De este año en Asia pasé casi la mitad en Yogyakarta (en Java Central, Indonesia; no confundir con Jakarta, la capital del país), así que me parece justo contarles un poquito más acerca de esta ciudad que se convirtió en mi hogar asiático.

No sé si les pasa, pero cuando algo se transforma en parte de nuestra rutina “normal”, nos cuesta más mirarlo desde afuera y con ojos de “novedad”. Así que voy a hacer de cuenta que vengo de un lugar muy muy lejano (lo cual es cierto) donde todo es totalmente distinto (lo cual, en parte, también es cierto) y les voy a contar acerca de esta ciudad también conocida como “Yogya”.

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1. Ciudad-pueblo

Probablemente esto me pase por ser “de la gran ciudad”, pero Yogyakarta, si bien tiene estatus de ciudad y tiene más de un millón de habitantes, a mí me sigue pareciendo un pueblo grande (algo que me encanta). Acá no hay ni un edificio, muchas calles transversales son de tierra y todos parecen conocer a todos. Las familias dejan la puerta de su casa abierta a toda hora y las rejas de entrada son simbólicas; cada vez que vamos a visitar a algún amigo, nos sacamos los zapatos en la puerta principal y entramos casi sin golpear ni pedir permiso. La gente realiza sus oficios en las veredas o en la entrada de las casas, todos comen en la calle, hombres y mujeres caminan a las 4 de la mañana con su vestimenta tradicional musulmana para ir a rezar a la mezquita. Tal vez por todo esto es que Yogyakarta sea un lugar tan seguro. Todos estacionan sus motos y dejan los cascos sobre el asiento (y cuando vuelven, todo sigue ahí). Hay muchos “hotspot” (wi-fi) de internet al aire libre donde la gente va con sus laptop y se sienta en una mesa al lado de la calle, de noche, a usar internet. Y no pasa nada.

[singlepic id=2406 h=700 float=center] Los chicos andan solos por la calle (y de fondo: Merapi, uno de los volcanes)

[singlepic id=2395 w=700] Familias sentadas en las vías para mirar cómo pasa el tren

2. Verde

Cada vez que me asomo a la ventana veo verde, verde y más verde. Esta ciudad tiene la suerte de estar en el trópico y de desbordar de vegetación. Ni hace falta que el gobierno se dedique a plantar arbolitos: acá lo verde invade sin que nadie lo pida. Las casas están rodeadas de palmeras bajas, los árboles de mango crecen frente a los supermercados, el pasto se escapa por los huequitos del asfalto, las terrazas de arroz se extienden al costado de la ruta. No hay que salir de la ciudad para sentir que uno está en medio de la naturaleza, Yogyakarta está inmersa en verde.

Hay, además, todo tipo de frutas y verduras tropicales, conocidas y desconocidas: markisa (passion fruit), manggis (una fruta llamada mangostán que ya describí en este post junto con la dragon fruit), jambu (guava), papaya, alpokat (palta), salak (una fruta que parece estar recubierta por piel de serpiente) y otras frutas que son la cruza entre una pera y una manzana, entre un melón y una sandía… y el infame durien del cual hablaré en un post exclusivo más adelante. Pero como todo país tropical, hay que aprender a convivir con el calor sofocante y la lluvia de todas las tardes.

[singlepic id=2396 w=700] Una plantación de arroz al costado del camino

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3. Arte callejero

Si hay algo que me encanta de Yogya es la cantidad de arte callejero que hay desparramado por la ciudad. Hay mensajes políticos, mensajes ecologistas, mensajes religiosos, mensajes divertidos; hay arte tradicional indonesia, arte que quiere parecer occidental, arte con estilo hinduista, arte con estilo musulmán, arte con estilo. Cada vez que paso por el mismo lugar me encuentro con algún dibujo o color nuevo. Siempre tuve afición por el arte callejero ya que me parece muy libre y creo que dice mucho acerca de los habitantes de la ciudad. Y cada vez que veo un mural, graffiti, stencil, sticker o dibujito anónimo en la calle, freno para sacarle una foto (pueden ver este post de arte asiático, por ejemplo). Soy fan del arte callejero y juro que en mi otra vida fui artista de paredes.

Yogyakarta no solamente está repleta de colores, también está inundada de música. Muchos indonesios van en la moto con la guitarra colgada en la espalda, otros intentan ganarse la vida como músicos callejeros y tocan frente a cada puesto de comida día y noche, hay quienes tienen su propia banda y hacen mini recitales. Hace unos días, por ejemplo, nos reunimos con algunos couchsurfers de Yogya y terminamos viendo a una banda de jazz en el patio de una universidad, algo de lo que jamás me hubiese enterado de no ser por la gente local. Y en medio del show apareció un hombre que me parece trabaja en un puestito de comida, se sentó en el piano y cantó We are the champions y después agarró la guitarra y rockeó un Crazy Little Thing Called Love al estilo Freddy Mercury indonesio (salvando las distancias).

[singlepic id=2393 w=700] Música sobre ruedas

[singlepic id=2404 w=700] El Mercury indonesio

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4. Parkir sepeda motor (lean y verán)

Esto no es novedad, pero les cuento que en Indonesia la gente no camina. No, si para eso están las motos… Querés ir acá a dos cuadras a comprar algo: moto. Querés salir a respirar aire: moto. Querés ir al baño: moto. El que vende cascos debe ser millonario. Y lo interesante de que haya tanta moto es ver cómo todo se moldea en función de eso: en cada cuadra hay puestitos que venden nafta en botellas de Absolut Vodka, los estacionamientos están divididos en parkir mobil (espacio para autos) y parkir sepeda motor (para las motos), frente a cada puesto de comida hay un indonesio que te cuida la moto por 1000 rupias (10 centavos de dólar), cada tres cuadras hay alguien que se dedica a arreglarlas y más allá está el que te vende los stickers para tunearla. Acá no son tan extremos como en Vietnam donde podés ver familias enteras en una sola moto, pero muchas veces aparecen mamá, papá y el nene adelante a toda velocidad. Lo que me resulta más gracioso es ver a las mujeres que van en la parte de atrás con pollera larga (y por ende) sentadas de costado, con las dos piernas colgando hacia el mismo lado, mandando mensajes por el celular o leyendo un libro como si estuviesen en el sillón de su casa,

Ah, y no sé si hace falta que lo diga, pero la ecuación no caminemos + vamos en moto hasta al baño equivale a = acá no hay veredas. No se conoce el concepto de pasear por la vereda. El poco espacio que hay entre las casas y la calle se usa para sentarse a comer, a trabajar, a vender, a jugar, a cocinar, para lo que se los ocurra, menos para caminar. Y tampoco hay desnivel entre lo que sería esa vereda casi inexistente y la calle propiamente dicha: todo está a la misma altura.

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[singlepic id=2407 w=700] Observen la falta de veredas

[singlepic id=2398 w=700] Siestita

5. Warung

En Yogyakarta parece haber más puestos de comida que casas. Hay de todo tipo: restaurantes de comida Padang (de Sumatra) donde podés elegir la comida a través de la vidriera (los platos están apilados con todo a la vista), carritos al costado de la calle que venden martabak y kebabs, puestitos móviles re chiquitos de venta de licuados (un licuado por 5000 rupias o 50 centavos de dólar), puestitos fijos un poco menos chiquititos de venta de hamburguesas y sushi (todo con un toque indonesio, eso sí), restaurantes medio cerrados/medio al aire libre donde se puede comer los hot plates de carne o pescado… y los famosos warung o carpas al aire libre con mesitas y una cocina adentro donde todos se reúnen a comer nasi goreng (el arroz frito típico de Indonesia) o mie goreng (noodles fritos).

Y como si toda esta oferta de comida fuera poco, también hay vendedores ambulantes que dan vueltas día y noche por la ciudad ofreciendo snacks. Lo que más me gusta es que tienen un sistema de sonidos para anunciar qué están vendiendo: si escuchás que alguien golpea una lata con un palo, es porque vende noodles, si suena la canción pegajosa “sari roti, roti sari roti” es porque se acerca el vendedor de pan y si estás con ganas de comer arroz afiná el oído que ya se acerca el que toca las campanitas.

[singlepic id=2403 w=700] Las “carpas” de comida están en todas las veredas

[singlepic id=2399 w=700] Así son por dentro

[singlepic id=2400 w=700] Y los minicarritos

Podés leer la segunda parte acá: Yogyakarta en 10 palabras (parte 2)