[box type=”star”]Este post forma parte de la serie “Asia de la A a la Z”, un abecedario personal de mis experiencias en Asia. [/box]

En el Sudeste Asiático la vida transcurre en la calle.

O tal vez podría decir: en el Sudeste Asiático, lo privado se traspasa al ámbito público.

O incluso: lo que en otras partes del mundo se considera “privado”, en el Sudeste Asiático es indiscutiblemente “público”.

Los oficios se realizan en las veredas, al aire libre. La comida se cocina en carritos y se come en sillitas puestas frente a las casas.

Las viviendas no tienen rejas y casi siempre tienen alguna ventana o puerta abierta. Es común ver los zapatos amontonados en la puerta de entrada y darse una idea de cuánta gente hay adentro.

Los negocios, en general, ni siquiera tienen pared de frente, sino que tienen un hueco que invita a pasar sin tener que abrir ninguna puerta, sin trasladarse del “afuera” al “adentro”. Tienen un hueco que permite espiar desde la calle y saludar. Tienen un hueco que solamente se cierra de noche con una persiana o con una reja del tipo puerta manual de ascensor.

Para la gente grande, las veredas se convierten en restaurantes, cocinas, negocios, lugares de reunión, lavaderos, estacionamientos, lugares de descanso. A veces hasta en baños.

Para los chicos, las veredas son canchas de fútbol, pistas de bicicleta, bosques, castillos, supermercados, playas. Las veredas son el lugar donde correr, donde saltar, donde reírse, donde jugar, donde aprender.

En el Sudeste Asiático la cultura callejera es algo compartido. Acá lo privado pasa a ser de todos y nadie se avergüenza de realizar esas actividades, tan básicas de los seres humanos, frente a la mirada de los demás.