“It is very important to go home if you want your work to be whole. You don’t have to move in with your parents again, but you must claim where you come from and look deep into it.
Come to honor and embrace it, or at the least, accept it.”

(Natalie Goldberg, Writing down the bones)

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Fue en alguna esquina de Belgrado. Era de noche, pasamos caminando frente a un barcito que daba a una calle empedrada y por unos segundos sentí que estaba en Buenos Aires. O quizá por un momento fui una serbia que caminaba por la capital argentina en una dimensión paralela. Hay ciudades que no se parecen físicamente pero comparten una esencia, tienen algo que no se puede reducir a un edificio del mismo estilo o a platos de comida más o menos similares, es otra cosa, una atmósfera, algo intangible lo que las hermana. Yo a Belgrado la sentí muy Buenos Aires. Son ciudades con historias y realidades distintas, están separadas por miles de kilómetros y, si bien ambas tienen cierto aire antiguo, melancólico y amigable, no es que sean gemelas. Tampoco llegan a mellizas, pero hay algo similar en la relación entre estas dos ciudades y sus habitantes, una identificación muy fuerte entre las personas y el espacio, como esos departamentos en los que a primera vista se nota mucho la personalidad del dueño. Yo entré a Belgrado y la sentí muy habitada, con historias por todos los rincones, como Buenos Aires. También es cierto que uno siempre ve lo que está buscando, y en ese viaje yo ya no pensaba en otra cosa que en volver a casa.

Algunas imágenes de Belgrado

Algunas imágenes de Belgrado

Las esquinas de la capital serbia

Las esquinas de la capital serbia

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Escaleras

Escaleras

De todos mis viajes largos, nunca volví con tantas ganas a Buenos Aires como ahora. Hasta conté los días para que saliera el avión, y eso que volar no me gusta nada. “Vos decías que querías irte diez años y no volver”, me recordó Lau. Sí, alguna vez lo dije, pero la gente cambia y tenemos que adaptarnos a nuestros propios cambios. Ahora me doy cuenta, cada vez más, de que mi límite de tiempo sin volver a Buenos Aires es un año, después de eso me agarra la nostalgia, el extrañamiento, y viajo con menos ganas. La primera vez que me fui, volver me parecía el final indeseado de un estilo de vida que recién empezaba a descubrir. Volver = se termina todo. Volver = el precipicio. Era como saltar al vacío. Ahora lo veo como una necesidad. Volver = reencontrarme con mi gente, con mis espacios, conmigo. Cuando el avión aterrizó en Ezeiza, la gente aplaudió y yo me reí emocionada. Fueron casi dos años lejos de casa, dos años con ganas de volver y a la vez sin saber bien qué haría si volvía, dos años sin un grupo de amigos fijo, sin cenas familiares, sin ver las mismas caras, sin recibir los abrazos de la gente que quiero.

Más detalles de Belgrado

Más detalles de Belgrado

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Paso de zebra

Paso de zebra

Si a cada viaje le pusiera un título, diría que mi primer viaje por América Latina fue el de descubrimiento, la iniciación en la vida viajera: durante nueve meses aprendí en qué consiste viajar, cómo es eso de tener una rutina distinta todos los días, cómo es conocer gente nueva todo el tiempo. El de Asia fue la exploración: culturas muy distintas a la mía, comidas nuevas, costumbres que no conocía. Y este último —Sudamérica y Europa— fue la búsqueda: me pasé dos años tratando de encontrar el significado de la palabra home para, una vez resuelto el enigma, poder volver a casa. Fue un viaje circular. Todavía no lo tengo muy claro: ¿qué es el hogar? ¿Es el lugar donde nacimos o el que elegimos? ¿Es una persona? ¿Nuestra familia? ¿Es un estado de ánimo? ¿Un trabajo? ¿Mi hogar es la quietud o el movimiento? ¿Mi hogar es Buenos Aires o fue Biarritz? ¿Mi hogar es un lugar que todavía no conozco? ¿Puedo sentirme en casa solo por estar escribiendo? ¿Puedo sentirme en casa cada vez que abrazo a L.? ¿Mi hogar es donde me siento bien o donde está la gente que quiero? Home is where the heart is? Home is wherever I’m with you? No sé si estas preguntas tienen respuesta.

Buzones en Belgrado

Buzones en Belgrado

Reales y pintados

Reales y pintados

Lo que sí siento es que volver a casa es volver a uno mismo, es un reencuentro entre la persona que vino de viaje y la persona que (nunca) se fue. Viajera duplicada a la potencia. Un viaje a las raíces de nuestro ser. Llegué a Buenos Aires y me llevó unos días reconocer mis espacios, acordarme de las tazas que usaba para el té todas las mañanas, del huequito en el sillón donde me gusta leer y dormir la siesta, de esa almohada roja blandita que tengo en la cama, de mi osito de peluche blanco que me espera siempre, de la alfombra de colores donde me gusta estirarme, del tupper donde guardo las galletitas, de las postales que dejé pegadas en la puerta, de los cajones llenos de cosas que no necesité durante dos años, de todo lo que me gusta hacer cuando no viajo. Cierto que a mí me gusta lavar los platos mientras miro por la ventana, que saco la basura descalza, que tengo una guitarra en la que toco la única canción que me acuerdo y que dejé una biblioteca repleta de libros, cajas llenas de cuadernos escritos y un balcón con mucha vista a ciudad. Cierto que también tengo vida cuando no viajo, que soy Aniko y vivo en Buenos Aires y tengo amigos y familia y programas de radio y la verdulería de enfrente y los chinos cerca y el subte a pocas cuadras.

Café en Belgrado

Café en Belgrado

Puertas pintadas

Puertas pintadas

Buenos Aires me recibió a su manera: con cortes de luz, falta de agua, el tráfico cortado, un tiroteo (?), precios sumamente inflados y un calor impensado para ser invierno. Pero tal vez si no hubiese sido así, no sería ella y yo no la hubiese extrañado tanto. También me recibió con cenas familiares, reencuentros, almuerzos al aire libre, mazapán, tés con miel, caipirinhas, empanadas, casamientos con Fernet y carnaval carioca, viajes en bondi, comentarios espontáneos en la calle, bebés recién llegados. Y con dilemas. Si bien sé que los números no importan, haber cumplido treinta marcó un cambio en mi vida. Me encanta haber llegado a esta edad porque siento que durante mis veinte hice todo lo que quise, pero ahora me es imposible no plantearme otro tipo de preguntas.

Volví a Buenos Aires con ganas de quedarme acá durante varios meses. No quiero viajar por el momento, estoy un poco cansada, necesito un tiempo de vida estática. A la vez tengo ganas de empezar actividades nuevas, de dedicarme a otras cosas, de trabajar por fuera de la computadora, de construir cosas con las manos, de tener un atelier donde crear. No sé crear qué, pero crear. Quiero aprender a dibujar, hacer comics y cuadernos artesanales, quiero aprender a bailar rock, tomar clases de cocina, andar en bicicleta, sacar fotos de lo cotidiano, ir a actividades culturales, hacer vida de ciudad. Los primeros días me angustiaba: si a mi viajar y escribir me encanta, ¿por qué ahora no me sale? ¿Por qué no puedo? ¿Será que no es lo mío? Lo sea o no, si hay algo que aprendí en este tiempo es a serle fiel a mi esencia, a respetar mis impulsos y mis cambios, a hacer lo que me haga sentir bien. Y ahora, lo que necesito es estar acá, en mi casa. Cuando sienta que quiero salir otra vez, lo haré.

Arte callejero en Belgrado

Arte callejero en Belgrado

Hay palabras que no tienen traducción literal y que expresan muy bien un concepto: es el caso de homesickness. Es la enfermedad del hogar, el extrañamiento del país natal, la nostalgia por lo propio. Al parecer está comprobado que casi todos lo que viajamos lo sufrimos alguna vez en la vida. Hay quienes lo sienten al principio de un viaje o mudanza a otro país, a mí me llega después de unos meses. Homesickness: extrañar a la familia, a los amigos, la comida, las rutinas, los detalles cotidianos de nuestro día a día en ese lugar que, por nacimiento o elección, consideramos nuestra casa. Yo agrego: extrañarse a uno mismo en su ciudad. Supongo que cuando caminé por Belgrado estaba en mi punto álgido de extrañamiento. Ahora escribo desde Buenos Aires y estoy contenta, sin depresión post-viaje y muy conectada a mi yo que no viaja. Era lo que necesitaba. Y entiendo a Natalie Goldberg que me dice, desde uno de mis actuales libros de cabecera“But don’t go home so you can stay there. You go home so you can be free; so you are not avoiding anything of who you are.”

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Les regalo un párrafo del libro [eafl id=”21099″ name=”Las ciudades invisibles” text=”‘Las ciudades invisibles'”] de Italo Calvino. Lo leí ayer mientras iba en el subte y casi me paso de estación.

“Los otros embajadores me informan sobre carestías, concusiones, conjuras, o bien me señalan minas de turquesas recién descubiertas, precios ventajosos de las pieles de marta, propuestas de suministros de sables damasquinos. ¿Y tú? —preguntó el Gran Kan a Polo—. Vuelves de comarcas tan lejanas y todo lo que sabes decirme son los pensamientos que se le ocurren al que toma el fresco por la noche sentado en el umbral de su casa. ¿De qué te sirve, entonces, viajar tanto?”