Con su otoño Velázquez, con su Torre Picasso,
su santo y su torero, su Atleti, su Borbón,
sus gordas de Botero, sus hoteles de paso,
su taleguito de hash, sus abuelitos al sol. 

Con su hoguera de nieve, su verbena y su duelo,
su dieciocho de julio, su catorce de abril.
A mitad de camino entre el infierno y el cielo
yo me bajo en Atocha, yo me quedo en Madrid. 

– Joaquín Sabina (fragmento de la canción “Yo me bajo en Atocha”)

***

[singlepic id=3085 h=800 float=center] Rumbo a la Plaza Mayor.

[singlepic id=3035 w=625 float=center] Preparativos de Navidad en la Plaza Mayor… Primeras imágenes de Madrid.

[singlepic id=3048 h=800 float=center] “Sus abuelitos al sol” :)

¿Será que el jet-lag, también conocido como Mal de los Husos Horarios, da un tinte surrealista a las cosas? 

Salí de Buenos Aires el jueves al mediodía. El vuelo se me pasó rapidísimo: me clavé tres pelis (entre ellas Medianoche en París que me gustó muchísimo y me dio aún más ganas de conocer esa ciudad), miré un par de series, escuché música, dormí algo y cuando me di cuenta ya habíamos llegado. ¿Pero cómo? ¿No hay cuarenta escalas y vuelos interminables? No, esta vez no me fui TAN lejos.

En Ezeiza todos muy simpáticos: cuando terminé de hacer el check-in, el que me atendía me dijo “Chau chiqui, buen viaje” o algo así (no recuerdo si usó exactamente la palabra chiqui, pero si no fue esa, fue otra de sonido y onda similares). El de Migraciones me miró fijo antes de sellarme el pasaporte, con cara de malo, y me dijo: “Aniko”. Yo no sabía si era una pregunta o una afirmación así que dije que sí, y él aflojó la cara y preguntó: “¿De dónde es tu nombre? Es la primera vez que lo escucho…“ Respiré aliviada y con mi mejor sonrisa le respondí: De Hungría. Cuando me fui me dijo “¡Chau Aniko!” y me reí sola. #cosasquetepasansitellamasAniko 

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Llegué al Aeropuerto de Barajas poco antes de las 6 de la mañana (en hora Argentina, a eso de las 2 am del viernes), busqué mi mochila e hice Migraciones para entrar al país, algo que siempre me pone nerviosa (tengo miedo de que en algún lugar del mundo me reboten por alguna causa extraña: “Usted viaja mucho, vuélvase a su casa” o “La de la foto y usted no se parecen” o “Aquí no aceptamos pelirrojas”). Pero mostré mi pasaporte húngaro y lo único que me dijeron fue “Pase”. Crucé el aeropuerto de punta a punta en busca del Metro (subte) que me llevaría hasta lo de Irene, amiga de la infancia de mi mamá que me está alojando en su casa de Madrid.

Cuatro estaciones después, me bajé. Estaba por llegar el momento de la verdad: iba a ver Madrid por primera vez cara a cara (hasta ese momento la había visto desde el cielo y bajo tierra, pero desde la superficie todavía no). Caminé hacia las escaleras, subí y…y…y… todavía era noche cerrada. Igual no lo podía creer: ¡Madrid! ¡Europa! ¡Hola! ¡Llegué! Eran algo así como las 7.30 am, pero las calles estaban casi vacías y el sol todavía no salía: vi algunas personas paseando a sus perros, otros que habían salido a correr y a las pocas cuadras me recibió la lluvia. Llegué a lo de Irene, dormí unas horas y salí a pasear un rato.

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Ahí comencé a sentir los efectos del jet-lag, también conocido como “Estoy drogada de tanto avión”. Todo me parecía irreal. Las hojas de otoño en las veredas. El acento español de la gente (que, creo que como a tod@ argentin@, me encanta). Los bares de tapas. La arquitectura (ya no puedo decir “colonial”, pero ustedes entienden a qué me refiero). El aire frío. El acento otra vez. Escuchar conversaciones fuera de contexto como “…¡es que estamos como las cabras!…” (?) o “… me bajo en Atocha y sigo hasta…”. Los palacios que aparecían de la nada. Las iglesias. La Plaza Mayor. Los personajes de la Plaza Mayor. La gente sacándose fotos con los personajes de la Plaza Mayor. Las decoraciones por Navidad (cierto que falta poco, vivo perdida en el calendario). La enorme cantidad de gente haciendo fila para comprar un boleto de lotería. La organización impecable del sistema de buses. Las tiendas del Corte Inglés (que me hicieron acordar muchísimo a la película Crimen Ferpecto, de Álex de la Iglesia). Estar en Europa.

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Iba con la boca literalmente abierta. La gente debe pensar que tengo algún problema en la mandíbula, pero no podía (ni puedo) creer que estoy acá. Viajé 12 horas pero aterricé en un lugar que siento familiar y cercano. No caí en medio de lo desconocido como cuando me fui a Asia. Por momentos pienso (plagiando a Fito): “No sé si es Baires o Madrid”. Pero enseguida me acuerdo. Estoy en Madrid.

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Algunas fotos de los personajes de la Plaza y alrededores:

[singlepic id=3055 h=800 float=center] Papá Noel

[singlepic id=3086 h=800 float=center] Las cabezas locas

[singlepic id=3088 h=800 float=center] El hombre invisible y Bob Esponja

[singlepic id=3087 h=800 float=center] El perro (?) y también estaban Jack Sparrow y Los Pitufos