full”]Info útil para visitar Valparaíso:
– Hay buses que salen constantemente desde Santiago a Valparaíso y Viña. Algunos como turbus y condorbus tienen ofertas y son más baratos si los comprás por internet (te puede costar $1700 via web vs $4000 en la terminal).
– Cambio aproximado (noviembre 2013): 1 usd equivale a 520 pesos chilenos
– Hay micros (en Chile se le dice “micros” a los minibuses urbanos e interurbanos) que van de Viña a Valpo todo el tiempo. Cuestan aprox $600 de ida.
– La micro 612 “O” recorre todos los cerros de Valpo. Subite y hacé el city tour gratuito.
– Los cerros Alegre y Concepción son los más turísticos y, si bien son muy lindos, son más caros.
– El cerro Playa Ancha tiene (en mi opinión) las mejores vistas (especialmente de noche).
– Súbanse al trole y a los ascensores (nosotros no pudimos porque estaban de paro).
– Para ir a la casa de Neruda en Isla Negra tenés que tomar un bus desde la terminal. Cuesta $ 2300 y tarda 1 hora 40 min. La entrada a la casa de Neruda cuesta $4000. Nosotros fuimos en bus y volvimos a dedo en el día.
– Vayan a ver el atardecer a las dunas de Concón.[/box]