Life begins at the end of your comfort zone
(La vida empieza al final de tu zona de confort)

Without even thinking about it I used to be able to fly. Now I’m trying to look inside myself to find out how I did it. But I just can’t figure it out. (Antes podía volar sin siquiera pensarlo. Ahora intento mirar dentro mío para descubrir cómo lo hacía.
Pero no encuentro la respuesta.)

– Kiki’s delivery service (Hayao Miyazaki)

A veces cuesta arrancar. Esta vez me está costando bastante. Hace dos semanas que “estoy de viaje” y todavía no me siento de viaje. Estuve demasiado tiempo en Buenos Aires y me acostumbré a mi pequeña rutina porteña: escribir y editar el libro, mirar por la misma ventana hacia los mismos edificios, dormir en el mismo colchón todas las noches, hacerme el mismo desayuno todas las mañanas, salir a caminar por la ciudad con rumbo prefijado, hacer trámites, ir al taller de escritura, ir a la misma verdulería y comprar las mismas cosas para preparar las comidas de siempre, ensobrar libros y llevarlos al correo, tomarme siempre los mismos colectivos para ir a los mismos lugares, reunirme con mis amigas en cualquier momento, ver a mi familia cuando quisiera, soñar con viajar largo otra vez y esperar con paciencia a que llegara el momento.

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Y el momento llegó tan de golpe, tan de un día para el otro, que me costó (mucho más que de costumbre) salir de mi vida no-viajera y volver a la viajera. Todavía estoy en eso, dando pasitos torpes de un mundo al otro, cruzando por un puente colgante medio desvencijado, asomándome con timidez a ese estado que antes me resultaba tan natural. Porque sin darme cuenta (recién ahora lo noto) mi cuerpo se acostumbró a ciertas repeticiones y costumbres —propias de la vida sedentaria— y se olvidó de otras —propias de la vida nómada—. Mi zona de confort se volvió tan concreta y limitada que me fue muy difícil cruzar esa frontera de supuesta seguridad que construí en Buenos Aires y volver a sentirme cómoda en la zona desconocida de los viajes.

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Pero en esa zona desconocida e incómoda es donde ocurre la magia, dicen. Cuando nos animamos a salir de la comodidad y de lo predecible es cuando empiezan a pasar cosas extraordinarias (que probablemente no hubiesen ocurrido de habernos quedado en nuestra cajita confortable).

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Siento estas dos semanas de viaje por Argentina (Buenos Aires – San Nicolás – Rosario – Villa Mercedes – San Rafael – Mendoza) más como un preludio que como un inicio formal de viaje. Todavía estoy en ese estado torpe del principio, todavía me cuesta viajar. “En Bangkok aprendí que el comienzo de un viaje siempre es poco fluido, torpe, fragmentado, especialmente cuando se viaja tan de golpe a una realidad tan distinta”. Lo escribí yo misma en mi libro, aunque a veces siento que la dijo eso es otra, me olvido de que ya pasé por varios comienzos de viaje y que todos me costaron. La diferencia es que esta vez no viajé a una realidad distinta: viajé a otra zona de confort. Mejor dicho: volví a mi antigua zona de confort (la de los viajes). Y me sentí perdida. Los primeros días de este viaje me incomodó todo: cargar la mochila, tener la ropa sucia, no dormir en mi cama, hacer dedo, no tener una casa propia, tener que hablar con extraños, sacar fotos. Todo lo que me encanta de viajar me hacía querer volver a mi casa. Pero de a poco volví a acostumbrarme (en eso estoy) (ya me siento mejor).

[singlepic id=7428 w=625 float=center] Bella casa rosarina

[singlepic id=7429 h=625 float=center] y su río

Lo que me está costando, más que viajar, es escribir. Perdí mi superpoder. No digo que se haya ido para siempre, sino que se me extravió: quedó en algún lugar entre el último viaje y el libro. Así que además de bloqueo de viaje, tengo bloqueo de escritura. Todo junto. Nunca me pasó, y no quiero forzarme porque es peor. Dicen que va a volver solo, me va a encontrar. Hace unos días, Damián me hizo ver una película que me encantó (será por el momento en el que estoy, pero se las recontra recomiendo): Kiki’s delivery service, de Hayao Miyazaki. Kiki es una bruja; al cumplir 13 años tiene que hacer lo que todas las brujas de su edad: irse de su pueblo por un año, sola (con su gato negro y su escoba), para independizarse y desarrollar su poder. El poder de Kiki es volar. Una noche de luna llena se va volando y se instala en otra ciudad. Al principio todo va bien, pero un día pierde la capacidad de volar y siente que nunca más podrá volver a hacerlo. Y, durante su bloqueo, se pregunta cómo antes era capaz de volar con tanta naturalidad.

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—Without even thinking about it I used to be able to fly. Now I’m trying to look inside myself to find out how I did it. But I just can’t figure it out.
—You know? It could be you’re working at it too hard. Maybe you should just take a break. Stop trying. Take long walks, look at the scenery, doze off at noon. Don’t even think about flying, and then pretty soon you’ll be flying again.
—You think my problems will…?
—Go away? That’s right. It’s gonna be fine, I promise.

(…)

—So you really think I’ll fly again?
—Sure, you just have to wait for the right inspiration to come along.

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(Traducción:

—Antes podía volar sin siquiera pensarlo. Ahora intento mirar dentro mío para descubrir cómo lo hacía. Pero no encuentro la respuesta.
—Sabes, puede ser que lo estés intentando demasiado. Tal vez deberías tomarte un descanso. Haz caminatas largas, mira el paisaje, duerme la siesta. Ni pienses en volar, y pronto estarás volando otra vez.
—¿Crees que mis problemas se…?
—¿Se irán? Claro. Todo va a estar bien, te lo prometo.

(…)

—¿De verdad crees que volveré a volar?
—Seguro. Solo tienes que esperar a que aparezca la inspiración correcta.)

[singlepic id=7430 w=625 float=center] Kiki versión San Luis (graffiti visto en Villa Mercedes)

La inspiración aparecerá sola. No quiero presionarme a viajar ni a escribir. Quiero volver a fluir con el camino y dejar que me vaya llevando a donde corresponda. Si bien siento estas primeras dos semanas como un patchwork (una de esas frazadas armadas con cuadraditos de distintas telas y dibujos) de sensaciones más que como una historia completa, también siento que cada uno de esos pedacitos me aportó algo de inspiración. Ya llegará algo que me haga reaccionar, me sacuda, me despierte y me devuelva el fluir de las palabras y del camino. Mientras tanto, sigo avanzando en una dirección y con un objetivo: irme lo más lejos posible de mi zona de confort porteña y volver a la magia de la ruta.

*

Algunos pedacitos de ese patchwork:

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[singlepic id=7438 w=625 float=center] Valle Grande, San Rafael, Mendoza

[singlepic id=7440 w=625 float=center] Burbujas callejeras

[singlepic id=7431 w=625 float=center] Fotocharco impresionista

[singlepic id=7432 w=625 float=center] Fotocharco espejado

[singlepic id=7425 h=625 float=center] Show de burbujas en un barrio rosarino

[box type=”tick”] En otras novedades…

* Estamos viajando a dedo (siempre siguiendo los sabios consejos de los Acróbatas del Camino) ¡y nos está yendo re bien! Hicimos todo el camino, desde Buenos Aires a Mendoza, a dedo.

* El lunes nos vamos para Chile, país que quiero conocer hace mucho tiempo. El primer destino es Santiago. Masa crítica de Santiago, ¡esperanos!

* Para quienes lo pedían, salió el ebook de Días de viaje. La versión en .epub está a la venta en mi Tienda y la versión para Kindle la consiguen en [eafl id=”21158″ name=”Días de viaje – Kindle” text=”Amazon”].

* Además, reimprimí Días de viaje, ya que los primeros 1000 se agotaron! Gracias a todos. Tendré stock a partir del 6 de noviembre, lo consiguen acá.

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