Historias minimalistas de Malasia: la bolsa marrón
[box type=”star”]Este post pertenece a la serie Historias minimalistas de Malasia: un intento de viajar liviana, solo con mochila de mano, y de fijarme en los detalles, en las historias chiquitas. Después de cinco visitas a ese país, me pareció bueno cambiar de perspectiva.[/box]
Me comí el primer Cabsha en el monorriel.
Miré el fondo de la bolsa marrón con respeto. Desde abajo me miraban, impasibles, dos alfajores Cachafaz, tres Cabsha, una oblea Bon o Bon y un mini potecito de dulce de leche Ilolay. Tanto lo pedí que al final se cumplió: después de 14 meses en Asia sin probar nada que se parezca ni remotamente a un alfajor, Marina, una argentina que vive en Kuala Lumpur, me preparó esta sorpresa.
Tras nuestra cena de comida india en la capital de Malasia, me subí al monorriel con la bolsa casi atada a los dedos: que a nadie se le ocurriera arrebatarme mi bolsa marrón. La bolsa o la vida. Espié: todo seguía ahí. ¿Por cuál empezar? Y agarré un Cabsha.
Lo abrí como si estuviese llevando a cabo una ceremonia o ritual: con cuidado, con dedicación, con respeto. Me lo comí.
Tenía sabor a Argentina.
Dejé el resto para más tarde, tal vez con ansias de que esa bolsa durara para siempre.
Mientras el monorriel me llevaba de KL Sentral (la estación central de Kuala Lumpur, capital de Malasia) hasta la estación Imbi (donde está mi guesthouse) miré a los pasajeros. Al lado tenía un indio malayo que se movía sobre el asiento con impaciencia, más allá, uno de nacionalidad desconocida (para mí tenía cara de iraní) iba en musculosa, con los pelos que se le escapaban por todos lados y una expresión de estar soñando despierto. En el asiento de enfrente, tres adolescentes: dos chinas malayas que hablaban inglés con el típico acento malayo y un chico rubio (parecía australiano o tal vez estadounidense) que también hablaba inglés con el típico acento malayo. ¿Hijo de expatriado tal vez? A mi costado, tres indios malayos pre-adolescentes iban vestidos muy punk y (probablemente para ellos) muy cool. Nadie me prestó atención. Acá los occidentales no son un elemento raro ni exótico.
De lejos, por la ventana del monorriel, vi a las Torres Petronas iluminadas. Ah sí, las Petronas, lindas. Y me di cuenta de que ya vine tantas veces a Kuala Lumpur, que empecé a mirar todo con otros ojos: con los ojos de la normalidad. Hoy mi realidad es Asia: las veredas llenas de puestos de comida, las motos, la comida india servida sobre hojas de planta de banana, las torres gemelas más altas del mundo, los templos y las mezquitas. Y es una realidad que me gusta, que me hace sentir cómoda, me hace sentir en el contexto adecuado.
Lo único que me recuerda que no soy de acá es la bolsa marrón que llevo entre las manos.
Vengo de un lugar muy lejano donde se comen alfajores y dulce de leche. Y no es lo mismo comer un Cabsha en un monorriel en Kuala Lumpur que comer un Cabsha en la línea D (o C, o B, o la que sea) o en cualquier colectivo de Argentina. Allá el Cabsha es algo tan normal que pasa desapercibido, nadie se plantea teorías acerca de la inmortalidad del Cabsha. Acá, el susodicho bocadito es un elemento metafórico que me recuerda que vengo de otra realidad.
Me bajé del monorriel, caminé la cuadra y media hasta mi guesthouse tranquila, sabiendo que aunque fueran las 11 de la noche era muy improbable que alguien quisiera robarme. Era viernes y todos estaban sentados al aire libre en los kopitiam (restaurantes locales), tomando teh tarik (té con leche), comiendo un roti canai y charlando en Manglish, una simpática mezcla de inglés y malayo, lah.
Esa noche soñé que el embajador de Argentina en Kuala Lumpur se comía mis alfajores sin permiso adentro de una mezquita. Y yo le decía, casi llorando, “No, no, por favor, dejame algo, ¿sabés hace cuanto que no como un alfajor?”.
Extrano con locura el alfajor y el dulce de leche. pensar que en argentina comia uno muuuy de vez en cuando. Lo que daria por tener una caja de alfajores jorgito de chocolates acaaaa!!! como puede ser que algo taaan rico no este en todas partes del mundo???
Fascinante tu relato, es un ejemplo de como añoramos lo que no tenemos y que es nuestro, de nuestras más intimas raíces. Pero, al mismo tiempo, como las personas estamos condicionadas a adaptarnos a nuestra realidad más cercana, sea la que sea. Tu crónica rezuma igualdad, tolerancia y respeto.
Un abrazo desde España.
Ya comiste otro bocadito?? Casi siempre llevo conmigo cosas pequeñas como esas; para los momentos de baja moral, enseguida se convierten en algo grandioso y nunca más pierden su esencia en la “normalidad”.
Que te vaya bien en Malasia!
Es cierto, estos bocaditos son algo grandioso!
Pero lo “malo” de viajar tanto tiempo, es que no hay bocadito ni alfajor que me dure más de una semana. Me es imposible guardarme un bocadito para dentro de seis meses. :D
GENIAL EL RELATO DEL BOCADITO! y todos… me emociona…jajaja (posta) hay una teoría que dice que el intestino es un primer cerebro, que todo se origina allí.
siii, yo a veces siento que pienso más con el estómago que con la cabeza.
Ejemplo: estoy cansada, afuera hace calor, no tengo ganas de salir. Pero de repente me entero de que están sirviendo comida india a un precio muy bajo a 10 cuadras de donde estoy. Juro que salgo, me olvido del calor, me olvido del cansancio y voy para allá, lista para comer!!
genial!
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muy bueno!
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me encantó
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