Entre el 2008 y el 2018 viví viajando, y este blog fue mi diario íntimo.

Hoy (2023) estoy quieta y contenta en Ámsterdam, sin planes de moverme, por lo que ya no publico contenido acá ni tampoco modero comentarios. Ahora dedico mi tiempo a los proyectos creativos que me gustan: escribir libros y dictar talleres de escritura y creatividad. Sin embargo, todos los textos que escribí durante mi vida nómada siguen acá, esperando que los leas y que, tal vez, te inspiren o te ayuden a viajar. Si te quedás con ganas de más, abajo podés ver mis libros y diarios interactivos. Si querés seguir mi día a día y enterarte de mis novedades, pasá por mi Instagram. Si te gusta escribir, te invito a conocer mi nuevo proyecto: escribir.me. Espero que disfrutes de todo este contenido que creé con tanto amor durante mi vida-viajera.

Gracias por leer,

Aniko

BLOG DE VIAJES

2010-2018

就在中国旅游 (Viajando por ahí en China)

Saqué el pasaje sin pensarlo. Estaba en Penang (Malasia) con mi amiga china Tippi al lado, mirando los precios en AirAsia. Había decidido ir a China unos días antes y ella fue la que me dijo Andá a Chengdu así nos encontramos una semana después en Lijiang, que está cerca. Perfecto. Saqué el pasaje para Chengdu nomás, sin tener ni idea del lugar en el que iba a aterrizar.

Los días previos no planee demasiado. Voy a ser sincera: no planee nada. Leí un poco acerca de Chengdu y nada más. Estaba tan concentrada escribiendo artículos y disfrutando los días con Delfi, mi amiga argentina con la que pasé una semana en Malasia, que no tuve tiempo de nada. Me dejaré sorprender, pensé confiada y canchera.

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Comiendo por ahí | Capítulo 2: Malasia

No se puede hablar de Malasia sin hablar de comida.

Algo que me encanta y que siempre destaco cuando me preguntan acerca de este país es la mezcla de culturas que conforma la demografía del lugar. La sociedad de Malasia está constituida, a grandes rasgos, por una mayoría malay (65%) de religión musulmana (por ley deben ser musulmanes), una gran minoría china (23%) (que emigraron de China hace unos siglos) y una minoría india (7%). También hay Sijs, expatriados, westerners, inmigrantes asiáticos, de todo un poco. Y la mezcla se ve en la calle, en los templos, en los mercados, en las celebraciones… Y especialmente en la comida.

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¿China 2011?

Al pensar en o imaginar Asia desde Argentina (sin haber viajado jamás para este lado del mundo) es difícil no caer en el preconcepto ese de que “todos los asiáticos son chinos”.

Cuando, hace un año, anuncié que me iba a Asia (lugar que siempre me atrajo, más que cualquier otro continente), me cansé de escuchar: “¡¿A Asia?! ¿Para ir a ver chinos?”. Como si acá no existiesen otras nacionalidades o como si, incluso, todos los chinos fuesen creados con un solo molde. Yo creo que la culpable de esto es la distancia: Argentina está en las antípodas de China. Es decir que si caváramos un pozo en linea recta hacia abajo, atravesáramos todas las cortezas, el centro de la tierra, y siguiésemos cavando, apareceríamos en China.

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La mirada asiática IV: Observar (por segunda vez y desde otro punto de vista)

Estoy en la isla de Penang (Malasia) por segunda vez en este viaje. Como tuve que esperar 12 días para la respuesta de la visa de la India, preferí quedarme acá, en la casa de mi amiga Tippi, antes que en Kuala Lumpur. No tengo nada en contra de KL, al contrario, me encanta pero me genera un desenfreno consumista alimenticio que no sé si mi bolsillo y mi cuerpo pueden soportar. Además necesitaba trabajar con mis artículos y Penang tiene toda la tranquilidad que busco.

O al menos eso creía. ERROR. El problema de Penang es que siempre hay algo nuevo para hacer: probar una comida nueva, asistir a algún festejo por el año nuevo chino, salir a pasear por la playa o por el casco histórico, irse a la otra punta de la isla…

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La mirada asiática III: Ver (etiquetas)

Charla de taxi en Kuala Lumpur (traducida al español):

– ¿Así que querés ir a la India? (me pregunta el taxista indio-malayo mientras me lleva de la Alta Comisión de la India hasta el Indian Visa Centre en Kuala Lumpur)
– Sí, me muero por ir pero acá en Malasia es muy difícil conseguir la visa, así que no sé si podré…
– Es verdad, cambiaron las reglas porque no quieren que entren terroristas al país. ¿De qué país venís?
– Argentina.
– ¡Ah! ¡Argentina! ¡Pero entonces no vas a tener ningún problema! Argentina es un país pacífico, democrático. Seguro que te la dan.

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La mirada asiática II: Mirar (fijo)

Nada mejor que este verbo para describir la mirada asiática sobre los extranjeros: stare (“mirar fijo”). Acá no existe eso de “No mires fijo que es mala educación” o “mirá a esos dos disimuladamente, cuando estén mirando para otro lado”. Acá te miran todos, padre madre e hijos, la familia entera, sin reparos, sin pudor, con la boca y los ojos bien abiertos.

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La mirada asiática I: Leer

Ayer iba sentada en el colectivo 101, transporte público de Penang (Malasia) (sigo acá esperando mi visa para la India de la cual no hay novedades), escribiendo en mi cuaderno.

Escribir a mano, es, para mí, algo muy personal, es una de las formas más puras de hacer catarsis (así como dibujar o pintar), sin máquinas, teclados ni computadoras de por medio. Así que iba metida en mi burbujita escribiendo acerca de mis miedos, la distancia, la tristeza, las certezas. Cosas mías.

De repente me di cuenta de que mi vecino de asiento estaba leyendo mis palabras descaradamente: tenía la cabeza girada hacia mi cuaderno y creo que por poco me corría la mano para poder leer mejor.

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Una bule de paseo en la feria de Yogyakarta

El viernes pasado, para variar un poco, nos fuimos a la feria. Una de esas ferias de pueblo, de película, con algodones de azúcar, casa embrujada, rueda de la fortuna y un samba con tracción a sangre. Y eso que Yogyakarta no es lo que se dice “un pueblito”, pero este carnaval me hizo sentir metida en un universo paralelo bizarro. Estos lugares siempre me parecieron entre surreales y tétricos.

Éramos cuatro: Aji (mi novio), su amigo Bobby, su novia Nita y yo, la bule. Porque por más esfuerzo que haga, mientras sea blanca, rubia y/o extranjera, en Indonesia jamás dejaré de ser una bule. Estacionamos las motos en medio del caos de Alon-Alon, parque donde se estableció este carnaval por un mes, y entramos. 3000 rupias cada uno, unos 35 centavos de dólar.

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Street Art: Las paredes del Sudeste Asiático

Fe de erratas: en el post anterior, donde dice “India 2011” debería decir “¿India 2011?”.

Quienes hayan viajado a la India saben que se necesita una visa para entrar al país y que en Buenos Aires el trámite para sacarla es muy simple, rápido y gratuito. Vas a la embajada de la India, dejás tu pasaporte y lo retirás esa misma tarde sin pagar un peso (Argentina es uno de los pocos países que no tiene que pagar para obtener una visa india). El problema es que los seis meses de estadía permitidos empiezan a correr desde el día que te otorgan la visa, no desde el día que entrás a la India. Como yo sabía que la India iba a ser uno de mis últimos destinos, decidí sacar la visa cuando estuviera por acá (si la sacaba en Buenos Aires se me iba a vencer antes de entrar). En la embajada me dijeron que no había ningún problema. Perfecto.

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Mi (frustrado) viaje a India

Me di cuenta de que estoy totalmente inmersa en la realidad del Sudeste Asiático hace unos días cuando miré el partido de fútbol Indonesia vs. Malasia como si estuviese mirando un Argentina – Brasil. Me pareció de lo más normal y hasta me aprendí el canto de guerra de Indonesia y lo murmuré varias veces sin darme cuenta: Ga-ru-daaa di-da-da-ku! (Garuda es el águila que simboliza a Indonesia y “di dadaku” significa en mi pecho o en mi corazón).

¿Qué sabía de Indonesia y Malasia hace nueve meses, antes de viajar? Lo típico: Sukarno, las Torres Petronas, musulmanes, Bali, playa. Punto.

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I ♥ Savannakhet

Voy con la ventana abierta, mirando hacia fuera y pensando que no hay momento que me guste más que este. Estoy viajando en colectivo de Tha Khaek a Savannaketh: es un bus local, de esos con asientos descocidos, con laosianos que me miran curiosos, y que se hacen los distraídos cuando les devuelvo la mirada, con bocinazos a las vacas que se cruzan en la ruta y sin aire acondicionado. Por suerte. Cómo odio el aire acondicionado. Prefiero ir con la ventana abierta, sentir qué clima hace afuera, respirar el mismo aire que la gente local. Como ya conté, amo viajar por tierra, me encanta ver lo que hay entremedio de dos lugares, me gusta sentir que cruzo el país, aunque sea a toda velocidad.

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El encanto laosiano

Laos me gusta. Voy de pueblo en pueblo, de ciudad y ciudad, y aunque no esté acá hace mucho, cada día me gusta un poquito más. Será porque es un país de pocos habitantes y la tranquilidad se respira. Será porque el acoso hacia el turista no se siente tanto (digamos que casi nada). Será por sus pueblitos silenciosos, por las calles vacías, por las construcciones coloniales venidas abajo, por la ausencia de la bocina, por las pocas motos. Será por la importancia del río Mekong, por los monjes caminando en grupo por la calle o andando en bicicleta, por las mujeres que me saludan sonriendo y no intentan venderme nada, por los chicos y su alegría cuando ven a un falang caminando por un lugar poco turístico. Será.

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De Vietnam a Laos por la Ruta del Cielo

Me dijeron que era la ruta del infierno, el viaje de la muerte, el cruce de frontera más largo del mundo, que seguro me quedaba varada en algún lado, que con lluvia era lo peor, que el trayecto era todo al borde del acantilado y súper peligroso. Así que compré mi pasaje a Dien Bien Phu (ciudad en la que tendría que pasar la noche obligatoriamente antes de cruzar a Laos) con miedo, resignada, pensando que tal vez no iba a vivir para contarla, que este sería mi último viaje, que la vida sí se compra con plata y que la suerte no existe.

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La Humana Universal

Si me concedieran un deseo pediría (además de la teletransportación, ser invisible y hablar todos los idiomas existentes) tener un disfraz de persona local para cada ciudad, pueblo, isla y país del mundo. Poder convertirme en la Humana Universal, una especie de Zelig/camaleón viajero capaz de adaptarme a cualquier cultura y entorno. ¿No sería genial? Llego a Mongolia, me pongo el disfraz y chau, soy un mongol más, nadie me quiere vender nada. Voy a Japón, me alargo los ojos, hablo japonés, soy una más, camuflada entre la multitud. Nadie me vería como extranjera, nadie me vería como occidental, nadie me vería como turista […]

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